martes, marzo 12, 2024

La cola de la lagartija

Este pasado jueves llevé a clase de Hispanoamericana mi ejemplar de En agosto nos vemos (Penguin Random House Grupo Editorial, 2024), la novela póstuma de Gabriel García Márquez que se lanzó el miércoles a todos los medios y que ha ocupado mucho espacio en la prensa estos días. Me apetecía compartir un acontecimiento editorial así, relacionado con un protagonista tan notable del contexto cultural que nos atañe en clase, aunque en este curso no haya ninguna obra suya programada. Todavía no había leído la novela; pero sí el «Prólogo» que firman los hijos del escritor, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, en el que justifican lo que llaman «un acto de traición» al padre que había dicho: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo»; y también la nota del editor, Cristóbal Pera, sobre algunas circunstancias antetextuales. Pero lo que más me interesó compartir, aparte la novedad, fue la posibilidad de una propuesta para un trabajo de fin de estudios sobre esa vida póstuma de algunas obras literarias; abrir una vía, no tanto de investigación, sino de elaboración de un estado de los estudios —para un trabajo de fin de grado— sobre los problemas de carácter filológico que se dan cuando en lo que leemos no consta la última voluntad definitiva del autor. Anoté para la clase algunos casos, como el de Lagartija sin cola (2007), de José Donoso, cuyo texto fue establecido por el crítico Julio Ortega a partir del original descubierto por la familia del escritor; o el de la obra diarística póstuma de Alejandra Pizarnik y el estado de los diversos escritos hoy conservados en la Universidad de Princeton. Me acordé de la posteridad de Ricardo Piglia y de su taller secreto —al que Tinta libre dedicó unas provechosas páginas de su primer número de este año 2024—, y de la novela póstuma Aquiles o el guerrillero y el asesino (2016) de Carlos Fuentes. A Roberto Bolaño sí lo tenemos en el programa del curso —Estrella distante— y su caso sigue siendo notorio, no solo por el abultado corpus de su obra póstuma desde su muerte en 2003, sino por la pura gestión de su memoria. Hace unas pocas semanas, en su columna de El Cultural, Ignacio Echevarría se lamentaba («Páginas en blanco», 2 de febrero de 2024, pág. 32), de que en algunas recientes antologías de la poesía chilena y mexicana la publicación de los poemas de Bolaño había sido vetada por la «dura custodia que la agencia y la heredera de Roberto Bolaño ejercen sobre su obra», según se puede leer en la explicación de Rubén Medina, el editor de una de esas publicaciones, Perros habitados por las voces del desierto (México, Aldus, 2014), que recoge la obra de diecinueve poetas infrarrealistas. Rastrear estos y otros casos de la literatura iberoamericana y comprobar el eco crítico que han tenido, sin entrar en los turbios y desagradables pormenores del círculo de los herederos legales —más legales que literarios— de un autor, podría ser un modo atractivo de iniciarse en una investigación y un análisis básicos en la culminación de los estudios de grado o de máster. Como el título de Donoso que dicen que descartaron para la novela de 2007, la cola de la lagartija sigue moviéndose separada del cuerpo, como las obras póstumas por manos distintas a las de quienes las escribieron. La publicación de En agosto nos vemos me llevó a pensar esto en voz alta en la clase del jueves, y hubo cierto interés. Ahora, leída ya la novela, y aunque sea difícil abstraerse de otras motivaciones del lanzamiento editorial, creo que su publicación es un regalo, pequeñito, mera muestra de lo que podría haber sido otra cosa, pero suficientemente evocador —y añorante— del grandioso narrador García Márquez, lo justo para reencontrarse —aunque sea con la levedad de lo breve— con un modo reconocible de presentación de los personajes en el tablero amoroso tan del gusto del colombiano, con puntadas de su inventiva, de su humorismo, y la habilidad en el uso de lazos narrativos como el del billete de veinte dólares lleno de carga argumental capítulos antes, a su debida y calculada distancia, en la propina que la protagonista da a un peluquero, advirtiéndole feliz: «Úselos bien […]: Son de carne y hueso» (pág. 56). Es poco, un sorbo solo para probar; pero suficiente para no sentirse ufanamente defraudado después de tanto ruido. 

