domingo, diciembre 31, 2017

Último día del año


Así. Así, así algunas tardes como esta del último día del año. Antes de prepararnos para pasar la noche con una cena especial. Otra vez el rito luego de tomar las uvas y sus supersticiones. Así he pasado estas tardes durante varios años releyendo algunas entradas de este blog con el mismo motivo del último día que toca un día como hoy. Antes de que existiese este soporte, hacía lo mismo con notas y cuadernos manuscritos. No hacía recuento; pero buscaba un recuerdo entre recuerdos, como una exaltación jubilosa de lo pasado —a pesar de los lutos, los fracasos, las pérdidas y las equivocaciones —, de lo que uno ha vencido al tiempo en su medida. Ahora estoy delante de esta pantalla escribiendo como si tuviese una necesidad en tan señalada noche. Qué tontería. Más de diez docenas de entradas de este blog en este año me avalan. Pero escribo. Con la banda sonora de los mensajes de felicitación que llegan, con tanto sentimiento, tantas faltas de ortografía, tanta falta de gusto a veces, y tanta buena voluntad. Feliz año nuevo. Y feliz disfrute de la lectura. De un «Elogio de la palabra» como el que escribió Juan Carlos Mestre: «Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra ha sido pronunciada ante el vacío, para una multitud que no existe. / Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume. / Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano. / Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esa palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte. / Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo trasmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros. / La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.». (De La poesía ha caído en desgracia, Visor Libros, 1992; y reedición en Calambur Editorial, 2014). La poesía sigue cayendo bien. Feliz año nuevo.

sábado, diciembre 30, 2017

Trienios


Recibí con alegría —gracias a Marino González, su editor— esta nueva novela del extremeño Jorge Márquez (Sevilla, 1958), entre otras razones, porque habían pasado trece años —como los perros de su primera novela El claro de los trece perros (Algaida, 1997)—  desde que se publicó la última, Los agachados (Algaida, 2003). He tardado en leerla, sí, más de un año; pero ha merecido la pena. Me ha devuelto al enorme escritor que es Jorge, con su prosa reconocible, su humor, su manera de presentar y tratar a sus personajes —unos tiernos, otros feroces, patéticos muchos—, que, no en vano, aquí, se trata de un bestiario. O, más bien, un zoológico, ya que los animales se ubican en la Casa, en la Casa Grande, que es como una inmemorial casa de fieras cuyos cimientos solo podrían abatirse en la imaginación de un sueño del que uno despierta «angustiado, sudoroso» (pág. 278). Esta novela tenía que haberla publicado el mismo sello institucional que publicó, por ejemplo, la primera novela de Gonzalo Hidalgo Bayal —Mísera fue, señora, la osadía—, los Cuentos de Jesús Delgado Valhondo, el Camino baldío de Ricardo Puente, Caminar por caminar cansa, de Antonio Gómez, o los Nocturnos de María José Flores. Qué sé yo. Es una novela muy especial. Porque, por ejemplo, a sus muchos valores —véanse solo algunos infra— cabría añadir lo políticamente incorrecto, que es lo que más agrada. Esto es, el juego que algunos lectores hemos podido urdir con las supuestas claves de la novela. Confieso haber intercambiado mensajes con una lectora cercana del mismo libro que me decía que sabía quién era «La rata» y quiénes «Los borregos». Un entretenimiento malicioso que no quita valor a una novela que merecería mucho más eco entre lectores menos contagiados de su ambiente. Me extraña, por eso, que, salvo en círculos muy privados —el otro día hablé de esto con Miguel Murillo, gran amigo de Jorge Márquez—, nadie haya metido el dedo travieso en la llaga institucional con la excusa de esta mueca satírica del funcionariado. Lo mejor es que Jorge Márquez vuelve, después de más de una década, a mostrar su solvencia como narrador, vuelve a su gusto —aquí más embridado— por marcar tipográficamente las voces y registros de su relato, que en Trienios se fundamenta en dos discursos trenzados, el del bestiario y sus treinta y siete especies —las hay que son peces, mamíferos, aves, reptiles, crustáceos..., todos humanos—, y el de un diario conmovedor con sus treinta y tres anotaciones desde un 27 de junio a un 31 de diciembre del mismo año que aportan al lector un contrapunto del personaje que escribe. Los trasvases y guiños entre ambas partes —el bueno de «Wes[ley] J. Weaver III Catedrático de Literatura Española de la Universidad Estatal de Nueva York. Autor del libro Personajes en busca de una realidad: Aproximaciones a la literatura de Jorge Márquez (Sevilla, Diputación de Sevilla. Servicio de Archivo y Publicaciones, 2010)», habla de novela «estremecedora» y de «estructura bipartita», en una nota previa que se extracta también en la cuarta de cubierta y que es absolutamente prescindible en una editorial que se precie de su autor— son sutiles y un acierto, como el relato de algunos lances, la pintura de algunos caracteres, los juegos, la ironía, el expresionismo valleinclanesco de muchísimas páginas y la expresión de unas ideas que a veces rematan un capítulo como para decirle al lector aquí estamos tú y yo: «Mi pobre padre no entendió la hondura de aquella reflexión, aunque intuyó que contenía una intensa lección de vida. Solo los años irían sedimentando en el carácter de mi padre la conversación con don Zaratustra hasta marcarle para siempre con la indeleble e inocultable señal de los ingenuos que hacen de la decencia, de la humildad y de la generosidad su norte.» (págs. 229-230). En fin, que esta novela me parece que es todo un acontecimiento.

