viernes, marzo 28, 2008

La capital de la República

Un punto de partida: “El avance de los sublevados hacia Madrid a principios de noviembre de 1936, con el objetivo de tomar la capital y descabezar a la República para doblegarla, obliga al recién constituido gobierno de Largo Caballero a tomar la decisión de trasladar la sede de las instituciones fundamentales de la República: Gobierno, Parlamento, Magistratura, etc.., a una ciudad en la retaguardia.”
Éste es el principio del texto, “Crónica de un año decisivo”, de Edelmir Galdón, comisario de la exposición que se clausura el próximo domingo en Valencia, como colofón de los actos conmemorativos de los 70 años desde la capitalidad de la República de esa ciudad y del centenario del nacimiento de Josep Renau. El catálogo en el que se publica el texto de Galdón, editado por el Vicerrectorado de Cultura de la Universidad de Valencia, es espléndido, apabullante en lo que se refiere al material fotográfico que llena un volumen de unas 450 páginas, y altamente informativo por sus colaboraciones literarias. Me he detenido en este capítulo, extenso, muy descriptivo, demasiado quizá, como crónica de cincuenta años —concluye con el Congreso de Intelectuales y Artistas de 1987 en Valencia, que presidió Octavio Paz, lo que provocó que no asistieran ni Rafael Alberti ni García Márquez—; pero también quiero destacar el de Romà Seguí i Francès, “Don Antonio Rodríguez-Moñino en la Valencia de la guerra civil (1937-1939): el itinerario de un intelectual comprometido con la causa republicana”, un documentado trabajo que pone de manifiesto las carencias de la biografía de don Antonio publicada hace unos años por su sobrino Rafael. Espléndida, de verdad, esta contribución al perfil vital de tan importante personalidad de las letras. Un extremeño, como también lo es el que aparece en la fotografía (Instituto del Patrimonio Histórico Español, Ministerio de Cultura), Timoteo Pérez Rubio, presidente de la Junta Central del Tesoro Artístico, con sus colaboradores en las torres de Serranos junto a Las meninas de Velázquez —algo se ve a la enana Maribárbola del cuadro.
Ojalá pudiese en tan poco espacio expresar la trascendencia histórica del objeto de esta lectura complaciente.

domingo, marzo 23, 2008

Los dialectos del éxodo

He tardado en entrar en un libro así. Me lo envió su autor hace tres meses, y ha viajado conmigo más de una vez. Últimamente, he encontrado mejores momentos para demorarme en una lectura más uniforme, parte de la cual me ha llevado a un libro anterior, Las fronteras (Calambur, 2001), en el que pude conocer por primera vez un modo muy sugerente de reflexión poética sobre la conciencia del hombre contemporáneo.
En Los dialectos del éxodo sigue estando esa reflexión, y diré que acentuada, aunque sobre un ropaje alegórico que puede parecer distanciador; pero sólo es mera apariencia. La rotundidad y crudeza de esta voz como conciencia crítica es lo que queda. Y el atractivo del manejo de unos referentes culturales que beben de la Biblia, recogen elementos del judaísmo y propician relaciones desde la lectura —si no leo mal— con otras voces como la del israelí Yehuda Amijái; pues así lo he entrevisto en un extraordinario poema de cierre como “Las jornadas alumbradas de Amijái”.
Estos poemas de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán están tomados por un ‘yo’ que da sentido a un discurso que es unas veces confesional, otras exhortativo; y están fundamentados formalmente en la liberalidad del versículo. Son señas de un libro en el que, a cada paso, encuentra el lector momentos de gran intensidad, tanto en la denuncia contundente como en el relato íntimo de quien amasa la memoria.