viernes, marzo 08, 2024

Elena Garro desde España

Tuve la satisfacción el curso pasado de tener a Adriana Sánchez Vaquero (Zafra, 2001) como alumna en su Trabajo de Fin de Grado sobre «La novela hispanoamericana en el siglo XXI: la presencia de Elena Garro en España», que recibió la máxima calificación y este enero un accésit en la IV Edición de Premios al Mejor Trabajo de Fin de Estudios en materia de Igualdad de Género de la Universidad de Extremadura. Hoy me ha remitido el enlace a su artículo «Homenaje a Elena Garro en el 8-M. Cruce de caminos con la escritora mexicana», que me anunció que estaba escribiendo, publicado en la revista mexicana Replicante con motivo del Día Internacional de la Mujer. Merece la pena leer a esta joven filóloga y cómo transmite su entusiasmo, gracias a su trabajo académico, por haber conocido la obra de una gran autora como Elena Garro y personalmente a su estudiosa Patricia Rosas Lopátegui, presentes ambas en lo que fue el punto de partida de su estudio: la publicación en Extremadura en 2018 de la obra poética de Elena Garro, Cristales de tiempo, en edición de Patricia Rosas, en la editorial La Moderna, que dirigen Lidia Gómez y David Matías, otro antiguo alumno sobresaliente. 

