viernes, julio 31, 2020

Viricida

© Paco Elvira

Hay un bar cerca de casa que tiene una alfombra viricida a la entrada. La información no es relevante; pero me apetecía colar el término en un texto, aunque no venga a cuento. Lo leí ayer en la crónica de Jesús Ruiz Mantilla en El País sobre el bis de la soprano Lisette Oropesa en La Traviata en el Teatro Real, entre las medidas preventivas que se han tomado para que los artistas, el público y los trabajadores estén protegidos. Quise publicar la entrada ayer mismo; pero no sé qué rara sinrazón lo impidió, pues a partir de la palabra viricida, así, en cursiva, el texto todo desaparecía y no logré editarlo tras muchos intentos. Ayer también jugué al tenis con C., por la mañana, más temprano de lo habitual —hacía, y hace, mucho calor—, y, por cierto, hay una alfombra viricida en el acceso al pabellón universitario que ahora tenemos que cruzar para llegar a las pistas. Así que sí viene tanto a cuento como la noticia en el periódico de que «La juez argentina Servini cita en septiembre al exministro del Interior Martín Villa», que firmó ayer Enric González desde Buenos Aires. Me acordé de que en la Semana Santa de hace cinco años, cenamos C. y yo en «El Rincón de Antonio», en Zamora, y vimos pasar a otro salón interior a Rodolfo Martín Villa y a quien supusimos que era su señora. Los dos pensamos en lo mismo: en lo mayor que estaba. Natural para quienes teníamos la imagen de un político franquista con lamentable notoriedad en los años de la transición democrática. Yo recuerdo clavar la imitación de la caricatura que Forges solía publicar de él en muchas de sus viñetas en Cambio 16. A Martín Villa le vienen acusando de una docena de delitos de homicidio agravado, cuando él era Ministro del Interior. Yo pensé en este señor mayor de 85 años que decía Enric González que dijo estar dispuesto a declarar y que ya había comprado un billete para viajar a Argentina. También pensé en todos aquellos que fueron víctimas de las decisiones tomadas y las órdenes dadas por quien tuvo tanto poder represivo. Ayer, lo que se me ocurrió fue pensar en que el siempre listo Enric González, después de explicar bien todo un proceso de diez años en torno al presunto delincuente, con todo el gasto de recursos humanos y económicos, remató su crónica en el penúltimo párrafo con el descojone viricida: la juez María Romilda Servini tiene 83 años. Quién los pillara.

jueves, julio 30, 2020

Último jueves de julio

No puedo publicar mis entradas en el blog. Solo me deja publicar las primeras palabras de la primera línea. No sé qué ocurre, la verdad. Hago esta prueba por si acaso alguien puede decirme qué puede ocurrir. He probado a quitar las cursivas y me deja publicar. Pero si pongo cursivas, el texto desaparece de la entrada del blog.

No sé.

miércoles, julio 29, 2020

Salud, Gonzalo (0.2)

Ayer subí a Plasencia. (¡Cuán gritaban esos malditos —anoche, al final del día— en la terraza de San Juan! Nadie debería hablar a gritos ni carcajearse en la cara del otro, y menos en este tiempo de precaución y rebrotes. Ni a esas horas). Al salir con el coche desde el garaje, la primera matrícula en la que me fijé —de las innúmeras que a lo largo del día ocupan mi atención— llevaba las letras HGB. Aunque no en el orden de su coincidencia exacta, su relación con las iniciales de Gonzalo Hidalgo Bayal, con quien me había citado en su casa, me pareció un buen augurio. El que anunció un día espléndido, a pesar del calor —siempre soportable cuando uno tiene otras cosas en las que pensar—, que me devolvió a Cáceres con la grata experiencia de un encuentro de varias horas de conversación con el autor de Conversación (2011), el volumen con cinco historias que encabeza una cita del Tesoro de Covarrubias, de sus definiciones de conversar, entre las que está «Conversación, la comunicación y plática entre amigos». Creo que así fue, aunque yo solo preguntaba y Gonzalo hablaba y hablaba, indeciso en alguna fecha e inquieto por no confirmar un dato o referencia que, luego, gracias a algún libro de su biblioteca, compartió conmigo, sentado frente a él y con las manos en el teclado de mi portátil, a debida distancia y con mascarilla antes de comer, y sin mascarilla después de comer. (Inseguridades de la precaución y los rebrotes. En realidad, habíamos comido María José, él y yo en una mesa de Casa Juan sin mascarillas, y luego, vueltos a casa, yo seguí alimentándome sin mascarilla de lo que decía GHB). Después de anotar un montón de datos que no conocía de la vida de Gonzalo —y nos conocemos desde hace mucho—, cada vez me preocupa menos saber si en sus novelas hay un hecho biográfico o no lo hay; pues lo que vale es la pura ficción y el afán narrativo, que yo ahora intento remedar. La verdad es que lo que más me interesa como lector es cómo envaina o blanquea un novelista la experiencia vivida en el hueco o en el líquido, según sea, de su escritura libérrima y suprema. (¡Cómo siguieron gritando esos malditos anoche cuando todavía no había terminado de escribir esta entrada. Parecía mentira. Lo nunca visto. Como una verbena. Y ayer fue martes, día de diario, como hoy). Tantas horas con Gonzalo es tan octosílabo como los de una de esas brillantes espinelas que se sabe de memoria y que compartió conmigo. Tengo que escribir sobre esto. También me salen ocho sílabas métricas.