martes, diciembre 26, 2017

La visión estelar de Valle-Inclán


En 1916, Valle-Inclán fue invitado por el gobierno francés a visitar el frente de la Gran Guerra de 1914 a 1918. El escritor viajó a Francia, y fruto de su experiencia de dos meses fueron sus crónicas publicadas en El Imparcial y en Los Lunes de El Imparcial entre octubre de 1916 y febrero de 1917, que tituló Un día de guerra (Visión estelar). Pocos meses después, Valle publicó un libro de algo más de cien páginas titulado La Media Noche. Visión estelar de un momento de guerra, con colofón de 30 de junio de 1917. Esto era lo sabido, al menos, hasta hace casi diez años, cuando se conocieron los archivos personales de Valle-Inclán, y entre ellos, el cuaderno manuscrito —El Cuaderno de Francia— en el que el escritor fue anotando sus impresiones de viaje entre mayo y junio de 1916. Coincidiendo con el centenario de ese texto, Margarita Santos Zas, directora de la Cátedra Valle-Inclán de la Universidad de Santiago de Compostela, publicó la edición facsimilar Con el alba: El Cuaderno de Francia (1916). Manuscrito inédito de Ramón del Valle-Inclán. Facsímil (Santiago de Compostela, Biblioteca de la Cátedra Valle-Inclán, Universidade  de Santiago, 2016). Ahora, esa misma Cátedra Valle-Inclán de la Universidad de Santiago de Compostela puede estar orgullosa por publicar, en esa colección, en su «Biblioteca», esta primorosa y excepcional edición de La Media Noche. Visión estelar de un momento de guerra, de Valle-Inclán, con un estudio y dossier genético y editorial elaborado por Bénédicte Vauthier (Universidad de Berna) y la ya citada Margarita Santos Zas (Universidad de Santiago de Compostela). La edición consiste en tres volúmenes estuchados en una caja que presentan las dos versiones del texto y el estudio y dossier genético y editorial de Vauthier y Santos Zas. Buena parte de lo que me gusta del trabajo que siempre hace Bénédicte Vauthier es su afán por desfacer entuertos filológicos y luchar sin violencias contra las tibiezas o los hibridismos editoriales. En este caso, se ha fijado en la fortuna editorial de Valle-Inclán bajo el sello de Espasa-Calpe, y, de paso, en la tradición de la crítica textual europea, entre la que la crítica alemana destaca, según se ve en el planteamiento de las editoras de este Valle-Inclán, y que, sin desmerecer el trabajo conjunto, contiene epígrafes como «Un necesario paréntesis teórico», incluido en el volumen del estudio (págs. 35-57) que es marca indubitable del hacer de una experta como la profesora Bénédicte Vauthier. Aquí hay un libro de doscientas páginas, con cuatro apéndices, el último de los cuales consiste en un DVD que contiene la transcripción diplomática y la edición facsimilar de los borradores autógrafos de Valle. El hecho editorial merece nota; pero el análisis genético y del contenido —y su contexto— de lo que escribió el autor es soberbio, y despierta un interés enorme por la relación que se establece entre la circunstancia de volar en un aeroplano militar sobre el campo de batalla y la «visión estelar» como propuesta estética de renovación de un escritor tan grande. Añado, a lo mucho y bien dicho por las autoras de este estudio, que la visión desde arriba, levantado en el aire, que informa los esperpentos valleinclanescos de los años veinte tiene aquí un precedente nada desdeñable. Este volumen de la «Biblioteca de la Cátedra Valle-Inclán» es, sin ninguna duda, un trabajo excelente que merece muchos más reconocimientos que esta modesta y torpe nota.

domingo, diciembre 24, 2017

Feliz Noche

© Reuters
Alguna vez he deseado Feliz Navidad en las páginas de este blog. Sin ir más lejos, el año pasado, cuando recordé un cuento de Movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso, y esa costumbre de sentarte a escribir a mano varias decenas de christmas que enviabas a tus familiares y amigos. En la mesa del salón, hasta que había que usarla una noche como hoy para cenar, se acumulaban, abiertas y en alerta, verticales sobre sus cantos, las tarjetas recibidas desde casi principios de diciembre. Este año, en la mesa no hay más que lo de todos los días y más libros, y me parece que es el primero que no ha llegado ni una sola felicitación en papel —ni una sola— por correo ordinario. Ni personal ni institucional; ni siquiera publicitaria. No sé si lo notarán mis hijos cuando lleguen. Ay, mis hijos. Cuando yo empecé a escribir estas bobadas, tenían diez años —él— y catorce —ella; y hoy llegan a casa como si fuésemos una de esas familias que se reúnen en fechas señaladas. Bien está que por una vez Barcelona, Cáceres y Almendralejo sean los ingredientes con los que amasemos esta noche la distancia para que cuaje, se diluya. Seguro que sí. Otro año serán otros lugares, y así podrá ser que ellos sean, desde donde sea, el perímetro de mi centro. Feliz Navidad. Feliz Navidad a todos los que quiero. A todos los que me lean.

jueves, diciembre 14, 2017

Luis Costillo


© Pakopí. Diario Hoy
A primeros de octubre, el editor Julián Mesa —Libros de Mesa— envió una carta —a estas alturas, solo si la carta hubiese sido enviada por correo postal, manuscrita o mecanoscrita, habría que especificarlo— en la que daba a conocer un nuevo proyecto editorial que arrancaría con un libro, de tirada limitada y con obra original, de Luis Costillo (Badajoz, 1956). Explicaba en su misiva que «en este caso el producto final será un libro impreso en offset y un original de los que lo componen. Este libro tendrá un tratamiento de libro de artista y con un acabado acorde con la propuesta: tapa dura original en cada ejemplar, cosido a mano, papel de alta calidad y gramaje, guardas, etc...»; y proponía a cincuenta personas que lo comprasen, con una tirada de cien ejemplares, cincuenta de los cuales en edición no venal, como «una forma de coleccionar arte con muy pocos medios: los socios pueden comprar obras por muchísimo menos valor que tendrían en una galería». Mañana quiero ir a Badajoz a dar un abrazo a Luis Costillo —que lo ha pasado mal— y a recoger mi ejemplar. Será, entre 19:30 y 22:00 horas, en la sede de la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo de Badajoz (Plaza Alta, 25-B). No es para exagerar; pero mañana me gustaría desdoblarme como otras veces —que cada uno crea lo que quiera—, y poder estar a las 21:00 horas en la inauguración de la exposición que al portugués Pedro Matos le han montado María Gil y Julián Gómez en su galería cacereña Kernel.

miércoles, diciembre 13, 2017

¿Periodismo en la UEX?