domingo, marzo 03, 2024

Un deambular circular

Leí hace pocos días un excelente artículo de Ana Calvo Revilla publicado en el último número (vol. 85, núm. 170, de 2023) de la Revista de Literatura, que me llegó por un aviso del programa gestor de revistas electrónicas del CSIC: «Reescritura del perseguidor cortazariano: Campo de amapolas blancas, de Gonzalo Hidalgo Bayal» (págs. 597-616), y que me completa una lectura importante de la que quiero hacerme eco en este espacio tan predispuesto al escritor extremeño. Me estimula, por fin, a poner en orden mis notas sobre el libro de Ana Calvo Revilla Un deambular circular. Estudios sobre la obra literaria de Gonzalo Hidalgo Bayal (Madrid, Visor Libros, Biblioteca Filológica Hispana, 280, 2023), en cuya bibliografía (pág. 279) figura «en prensa» el artículo mencionado arriba. Para quien conozca las novelas de las que se ocupa, leer este ensayo proporciona el placer de volver a visitar un territorio siempre propicio para el estímulo del gusto literario y de la salud intelectual; permite recordar una experiencia de lectura, principalmente, de El espíritu áspero (2009), Nemo (2016) y La escapada (2019). Un deambular circular es un brillante estudio sobre una de las narrativas más interesantes y sugeridoras del panorama de la literatura española contemporánea, elaborado por alguien que conoce muy bien la obra de Gonzalo Hidalgo Bayal. Ana Calvo Revilla, catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad San Pablo CEU de Madrid, ha publicado un buen número de trabajos sobre la obra anterior de Hidalgo Bayal, casi sin dejar ningún texto sin analizar: Mísera fue, señora, la osadía, El cerco oblicuo, Paradoja del interventor, Amad a la dama, Campo de amapolas blancas, La sed de sal…; todas han merecido un trabajo crítico publicado en revistas especializadas en los últimos diez años, y entre los que destaco el que se editó dentro del libro El efecto M. Territorios narrativos de Gonzalo Hidalgo Bayal (Ed. de Felipe Aparicio, Jaraíz, Ediciones de La Rosa Blanca, 2013), con el título de «Incertidumbres de un Ulises kafkiano en Paradoja del interventor». Pero hay otros luminosos acercamientos a novelas como Amad a la dama, y su relación con el cervantino El celoso extremeño, o como La sed de sal y sus ecos literarios y cinematográficos, que están recogidos en un nutrido apartado de «Referencias bibliográficas» en el que se relacionan en primer lugar las obras de Hidalgo Bayal, desde sus poemas de Certidumbre de invierno (1986) hasta su contribución al volumen en homenaje a Julián Rodríguez publicado en 2022; y luego las «Obras citadas», entre las que está casi toda la bibliografía hasta el momento publicada sobre GHB. Aprovecho que hablo de esas páginas de información bibliográfica para volver a sugerir que se incorpore a ellas el relato titulado «Espíritu áspero», de Manuel Vicente González —en su libro Relatos de un trashumante. Badajoz, Los Libros del Oeste, 2011, págs. 107-125—, una singular pieza llena de cerebral sorna sobre un lector de la novela de GHB que busca al autor Saúl Olúas. El ensayo de Ana Calvo Revilla hace suya desde el título una reflexión de Gonzalo Hidalgo sobre las obras de Ferlosio, que tienen siempre el mismo centro, según este perspicaz lector, porque en literatura, «a partir del primer fruto maduro, no hay evolución ni progresión, sino un deambular circular». Lo escribió GHB en su ensayo El desierto de Takla Makán (Lecturas de Ferlosio) (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2007, pág. 32) y lo recuerda en el suyo Ana Calvo Revilla (pág. 61) cuando precisa la materia sobre la que gira la obra del autor extremeño, cuyos motivos temáticos, desde el eterno retorno o la reescritura del mito de Sísifo, hasta la frustración o la infelicidad, va a recorrer en su brillante análisis. Tras unos capítulos preliminares que presentan el propósito del libro, sitúan biográficamente a su autor y a su ruta por el ensayo —ostensible y ontológicamente ferlosiano— y resumen las invariantes del universo narrativo bayaliano, las secciones quinta a séptima son las que albergan los estudios de las tres novelas: 5. La laguna estigia y el último nemosín. El espíritu áspero. 6. Variaciones del silencio. Nemo. 7. Crónica de un sábado de noviembre. La escapada. Cada uno de estos tres bastidores del estudio general ofrece una certera lectura de las claves principales de esas narraciones extraordinarias, e invitan, como decía arriba, a revisitar unos textos recorridos ya antes con gusto y con provecho. Es como si el estudio de Calvo Revilla ejerciese en el lector con respecto a la obra de GHB lo que ésta en relación a una tradición literaria y filosófica que discurre nutriente en todos los escritos del autor, una tradición contabilizada y reseñada en varios momentos de este libro, cuyos efectos beneficiosos, como lector de Gonzalo Hidalgo, me gustaría saber comunicar. Del mismo modo que el artículo de Ana Calvo al que aludí al principio ha completado la lectura de su Un deambular circular, espero ansioso sus nuevos análisis sobre títulos como Hervaciana, que apareció en 2021, y de Arde ya la yedra, cuando aparezca dentro de unas semanas (Tusquets Editores), para seguir mirando al mismo centro.

