viernes, marzo 30, 2018

Al amor de Julia


Muchas veces no apreciamos la poesía que tiene la vida, su fonoestilística, la función expresiva de su lenguaje, aun cuando este sea áspero y desabrido. Nos cuesta encontrar ese valor poético de la existencia bajo el nublado de una desgracia, de un desamor, de un decaimiento. Nos cuesta; pero ahí está. Basta con pararse un poco a pensar en esa presencia. Afortunadamente, he tenido y sigo teniendo medios para encontrar su verdad, y uno de esos medios he de sumarlo al de la admiración que siento por la belleza que crean los artistas, y es tener a mis hijos. A Julia y a su hermano Pedro. Este año vuelvo sobre ella. Llevo así veintisiete con este. Hoy es su aniversario; y yo quiero felicitarla con este mensaje. Porque he vivido con ella mucho y quiero que sea así todos los días de mi vida. Felicidades, Julia.

jueves, marzo 29, 2018

Afectos


© El Periódico Extremadura. Fotografía de Antonio Martín
La lectura de la prensa de este pasado lunes de pasión, día de intenso trabajo en casa, me deparó dos buenos afectos de los buenos. Suele pasar cuando uno lee bien escrito aquello en lo que está pensando o lo que uno cree. Me ocurrió con el valiente artículo —con la que cae en Semana Santa, sobre todo, aquí, en Cáceres, hasta en mi calle (tengo video)— del historiador César Rina en Hoy (26.3.2018, p. 20) con el título de «Santa heterodoxia», que propone una contestación al discurso de sahumerio que nos llega de una parte —la más farisea— de quienes difunden una oficialidad semanasantera que no reconoce la integración en ella de un montón de ideologías y sentires. No es nuevo su interés por esto, pues fue premiado con el «Arturo Barea» por su estudio Los imaginarios franquistas y la religiosidad popular 1936-1949, Badajoz, Diputación de Badajoz, 2015. La lectura de ese artículo me ha explicado meridianamente la imagen del domingo al lado de mi casa, en las traseras de la iglesia de San Juan: César Rina con su hábito de la cofradía de los Ramos esperando a procesionar por las calles de Cáceres. Una imagen edificante que me reafirma en mi disposición de alisar mis prejuicios. El otro caso es de una afinidad que ha venido a ser un enamoramiento incondicional por Maria Josep Estanyol, que lleva cuarenta y tres años dando clases de fenicio en la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona. Sí, dando clases de fenicio. Tiene 67 años y a mí no me importa la diferencia de edad, que no es tanta. De verdad; ni la lengua muerta. Admirable. No sé.

martes, marzo 27, 2018

Día Mundial del Teatro


Hoy, Día Mundial del Teatro, me he acordado de esta foto del patio de butacas del Gran Teatro de Cáceres vacío. Estaba con Isidro Timón, que era su director. Él sabrá decirme si fue en 2010, hace ocho años, o antes. Y yo tenía un teléfono móvil muy malo para hacer fotografías; pero esa mañana no quise dejar pasar el momento sin llevarme la imagen. Me he acordado de esta foto cuando he leído en el comunicado por el Día Mundial del Teatro que ha escrito la periodista mexicana Sabina Berman lo de desnudar al teatro: «Quitémosle al teatro todo lo superfluo. Desnudémoslo. Porque mientras más sencillo el teatro, más apto para recordarnos lo único innegable: somos mientras somos en el tiempo, somos mientras somos carne y huesos y un corazón latiendo en nuestros pechos. Somos aquí y ahora solamente. Viva el teatro. El arte más antiguo. El arte más presente. El arte más asombroso. Viva el teatro». Sí.