viernes, julio 24, 2020

Sobre Sentido y melancolía

El pasado martes 14 de este mes de julio tan extraño tuve la satisfacción de volver a estar con Luciano Feria (Zafra, 1957) y muchos amigos y paisanos en la presentación por videoconferencia de Sentido y melancolía (Santiago de Chile, Valparaíso, Barcelona, RIL editores, 2020), que reúne sus tres libros de poemas (El instante en la orilla, Fábula del terco y De la otra ribera), que él, en más de treinta años, ha concebido como el primer ciclo de su trayectoria literaria, continuada en otro, de corte narrativo (La ciudad y la siembra), inaugurado con la publicación de su novela —extraordinaria— El lugar de la cita (RIL editores, 2019), y que se proyecta en dos entregas más, Colonizaron nuestras almas y Capítulos de espera. Qué bien pensado todo cuando alguien sabe pensar y trasmitir en escritura su pensamiento. Así viene siendo Luciano Feria desde siempre, y algún día, cuando cualquiera, con más criterio y con más voz que yo, se tope con su obra, se preguntará por qué no fue más difundida la de este autor que ha releído en este volumen toda su obra poética. Por eso, el pórtico justificativo de esta edición lo titula Luciano «Relectura», y es toda una declaración de lo que ha sido su intención a lo largo de tantos años de afán por «incorporar a la vida cotidiana la paz y la plenitud de la revelación estética» (pág. 13). Es un texto clarividente, como su poesía toda, que se acoge a la mejor tradición poética española, desde San Juan de la Cruz a José Ángel Valente, y a las teorías de autores que tanto ha evocado, como el maestro del psicoanálisis C. G. Jung. Si su escritura es la clarividencia y la penetración, su actitud ante ella es diáfana como su personalidad, como su manera de estar en el mundo, cuya conquista no concibe separada de la palabra poética. Otros, sin embargo, quieren llegar a la cumbre de una vida que acaba en la nada con la acumulación de todo lo posible en bienes materiales. Por eso, a mí me parecen la escritura y la actitud vital de Luciano Feria lecciones reconfortantes. Quise decirlo el otro día: que aunque parezca que flaco favor le hacemos los paisanos y amigos con ensalzar su literatura —pues hay gente que desconfía de una buena crítica unida al afecto—, ya llegará alguien forastero y ajeno para decir lo mismo. La relectura propuesta por Luciano Feria en su Sentido y melancolía tiene, además, el aliciente de que el autor ha revisado en profundidad su primer libro, El instante en la orilla. La colación entre lo que ahora se publica y lo que se editó en la colección «Alcazaba» de poesía del Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz en 1989, permite a esta «persona curiosa» (pág. 12) comprobar cómo el verso de antaño se acomoda a la disposición versicular de los libros posteriores, como otra manera de confirmar la unidad de tono y pensamiento que es toda la obra poética de Luciano. El lector común no se parará en esto; simplemente, disfrutará. Pero es que hay lugares de este libro que están llenos de relectura y de reescritura, como cuando Luciano añade el complemento «de la melancolía» a «la memoria» en un poema lleno de variantes ahora que a mí se me antojan justificadas por una voluntad de explicar y explicarse, después de tantos años. Filólogo como uno, y formado casi en las mismas aulas y con los mismos maestros, Luciano Feria sabe que es un lujo tener a un escritor tan cerca —basta con hacerse con su libro— que tiene tan limpia conciencia de obra constante y abierta, en el mejor de los sentidos de otro de sus grandes referentes: Juan Ramón Jiménez. «Ahora mi palabra está encarnando ciertamente su ofrecida verdad: escribo / como aventura, / tengo que creer en la providencia, / soy espera, / soy ignorancia, / soy sobre todo sorpresa: sorpresa / de estar diciendo esto, / de haber llegado a esto, / y no saber —grieta vieja y desierta— si he logrado con la palabra / verdaderamente / estar en disposición.» Escribe Luciano Feria. Un placer.