domingo, febrero 25, 2024

Briznas de Emilia Oliva

El paseo de ayer sábado me pareció distinto; más completo y saludable después de haber estado en la presentación de briznas de quien (Madrid, Sial Pigmalión, 2024), de Emilia Oliva (Malpartida de Plasencia, 1957). Allí, sentado en el salón de actos de la Biblioteca Pública «María Brey-Antonio Rodríguez-Moñino», escuché y leí el penúltimo poema del libro, que resultó un eco muy grato de la rutina de la mañana; como el recuerdo, sin molestias y en verso, de un ejercicio físico realizado en un lugar que en el texto «es extenso paraíso de verdor / con surtidores / con pilas de agua / que corre / escalonada / en cascadas / hasta el estanque / de la alameda», pág. 65). El poema se titula muy significadamente «no todo son ruinas», así, en minúscula y con ese primer verso en negrita como diacrítico, de ese modo que ya está en otros libros de Oliva como Quien habita el fondo (Celya, 2011) o Cifras de una fracción periódica (De la luna libros, 2013) y que tiene un precedente de similar intención en la poesía de Olvido García Valdés, en la que los poemas no inician nada, sino que sugieren la continuidad de un discurso, un continuo que en briznas de quien subrayan otras recurrencias del libro, como el omnipresente quien como sujeto poético, como la medida del tiempo en cuarenta jornadas (pág. 56) o estaciones (pág. 67), o como las repeticiones («a ras de suelo», págs. 28 y 61); y que, además, refuerza la idea de circularidad de la que habla José Luis Bernal en su prólogo sumario de la autora y esclarecedor del libro («Una urdimbre poética de briznas», págs. 9-16). Ayer Emilia Oliva hizo más visibles —ella escribe unas «Notas sobre la gestación» que van al final (págs. 69-70)— la motivación y circunstancias de sus poemas —precedidos por uno proemial que es toda una poética: «escribir contra / con voz de quien» […]—: la necesidad («cuida la salud del cuerpo», pág. 43) de su caminar como prescripción, la posología («por cuarenta estaciones en círculos», pág. 67), los lugares del recorrido —entre ellos, ese Parque del Príncipe que comparto también ahora como lector—, y las circunstancias de los incendios periurbanos cacereños y del post-confinamiento de 2020. Pero la verdadera clave está en la esencialidad del lenguaje, el «despojamiento expresivo radical» (dice Bernal, pág. 14), en el cómo dicen las palabras que construyen una realidad nueva en la página, en la línea de otras entregas de Emilia Oliva, y que se configura como un espacio de representación en el que los blancos y sangrados constantes, los paralelismos o las repeticiones reemplazan a todo signo de puntuación, ausente salvo en algunos casos de enumeraciones («latas, toallitas, vidrios,» […] pág. 24; «¿bola, semilla, insecto?», pág. 54), que, en mi opinión, deberían eliminarse, por coherencia de forma con un artificio muy pertinente. En fin, ha sido curiosa esta manera de congeniar con un libro de poemas. Un paseo muy placentero.