Los dialectos del éxodo, de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, está editado por el Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga en su colección “Monosabio”, dirigida por Javier La Beira y Diego Medina. Habló de este libro Javier Pérez Walias, que también ha publicado en esa misma colección. A Rafael Pérez Estrada estaba dedicado Las fronteras; a Juan Carlos Mestre Los dialectos del éxodo. Por si hubiese dudas de la filiación del poeta a quien debemos una espléndida y sentida —ah, el Bierzo— edición de El señor de Bembibre de Enrique Gil y Carrasco, hecha en colaboración con Juan Carlos Mestre (Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 546, 2004).

viernes, marzo 21, 2008

Tenho conhecido algumas cidades. Não muitas

Así comienza un poema de José Bento, de Sequência de Bilbau (1978), dedicado a Francisco Brines, su amigo, y uno de sus muchos poetas españoles traducidos. He tenido la suerte de estar con los dos, por separado, en varias ocasiones en España y en Portugal, y con los dos juntos una vez aquí en Cáceres en octubre de 2006.
Acabo de llegar de una ciudad portuguesa, Vila Viçosa, y quizá ello explique el recuerdo y el título de esta anotación en mi cuaderno. Hemos estado parte del día en la “Vila Museu”, pero no hemos podido visitar el Palacio Ducal porque cierra los festivos, y hoy es más que feriado, Viernes Santo. Otro día será, y pronto, porque me apetece mucho ver su biblioteca, con más de cincuenta mil volúmenes y una colección de impresos del XV y del XVI de extraordinario valor.
Hemos traído fotos, sí; pero ilustro esta entrada con un mapa del tiempo porque ya tenía decidido, antes de volver a Portugal, plantear este caso de agudeza visual. Véase el mapa. ¿No resulta curioso? Es más, ¿no parece ridículo que esa franja al oeste de la Península Ibérica quede en blanco? Reflexionemos. Un mapa parecido a éste, es decir, con Portugal en blanco o recortado, es el que se publica en toda la prensa española diariamente, incluso en la extremeña, que, además, dedica, como el diario Hoy, una página a Portugal bajo el título de “La raya de papel” y coordinada por dos buenos amigos, Susana Gil Llinás y Antonio Sáez Delgado.
Las nubes y los soles, las altas y las bajas presiones, las isobaras, las fronteras...

A la mierda la Filología

Pues, mira, en esto sí que vamos a batir un récord. No hace mucho más de treinta años que unos cuantos se empeñaron en fundar la Universidad de Extremadura e instaurar en ella estudios filológicos. Desde los años setenta hasta ahora, la Facultad de Cáceres ha tenido profesores de gran prestigio y alumnos que hoy, ya profesionales, representan un referente importante en sus diferentes ámbitos, el literario, el de la gestión política, el de la educación, principalmente.
Pues bien, después de tan poco tiempo, y en razón de rendimiento económico, no de salud social, no de beneficio cultural, no de conciencia histórica, la Filología Hispánica, entre otras titulaciones, desaparecerá. Por si alguien ha tenido alguna duda, estoy hablando de la Universidad pública, no de la privada, que aquí todavía no está.
Así que, a la mierda la Filología Hispánica. La decisión la toman nuestros representantes políticos y sociales porque no les hemos dado más opción. No somos válidos. No hemos sabido hacerlo.
Una fábula cuenta que a Extremadura llegó un tecnócrata de Madrid, de Ministerios, y que, con actitud prepotente vino a decir que qué nos creíamos con eso de fundar una Facultad de Filosofía y Letras; algo así como que aquí no había abono suficiente, y que, al final, tendríamos que ir a buscar profesores de lengua y de literatura fuera de Extremadura. No se equivocó el pobre infeliz de la fábula. Y tampoco ha pasado tanto tiempo, unos treinta años.

viernes, marzo 14, 2008

Fuego con nieve

Buen traductor, buen lector, amigo de los libros, Antonio Rivero Taravillo.
Por Enrique Baltanás, que hoy estará en Zafra, he llegado a su blog, de título Fuego con nieve. Sugerente.

