viernes, agosto 30, 2013

Seamus Heaney


Hoy ha muerto el poeta Seamus Heaney (1939-2013). Lo he sabido mientras escuchaba El ojo crítico de RNE, casi al mismo tiempo que Javier Marías, sorprendido por la noticia mientras era entrevistado por el Premio Formentor de las Letras que le entregarán mañana. Un sitio en el que yo he aprendido mucho sobre el poeta irlandés Premio Nobel de Literatura en 1995 es el blog de Jordi Doce, que lo ha traducido, y que vivió en primera fila su visita en 2009 al Círculo de Bellas Artes de Madrid. A Jordi también le escuché en la radio —en La estación azul— al lado de Heaney cuando éste estuvo en Cosmopoética en Córdoba. Y también debo ciertos momentos Heaney a Antonio Rivero Taravillo. Tengo delante una edición bilingüe —traducción del profesor Dídac Pujol Morillo— de La linterna del espino / The Haw Lantern. Leo algunos poemas. Leo y recuerdo todo esto. En homenaje.

miércoles, agosto 28, 2013

Estaciones

Un poema de Carlos Medrano.

I have a dream


A Martin Luther King lo asesinaron el 4 de abril de 1968.

domingo, agosto 25, 2013

En mi calle

Dos de la madrugada. Regresan de una boda. El padre habla demasiado alto para las horas que son. Camisa blanca y chaqueta sobre el brazo, con la compostura de un mozo de espadas. Habla sobre lo que la niña que va a su lado que dice vamos a ver padre se tambalea replica para que la dejen estar un rato con los primos que están de copas. Detrás, la madre, con paso vacilante por los tacones. Los pies hinchados, seguro. Se alejan. Ay, ese padre de embriaguez lastimosa con la corbata como una soga.

viernes, agosto 23, 2013

Rinconete


No recuerdo desde cuándo conozco la revista Rinconete. Es una revista diaria, como un rinconcito —en homenaje también por su título al personaje cervantino— en el que se recogen artículos breves sobre asuntos de lengua, literatura, artes, patrimonio e historia y que comenzó a publicarse en abril de 1998 en las páginas del Centro Virtual Cervantes (CVC). Hasta la fecha ha publicado más de siete mil novecientos textos, que van desde los avisos de concursos o notas de la redacción hasta los artículos propiamente dichos, los más, que son los que hacen de este rincón un sitio ameno y algo provocador, como quieren sus promotores, que evocaron el prólogo que Cervantes puso a sus Novelas ejemplares (1613): «Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables, antes aprovechan que dañan. Sí, que no siempre se está en los templos; no siempre se ocupan los oratorios; no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse.» Es probable que una de mis primeras visitas la hiciese por leer alguno de los artículos de José Antonio Millán, creador del CVC; pero me convertí en lector frecuente desde que mi amigo Pedro Álvarez de Miranda se sumó en octubre de 2009 («Absolución») a un elenco de colaboradores entre los que hay nombres como Luciano García Lorenzo, Blas Matamoro, José Ramón Ripoll, Luis Alonso Girgado, un Pedro Montecuadrado, que firmó el primer texto («Gracián tenía razón») o Marta Herrero Gil, la autora del libro El paraíso de los escritores ebrios, que hoy mismo publica una primera entrega de «Literatura drogada en español». Pedro Álvarez de Miranda lleva publicados casi cuarenta rinconetes y a mí me parecen todos excelentes. Aprendo con ellos, disfruto de su prosa y admiro su rigor y su amenidad, además de esa escrupulosidad irresistible que él aprendió de sus maestros, los vividos y los leídos. Un ejemplo: «En un par de ocasiones refiere Unamuno que cuando alguien le señalaba que alguna palabra por él empleada no figuraba en el diccionario de la Academia su réplica era: «Ya la pondrán». Pertinentísima reacción, que implica una coda tácita («… y si no la ponen, a mí me trae sin cuidado») y echa por tierra la burda y extendida creencia de que lo que no está en el diccionario sencillamente ‘no existe’», que es de «Biruji (y sus múltiples variantes)», del 15 de marzo de este año, de recomendable lectura, como el último que ha publicado este mismo mes, «De estampida, de estampía (1)», que he leído hoy y que ha propiciado estas líneas.