lunes, marzo 26, 2018

Soldadito marinero, ocho sílabas

© Fotografía de Begoña Rivas. Jot Down.
En las primeras clases del segundo cuatrimestre suelo hablar de un poema que siempre me ha parecido interesante, desde que lo leí en la edición de Imagen, de Gerardo Diego, que publicó José Luis Bernal hace la tira de años (Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27, 1990). «Ría» es un romance vanguardista —lo que dice mucho de lo que fue la vanguardia española. Me empeño con mis alumnos en que aprecien la pauta formal de un poema, bien sea su disposición estrófica o el tipo de verso que hace que el texto suene. También en clases primeras de otra asignatura me paro a advertir... —qué sabré yo en lo que me paro, la verdad. Por asuntos como este y por gustarme lo que canta Adolfo Cabrales Mato, para más señas, «Fito», me puse a buscar si la letra de lo cantado tenía su correspondiente negro sobre blanco, o azul sobre sepia, que en la red todo vale. Es tanta la ignorancia sobre el molde rítmico de la letra de una canción que no he encontrado aún —sigo buscando entre miles de resultados en la red— una transcripción correcta de la de un romance como «Soldadito marinero», una sencilla relación de octosílabos con rima asonante (e-a) en los pares, que haga justicia a la disposición versal de la pieza. Es fuerte, como se dice ahora. Cuánto analfabeto en métrica, ay. «Él camina despacito que las prisas no son buenas. / En su brazo dobladita, con cuidado la chaqueta» es la manera que la inepcia tiene de transcribir los versos de un romance tan sencillo como el del Duque de Rivas: «Al pie del cadalso el reo / de la alta mula se apea: / fervoroso el padre Espina / con él sube y no le deja. / De pie ya sobre el tablado / tres personas se presentan / a las medrosas miradas / de la muchedumbre inmensa». Así que:

Él camina despacito 
que las prisas no son buenas. 
En su brazo dobladita, 
con cuidado la chaqueta. 
Luego pasa por la calle 
donde los chavales juegan, 
él también quiso ser niño
pero le pilló la guerra. 
Soldadito marinero
conociste a una sirena, 
de esas que dicen te quiero
si ven la cartera llena. 
Escogiste a la más guapa
y a la menos buena. 
Sin saber cómo ha venido
te ha cogido la tormenta. 
Él quería cruzar los mares
y olvidar a su sirena,
la verdad, no fue difícil
cuando conoció a Mariela, 
que tenía los ojos verdes
y un negocio entre las piernas, 
hay que ver qué puntería,
no te arrimas a una buena. 
Soldadito marinero
conociste a una sirena 
de esas que dicen te quiero
si ven la cartera llena. 
Escogiste a la más guapa
y a la menos buena, 
Sin saber cómo ha venido
te ha cogido la tormenta 
Después de un invierno malo,
una mala primavera;
dime por qué estás buscando
una lágrima en la arena. 
Después de un invierno malo,
una mala primavera;
dime por qué estás buscando
una lágrima en la arena. 
Después de un invierno malo,
una mala primavera;
dime por qué estás buscando
una lágrima en la arena. 
Después de un invierno malo.

miércoles, marzo 21, 2018

Día Mundial de la Poesía

SITIO

Generosa poesía! Nos acoges
con qué oído, qué atención interminable!
Nuestra pequeñez juega en tu pecho
y sólo allí somos importantes.

Cada paso, cada eco, cada pena,
cada sucedido que sólo retumba en nuestro pecho,
te encuentra presta, vacía, allí esperándonos,
oyéndonos allí (¿en dónde?), alta, oyéndonos.

Es como un paraje de aguas al que bajáramos rápidos,
allí el silencio, allí el sonido eterno de las aguas
cayendo entre las piedras, a alturas desiguales,
allí lo que no cesa, cuando ya hemos partido.