miércoles, marzo 12, 2008

En la Biblioteca

Hoy han tenido que ‘echarme’ de la Biblioteca Pública de Cáceres. He pasado buena parte de la mañana allí, hasta la hora del cierre matutino, la una y media, leyendo libros viejos. Entre ellos, uno que incluye un curioso diálogo, Política popular acomodada a las circunstancias del día —podría pasar por texto de blog—, firmado por el “Doctor Mayo de 1808”, y que fue contestado en una Carta por el “Licenciado Siempre y Quando”. Vuelven a abrir a las cinco de la tarde, hasta las ocho; y los sábados y los domingos amplían el horario en dos horas; abren media horita antes por la mañana y cierran otra media después, y, luego, el cierre a las nueve de la noche.
La Biblioteca Pública de Cáceres es una de las instituciones principales de esta ciudad, y no sé si los responsables de la gestión cultural tienen realmente en cuenta esta categoría o es asunto no opinable por un estúpido respeto a la distribución de competencias. La Biblioteca Pública del Estado en Cáceres lleva desde 1995 el nombre compuesto de “Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey”, como reconocimiento a esta pareja de bibliófilos, a la que debe un legado muy valioso de fondos depositados aquí desde hace más de medio siglo. Una razón más para que sea mimada como una de las instituciones más eminentes de esta ciudad.
Estuve varias veces en la sede provisional del antiguo edificio de la Escuela de Magisterio, pero no volvía aquí desde poco antes del verano de 2005, cuando comenzaron las obras que han logrado este aspecto renovado –abierto al público en enero de este año— que hace todo más agradable, más funcional, más limpio. Lo que no ha cambiado ha sido el trato del personal de la Biblioteca, desde su directora, María Jesús Santiago, hasta el empleado que me ha ‘echado’ con una educación exquisita. Sigue siendo un ejemplo de servicio público. Lo dicho, una institución.

martes, marzo 11, 2008

lunes, marzo 10, 2008

5 minutos de silencio

Mi jornada electoral

Calle de Gallegos. Cáceres. 9.15 horas. Salgo de casa y me encuentro con una vecina mayor. ¿Irá a votar? Compro la prensa en mi quiosco: una joven huérfana firme en su expresión y un ataúd. Bajo el brazo, dan un sentido especial a mi voto, cinco minutos después. Como si fuese un voto doble. Voto por mí y por Isaías. Voy detrás de mi vecina, que ha llegado antes, por mi demora y la prensa. Iba a votar, sí. El colegio es un palacio. El Palacio del Comendador, hoy Parador de Turismo de Cáceres. Contrasta la nobleza de estas piedras con la humildad de los votantes que veo a esta primera hora de la mañana. Mi vecina, y una pareja que busca con dificultad la entrada al sitio. Siento bien temprano el sentido del voto.
Hospital de Zafra. 11.15 horas. Desde el pasillo me llega la voz de alguien que habla de “las votaciones”. Horas después, en la cafetería, un hombre, que parece aliviarse con un tubo de cerveza después de alguna tarea, dice a otro, más ocioso:
—Es un derecho, qué cojones. Yo voy a ir luego.
¿Irá a votar? Seguro, sí.
Calle de Gallegos. Cáceres. 21.00 horas. Me alegro por los que más se alegran. Una alegría. Y el lamento de que casi el millón de votos de Izquierda Unida valga lo mismo que los doscientos mil del BNG.