Se me ocurren otras palabras, además de «barbaridad» —en su acepción de dicho o hecho necio o temerario— para calificar la propuesta de implantación de un Grado de Periodismo en la Universidad de Extremadura sin un solo crédito de Lengua Española ni de Literatura Española. «Desatino», «despropósito», «negligencia» o «ignorancia» podrían valer. ¿La formación de futuros periodistas no contempla afianzar el conocimiento de la literatura española y el uso de la propia lengua como un fundamento esencial y demostrable en la mismísima historia del periodismo que nace en nuestro siglo XVIII? Un desatino. Lo que no acabo de comprender es que la UEX se hiciese no hace mucho la foto de la inauguración de una etérea Aula de Periodismo con el nombre de Juan Luis Cebrián, fundador del diario El País y presidente de PRISA, y, además, académico de la RAE, es decir, de la Lengua Española. Parece ser que Cebrián ha hecho un legado de su archivo y biblioteca a una institución académica que ignora lo que él mismo defiende, que el periodismo, la lengua y la literatura son indisociables. Parece que aquí estamos por encima de otras universidades que tienen más sentido común. La Universidad Complutense tiene la asignatura de «Lengua Española» en primero de sus estudios de Periodismo, y en segundo curso una «Literatura y Medios de Comunicación». Como optativa, en tercero, «Análisis de Textos Periodísticos: el relato», y «Literatura y prensa periódica»; y en cuarto curso «Análisis de Textos Periodísticos: el artículo y el ensayo». En el doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Francisco de Victoria hay una «Literatura Española» obligatoria en tercer curso y «Lengua Española» en primero. En la Universidad de Sevilla, como asignaturas de formación básica, están, en primero, «Tendencias literarias en la cultura contemporánea», y, en segundo, «Lengua Española»; como en la Universidad Rey Juan Carlos, con una «Lengua Española» en primero y, en cuarto, «Periodismo y Literatura». Es más, en la Universidad Autónoma de Barcelona, que tiene, lógicamente, una «Llengua Catalana» en primero como asignatura de formación básica, tiene en segundo curso una que se llama «Estàndard oral i escrit de la llengua espanyola», y una «Literatura catalana contemporánea». Etcétera... Aquí, sin embargo, lamentablemente, nadie ha reparado en esto y seremos notables de la estulticia. Tengo delante la Memoria del Grado de Periodismo propuesto por la UEX para su implantación en el curso 2018-2019 y en sus más de ciento cuarenta páginas no aparece ninguna vez la palabra «literatura», y «lengua» solo se usa para referirse a la lengua inglesa, que se incluye como asignatura y como competencia específica, ahí es nada, para expresar que es importante, claro, el estimar el uso de la lengua inglesa en el ámbito de los medios de comunicación y elaborar textos periodísticos en inglés. Alucinante.

martes, diciembre 12, 2017

Javier Huerta Calvo en Letras

Este jueves 14 de diciembre, en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, a las 19:00 horas, el profesor Javier Huerta Calvo, catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid, impartirá la conferencia «El encanto del teatro primitivo», enmarcada en los actos que el Departamento de Filología Hispánica y Lingüística General de la Universidad de Extremadura ha organizado este año de la conmemoración del V Centenario de la Propalladia de Bartolomé de Torres Naharro. Javier Huerta Calvo fue también catedrático en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Ámsterdam. Es fundador y director del Instituto del Teatro de Madrid. Se especializó en teatro breve y en la literatura festiva de los Siglos de Oro, sobre los que ha publicado varios libros: Teatro breve de los siglos XVI y XVII, Antología del teatro breve del siglo XVII, El nuevo mundo de la risa, Una fiesta burlesca del siglo de oro, El teatro breve en la Edad de Oro…), además de un centenar de artículos sobre el tema en numerosas revistas. Otras publicaciones suyas son El teatro medieval y renacentista, De Poética y políticaNueva lectura del Canto personal, de Leopoldo PaneroHistoria de mil y un juanes. Onomástica y Folklore (junto con José Luis Alonso Hernández), y Teatro español (de la A a la Z). Dirigió la Historia del teatro español en dos volúmenes (Editorial Gredos), y la Historia del teatro breve en España (Editorial Iberoamericana/Vervuert). En 2015 el Centro de Estudios Astorganos y la Fundación Gerardo Diego publicaron su libro Gerardo Diego y la Escuela de Astorga. Es Premio de Periodismo Ciudad de Astorga. Es autor del libro de poemas Razones coloradas, por el que recibió en 2015 el premio de poesía Joaquín Benito de Lucas. 

domingo, diciembre 10, 2017

Mosaico (Libros)


