«Un andar apacible y un rostro» (Olvido García Valdés)
Jueves, 7. Fase 0. Es patente la diferencia que hay entre el escenario de mis paseos ahora y un pasillo recorrido centenares de veces en ambos sentidos durante cincuenta días. Salgo a la calle desde el sábado cuando ya cae la tarde y durante casi una hora, siempre por el entorno monumental. El paralelo de las perspectivas de las imágenes creo que refuerza su excepcional disimilitud y no me desdigo de alejarme, como escribía el pasado domingo con Olga Tokarczuk, de la humillante línea recta que idiotiza. La rectilínea bajada del Adarve de la Estrella desemboca en el zigzagueo de los aledaños del Archivo Histórico hasta la Puerta de Coria, desde la que se puede circunvalar el centro noble y eclesiástico, prolongar el recorrido y hacerlo distinto a cada vuelta. A pesar de ello, no hay noche que no me cruce en diferentes sitios con la misma persona que también se deja llevar por un trazado que invita a la improvisación y a lo arbitrario. Los mismos rostros embozados de dos chicas en Puerta de Mérida y poco después en Tiendas; la misma mujer que pasaba esta mañana por mi calle acompañando a un anciano con gorrilla con un caminar cauto pero diestro; el mismo corredor que el martes cruzaba a buen ritmo toda la Plaza Mayor. Pero muy poca gente, por la hora y por el marco incomparable. Es lo más especial de una circunstancia tan especial; que hay muy poca gente y que se respira la tranquilidad de ese tramo final de un día intenso, como tantos desde hace tanto. Casi sin salir de casa.
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