martes, julio 21, 2020

En el quiosco con Marsé


© José Miguel Marco

A pesar de los varios miles de páginas de Juan Marsé que hay en casa —todas sus novelas, sus cuentos en varias ediciones principales, alguna recopilación de artículos (Tusquets sacó en 1988 en sus «Cuadernos ínfimos» la reunión de retratos para El País de Señoras y señores, y Lumen publicó en 2004 las crónicas del siglo XX de La gran desilusión)…—; y de los centenares de papeles sobre el maestro —artículos fotocopiados, volúmenes de estudios sobre el escritor, abultadas carpetas con recortes —desde aquel capítulo apócrifo de Sin noticas de Gurb, de Eduardo Mendoza, que publicó El País en abril de 1991, hasta el especial que El Cultural le dedicó por Caligrafía de los sueños en febrero de 2011…— que, sin clasificar, tengo debidamente localizados. A pesar de eso, ayer por la mañana, al bajar al quiosco compré varios periódicos para recortar y guardar parte de lo mucho que había salido en la prensa sobre el autor de Si te dicen que caí (1973). Y a pesar de que en estas circunstancias lo mucho que se publica son datos conocidos, lugares comunes y necrologías en las que casi hay más presencia del que firma que del finado. Mi periódico abría en portada con una fotografía de Marsé que le hizo Consuelo Bautista hace quince años y que yo recorté para posarla en su momento en uno de los estantes en los que están sus libros en mi casa. Escribieron Juan Cruz y Enrique Vila-Matas; Carles Geli hizo la crónica con los datos y Elsa Fernández-Santos reseñó la inevitable —y mejorable— materialización al cine de las novelas del cinéfilo Marsé. Había un artículo de Andreu Jaume («La última lección») que estaba muy bien y anunciaba la próxima publicación del libro inédito Viaje al sur, y un texto muy cercano de Javier Rodríguez Marcos que evocaba el descubrimiento de la lectura gracias a Juan Marsé en una esquinada comarca de Extremadura. Yo viví cómo ese lector, y su hermano Julián, seguirían sintiendo, años después, las huellas de aquella lectura de, por ejemplo, Últimas tardes con Teresa. «Papel», la revista diaria de El Mundo, abrió con una fotografía en blanco y negro de José Aymá del rostro curtido del escritor, y recogía varias semblanzas y opiniones, con poco cuidado formal —por errores de maquetación y por erratas— entre las que ya salía el nacionalismo catalán. Esto ya fue insistente en el ABC, que abrió la crónica de Sergi Doria, que destacaba que es un autor catalán en castellano «que abominaba de los nacionalismos», y que le dedicó su Tercera firmada por Fernando García de Cortázar, bien firme en su texto centrado sobre el espacio y, sobre todo, sobre la memoria. En este mismo periódico, eso sí, en el «Enfoque», con fotografía de Marsé cuando presentó Las muchachas de las bragas de oro (1978), Arturo Pérez Reverte tituló (?) su texto «Un autor ninguneado por el nacionalismo», que remató con su deseo de que «quede constancia del miserable ninguneo y la marginación a los que ha sido sometido por los políticos nacionalistas catalanes». No sé si porque no es su medio; pero Pérez Reverte no ha publicado aún su artículo prometido «A buenas horas, hijos de la gran puta», tan suyo. Todo se andará en el XL Semanal. Lo cierto es que la lectura de quiosco de ayer lunes, hecha con mi admiración, no me ha deparado mucha literatura. Lógico. Algo más el artículo de Fernando Valls en Infolibre, cuyo enlace me ha llegado hoy, y en el que no solo recoge la próxima publicación de Viaje al sur, sino la de un título como Notas para unas memorias que nunca escribiré, «del que no teníamos noticia», dice en su artículo Fernando Valls, que no desaprovecha la ocasión para volver a aludir al carácter sincero, insobornable y valiente de quien «se enfrentó a los malos directores de cine, a los mecanismos de los premios fraudulentos, a los políticos de la derecha rancia española y a los insolidarios, intolerantes y racistas que han gobernado Cataluña en las últimas décadas, de Pujol a Torra, pasando por el fugado Puigdemont, tres mamarrachos, por repetir el calificativo que les daba Marsé». Hoy también he leído una carta al director de El País firmada por Daniel García Delicado, de Albacete, que vuelve sobre lo mismo, que sufrió «el totalitarismo de la tierra que lo vio nacer» y que remata con otro lugar común que no por común deja de encerrar una verdad grande, que «el mejor homenaje que se le puede hacer a Juan Marsé es leerlo como lo que ha sido, un clásico moderno de la literatura en castellano». Luego, Carles Geli vuelve a escribir sobre el maestro una página —y pico de columna— con imágenes de la Barcelona de su contador de historias en la que recorre la «Geografía de Sarnita y Pijoaparte», en la que, ahora sí, uno encuentra más literatura, mucha más literatura. Y el gesto humano de Berta Marsé, la hija, que ha escrito una carta de agradecimiento «a todo el equipo médico de la Fundación Puigvert y del Hospital Sant Pau de Barcelona, especialmente al equipo de urgencias», por las atenciones que han tenido con su padre, que tanto confiaba —dice— en los médicos y en las enfermeras, a quienes gustaba escuchar. Y cierra: «Más de una vez me dijo que todos aquellos que trabajan en contacto íntimo con la vida y con la muerte tienen algo que decir. En estos tiempos difíciles para todos, tal vez sea un consejo a tener en cuenta. Escuchémosles». Nada más. Por ahora.