miércoles, agosto 21, 2013

Pervivencia de Claudio Rodríguez


Si Vigencia de Claudio Rodríguez fue el título de las V Jornadas sobre el poeta organizadas a finales del año pasado por el Seminario Permanente Claudio Rodríguez de Zamora, Pervivencia de Claudio Rodríguez debería ser el lema que represente la labor que este Seminario, con el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo y la Biblioteca Pública de Zamora —Asunción Almuiña y Concha González—, viene desarrollando desde hace media docena de años con la publicación de la revista Aventura, cuyo número 4, que recibí hace unos días, recoge el contenido de aquellas jornadas. La palabra es lo principal en estas páginas; pero hay juego tipográfico y hay imágenes de los participantes en las sesiones, de la exposición sobre CR en la Biblioteca desde el 29 de noviembre de 2012 hasta el 31 de enero de 2013;  hay una cronología (1934-1999), y hay información bibliográfica y sobre el Centro de Documentación Claudio Rodríguez. En cuanto a la palabra principal creo que hay muchos motivos para considerar este volumen como una aportación importante al conocimiento del poeta zamorano; y no sólo, insisto, una demostración de su vigencia asegurada. Por el sentido texto de la conferencia de Ángel Rupérez, que nos habla, desde el conocimiento directo y la amistad de Claudio, de la aventura poética como un recorrido por su producción, por libros como Conjuros o Casi una leyenda, aparte la ebriedad mística de los primeros poemas. Por la palabra también de quien tan cerca estuvo del poeta, José Ignacio Primo Martínez. Entre ambas, un coloquio conducido por Tomás Sánchez Santiago y Fernando Yubero con los poetas Fermín Herrero, Ada Salas y Alberto Santamaría, para quien la única manera de mantener vivo a CR es consumirlo, desmenuzarlo; y una lectura poética de Olvido García Valdés introducida por Juan Manuel Rodríguez Tobal y Luis Ramos. Hay una colaboración especial de Jorge Riechmann, con las notas que tomó en una lectura de Claudio Rodríguez en Madrid cuando el autor de El día que dejé de leer El País tenía —es de mi quinta— veintidós años, y está el texto de la intervención del profesor americano W. Michael Mudrovic en la presentación de su libro sobre la poesía claudiana publicado por la Universidad de Valladolid —reencuentro en las fotografías al colega latinista Pedro Conde, responsable de sus Publicaciones— y el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo. Por último, aunque no en último lugar en el volumen, presentan interés diverso las comunicaciones presentadas a las Jornadas, siete en total, que ocupan casi sesenta páginas y que van desde una sugerente comparación entre las poéticas de Claudio Rodríguez y de Aníbal Núñez en el texto de Celia Corral Cañas, que recuerda aquel calambur del salmantino «¿Dónde la ebriedad?», hasta alguna propuesta didáctica sobre CR12 —por el año 2012— en la que —¿era de esperar?— se alude a la coincidencia de las iniciales con un famosísimo jugador de fútbol. Con lo que Claudio Rodríguez pasaría a ser el otro CR. Aquí no; en este espléndido volumen de Aventura, CR es Claudio Rodríguez. No hay otro.

viernes, agosto 16, 2013

Cristalizaciones (II)


Ya dije aquí que este libro de Basilio Sánchez, Cristalizaciones, merecía más espacio, y me alegro ahora de que el poeta peruano Maurizio Medo haya tenido a bien publicarme en Transtierros, la revista que dirige, estas páginas sobre los poemas de Basilio.