                                               —Fina García Marruz—

martes, marzo 20, 2018

Pezón


Tengo reciente el grato recuerdo de la lectura de nueve líneas —en total, cuarenta y tres palabras, una cifra (800) y un símbolo (€)— que fueron los nueve aforismos de Jonás Sánchez Pedrero que se publicaron en la novena y última entrega de la colección poética ideada por Antonio Gómez 3 x 3 (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2010-2017), que el pasado octubre presentamos en Mérida, cuando conocí en persona a Jonás, de cuya obra escribí aquí. Cuando leía Pezón, un libro que contiene cuatrocientos veinte aforismos, diez por página —mis referencias serán en romano al texto y en arábigo a la página—, pensé en encontrarme los nueve conocidos; pero no. No hay ninguno (solo «Somos el límite de un posesivo» —VII, 39— podría ser considerado reescritura de «En el límite nace el posesivo» que se publicó en 3 x 3). Me ha encantado sumergirme en la lectura de este libro leve y breve, denso y centro, como su título y signo («Como un dardo convertido en diana, como una punta que viaja, el pezón, ojo sin dueño, no es 'ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve'. Así, la turgencia que culmina un pecho se antoja paradigma de la aforística. Certero, evocador, más allá del tacto y la fonética, provoca, sugiere, vigila», se lee en la cuarta de cubierta), un pezón. La fotografía de cubierta de Leinad Rodiger es todo un aforismo, certero, suficiente y sugerente. Son estas algunas de las cualidades de los textos de Jonás Sánchez Pedrero; aunque en tan largo recorrido de más de cuatrocientos pespuntes haya más de una ocurrencia. Por ejemplo, «Tenía desprendimiento de rutina» (X, 37), que me preocupa. Llevo años dando vueltas a esta obsesión mía de hallar historias originales que suelo anotar, como la de un viejo pescador llamado Santiago que pugna por un pez que captura y que, al cabo, se comen los tiburones; o la de la tontería —con perdón de Jonás— de un «desprendimiento de rutina» que quería aprovechar para algo y que conté un día a unos amigos antes de haber leído nada de este Pezón. No sé si el texto más largo es uno de once palabras (IX, 45) y los más cortos los de dos: «Olvidar duele» (IX, 25) y «Compro dinero» (VIII, 32). Sé que me ha gustado, por ejemplo, «La vida ocurre cuando no mira nadie» (VII, 35), que no acabo de hacerme con el de «La novedad nace en 1867» —lamento mi escasa listeza— y que algunos son endecasílabos. Y sé que los textos de Jonás Sánchez Pedrero son como las poldras de las que uno puede servirse para ir de lo que ayer supo a lo que hoy sabe. Un poquito más. Y así, paso a paso. «El disparo y la caricia nacen del mismo dedo» (I, 6).

Jonás Sánchez Pedrero, Pezón. Ediciones del Ambroz, 2018.

sábado, marzo 17, 2018

Panorama matritense


Pasarán los años y seguirá viva esta manera de sentirse aislado y protegido en el puro centro de una ciudad ruidosa, muchas veces incomprensible —los mendigos de ahora son tan diversos que parecen un invento más de una gran cadena de productos— activa siempre, incluso cuando duerme. Es una manera de estar abrigado en una especie de templo civil y laico que le nutre a uno de un alimento que le sustenta semanas y meses hasta un nuevo viaje. «En la Nacional», he escrito aquí más de una vez. Acomodado en uno de los pupitres de la Sala Cervantes, uno se siente rodeado de genios que surgen de algún sitio —una mesa, un mostrador, una puerta que da acceso a los depósitos— y que logran que tus deseos —una simple petición hecha a lápiz en una ficha autocopiativa rosa— se cumplan cada vez que se los escribes. Con una veneración por el trabajo bien hecho correspondiente con la de una funcionaria que no ha dejado de sonreírme mientras me daba un tutorial sin queja alguna sobre cómo montar en el lector —hacía años que no usaba algo así, una máquina estupenda para dejarse los ojos— un microfilm con unas cartas que escribió Agustín Durán a Juan Eugenio Hartzenbusch. Qué cosas; por si alguno duda que esto no es estar aislado y protegido en medio del tráfago de ahí fuera. Vivido así, Madrid es lo que tiene. Puedes encontrarte, como en la plaza del pueblo, con un querido colega que en la Sala General hace lo mismo que tú con otros libros; o puedes quedar en el bar de la esquina con un antiguo amigo que te emociona ver y que se emociona al verte. Me citó Antonio Sáenz de Miera en el lugar más cercano a mi centro de trabajo de ayer, para que no perdiese mucho tiempo. Antonio ha sido muchas cosas, y ahora es un sabio tranquilo. Desde que no le veo, además de seguir escribiendo libros y de viajar —ayer lo recordamos—, ha sido el responsable de que, hace un par de años, a la estación del metro madrileño de Sol se le restituyese su nombre y se le quitase la astracanada de «Vodafone». Volví a la Nacional —el personal de seguridad me permitió salir y entrar sin necesidad de devolver lo que consultaba ni recuperar mi tarjeta, con mi ordenador en el pupitre— y seguí mañana y tarde leyendo papeles delicados del siglo diecinueve que pertenecieron a quien fue director, precisamente, de la Biblioteca Nacional de España. Su hijo, Eugenio Hartzenbusch, del «Cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios», escribió una Bibliografía de Hartzenbusch que pude consultar en otra sala; pero que, caprichos que uno tiene, pude comprarme en la Librería Bardón tras un apacible paseo de media hora por el Madrid más turístico cuando no llovía. Hoy paso del templo. Como me responden a veces en la farmacia de mi barrio, me dijeron en la Librería Jiménez (Calle Mayor, 66), que lo que quiero lo tienen que traer del almacén. He quedado en pasarme hoy sábado. Así me llevo a casa lo que quiero leer, las cartas entre Cecilia Böhl de Faber y Juan Eugenio Hartzenbusch, que publicó en 1944 otro rarito que pasó por la Nacional, un tal Theodor Heinermann. En fin, Madrid amable y sábado lluvioso. Y unas cañas en Malasaña.