sábado, febrero 24, 2024

FRP

Ha resultado tan placentero el encuentro con este libro (Francisco Rico, Petrarca. Poeta, pensador, personaje. Barcelona, Arpa Editores, 2024) que lo celebro como una novedad, aunque no lo sea tanto. En primer lugar, a estas alturas, no sería esperable un Petrarca renovado o distinto del gran especialista en el aretino que es Francisco Rico; y, por otro lado, no es tanta novedad la republicación de varios trabajos del profesor ya difundidos en diferentes lugares. Sin embargo, lo mire por donde lo mire, me ha parecido tan fresco y sugerente que, después de Vida u obra de Petrarca (1974) y de sus otros muchos trabajos sobre el escritor, es este un libro capital en la trayectoria de Francisco Rico. Algo de guiño hay en el diseño tipográfico que la editorial Arpa le ha dado a la cubierta, en la que autor y título principal, como ocurre en otros libros de la casa, se imprimen en el mismo cuerpo, en colores distintos, y no se invierten —título y autor, como en Meditaciones de Marco Aurelio o La España de las piscinas, de Jorge Dioni López—; de manera que, dado el cuerpo muy menor del subtítulo (Poeta, pensador, personaje), «Francisco Rico Petrarca» conforma la entidad de un nombre y dos apellidos como lema distintivo del experto petrarcólogo al que siempre le resultó muy antipático como persona el objeto de su estudio. Y que se me disculpe la simpleza. Recoge esta obra, sí, trabajos ya publicados, pero algunos, aparecidos en Italia, no lo habían sido en castellano; y han sido reunidos aquí, con buen criterio, alterando el orden cronológico —el más antiguo es de 1978 y el más reciente de 2020, aunque dicho en un congreso en Alemania en 2017—, con lo que el contenido que se ofrece es muy coherente: I. «Poeta, pensador, personaje», como compendio biográfico —publicado, con la colaboración de Luca Marcozzi en I venerdì del Petrarca (2016); II. «Petrarca en el escenario», el capítulo más breve —que fue la contribución de Rico al homenaje de la Universidad de Granada al profesor Juan Carlos Rodríguez—, sobre el estratégico cultivo de una imagen atractiva como escritor para sostener su propuesta ética y estética, sintiéndose «como un actor en el centro del escenario» (pág. 96); el análisis de la evolución paradigmática del humanismo filológico a la filosofía cristiana de un yo que se quiere trascendente en la parte III, «De la filología a la filosofía»; y IV. «Posteridad» como breve cierre en torno a la fortuna póstuma del Petrarca latino, un Petrarca despedazado en trozos de sentencias o adagios, en atribuciones engañosas o ejemplos aislados transmitidos en misceláneas muy difundidas. Merece la pena recorrer tan sintéticamente, y en este nuevo orden, dedicación tan dilatada —véanse las más de mil páginas de Otia cum Petrarca que arrancan con un primer artículo de 1963-1964—; leer este espléndido libro que no llega a las doscientas páginas y hacerse la ilusión de abarcar un poco una cumbre tan imponente como la del autor del Canzoniere. Y, de paso, revalidar así el aprecio intelectual por el sabio profesor Francisco Rico Petrarca; Manrique, digo.

domingo, febrero 18, 2024

Ronson

Tiene este libro unas hechuras tan atractivas y singulares que me han ofuscado. Sí, está muy bien editado, en buen papel, con una cubierta en cartoné con el lomo encintado en el color sepia característico de toda la historia interior y de la simulación de papel de aguas de las guardas; y uno sus rasgos más originales es que el corte delantero está dentado en sierra; pero hete que puede ocurrir que alguna página se quede prendida de la siguiente con más facilidad que si el corte fuese limpio. Es un problema menor, sin duda, que no rebaja para nada la excelencia formal del libro; pero a mí me ha ocultado durante demasiado tiempo la página de créditos; hasta el extremo de creer que el fonético nombre de la editorial, Autsaider Cómics, llevaba tan a rajatabla estar fuera de lo convencional que ni había razón social, ni fecha de edición, ni ISBN, ni Depósito Legal... Es cierto que las páginas no están numeradas y que no hay ninguna información editorial sobre la obra ni sobre el autor; pero la falta de esos otros datos era, y nunca mejor dicho, para no dar crédito. Incluso ahora, que ya he resuelto el enigma, se pega la última página a la de guarda y pasan como si fuesen una. Y está todo: una dedicatoria —«Para Mireia»—, la silueta imponente de un guardia civil que es una de las viñetas del libro, los datos de la editorial, la fecha, todo, hasta el diseño de producción —de Ata Lassalle, el fundador y responsable de Autsaider—, la autoría de la maqueta y de la corrección de textos, por supuesto, el ISBN y el D.L.... Y la mención de que el ejemplar que he comprado —por sugerencia de mi hija Julia— pertenece a la segunda edición, de junio de 2023. No sé cuántas irán ya, porque parece que el libro ha tenido y está teniendo mucha aceptación. Fue premiado como álbum del año en el Salón del Cómic de Tenerife y se le otorgó el Premio Ojo Crítico de RNE en la modalidad de cómic en su trigésimo cuarta convocatoria. Merece estos reconocimientos y más, porque es una historia bien hecha, bien narrada visualmente y, como digo, primorosamente editada. Ahora sí, la ficha completa: César Sebastián, Ronson. Palma de Mallorca, Autsaider Cómics, 2023. César Sebastián (Valencia, 1988) es un historietista e ilustrador, licenciado en Bellas Artes por la Facultad de San Carlos de Valencia, y Ronson es su primer cómic. Es un sugerente viaje por una memoria ajena, pues se remonta a los años de infancia y juventud de un narrador en primera persona de la edad de su padre que aprovecha la contemplación de los vestigios de un pasado para elaborar su relato. La contemplación, sí; y también el arreglo y conservación de las señales de existencia de las tumbas de un cementerio, en un logrado marco metacreativo en el que surge el pincel que repinta las letras de un nicho y que cierra la última viñeta. Son nueve capítulos —el primero, «El poso que precipita», y el último, «Camino a los quiñones», sirven de prólogo y epílogo— que repasan recuerdos infantiles, olores, sabores —muy familiares para quienes vivimos ese tiempo y ese entorno más rural que urbano—, y experiencias que se entreven en los títulos de algunas secciones, como «Sopla el solano», «El olor de la mies», «Cuando el diablo se aburre...», «Cautivos del celuloide» o «La mujer que fuma»; o claves más personales como las que están en «Los chavos negros» y «El Ballueca y yo», que contienen el significado literal y simbólico del título del libro, un objeto de juego y un amuleto del tiempo que quiere recordar el «rosebud» de Ciudadano Kane. Ronson es una brillante manera de reafirmar desde los afectos presentes la memoria histórica que es nuestra memoria más personal, la que hace del pasado un territorio, mostrado en este caso en atractivos dibujos en viñetas. La memoria a recuadros.