domingo, julio 19, 2020

Muere Marsé

© Crónica Global

A principios de este mes pregunté a Fernando Valls por Juan Marsé. Quería volver a hablar al maestro del manuscrito —o de alguna versión previa a su impresión— de El embrujo de Shanghai (1993), aquella extraordinaria novela, para un trabajo que me gustaría terminar algún día. Me escribió Fernando que Marsé tenía problemas graves de salud, y que no se atrevía a visitarlo, ni siquiera a llamarlo por teléfono, que antes se lo encontraba en la calle, pues vivían cerca; pero que hacía tiempo que no lo veía. Hoy por la mañana, una compañera me ha comunicado la noticia de su muerte, y luego han ido llegando otros mensajes de condolencia, como si yo fuese un allegado. Lo cierto es que lo he sentido mucho, sí. Es un día triste. Si murió ayer, 18 de julio, me alegro de tener otro recuerdo encomiable que vaya tapando una fecha infausta. Se va uno de los grandes, uno de esos viejos grandes de la literatura más moderna y honesta. Yo no era amigo de Marsé, era un lector y seguiré siéndolo. Así, más o menos, se expresó Arturo Pérez Reverte en un simposio dedicado al maestro en Barcelona en noviembre de 2003, del que se publicó un libro que recogí aquí, y en el que Pérez Reverte dijo: «Yo me he comprometido ante Marsé a que, si él palma antes que yo, a escribir un artículo que se titule A buenas horas, hijos de la gran puta.» (pág. 86). La ha palmado antes que él y seguro que lo cumple; o que lo ha cumplido ya. «A buenas horas, hijos de la gran puta». Qué cosas, ay. Al entierro de Juan Marsé tienen confirmada la asistencia los pálidos espectros que fueron sus interlocutores por los rincones de Gracia, La Salud y el Guinardó, y algunos de los que acudieron al del capitán Blay. Por supuesto, Dani, el cronista de un tiempo pasado; pero también Forcat, y los hermanos Chacón, el Pijoaparte, que se dejará ver sin haber sido convocado, la señora Victoria Mir —hoy es domingo y del mes de julio—, que ha sentido un extraño reclamo para levantarse desde unos raíles inservibles y ha dejado de quitarse la vida para acudir a acompañar en su muerte a un escritor que conoce del barrio. Desde lejos, lo observará todo el inspector Galván, obsesionado aún con David Bartra, y también acudirá al entierro algún que otro lector que no sea un hijo de la gran puta por acordarse del maestro a estas horas en las que él debe de estar ya aferrado a su escritura, al testimonio más elocuente de su vida.