jueves, agosto 15, 2013

Covarrubias


© CMD
Escenas de verano. Lamento no poder localizar la viñeta, creo que de Forges, en la que un comensal se queja de la mala calidad de la comida y el camarero le responde como disculpa que no se había dado cuenta de que no eran forasteros. Desgraciadamente, cuando uno viaja son demasiadas las veces en las que se recibe mala atención sólo por no ser cliente habitual. Molesta. Y más cuando lo ves en tu propia ciudad. Aquí, en Cáceres, vimos ayer un trato displicente por un camarero en una terraza del centro hacia unos turistas. Lo peor fue que uno de estos dijo al levantarse: —Arrieritos somos. Imagino a ese cliente camarero en Antequera, pongamos por caso, y que cuando yo vaya por allí y se entere de que soy de aquí me cobre medio vino a cuatro euros para sacarse la espina de su mala experiencia de ayer al lado de casa. Experiencias del verano como la del otro día en Covarrubias en la visita al torreón de Fernán González, el de doña Urraca, según la leyenda. «Ovo nonbre Fernando  esse conde primero, / nunca fue en el mundo  otro tal cavallero;» Allí, a C. se le ocurrió recordar un hecho contrastado muchas veces, y, una vez más, allí mismo: los primeros que se sientan en una visita turística, incluso cuando hay mayoría de personas mayores, son los niños, que no aguantan. No falla. 

martes, agosto 13, 2013

Silos

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domingo, agosto 11, 2013

Carmona. Cantabria

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lunes, agosto 05, 2013

Un diccionario de la poesía


¿Dónde puedo encontrar un sumario de todos los números de la revista Peña Labra? Necesito una ficha exhaustiva de la obra poética de Álvaro Pombo. He leído que colaboró en una antología titulada Desde la bahía, de 2006; ¿puedo saber junto a qué poetas? En este volumen que publicó muy a finales del pasado año la Fundación Gerardo Diego tengo la herramienta que me permite averiguar esto y mucho más sobre todo lo referido a los poetas y la poesía en Cantabria en cuarenta años desde 1970 a 2010. Su consulta es una experiencia grata de muchos hallazgos y de conocimiento de las piezas necesarias para construir un pedazo importante de la poesía española contemporánea. Casi al primer hojeo he dado con un dato para mí curioso y excelente para demostrar que a este diccionario bibliográfico no se le escapa nada: mi casi paisano cordobés José Manuel Martín Portales afincado en Atalaya, muy cerca de Zafra, en donde, en el restaurante el «Dropo» leyó el pasado mayo sus poemas inéditos de Memoria de la luz, figura como ganador en dos ocasiones (2008 y 2010) del premio nacional de las Justas Literarias de Reinosa. Lo encuentra uno fácilmente en el índice onomástico, que —es obvio— no sólo es un índice de los 171 autores que conforman el primer cuerpo de la obra, sino que incluye a todos aquellos que han tenido relación con premios, revistas, colecciones de la poesía en Cantabria en esos años, y que, además, es un índice de ilustradores, fotógrafos y diseñadores que tuvieron algo que ver en los libros referenciados. Libros y revistas cuyas cubiertas se ofrecen en una muestra de ilustraciones al final del volumen. Los artífices de todo esto: Andrea Puente y Luis Alberto Salcines; la bibliotecaria de la Fundación y el escritor cántabro y editor de las más importantes antologías de la poesía en Cantabria en los últimos treinta años. Son responsables ocultos en una página de créditos en donde figuran debajo de una «Elaboración» que debería llevar sus nombres a la primera de cubierta y a la portada de esta obra que tiene sobreañadidos dos caracteres que la hacen excepcional: su estricta voluntad de rigor y una razonada laxitud de criterios —hay autores que ya estaban antes de 1970; hay autores que habían muerto antes de 1970; hay estudiosos...— que amplía sus prestaciones y supera el ámbito regional para convertirse en un instrumento de información sobre la poesía española contemporánea. No en vano la Fundación Gerardo Diego es Centro de Documentación de la Poesía Española del Siglo XX. He aludido a «I. Autores» como primer cuerpo del Diccionario; el resto, cuatro más: «II. Antologías y libros colectivos», «III. Colecciones», «IV. Revistas», y «V. Premios». Con razón Álvaro Valverde dijo sentir sana envidia de este diccionario bibliográfico, pues en Extremadura no hay nada parecido. Y eso que su poesía lo merece, decía. Bueno, al menos, si un día se proyecta algo así, ya tenemos el modelo.

