viernes, septiembre 26, 2014

El balcón en invierno


A mí me ha parecido deslumbrante y emocionante. He disfrutado mucho con este nuevo libro de Luis Landero. Quiere presentarlo también —lógicamente— en Extremadura porque es un libro muy extremeño; y espero que finalmente tengamos la ocasión de hacer la presentación, mediado octubre, con sus lectores de aquí, los que, por vivencias, leerán de otro modo, más cómplice —si cabe, tratándose de Landero—, páginas tan bien escritas sobre una realidad comestible de garbanzos con repollo, migas, gazpacho, literatura, pan con aceitunas, buche con palabras bien dichas, caldereta, perrunillas, cachuela, más literatura, rosquillas...; una realidad mágica que muchos de aquí sentimos como propia y que se hace más fascinante gracias a la palabra que amasa un escritor para que, de algún modo, no se pierda esa realidad real. El balcón en invierno (Barcelona, Tusquets Editores [Andanzas, 838], 2014) es una novela sobre la verdad, sobre la vida, sobre la realidad. Es una novela a pesar de su autor, que llama así —«novela»— al texto que desecha para crear este; una novela, sí, memoriosa y sublime sobre la verdad sencilla. Una novela sobre sus límites y afanes. O los límites y afanes de su finito autor. En fin, otro regalo que nos hace Luis Landero. 

domingo, septiembre 21, 2014

Luis Cernuda


Qué mejor día que hoy, aniversario del nacimiento del poeta Luis Cernuda (Sevilla, 21 de septiembre de 1902-México D.F., 5 de noviembre de 1963), para poner aquí algunas impresiones de lectura de una de las novedades bibliográficas que dejó la conmemoración en 2013 de los cincuenta años de su muerte. De aquel recuerdo, materializado en unas jornadas organizadas en abril de ese año en la Universidad de Extremadura, este volumen, coordinado por Mario Martín Gijón y José Antonio Llera, Luis Cernuda. Perspectivas europeas y del exilio (Madrid, Ediciones Xorki, 2014), cuyos editores han dedicado a la memoria de Gregorio Torres Nebrera, uno de sus participantes, con un trabajo sobre la figura del resucitado Lázaro en la poesía de Cernuda y de Guillén, el último de la tercera sección («Temas, tópicos, mitos») de un total de siete, que tratan, además, aspectos como la recepción de la obra cernudiana, Cernuda ante el romanticismo, «Confluencias e intertextualidades», «Lenguajes artísticos comparados», el exilio o «La enunciación lírica»; epígrafes que organizan un conjunto de veintidós ensayos. Pude escuchar en su momento algunas de las intervenciones en el coloquio, desde la ponencia inaugural de James Valender («Luis Cernuda, Stanley Richardson y la poesía inglesa»), hasta diversas comunicaciones que se presentaron en las diferentes salas y sedes. La publicación ahora evidencia que no está todo lo que fue, pues falta más de media docena de las contribuciones; y los editores no aluden a los criterios que se han aplicado para trasvasar lo dicho al papel. No importa, porque lo que hay es un volumen muy completo que, entre análisis específicos de poemas (el ya citado de Torres, el de Gabriel Insausti, el de José Antonio Llera...) y análisis de libros (el caso de Un río, un amor en el trabajo de Gina Maria Schneider, o el de Ocnos en el de Mario Martín Gijón), junto a otros asedios de varia índole y dispares aportaciones, constituye la más recomendable actualización de los estudios sobre Luis Cernuda y su obra. Baste con destacar algunos otros capítulos: «Luis Cernuda romántico», por Serge Salaün; «De Sevilla a Cuernavaca: un jardín de Luis Cernuda», por Bernard Sicot; o «Luis Cernuda y Manuel Álvarez Ortega», por Eduardo Moga... Un admirable recuerdo doblemente conmemorativo en un día como hoy, dedicado a uno de los más grandes poetas españoles del siglo XX.

jueves, septiembre 18, 2014

Escribir


«Una página no es un libro», se justificaba Gustavo Adolfo Bécquer pasada la mitad de uno de sus textos madrileños en prosa, «El Retiro». Es, simplemente, un borrador, un apunte, un esbozo. Se necesita mucho tiempo y mucho esfuerzo para añadir a esa página otra más con sentido, y a esta otra, y así, una tras otra, lograr algo que pueda resistir una lectura exigente. Esta mañana se movía un ligero vientecillo, como en alguna novela de Galdós...

martes, septiembre 09, 2014

Antonio Gómez: Apenas sin palabras


Vuelta al cole. (Me hacen gracia las imágenes de los informativos con los niños a las puertas del colegio para iniciar un nuevo curso. Deberían entrevistarnos a algunos universitarios para quienes el primer día de clase —ay, la excelencia— ha sido precisamente hoy. El curso pasado empezamos antes que en educación infantil. Y se notó, vaya que si se notó en la calidad de nuestra enseñanza. Eso sí, el día 18 de diciembre daré mi última clase del cuatrimestre y hasta el 2 de febrero no volveré a dar la siguiente —ay, la excelencia). Hoy, a la satisfacción de volver a empezar a dar clases —la primera del curso siempre es especial— se ha sumado recibir en mi buzón de la Facultad este libro de Antonio Gómez: Apenas sin palabras. Obra experimental (1980-2013), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2014. Y no por estar afectuosamente involucrado en él voy a dejar de escribir aquí una nota que de noticia de su reciente aparición. Antonio Gómez lo merece. Ha merecido que la Editora Regional de Extremadura que dirige Rosa Lencero le haya reconocido —en un proyecto de hace años con los nombres y apellidos de Álvaro Valverde y de Luis Sáez— con la publicación de su obra experimental casi completa, en un precioso volumen de tapa dura —con su blonda de papel de repostería como faja que lo viste, familiar para los lectores de Antonio Gómez— de casi trescientas páginas de considerable gramaje con la reproducción de más de un centenar de piezas a color y casi una veintena de acciones grabadas en un deuvedé que se estucha en el interior de la cubierta. Un buen trabajo editorial que me alegra mucho que haya sido dedicado a uno de los artistas que mejor representa la experimentación poética en España desde hace más de treinta años. Los que hace que conocí al Antonio Gómez, cuando regentaba en Mérida el bar «Alcandoria», que me dio con una cerveza mi primer pincho literario con la Hoja parroquial Alcandoria en la que tuve el honor de colaborar poco después de aquel primer encuentro. Se lo he dicho esta tarde al teléfono a Antonio, que me llena de mucho contento compartir con él nuevamente —ha confiado en mí varias veces— un espacio de creación, y especialmente uno así, como Apenas sin palabras, cuya publicación va a ser una de las novedades más frescas de este otoño.