viernes, julio 17, 2020

Otra realidad

© Gabriel Bouys/AFP

Hoy me he topado con esta fotografía en el periódico, y me ha parecido de otro tiempo, no de ahora. Creo que son ya una docena de Comunidades Autónomas las que han decretado obligatorio el uso de mascarillas en todos los espacios públicos, aunque se pueda mantener la distancia interpersonal. En Cataluña, el Govern ha anunciado nuevas medidas y está pidiendo a la ciudadanía que no salga a la calle más que para lo imprescindible; y, además, impedirá reuniones de más de diez personas, incluso en los domicilios particulares. Es el resultado de la nueva movilidad que no afecta a todos por igual. Mientras los músicos y los actores siguen padeciendo un parón irreparable y un montón de gente sigue teletrabajando, como los profesores, cuando los bares y discotecas han abierto antes que los centros educativos…; pues parece ser que ya hay otros que ya tienen su copa en casa. En mayo, leíamos en El Confidencial que el fútbol en España «vive al margen de las fases de desescalada en cada provincia y se rige por un protocolo único para todos los equipos de cualquier Comunidad. Desde este lunes [18 de mayo], todos los equipos pueden entrenarse de forma grupal, con un máximo de diez jugadores, sin tener en cuenta los datos sanitarios». La foto me ha inquietado. Quizá la gente normal siente lo mismo. Y luego dicen que quienes reponen, quienes transportan, quienes barren las calles, quienes curan a la gente… son imprescindibles. Lo importante ya se ve en la foto, que, por cierto, tiene poca diferencia con la de abajo, la de aquel partido con el Málaga, cuando el Madrid ganó la Liga en 2017. Salvo el público. Público y cámaras delante de los que los futbolistas nunca han dejado de escupir decenas de veces cada diez minutos sobre el césped. ¿Seguirán haciendo lo mismo?


martes, julio 14, 2020

Sentido y melancolía

Cómo me gustaría escribir que hoy por la tarde (19:00) vamos a estar en Zafra; qué se yo, en la capilla del Parador de Turismo, en la Biblioteca Pública o en un bar, para presentar este libro de Luciano Feria (Zafra, 1957). Sentido y melancolía (Santiago de Chile, Valparaíso, Barcelona, RIL editores, 2020) recoge la poesía escrita por Luciano a lo largo de veinticuatro años, desde 1978 a 2002, materializada en una bibliografía de tres libros aparecidos entre 1989 y 2004: El instante en la orilla, Fábula del terco y De la otra ribera. Vamos a compartir un espacio virtual —aquí— de poesía, música y palabra que esperamos levantar hasta hacerlas tan reales como si estuviésemos todos juntos de verdad compartiendo poesía, música y palabra. Me place mucho volver a participar en un acto junto a Luciano Feria; y le agradezco que haya vuelto a invitarme, pues ya me recordó que hace más de treinta años presentamos en Zafra, sin pantallas, aquel su primer libro El instante en la orilla, aquel principio de todo que encabezó una cita de José Ángel Valente («Caer fue sólo / la ascensión a lo hondo») y que se cerró con otra de Francisco Brines («Y yo lo aprendí de ellos, y ellos no lo sabían»). Lecturas de poeta.