Tengo imágenes de estas para aburrir. Suelen tomar el aspecto de torres de libros sobre mi mesa. Solo tengo dos modos de aliviarlas: leer y colocar. Leer lleva su tiempo y colocar es más fácil, pues basta con recibir un libro y ponerlo en su sitio; ¿pero quién se resiste a dejar un libro en su estantería sin haberle dedicado la atención que merece? La puede merecer por ser un regalo o por ser un capricho. Si es un encargo pagado para escribir, es otro asunto; y no suelo poner aquí nada que haya sido comprometido para otro lugar antes de que se publique en su destino. Me fijaba mucho frente a la casa de mi madre en esa gente que en la calle los sábados y domingos no hacía nada más que sentarse a hablar y tomar un café, una caña, o fumarse unos cigarrillos; y así todos los días. Pasa en todos los sitios. Hay personas que miden su existencia con las horas en un bar, con la cantidad de copas o de crucigramas, con el número de chistes y con trienios de insustancia. Hay quien no hace otra cosa en el día que pasear a los perros, comer y beber como sustento —casi nunca como placer—, interesarse por la vida de los vecinos y ver la televisión sin dejar de pulsar el mando hasta que el sueño llega. El día siguiente es igual. Y el siguiente. El desayuno, los perros, comer, ver la televisión, acostarse. Y así todos los días. Ni siquiera el aseo forma parte de su rutina. Ni el sexo. Conozco a mucha gente que, salvo cuando levanta la cabeza para beber, está cabizbaja, esto es, pasa todo el día mirando el móvil. Así un día y otro día de todos los días de su vida. No son peores que los míos, seguro. Lo que me hace ajeno a todos ellos es que los únicos papeles de sus vidas sean el periódico pringoso del bar en el que hacen el crucigrama o el tique de la cuenta que han pagado del carajillo que se han bebido. Mucho de lo que me ocurre tiene la forma de esas torres de libros que alguno imaginará, de este cuaderno en el que escribo antes de pasarlo a otro formato, o de estos papeles que yo no tengo ni idea de cuándo podré colocar en su sitio. Y, por supuesto, no me planteo que tenga alguna necesidad de escribir sobre todos y cada uno de los libros que están en las mesas de la casa en la que vivo. Leer y colocar; pero ¿escribir? Estaría bueno que uno no tuviese que hacer otra cosa que escribir sobre todo lo que lee sin perder la cabeza —por cierto, acabo de terminar de leer una edición excelente de La media noche. Visión estelar de un momento de guerra, de Valle-Inclán; y estoy deseando escribir sobre ella. Un mosaico así, como el de la imagen, es como las páginas de mi agenda, dan cuenta de mí, del encuentro con un amigo para darme su libro, del regalo que fue muestra de que un hermano se acordó de un cumpleaños, de una visita a una librería para buscar un libro y encontrar otros... Tengo imágenes de estas para aburrir. Y aburro, es verdad.

Palindromo de GHB

Orgullo y satisfacción por seguir en esto de los palindromos.
El último de Gonzalo Hidalgo:
http://bayal.blogspot.com.es/2017/12/top-spot.html

Segunda circular

Se recuerda a todos los que recibieron la primera comunicación que es importante que cada uno haga lo posible por querer a quien quiere y ser bueno con todos. Que no pasa nada si alguien falla, de verdad.

lunes, diciembre 04, 2017

Incendios


El sábado, antes de comenzar la función de Incendios en el Gran Teatro de Cáceres, se comunicó al público la sustitución de Ramón Barea por José Luis Alcobendas, en los papeles del notario Hermile Lebel, El Médico, Abdessamad y Malak, y que la función constaba de dos partes, la primera de una hora y veinticinco minutos, y la segunda, después de un descanso de quince, de una hora y treinta minutos. Ambas informaciones sonaron a advertencias, como si la compañía quisiese curarse en salud en prevención de las expectativas de un público que esperaba ver a un actor más conocido como Ramón Barea —Premio Nacional de Teatro de 2013— y, por otro lado, que no quería salir a las once de la noche, después de aguardar en la calle, con frío, desde las siete a que se abriesen las puertas del Gran Teatro. Pues ni una cosa ni la otra. Primero, porque José Luis Alcobendas es tan extraordinario actor que nos hizo olvidar a todos la ausencia de Barea desde el mismísimo principio de la obra, y nunca mejor dicho, porque es el primero por orden de aparición. También lo habría sido por orden alfabético. En cartel, ni lo uno ni lo otro, dada la presencia inconmensurable de Nuria Espert en esta lección de teatro que todos celebramos el primer sábado verdaderamente frío de diciembre. Y seco, sigue sin llover en esta tierra pobre que continúa sin trenes dignos. En segundo lugar, la otra advertencia, la del tiempo de duración de la obra, cayó por su propio peso a medida que en escena se desarrollaba la historia de los dos gemelos encomendados por su madre, mediante un albacea testamentario —José Luis Alcobendas— que es un personaje estructural básico para sostener la acción y el más útil para añadir la sal cómica a la tragedia, a buscar a su padre y a su hermano. Con solo un trazo así se atisba la presencia de la tragedia griega —Edipo, Antígona— en un texto contemporáneo, y qué genial concurrencia entre lo antiguo y lo moderno es la propuesta de un autor como Wajdi Mouawad. Mi hija Julia, ayer, me dijo que ella vio la película (Incendies, de Denis Villeneuve, 2010), que yo no conozco más que por los rasgos de una morfología muy distinta a la de un montaje teatral que podría ser considerado como una especie de manual para enseñar desde escritura dramática a dirección de actores, desde dicción —qué maravillosa serenidad de actriz la de la Espert— a escenografía y recursos técnicos. El teatro, aquí, sin duda, por encima del cine; aunque Mouawad deje en las tablas un tapiz tejido con los más ricos matices de los códigos audiovisuales del siglo XX — de la televisión a  Apocalipsis Now— , celebrado hasta la emoción por los espectadores. La anagnórisis como argumento. Y una lectura de la condición humana. Nada nuevo. «Ahora que estamos juntos, todo va mejor» son las palabras de Nawal, vicarias en las de Hermile Lebel, que dan sentido al final a la reunión de todo el elenco bajo el plástico que les protege de la lluvia o de las bombas de la vida. Es muy significativo a todo esto leer ahora lo que escribió Javier Vallejo sobre la ovación que mereció la obra en Madrid cuando él la vio, y que le pareció «la mayor y más cerrada que haya escuchado en un teatro español en los últimos años. Todo el público salió conmovido, es decir, movido por emoción idéntica». Igual que en Cáceres, con el añadido de que la del Gran Teatro el sábado fue la última función de la obra por esta compañía, y que, por eso —me dicen—, acudió el mismísimo Mario Gas, que salió al final a saludar con todos sus actores. Más aplausos.

sábado, diciembre 02, 2017

Glorias de Zafra (XVIII)