lunes, febrero 12, 2024

Bomarzo

Estoy casi en la edad de Juan Goytisolo cuando declaró a la revista Tiempo en agosto de 1993 que leía muy poco, que ya lo que más hacía era releer. No voy a especular con el paso del tiempo por hacer algo tan normal en mi trabajo; pues lo cierto es que he terminado el Quijote otra vez y ahora estoy leyendo Bomarzo. Leí la novela de Mujica Lainez hace bastantes años y no recordaba su grandiosidad. Me gustaría parecerme a mi compadre, que es capaz de recordar detalles relevantes de sus lecturas, incluso frases completas de los títulos más queridos. Seguro que se acuerda del anillo de acero incrustado de oro que Benvenuto Cellini regala a Pier Francesco Orsini en su primer encuentro. Yo soy un desastre para esta memoria literaria que, a pesar de todo, intento cultivar. Estoy leyendo Bomarzo y disfruto de su prosa, y me demoro a veces en anotar algo que me pueda servir para mis clases, aunque no creo que pueda programar una obra de seiscientas páginas dentro del plan docente de mi asignatura. Estoy encarando ya el último tercio del volumen, y vuelvo al principio para retomar cómo volvió a sorprenderme esa manera de construir una frase contraviniendo esas difusas recomendaciones de no separar el sujeto del predicado, y suspender y amplificar poéticamente el discurso con una subordinación antológica. Es después de que los hermanos de Pier Francesco lo hayan maltratado y él salga despavorido buscando el auxilio de su abuela, y se tope con la imagen temible de su padre: «Pero él, en silencio, como si hubiera sido una alucinación, porque la presencia de un personaje de tan hidalgo empaque resultaba imposible en el castillo de Bomarzo, donde los futuros sucesores de los Orsini andaban enmascarados o desnudos, convertidos en brujas y en esclavos, o como si yo hubiera sido un fantasma abominable, ni hombre ni mujer, que se ladeaba por escarnio y mofa —de tal suerte que, al fin de cuentas, no se sabía quiénes eran los seres reales y quiénes los ilusorios, en esa escena breve y peregrina—, dio un paso atrás, entornó la puerta sin ruido y corrió el cerrojo.» (pág. 42). La distancia postergante que hay entre «Pero él, en silencio» y «dio un paso atrás, entornó la puerta sin ruido y corrió el cerrojo» es una pura delicia.