domingo, julio 12, 2020

La cultura

Hace años compré este libro de Dietrich Schwanitz, La cultura. Todo lo que hay que saber (Madrid, Taurus, 2002), publicado en España —en traducción hecha por Vicente Gómez Ibáñez— a rebufo del éxito que tuvo en Alemania, en donde vendió más de medio millón de ejemplares en un año (1ª ed., 1999). Se lee con gusto este extenso relato de la historia cultural de Europa, como un repaso de esos conocimientos que están recogidos en las grandes obras y enciclopedias, con mucha información, pero sin rebaba erudita. Más bien al contrario. La única nota a pie de página que hay en un libro de más de quinientas cincuenta es precisamente la que aborda el sentido y la finalidad de la nota al pie como rasgo distintivo de las ciencias del texto. Pero no quiero hacer una reseña de un volumen que tiene ya dieciocho años. Me he acordado de él por la banda sonora original y doméstica de la tarde de este domingo caluroso de julio. Fui a buscar un disco recopilatorio de Billie Holiday, a quien esta tarde Videodrome (Radio 3) ha dedicado la segunda entrega sobre las memorias —tremendas— de la cantante. A lo mejor es que no me habían bastado «East of the Sun West on the Moon», «You’d Be Easy to Love», «These Foolish Things», «You Go to My Head», «Lover Come Back To me», entre otras canciones que han sonado en este extraordinario programa en el que Marta Iraeta le ha puesto voz al relato de la vida extrema de Lady Day. Fue al buscar el disco de la de Filadelfia cuando reencontré el compacto que venía en el libro de Schwanitz, con el título La cultura. Todo lo que hay que escuchar. La verdad es que el autor alemán es dado a las listas, pues cierra su obra con un capítulo de «Libros que han cambiado el mundo», que empieza por De Civitate Dei de San Agustín y acaba en Mi lucha de Hitler: «Ilegible mezcolanza de antisemitismo, racismo, militarismo, fanatismo nacionalista, teoría del espacio vital, interpretación histórica y programa político que, dada su estupidez, nadie tomó en serio. Mi lucha ha sido el único libro cuya repercusión se debió precisamente al hecho de haber pasado inadvertido» (pág. 520), dice el comentario del ítem. Bueno, a lo mío. Que todavía sigo escuchando continuadamente el disco que encontré esta tarde con diecisiete piezas «que hay que escuchar» que ocupan una hora y cuarto aproximadamente. Así, de hora y cuarto en hora y cuarto, he ido sobrellevando el trabajo del domingo: la Misa del Papa Marcelo, de Giovanni da Palestrina; el segundo acto del Orfeo de Monteverdi; el primer Concierto de Brandenburgo, de J.S. Bach; el Himno del Emperador, de Haydn, que es el himno de la Alemania de Dietrich Schwanitz; la parte «Lacrimosa» del Réquiem de Mozart; la sonata Claro de luna de Beethoven; el cuarteto de cuerda La muerte y la doncella de Schubert; el Réquiem alemán de Johannes Brahms; la Sinfonía fantástica de Berlioz; las Escenas de niños de Schumann; la Marcha nupcial de Mendelssohn; La mañana de E. Grieg; El Cascanueces de Tschaikowsky; El anillo de los Nibelungos de R. Wagner; La Mer de Claude Debussy; la primera de las Gymnopédies de Erik Satie; y la Rapsody in Blue de George Gershwin.

sábado, julio 11, 2020

Diario de ayer

© Yolanda Pérez Lorenzo

El mediodía de ayer fue especial. Como la foto de Yolanda Pérez Lorenzo, del Gabinete de Comunicación de la UEX, que cubrió el acto de presentación de Conclausa (Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2020), el libro coordinado por Victoria Alzina Lozano y Carlos Iglesias Crespo. Especial, sí. Creo que es una foto especial. Y, probablemente, lo menos especial —aunque sí lo más llamativo— sea que todos llevemos mascarilla. Arriba, de izquierda a derecha, estamos Dionisio López, Carmen Galán, Malén Álvarez, Paco García Fitz y Jorge Fernández Avilés. Abajo están Rui Díaz Correia, Antonio Rivero Machina, Emilia Oliva, Juan Ricardo Montaña, Carlos Iglesias Crespo, Victoria Alzina Lozano, Matilde Granado, Julián Canelo, Guadalupe Nieto Caballero y Tete Alejandre. Una buena representación de quienes tuvieron la generosidad de participar en este proyecto ideado por dos de mis alumnos de 4º del Grado de Filología Hispánica, y que ha ocupado algunas horas de un período de estrecha relación con quienes solo podía ver en la pantalla del ordenador. El diacrítico de estrecha debería ser innecesario en un contexto tan extraordinario como el que hemos vivido, y un producto de lo más cercano de lo que yo he vivido —sí, con dos de mis alumnos— ha sido lo que ya es una realidad y fue solo una posibilidad aquel sábado de abril que publiqué la trigésima entrega de mi diario de «estos días», cuando yo me refería así a la recién pasada rareza de un confinamiento nunca vivido. Mi entrada en el Palacio de la Generala auguró lo mejor. En el control de acceso, en el que había que escribir nombre y apellidos, número del D.N.I. y teléfono móvil, conocí a la madrina de Carlos Iglesias. Le dije que yo era de Zafra y ella me dijo que de Ahillones, por el que, precisamente, pasé dos veces hace meses para ir a Córdoba. Ya en el salón, la primera persona a la que saludé fue al extraordinario y siempre elegante y hombre tranquilo Juan Ricardo Montaña —qué placer—, uno de los colaboradores del libro, con un poema discursivo titulado «Versos de confinamiento» que no deja de experimentar —él, tan de obra experimental— con un cuidado popularismo juanramoniano, y el único colaborador que se desplazó desde fuera de Cáceres, creo, para estar en el acto. Recordé que el 11 de marzo la presentación de la reedición de los ensayos sobre Ferlosio de Gonzalo Hidalgo Bayal fue uno de los últimos actos culturales públicos en Cáceres y que el de ayer habrá debido de ser uno de los primeros, si no el primero, una vez que hemos vuelto a este extraño estado de normalidad. También en el formato de presentación de un libro; y también de un libro admirable, articulado en tres secciones bien pensadas por sus editores y lleno de textos, imágenes e ilustraciones de creadores que han propiciado algo especial, como el momento de ayer y la fotografía de arriba. Qué bien. Del libro se han editado unas decenas de ejemplares para los colaboradores; pero se puede leer aquí.