jueves, marzo 08, 2018

8 de marzo


Aula 31. 12:05. 4º de Grado de Filología Hispánica. Nadie. Tengo en clase a diecisiete mujeres y dos hombres; y hoy no había nadie. No me importa. Al contrario. Estamos analizando Poeta en Nueva York y había pensado en no avanzar por si algunas alumnas hacían huelga, y dedicar la clase a hablar de mujeres en la historia de la cultura española. Habría estado bien, por no aparcar del todo a Lorca, comenzar recordando la fascinadora interpretación de Silvia Pérez Cruz del «Pequeño vals vienés», y luego citar a Concha Méndez y a María Teresa León, y a «Las sin sombrero», y mostrar un trozo del documental más imprescindible. Habría seguido avanzando en el tiempo y puesto sobre la mesa la eminencia de María Moliner y de su Diccionario; y, qué se yo, comentar un poema de Ángela Figuera y terminar hablando de algún texto narrativo de Carmen Martín Gaite. Me demostraría a mí mismo que las mujeres, en la historia literaria, no han parado nunca, y que hay donde fijarse sin perder nada de calidad ni de miras.

domingo, marzo 04, 2018

Bernal, académico


©Real Academia de Extremadura
De la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Trujillo, sábado lluvioso, alegría por el agua que viene del cielo, esa claridad que es un don, dijo Claudio Rodríguez. Un poeta, un poema. Un poeta, José Miguel Santiago Castelo, fue el primero de los evocados, sí, en la dedicatoria de este discurso. Un poema, «Breve tratado de la ignorancia», del libro de José Luis Bernal Tratado de ignorancia (Mérida, De la luna libros —Col. Luna de Poniente, Y— 2015), el comienzo del exordio de este nuevo académico que llenó de poesía y vida el salón de actos del Palacio de Lorenzana, sede de la academia extremeña, repleto de familiares, amigos, compañeros de José Luis Bernal, y, sin embargo, tibiamente arropado por ocho colegas —o por ahí— de una corporación de más de veinte miembros. «Literatura para vivir. El profesor y el poeta, cuerpo a cuerpo» es el título de este discurso tan bien dicho la mañana de un sábado lluvioso por quien tanto se ha dedicado al estudio de la literatura, a la creación literaria y a la gestión académica y cultural, que fueron las tres patas sobre las que montó su contestación Carmen Fernández-Daza Álvarez —me dan ganas de llamarla excelentísima señora—, que es, hablando en plata, amiga del recipiendario, y, por consiguiente, más que autorizada para saltarse, sin indumentaria ni retórica, el protocolo. No lo hizo, como yo siempre quiero. Viajé a Trujillo con las iniciales femeninas C., L., M. y G., todas mujeres, que son las menos en una institución como la Real Academia de Extremadura. Deseo que pronto cambien las cosas. En su exordio, y en el consabido elogio del antecesor, José Luis Bernal también fue pródigo, pues repartió su homenaje entre las figuras de Juan de Ávalos —que «tuvo, siendo republicano (un republicano cristiano y en ello no hay paradoja alguna), el carnet número 7 del PSOE» (pág. 15)— y de Félix Grande, elegido académico en 2009 y que murió en 2014 sin llegar a tomar posesión de su medalla. Juan Manuel Rozas como maestro, la familia, los amigos, la literatura y un montón de guiños intencionados a la tradición, a lo que han dicho otros, sobre