Pasan los años, me rozan otras circunstancias y vivo de manera distinta mi regreso a esta ciudad. Antes venía periódicamente, a fecha fija, para no salir más que a comprar pan y prensa, dedicado a la atención de una madre dependiente que se valió por sí misma durante más de ochenta años de su vida. Ayer, para ir de un lugar a otro no muy distante, elegí el camino más largo, el callejeo perpendicular por sitios de mi infancia y juventud: Cerrajeros —antes Cristóbal de Mesa—, Gobernador —en mis tiempos Cánovas del Castillo—, la Plaza del Corazón de María que para nosotros era la «Plaza del Parador» en la que jugábamos al fútbol sobre la tierra con una valla fija de hierro como portería y gritábamos para tapar el golpe del balón sobre los coches. Tantas horas seguidas en las calles de Zafra no me despojan de mi condición de visitante, de encontrarme con rostros lejanamente conocidos y cruzarme con otras muchas personas nunca vistas; pero hay un blasón que uno posee dignamente oculto por el que, cuando paseo por la ciudad, me siento investido de la autoridad del que nunca se fue de aquí.

jueves, noviembre 30, 2017

Glorias de Zafra (XVII)

Hoy va a ser al revés. Me traigo de Facebook aquí, a mi Pura tura, mi recuerdo.

miércoles, noviembre 29, 2017

Miguel Murillo en el Aula literaria José María Valverde


Este curso el inicio de la programación del Aula literaria «José María Valverde» será en la Facultad de Filosofía y Letras, que, desde la fundación de esta actividad, ha venido recibiendo a autores —José Agustín Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Guillermo Carnero, María Victoria Atencia, José María Guelbenzu...— como un centro más de los participantes, todos institutos de Enseñanza Secundaria de la ciudad. Será un placer recibir a un escritor amigo, a una de las personalidades literarias que ha dado Extremadura —esa Extremadura literaria hecha aquí y difundida desde aquí como marca de normalización cultural—, como Miguel Murillo (Badajoz, 1953), director actualmente del Consorcio Teatro López de Ayala de Badajoz. Además, es un dramaturgo, un hombre de teatro. Bien está. Porque no pasan de cuatro los autores de teatro entre los más de noventa que han pasado por el aula en todos estos años. Bien está. Mañana, a las 12:15 horas, Miguel Murillo nos visitará para celebrar un encuentro con alumnos de bachillerato de Cáceres, en el Paraninfo, y esa misma tarde, a las 19:15 horas, en el salón de actos del Palacio de la Isla, tendrá lugar la habitual lectura-conferencia abierta a todo el público de la ciudad.

martes, noviembre 28, 2017

Nuevo curso del Aula Valverde


El dramaturgo Miguel Murillo, el cantautor Luis Pastor, el escritor tijuanense Omar Pimienta y la poeta Aurora Luque son los cuatro autores que este año visitarán Cáceres para participar en el Aula Literaria «José María Valverde». En la página de la Asociación de Escritores Extremeños se puede consultar la programación de sus aulas literarias, y también el último número de su revista El Espejo. 

lunes, noviembre 27, 2017

Felipe Hernández


«No sé si está mal decir que es un privilegio trabajar en lo que me gusta. Me acuerdo de mi hermano José María leyéndome por las noches los poemas que él adoraba, y me acuerdo de mis reniegos veniales alegando sueño y la ironía que gastamos hoy a costa de mi dedicación y de aquel cuarto con dos camas. Me acuerdo de Felipe, mi profesor de literatura en el instituto, que llegó después para empujarme hacia esta realidad visible. Hoy sigue enseñando, y se ha convertido en un consumado pianista y un experto en lenguaje musical y en Alban Berg, música y palabra. Quizá mañana yo, gracias a mi hermano, a mi profesor de antaño y a la literatura llegue a ser un buen reponedor en un hipermercado, que es uno de los mejores oficios para empezar a ser alguien.» (El trabajo gustoso. Un cuaderno de clases, Mérida, ERE, 2002, pág. 18). Escribí esto hace más de quince años. Hoy, la periodista extremeña Pepa Bueno ha dicho en Hoy por hoy, el programa que dirige, que uno de sus mejores profesores fue el que le dio literatura en Bachillerato en Badajoz, quien verdaderamente le enseñó a leer y a valorar la palabra escrita. Se llamaba Felipe Hernández —ya se refirió a él en otro lugar— y le regaló una edición de La realidad y el deseo, ha dicho. Estoy convencido de que hablamos de la misma persona.