martes, julio 07, 2020

Conclausa


Victoria, Carlos, os envío la lista de los colaboradores del librino —hoy me he dado cuenta de que mide lo mismo, que es tan cuadrado como los pañuelos de papel extendidos Renova (Pure Sensitive, 21 x 21), que uso—, excluyéndonos a nosotros, para que la tengáis el viernes y anotéis quién se lleva su ejemplar o qué ejemplares recogemos para hacérselos llegar a los autores: Tete Alejandre, Javier Alcaíns, Malén Álvarez, David Borrego Pérez, Julián Canelo, Julio Díaz, Rui Díaz, Jorge Fernández Avilés, Carmen Galán Rodríguez, Pilar Galán, Antonio Gómez, Alonso Guerrero, Matilde Granado, Gordon Haskel, Victor M. Jiménez, Julia Lama, Dionisio López, José Martín Durán, Carlos Medrano, Juan Ricardo Montaña García, Ariel Nelson, Guadalupe Nieto Caballero, Emilia Oliva, María del Carmen Ordóñez Saavedra, Antonio Orihuela, Juan José Peñato Tarifa, Isidoro Reguera, Antonio Rivero Machina, Maribel Rodríguez Ponce, Francisco Javier Romo Cumbreño, Ada Salas, José Manuel Salazar, Basilio Sánchez, María Sanz Navarro, Adrián Segura, Alicia Sianes Bautista, Ana Suarez, Álvaro Valverde, Alberto Varona, Cristina Vazquiánez y José Antonio Zambrano. Así vais tachando nombres. A mí ya me han encargado algunos que les recoja su ejemplar. Nos vemos allí. Vaya, otra vez me he equivocado y he puesto en mal sitio lo que quería deciros. Ya da igual. Así sirve de publicidad del acto de presentación, que —no se os olvide— es el viernes 10 de julio, a las 12:00 de la mañana, en el Salón de Actos del Palacio de la Generala, en el edificio de Servicios Centrales de la Universidad, cuarta planta (por Adarve de Santa Ana). 

domingo, julio 05, 2020

Formas de vida

Se me ha olvidado este mediodía decir a C. que ayer leí el artículo de Muñoz Molina «Volver a dónde», y que quizá por eso le he dicho que salgo poco y no tengo muchas ganas de echarme a la calle, salvo el paseo diario o jugar al tenis, y que no me siento a gusto si estoy sentado en una terraza departiendo con los demás. Ella, como es así de discreta y nunca quiere molestar, me ha preguntado si prefería irme a casa. No, no se trataba de eso. Es lo que dice el escritor: «Ahora es cuando no tengo ganas de salir a la calle. El mundo de después, sobre el que tanto se especulaba, ha resultado ser muy parecido al de antes, salvo por el incordio añadido de las mascarillas». Si la gente las llevase, añado. He visto imágenes de celebraciones de más de una veintena de personas que habrían de fecharse antes de lo que ha ocurrido; y estoy convencido de que ninguna de esas personas es consciente de lo que ahora ocurre. O no quiere serlo. O no tiene la capacidad que se precisa para serlo. Añade Muñoz Molina que el tráfico en Madrid «es el mismo de otros veranos por ahora, quizás con un grado mayor de encono, porque la temperatura sube cada año, y porque los conductores de coches y de motos parecen ansiosos por compensar el tiempo perdido, la gasolina no gastada, los cláxones no apretados con gustosa violencia durante meses de silencio». Es así. Cuando salgo a la calle, la multitud que se agolpa en las terrazas me mira de refilón para decirme que estoy equivocado. La verdad es que no sé si merece la pena escribir sobre esto.