domingo, marzo 02, 2008

La poesía de Pablo Guerrero

Hace unos años, fue en mayo de 2000, tuve el placer de participar en la presentación de un libro de poemas de Pablo Guerrero (Esparragosa de Lares, Badajoz, 1946) y de fotografías de Antonio Covarsí (Badajoz, 1951-2006). El reencuentro con ambos fue, como siempre, muy amigable; pero con Pablo representó también la vuelta al texto escrito de alguien que nos había visitado durante años con el texto dicho y cantado. Salvo aquellas primeras Canciones y poemas (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1989, en una edición-documento que tiene un aire de época que hoy da gusto evocar, por su dificultad, por su necesidad), sólo habíamos leído lo que se publicó en el disco-libro Los dioses hablan por boca de los vecinos editado por Jaime Naranjo en Cicon Ediciones en 1999.
Siete u ocho años después de aquello, la obra poética de Pablo Guerrero ha crecido tanto emancipada, si cabe decirlo así, de su obra musical que hay que dar la razón a quienes lo han venido reivindicando durante este tiempo como escritor extremeño antologable. (En una presentación en el Centro de Profesores de Cáceres de la antología didáctica Literatura en Extremadura. Siglo XX, Badajoz, Del Oeste Ediciones, 2003, con Luis Sáez Delgado, alguien nos preguntó por la ausencia de Pablo en aquel libro que, hay que decirlo, no fue una antología al uso; aunque levantó los mismos recelos. Bueno, los mismos no; porque su escasa difusión lo atenuó todo). Una obra poética, la de Pablo Guerrero, que ha crecido en forma de libros como Los rastros esparcidos (Ellago Ediciones, 2003), Viviendo siglos (Ellago Ediciones, 2006) o este Escrito en una piedra (Visor, 2007).
Me saca una sonrisa melancólica la lectura del último poema de la primera sección del libro, un poema titulado “Antonio Covarsí, fotógrafo”. Y me saca el sentimiento, la añoranza y todo poso sensible la lectura de poemas en los que confirmo la elementalidad de una poética que basa su decir en “La clave es lo sencillo” (de un poema antiguo) y en donde vuelvo y vuelvo sobre nociones esenciales, desde el hombre o el mar, o el temblor de unas manos. Hasta, incluso, el miedo.
Dos notitas finales: 1. Hace unos meses, Santos Domínguez escribió un sentido texto para este libro y el vituperio de una errata. 2. No quiero dejar pasar este curso sin que Pablo venga a la Facultad a leer poemas a nuestros estudiantes. A ver si alguien me da un dinerillo para pagarle el viaje, darle cama y un “detallito”.

sábado, marzo 01, 2008

Las actrices de Cotarelo

Va de actrices. No sé si han sido Petra Martínez —a quien hoy he tenido el placer de saludar en Cáceres— y sus compañeras de La soledad quienes me han llevado a escribir ya sobre este libro del que dije que iba a hablar aquí. Del cine, pues, al teatro. O, desde luego, del teatro al cine. El libro lo publica la Asociación de Directores de Escena de España en su serie “Teoría y Práctica del Teatro”. Lo prologa un sabio amigo, Joaquín Álvarez Barrientos, del Instituto de la Lengua, Literatura y Antropología del CSIC, el antiguo Instituto de la Lengua Española, y el más antiguo Instituto de Filología, y el todavía más antiguo Instituto “Miguel de Cervantes”. (Como se ve, vamos a más).
Si la idea de reedición de estas dos obras antiguas (de 1896 y 1897) de Emilio Cotarelo y Mori (1857-1936) es de Juan Antonio Hormigón, responsable de las publicaciones de la ADE, los estudiosos del teatro del siglo XVIII, los estudiantes, los aficionados al teatro clásico o a la historia, deberíamos rendir pleitesía a este buen hombre. Es una maravilla tener al alcance de la mano en formato tan grato —y no en fotocopias antiguas— dos libros tan formidables, expresión de una forma especial y rigurosa de tratar la historia literaria y fondo de un montón de datos sobre el arte escénico en la España del siglo XVIII.
María Ladvenant y Quirante (1741-1767) y María Rosario Fernández “La Tirana” (1755-1803) son las ‘primeras damas de los teatros de la Corte’ a las que consagra sus estudios Cotarelo, que tuvo el proyecto de escribir otro sobre otra gran actriz, Rita Luna, que estrenó El sí de las niñas de Moratín y de la que se dan aquí no pocos datos. Investigar hoy sobre el teatro dieciochesco es completar, como sugiere Joaquín Álvarez Barrientos al final de su prólogo, la tarea impagable de algunos eruditos que, como Cotarelo, abrieron líneas que hoy se ha demostrado que son base principal de los grandes estudios sobre nuestra historia. Al índice onomástico, yo habría añadido un índice de títulos. Y es que hay muchos.