Apuntes de noviembre

[Lisboa, 16] Hablé con un señor que acudió al acto convocado por el Instituto Cervantes para inaugurar la exposición que conmemora los veinticinco años de la «Biblioteca de Barcarrota» hasta el 4 de diciembre, y se extrañó de que yo emplease el adjetivo «irresoluto». Yo creo que no llegó a comprender el significado de mi cita, que fue lo que dijo Francisco Rico sobre aquellos preciosos libros que se encontraron emparedados en una casa de Barcarrota en 1992 y que podrían tener procedencias diversas y haber llegado a manos de un «librero irresoluto» que se libró de ellos. Lo más cierto fue que aquella tarde los dos nombres que con más firmeza pronuncié fueron los de Fernando Tomás Pérez González y Fernando Serrano Mangas —quien más negó aquella opinión de Rico—, que fueron los que más contribuyeron, ab initio, a que hoy dispongamos de este patrimonio que ha sido preservado, difundido y estudiado, y que todavía sigue falto de la actuación que culmine el proyecto editorial de publicar toda la colección en facsímiles. Lo dije ante el embajador de España en Lisboa, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, y ante Miriam García Cabezas, secretaria general de Cultura, que representaba a la Junta de Extremadura, y con el asentimiento de Javier Rioyo, anfitrión, director del Instituto Cervantes de Lisboa, y de Julia Inés Pérez González, directora de la Biblioteca de Extremadura. Ojalá. Me gustó mucho viajar con mi compañero Juan Carrasco, catedrático de Lengua y Literatura Portuguesas en mi Facultad —ida y vuelta en el mismo día, y condujo él. [Ribera del Fresno, 19]. Me pongo muy nervioso cuando alguien toma la palabra y no respeta el tiempo que le han dado para que diga lo que tiene que decir, que, además, no suele ser digno de alabanza. Estuve recordando a Juan Meléndez Valdés, que a mí me parece un tipo tan importante y tan entrañable como Antonio Machado, que también acabó tristemente sus días por un parecido sur de Francia. Con Piedad Rodríguez Castrejón, alcaldesa de Ribera, muy bien tratado, y con la Asociación Histórica de Almendralejo y sus IX Jornadas de Historia de Almendralejo y Tierra de Barros. Me regalaron una botella de vino blanco «Batilo», el sobrenombre poético del poeta. [Cáceres, 20]. Algo anoté de Pessoa. Me parece que eso tan repetido de que la literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta. No he tenido tiempo de confirmar si la cita no es apócrifa —siempre quiero saber de dónde sale, de qué obra, qué edición, qué página. Yo sí me sé algo de Álvaro de Campos que viene a decir qué es el hacer versos sino confesar que la vida no basta; pero me da la sensación de que lo que ocurre en la vida ya ha ocurrido en la literatura o en otros rincones del arte, como en un bolero que dice que «Hoy resulta que no soy de la estatura de tu vida» o que «Te devuelvo tu promesa de adorarme / ni siquiera tengas pena de dejarme / que este pacto no es con Dios». Me he acordado de dos personas que conozco y que se sentirían retratadas. En fin, la vida, la literatura. [Madrid, 24] En la puerta de acceso a la Biblioteca Nacional, antes de visitar el Museo Arqueológico. Se me ocurrió entrar un momento para renovar mi carnet que me caduca esta semana y aquello estaba tomado por la policía —mirando también en las alcantarillas. Una funcionaria quiso explicarnos que «Los Reyes de España han presidido este viernes la primera reunión del Pleno del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España como muestra de su apoyo y compromiso con la institución, que comienza una nueva etapa tras la aprobación de su Ley Reguladora y su Estatuto derivado en diciembre de 2016»; pero lo único que nos dijo es que a ellos no les informan de nada y que nada podía decir. Con el cordón policial, tras el enrejado, vimos al rey Felipe VI y a la reina Letizia, a un grupito de niños escogidos y a Luis Alberto de Cuenca. Un par de horas después comimos en Casa Lucio. Qué cosas.

sábado, noviembre 25, 2017

Oasis

«Te lo dirá el aire si procuras
el trazo abierto,
el sitio de la luz
en el poema.» […]

—Ángel Campos Pámpano—

Gerardo Diego


Recién llegado de Madrid, he podido escuchar el programa de RNE «Documentos», dirigido por Modesta Cruz, y dedicado hoy a «Gerardo Diego. Tradición y vanguardia en la poesía», que ya se puede escuchar en el archivo de la página web de la emisora. Serán azares cotidianos, porque, anoche, camino de una cafetería ya conocida para picar algo, pasamos por el número 9 de Covarrubias esquina José Marañón y volvimos a ver la placa que dice que allí vivió el poeta desde 1940 y allí murió a sus noventa años en 1987. Hoy, ya en casa, voces amigas como las de Pureza Canelo o F. Javier Díez de Revenga me han hablado sobre la obra múltiple e incansable de Gerardo Diego; también su hija Elena ha dicho bien cómo era el padre, el hombre de cultura, amante, amigo, cómplice de la música. Podrían haber intervenido —no todo cabe— otras voces con la misma solvencia, como las de José Luis Bernal o Juan Manuel Díaz de Guereñu, que este próximo martes presentan en Madrid su monumental edición del Epistolario (1916-1980), entre Gerardo Diego y Juan Larrea, otra de las numerosas aportaciones de la Fundación Gerardo Diego como Centro de Documentación de la Poesía Española del Siglo XX y la que ha convertido al santanderino en el poeta mejor editado de toda su generación; la que ha dado a la luz en coedición con Editorial Pre-Textos los dos volúmenes de la Prosa musical (2014 y 2015), en edición de Ramón Sánchez Ochoa y Elena Diego Marin, y los dos, casi mil quinientas páginas, sobre lo dejado por el autor, en edición de Franciso Javier Díez de Revenga, de la Poesía completa (2017). Todo Gerardo Diego es mucho; pero sigue habiendo oportunidades para conocer mejor un tiempo y unas obras —no solo las suyas— que nos enriquecen. Por eso, recuerdo que este martes yo seguiré en directo desde casa —obligaciones mandan— el acto de presentación de ese epistolario de Diego-Larrea en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

lunes, noviembre 20, 2017

13 + 5 = 18. Incunables en la Biblioteca Pública de Cáceres


Todos los años una sesión de dos horas de mis clases de Fuentes para el Estudio de la Literatura Española se traslada a la Sala «Vicente Paredes» de la Biblioteca Pública «A. Rodríguez-Moñino/María Brey» de Cáceres. El pasado martes estuvimos allí Guadalupe Nieto y yo con un grupo de ocho estudiantes —seis del Programa Erasmus—, para disfrutar de las explicaciones de Teresa Gómez Pérez, del cuerpo técnico superior facultativo de la Biblioteca Pública, y de la contemplación de piezas muy valiosas del rico fondo antiguo de esa biblioteca. Presididos didácticamente por un ejemplar del facsímile de la Biblia de 42 líneas de Gutenberg, pudimos ver algunos de los trece incunables que se conservan allí, como las Antigüedades Romanas, de Dionisio de Halicarnaso (Venecia, 1498). Gracias a Teresa, supimos de primera mano que se han catalogado cinco nuevos incunables del fondo y que hoy ella impartirá una conferencia para darlos a conocer. Un hallazgo muy importante y un privilegio estar tan cerca. Enhorabuena.