sábado, julio 04, 2020

El Cultural de los viernes

©  Foto de Wolfgang Volz. Pont Neuf de París. Christo and Jeanne-Claude


Ayer bajé a recoger el periódico a primera hora, y, como todos los viernes, pagué un euro por El Cultural, de venta «conjunta e inseparable con El Mundo, y en librerías especializadas». Yo no compro ese periódico, así que desde hace muchos años llevo haciendo trampa, con la complicidad de mis quiosqueros, que, igual si se mira así, puede que tengan una librería especializada. Aunque desayuné con la prensa, mi mañana de trabajo no me permitió detenerme en la lectura hasta sentarme a comer. Fue sustanciosa, con un buen vino. Yo no sé cuántos artículos habré leído en mi vida de The New York Times Book Review. Probablemente, el primero fue el de ayer, de Jennifer Szalai, sobre las memorias de John Bolton The Room Where it Happened (La habitación donde sucedió), exasesor de Seguridad Nacional de Donald Trump. El suplemento menciona la procedencia, también la autora de la fotografía que ilustra el artículo; pero no quién hace la traducción por la que yo pude leer que este libro de un tipo del que yo no me fiaría «está inflado de prepotencia y oscila entre dos registros discordantes: extremadamente tedioso y levemente desquiciado». Me pongo en el contexto de la opinión pública norteamericana cuando haya leído esta crítica, que el medio español que lo difunde da por supuesto que el lector de aquí sabe —yo espero que sí— quiénes son Ned Flanders y Sam Bigotes. No sé imaginarme la repercusión de una crítica que termina diciendo que es «una experiencia extraña leer un libro que empieza con repetidas andanadas contra ‘los intelectualmente perezosos’ escrito por un autor que se niega a pensar detenidamente sobre cualquier cosa». No sé que pasaría en España en un caso análogo. Antes, en el desayuno, volví a enfadarme por culpa de esos opinadores envanecidos en posesión de su verdad, que antes que por las ondas nos la dan en papel prensa —y son los mismos, calculados los turnos, sin salir de PRISA— y luego leí en las mismas páginas que me ocupan ahora una respuesta de Gregorio Luri en una entrevista en la que dice que «es más fácil fomentar la opinión que el razonamiento y porque, en la práctica, solemos considerar crítico aquel pensamiento que coincide con el nuestro». Pues sí. Me anoté que ha salido nueva novela de Rafael Reig, Amor intempestivo (Tusquets), que Nadal Suau en su reseña define como «un libro sobre la vida y la imposibilidad de que transcurra sin pérdidas». También subrayé afirmativamente una parte del artículo de Ignacio Echevarría sobre la sinrazón y la idiocia que se cierne ahora sobre las estatuas y otros símbolos, y su propuesta de adaptar las acciones artísticas del recientemente fallecido Christo y sus envolturas de grandes construcciones y monumentos, como una fórmula que resolvería «de un plumazo el problema que para algunos entraña convivir con monumentos que celebran hechos, personalidades o valores que estiman repudiables. Envolver en lona estos monumentos sirve para conservarlos y negarlos a la vez, con la ventaja de que su ocultamiento, además de ejemplarizante, es reversible, según soplen los vientos de la memoria histórica y del oportunismo político del momento». Estupenda solución. Lecturas de viernes.

jueves, julio 02, 2020

Beethoven

Había pensado en titular esta entrada «Adivinanza» y eliminar de la transcripción que sigue el nombre del músico, para que cada uno lo sustituyese por el de un maestro o guía que le haya marcado en la vida. Así escribió Romain Rolland (1866-1944), Premio Nobel de Literatura en 1915, en el centenario de la muerte de Beethoven en marzo de 1927: «Alta lección, y no solo para los artistas, para todos los hombres, porque esta absoluta simplicidad y verdad es, al mismo tiempo que la suprema conquista del arte, la virtud moral más viril. Los que se han fundido con el evangelio musical de Beethoven no pueden soportar la mentira, ni en el arte ni en la vida. Beethoven es el maestro de rectitud y de sinceridad. He aprendido más de él que de todos los maestros de mi tiempo. Lo mejor de mí mismo se lo debo a Beethoven; y creo yo que millares de seres humildes en todos los países le deben como yo el consuelo, la fuerza vital, y no diría la pureza de corazón y la verdad, porque, ¿quién de nosotros puede vanagloriarse de haberlas conquistado? Pero sí la aspiración ardiente hacia esas cumbres y hacia su hálito sin excepción. Vengo a depositar el homenaje de esos millares de discípulos, los oscuros, a los pies del maestro y compañero. Comulgamos con él, nosotros, los de todos los pueblos de la tierra. Beethoven es el símbolo radiante de la reconciliación de Europa, de la fraternidad humana». En la voz de María del Ser, de «Grandes ciclos», de Radio Clásica, puede escucharse aquí, en los tres últimos minutos, aunque recomiendo escuchar desde el primero.