Andrea Puente y Luis Alberto Salcines, Diccionario bibliográfico de la poesía en Cantabria (1970-2010), Santander, Fundación Gerardo Diego. Centro de Documentación de la Poesía Española del Siglo XX (Colección Bodega y Azotea, 4), 2012, 378 páginas.

Penal de Ocaña


La filóloga María Josefa Canellada (1912-1995), esposa que fue de Alonso Zamora Vicente, presentó una novela al Premio Café Gijón en la edición de 1954 que ganó Carmen Martín Gaite con El balneario (1955). El 54 fue el año de Los bravos, de Fernández Santos, de El fulgor y la sangre, de Ignacio Aldecoa, de Juegos de manos, de Juan Goytisolo, títulos y autores bien significativos en su tiempo. La novela de Mª Josefa Canellada, Penal de Ocaña, por motivos de censura, no fue publicada hasta diez años después, y con ciertos retoques (Madrid, Editorial Bullón, 1964), y no conoció una edición completa hasta la definitiva que prologó su marido Zamora Vicente (Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 1985). Se trataba de una novela sobre la guerra civil española durante el período inicial de la misma y protagonizada por una estudiante de Filología que se hizo enfermera voluntaria. Novela con elementos autobiográficos de Canellada, obviamente, o «su propio diario», como se lee en el texto de promoción, quizá redactado por su nieta, Ana Zamora, de un nuevo espectáculo de la compañía que ella dirige, «Nao D'Amores». El magnífico equipo artístico radicado en Segovia y especializado en el teatro medieval y renacentista ha abierto una «perspectiva escénica alternativa» para navegar hacia el presente con el montaje de una adaptación teatral de la novela de Canellada Penal de Ocaña. Será en la Cárcel Vieja de Segovia (Avenida de Juan Carlos I, s/n), los días 9, 10 y 11 de agosto a las 22:00.

viernes, agosto 02, 2013

Señales horarias


Salvo error o desfallecimiento, suelo saber la hora en que vivo; y me gusta. Uno está rodeado de señales analógicas y digitales que indican con precisión el tiempo en que uno está. Señales horarias en la radio, seguidas de la voz de un locutor que dice la hora y una antes, nunca menos, en Canarias; la presencia permanente en este ordenador del tiempo que pasa; el reloj de pulsera que sigo mirando en un gesto mecánico cuando en la calle me paro y vuelvo sobre mis pasos, como si fuese una brújula; los dígitos verdiexactos de un aparato que tengo bajo el televisor. El reloj de la cocina. La sintonía de un programa que empieza a hora fija. La misma voz de siempre. Incluso el ruido a primera hora de la mañana —y nada enojoso ya— del escobón y el carro del barrendero en el silencio de esta calle. Pero nada tan íntimamente gozoso como la señal del tiempo que llega por el tañer mecánico de una campana cuyo sonido, acordado con todos los signos modernos —la alarma del móvil, por ejemplo—, sale de las piedras viejas de la iglesia más cercana. El sonido de una campana que supera su significado horario y que algunos días comunica con júbilo unas bodas y otros con un tantán de muertos. Hay otro principio de novela —La Regenta la primera— en el que hay un personaje debajo de una campana. —Deja tu mano encima y te latirá en los dedos, le dice el párroco a Pablo en El obispo leproso de Gabriel Miró. «Parece que le circule la sangre de las horas y de los toques de muchos siglos. ¿Verdad que tiene también su piel con sus callos y todo?» Y es verdad; aunque en estos tiempos ruidosos sea difícil encontrar rincones en los que a uno le llegue limpio el sonido de una campana, que no nos atrevemos a remover «porque la tarde duerme dentro y se levantaría toda preguntándonos», como dijo don Magín en ese mismo sitio de esa novela de Miró.

jueves, agosto 01, 2013

Cierre

Como el año próximo pasado.