jueves, noviembre 16, 2017

viernes, noviembre 10, 2017

Día de las Librerías


Ayer me adelanté a la celebración del Día de las Librerías. Anduve varios kilómetros y logré convertir un recado —recoger unos papeles— en una caminata con el mismo aire deportivo que cuando subo solo a la Montaña —chubasquero, zapatillas y auriculares por los que me llegaban las palabras del escritor Jordi Puntí sobre su reciente libro Esto no es América (Anagrama), con nueve cuentos que también han aparecido en edición catalana, Això no és Amèrica (Empúries). O al revés, no sé—. A la vuelta, y de la misma guisa, entré en la librería «El Buscón», que es en la que siempre encuentro más novedades que me interesan y la más plural de todas las de esta ciudad en fondo editorial. Con Antonio, el librero, siempre hay conversación. Sobre los dos títulos de Juan Cárdenas que ha publicado este año Periférica. Mi duda era si el último es Zumbido —ya sé que es reedición— o El diablo de las provincias. Me llevé ambos. Jorge Barriuso, que dedicó a esta última novela no hace mucho su «Barriupedia» de Radio 3, me dijo el miércoles que le ponía más hablar de libros en cuyos créditos aparezca Cáceres o Cuenca que no Madrid o Barcelona. O la Isla de San Borondón, que él conoce como sede de Ediciones Liliputienses. Tarde dromomaníaca en la que crucé pasos de cebra con semáforos, transité por aceras deterioradas, esquivé vallas de obras, y dejé pasar una esquina tras otra; e imaginé en una de ellas —ahora no sé si lo vi o lo leí— a una mujer que toma las manos de su acompañante, hace el gesto de apretar los labios para afanarse en algo, y agita las suyas como quien da golpes suaves al corcho de una botella de vino —blanco y algo dulce. Eso fue ayer; hoy solo he pasado por el escaparate de otra librería sin pararme. Al fin y al cabo, uno no necesita ningún día de celebración para lo que forma parte de su vida. A esta hora, sigue siendo el Día de las Librerías.

domingo, noviembre 05, 2017

Jordi Gracia en Letras



Macondo


Yo no sé cuántas ciudades de este mundo nuestro tienen un callejero en el que se concentren en un barrio residencial moderno, por voluntad de sus promotores, nombres que aludan al entorno de una sola novela. En Cáceres hay una zona residencial que se llama «Macondo», con su parque del mismo nombre, su calle «Gabo», su calle «Paraíso Terrenal» y su calle «Cien años de soledad», como referencias genéricas. El resto está rotulado con los siguientes nombres: «Aureliano Segundo», «Padre Nicanor», «José Arcadio Buendía», «Coronel Arcadio Buendía», «Francisco el Hombre», «Pilar Ternera» y «Dr. Alirio Noguera». Ahí es nada. Tengo amigos y conocidos que viven en esas calles. Aunque solo fuese por eso, podrían acercarse el miércoles a la conversación pública hasta completar aforo que vamos a tener en el Instituto de Lenguas Modernas de Cáceres —desde las 19:00 horas— sobre Cien años de soledad. Participarán, moderados por mi compañero Ignacio Úzquiza González, profesor de Literatura Hispanoamericana en la UEX, estos cuantos lectores de la novela de García Márquez: Jordi Gracia, Juan Domingo Fernández, Jorge Barriuso y Gonzalo Hidalgo Bayal. Organiza la Fundación Europea e Iberoamericana de Yuste.

miércoles, noviembre 01, 2017

El silencio de los muertos

Día de difuntos. He leído, tomando una cerveza, solo, en la plaza más bonita de Cáceres, los dos periódicos que compro desde hace décadas —el Hoy y El País. Salvo la corrección social de saludar y hablar de lo consuetudinario con los camareros conocidos y con un matrimonio amigo que disfrutaba del mismo momento en la misma plaza y en otro sitio, no he hablado con nadie en todo lo que va del día. Pan y prensa. Ahora como solo en la cocina, mientras suena en el aparato de radio un poema sinfónico del compositor libanés Bechara El Khoury —que no hay que confundir con el mandatario de allí— que han programado en La hora azul, de Radio Clásica —tengo pendiente escribir aquí que vengo notando que en esta emisora hay cada vez más palabras y menos música; no sé— y que me tomo como un cambio de plano de la altisonancia del boletín informativo a esta calma del día de los muertos. Estos, los muertos, son, en buena medida y en cierto modo los culpables de que yo hoy esté solo. Una situación habitual que vivo sin disgusto. Vaya esto por delante y por detrás. He comido un pescado al horno que tiene el mismo nombre con distinta grafía que aquel extraordinario cuento de Juan Rulfo de El llano en llamas. Sus tres sílabas, sus mismas vocales en el mismo orden, como la palabra música, como subida, como rutina. En ese cuento el hombre que habla dice del lugar que se llama Luvina que es muy triste: «Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra de uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.» Es un cuento maravilloso que el otro día recomendó Miguel Díez en una entrevista en la que promocionaba su libro Cómo enseñar a leer en clase. Memorias de un viejo profesor (Reino de Cordelia, 2017) y en la que también recordó otro extraordinario cuento de su hermano Luis Mateo Díez, «Brasas de agosto». En él, el personaje se autorretrata con esa frase de «el repetido trance de verme embarcado siempre en algo ajeno que me acabe involucrando más allá de lo debido». A veces he pensado en eso cuando no he sabido decir que no a una proposición de trabajo, a un encargo; y también he pensado en las veces que no me he involucrado en lo prójimo más de lo debido, y defraudar, como tantas veces me ha ocurrido. No es malo este silencio de los muertos si sirve para sentir, entre estas cuatro paredes de la conciencia, el eco de mi firme voluntad de no hacer daño a nadie.