jueves, septiembre 04, 2014

Ocho cuentos de Javier Morales Ortiz


Entre los nombres que la literatura de autores extremeños ha dado en los años que llevamos del nuevo siglo se encuentra el de Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968), que, hoy por hoy, me parece uno de sus más firmes valores en los géneros narrativos. Los intentos de sistematización de estos géneros en Extremadura elaborados por Manuel Simón Viola en los últimos años necesitarían ya una ampliación, y en ella, sin duda, estaría el de este escritor placentino, que aparecía listado ya con su primer libro de cuentos, La despedida, en el tomo escrito por Viola de la antología Literatura en Extremadura 1984-2009 que publicó la Editora Regional de Extremadura, la misma que sacó el libro de Javier Morales, y que luego publicó también el segundo, Lisboa, de 2011. Tras su última obra, Pequeñas biografías por encargo, de 2013, aparecen ahora estos Ocho cuentos y medio, en la colección «Sitio de fuego» del sello tinerfeño Baile del Sol Ediciones. (Me agradó mucho la lectura de José Mª Cumbreño en este sello —primero, Límites y progresiones, y luego la reedición de De los espacios cerrados—; también la de uno de los títulos más celebrados de esta editorial, Stoner, de John Williams; y hace nada me ha alegrado que Victoria Pineda me haya regalado su edición y traducción de En la frontera del color, de Charles Waddell Chenutt, que acaba de aparecer publicado por estos mismos editores que están aportando mucho bueno, a pesar de que no acaben de solucionar que se le cuelen las erratas). Quien quiera leer un buen libro de cuentos aquí tiene uno muy medido, equilibrado, en el que todos tienen su valor, su aliciente; aunque parezca que destaque uno sobre todos. Precisamente, el que el autor ha querido colocar al final, «Regreso a Sajalín», el que pone más de manifiesto la advocación a esa divinidad que es Chéjov para todo cuentista que se precie. Y aquí, el que se gloria de serlo, con razón, es Javier Morales. Sus cuentos indician buenas lecturas y aspiran, podría decirse, a lo que dice el personaje de Mónica en «Mosquitos», el séptimo relato: «Lo había leído en un cuento que llegó a sus manos por azar y le pareció maravilloso». Pero, sobre todo, demuestran que se sabe escribir en el género, por la elección del tono y del punto de vista  apropiados —una tercera persona principal, pero que en el cuento que lo precisa es primera persona, como en «Más allá de la caverna». También por la resolución de los finales, algunos abiertos —el de «Final del verano», y el del citado «Mosquitos»—, la lectura de la sociedad actual, que llega a partir de un relato que no la destaca, sino que la lee desde lo íntimo, desde lo puramente intrahistórico, como ocurre en «Navidad». Lo único que no me parece afortunado es el título. A pesar de que la «Nota del autor» avisa que «el título promete ocho cuentos y medio cuando solo hay ocho. Entiendo que el medio cuento que falta es el que crea cada lector después de haber llegado a la última página». La cuenta me parece discutible —¿medio más tras la última página del conjunto o tras cada una de las que cierra cada pieza?—; pero lo que no me parece bien es que como la otra singularidad de este volumen es que incluye un cuento que no es de Javier Morales, que es, como epílogo, de Gonzalo Calcedo, un lector como yo puede creer que el medio cuento es el de Calcedo, ya que el libro está compuesto por ocho cuentos y uno más como epílogo. Y no, porque el epílogo, el cuento «Caídos del cielo» —recordé de inmediato el título de una novelita de Ray Loriga de los noventa— es un broche de altura a este libro espléndido de Javier Morales Ortiz de ocho cuentos y punto.

Las cabezas de Hilario Bravo


martes, septiembre 02, 2014

A


¿Qué le pxsxrx x mi teclxdo? Cxdx vez que escribo xlgo con lx x no sxle lx x, sino lx equis. Xhorx que lo escribo me pxrece recochineo. Le pxsx, supongo xhorx, desde xquellx noche. Cuxndo un mosquito se posó sobre lx teclx de lx x y le di vxrixs veces —x lx x, se entiende— hxstx mxtxrlo; con sxñx. Quizx me pxsé, lo sé; y pxrece que xhorx tengo que pxgxr por ello. Un mosquito vengxtivo. O el murciélxgo xlevoso. Bien que lo siento. No sé si me explico, si se me comprende. Tengo que escribir sin poner ese signo y lo que represente. Lo intento. Como en lo del Oulipo. Que no. Sin escribir eso. Georges Perec, el modo de empleo y el ouvroir de littérxture potentielle. Es difícil, hasta en francés. Vaya, ya se ha arreglado. Dejaré para otro momento esta tontería.