cómo las obras literarias son «compañeras insustituibles para la vida (Jorge Urrutia), que llenaron el salón de nombres como Álvaro Valverde, otra vez Santiago Castelo, Antonio Machado, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Jorge Luis Borges... Si «Breve tratado de la ignorancia» fue el poema del comienzo, el nuevo académico concluyó con «Las palabras», otro poema del mismo libro, que resume en su título lo que fue la esencia del acto del sábado. Un profesor y poeta palabra a palabra, palabra sobre palabra. Cuando esas palabras se dicen como las dijo José Luis ocurre algo que a uno le gustaría definir con más sentimiento que razón. No sé. Lo único que ocurrió allí fue que estuvimos durante un tiempo que no se hizo largo, envueltos en palabras y palabras, como si estuviésemos sintiéndolas, reconociendo lo que son, respirando como ellas en el ambiente creado por alguien que las pronunció ese día. Ayer mismo.

sábado, marzo 03, 2018

Botín de Centrifugados


Plasencia, 25 de febrero. Se oyeron aplausos espontáneos que interrumpieron el discurso de Luis Landero cuando dijo que son las personas particulares las que propician cultura, y que los que gobiernan, los políticos, no hacen lo suficiente por ello, que incluso la entorpecen negándose a que encuentros editoriales «de literatura periférica» como el ya consolidado, cada vez más consolidado, Centrifugados, se celebren en su ciudad, en beneficio de todos. Reaccionó Landero a tiempo, delante del alcalde de Plasencia, para reconocer que en esa ciudad una iniciativa como la que propuso José María Cumbreño sí había sido bien recibida, como ha sido notorio desde hace cuatro años. Bien estuvo, hasta que Cumbreño comunicó que, por las razones que ya están difundidas en la red, lo dejaba; y que el próximo encuentro, de celebrarse, tendrá que ser lejos de aquí. Así las gasta —y se desgasta— quien tiene todo el derecho de apearse en marcha de una actividad que él mismo puso a funcionar y que, si hay voluntad, puede continuar su trayecto. En cualquier caso, fue un rato grato de un domingo grato, lleno de muchos saludos y reencuentros, y de unos cuantos libros. Alguno tuve que ir a buscarlo fuera, a la ejemplar librería La Puerta de Tannhäusser, los Cien centavos de César Martín Ortiz que Gonzalo Hidalgo Bayal —otro protagonista de esa mañana— va recomendando a todo el que se ponga a tiro. Otro me lo ofreció con su generosidad de siempre Elías Moro, un De nómadas y guerreros que yo recuerdo haber leído hace años y que ahora me llega tan fresco como recién escrito, tan intemporal que extraña en un autor y amigo tan rememorativo. Varios de los libros que me traje, así el de Esther Ramón, el de Javier Lostalé o el de Manuel Neila, se me quedaron mirando; y otros más me los ofreció mi antiguo alumno David Matías, que ya es doctor, editor y un encanto discreto, como tantos, artífice de las ediciones de La Moderna. En este sello, en papel y en formato electrónico, están apareciendo «contradiscursos» —me pregunto (?) si cabe emplear este término— de mucho interés, como el breve ensayo de Patricia de Souza Eva no tiene paraíso, en la imagen, junto a Los dilemas del profesor Heyman, el texto teatral del que diré algo luego. ¿Luego? Otro día.