sábado, octubre 28, 2017

Madrid en tiempos de Francisco Aguilar Piñal

Fue lamentable, la verdad. La fotografía que tomé en el acto de Madrid el pasado jueves 26 lo dice todo. Joaquín Álvarez Barrientos, presidente de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, y Francisco Aguilar Piñal en la mesa, sin acompañamiento de ninguna autoridad del Ayuntamiento de Madrid, en la Casa de la Villa —en el Patio de Cristales de ese antiguo edificio coronado por los bustos de personajes como Lope de Vega o Calderón de la Barca —, en donde se convocó la presentación del monumental libro en cuatro volúmenes Madrid en tiempos del «mejor alcalde». Allí estábamos, una de sus hijas, su familia, su editor, buena parte de la junta directiva de la SEESXVIII y algunos amigos y compañeros, como Pilar Martínez Olmo, la directora de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del Centro de Ciencias Humanas y Sociales, del CSIC en donde tantos años, en su sede de la calle Medinaceli —ahora en Albasanz—, cuando era Instituto «Miguel de Cervantes» y más, trabajó Aguilar Piñal en su impagable Bibliografía de Autores Españoles del Siglo XVIII (1981-2001). Después de la presentación de Álvarez Barrientos, en la que destacó la importancia de la obra de Aguilar Piñal, el homenajeado leyó un texto que había preparado para que lo escuchase la alcaldesa de Madrid —que había anunciado su asistencia—, en el que dio datos de la importancia de la capital en el siglo XVIII, y, sobre todo, en los años del reinado de Carlos III —1759-1788—, sobre el número de sus gentes, sobre su alimentación, su abastecimiento, su actividad teatral y de ocio —botillerías, mesones, prostíbulos—, y sobre cómo deberían corregir los folletos turísticos que muestran un «Madrid de los Austrias» que debería ser el «Madrid de los Borbones» si se quiere ser riguroso con los hechos, los monumentos y las fechas. Francisco Aguilar Piñal, «Paco», leyó su texto muy emocionado —su esposa Margarita falleció hace unas semanas— y nos encogió el corazón en varios momentos de su discurso —cuando aludió a Cataluña, a que este libro era el final de su trayectoria, y cuando se detuvo para decir que es duro hacerse viejo. Por eso fue tan desagradable que este investigador, este estudioso del Madrid dieciochesco al que le han publicado su libro en Sant Cugat (Editorial Arpegio), estuviese tan desasistido de apoyo institucional en la ciudad en la que vive y ha trabajado toda su vida. Fue lamentable, la verdad, y una satisfacción estar allí, acompañándole.

martes, octubre 24, 2017

Sintra


Hacía más de veinte años que no volvía por allí. Y sigue siendo un sitio bonito para ir. Para ir y para volver. O ir y volver desde una ciudad con más vida a partir de las siete de la tarde, cuando se queda casi vacía, las tiendas cierran y en los bares no hay casi nadie, y menos, tomando una cerveza. Ir y volver desde, por ejemplo, Lisboa. Y me he acordado del poema de Fernando Pessoa y de aquello de «Vou a passar a noite a Sintra por não poder passá-la em Lisboa / Mas, quando chegar a Sintra, terei pena de não ter ficado em Lisboa». También me acordé de esos versos de Álvaro de Campos conduciendo, claro, por la carretera de Sintra hacia Mafra en un viaje frustrado por un horario intransigente para ver la grandiosa biblioteca del Palacio Nacional. «Yo, el conductor del automóvil prestado, o el automóvil prestado que conduzco? / En la carretera de Sintra al luar, en la tristeza, ante los campos y la noche, / mientras conduzco desconsoladamente el Chevrolet prestado, / me pierdo en la carretera futura, me sumo en la distancia que alcanzo, / y con un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible, / acelero... / Pero mi corazón quedó en el montón de piedras del que desvié al verlo sin verlo, / junto a la puerta de la casucha,/ mi corazón vacío, / mi corazón insatisfecho, / mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida. / En la carretera de Sintra, al filo de la medianoche, al luar, al volante, / en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación, / en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra, / en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí...» (Traducción de Ángel Campos Pámpano). El sábado, en los medios, un asunto principal: la mala gestión de los incendios del domingo 15 de octubre. El primer ministro António Costa y su discurso en la televisión por la noche. «Governo não mobilizou todos os meios no dia mais perigoso do ano», titulaba Expresso, que traía un informe sobre todo lo que falló en Pedrógão Grande (hasta treinta ítems). Tristeza. Y alegría también por volver a Portugal, a sentir la amabilidad y dulzura de su gente, por pasear por primera vez por un lugar que no era visitable cuando yo estuve en Sintra hace más de veinte años, la maravillosa Quinta da Regaleira que su rico propietario Augusto Carvalho Monteiro —también bibliófilo y filántropo— ideó con el arquitecto Luigi Manini a comienzos del siglo XX. Merece la pena acercarse —andando desde el centro de Sintra— a ese lugar imponente.

viernes, octubre 20, 2017

La salud de los literatos


Hace muchos años escuché decir a un poeta que presentaba a otro aquí en Cáceres que «El principal músculo del escritor, el que más se ejercita, es el pompis». Aparte eufemismo tan cursi, habría cabido añadir que es el que más se «ejercita» en actitud pasiva, sedente. Me he acordado de esto al leer la traducción que hizo un médico aragonés, Alejandro Ortiz y Márquez, condiscípulo de Goya en las Escuelas Pías de Zaragoza, y de quien tomé nota después de leer un libro que me enviaron para reseñar, de un tratadito del médico suizo Tissot, el que escribió la disertación L'Onanisme (1769), en la que decía que la masturbación, al incrementar la presión sanguínea en la cabeza, conducía a la locura, y, a veces, a la muerte. Samuel-Auguste Tissot, cuando tomó posesión de su cátedra de Medicina en Lausanne, pronunció en latín un discurso que tenía por objeto la conservación de los literatos. En la traducción de 1771 del médico aragonés leemos: «Dos son las principales fuentes de donde nacen las enfermedades de los literatos: el trabajo continuo del alma, y el perpetuo descanso del cuerpo» (pág. 1). Yo —literato en el sentido dieciochesco del término, de uno que escribe sobre lo que sea en su blog— me esfuerzo en fomentar —reconozco— lo primero y en mitigar lo segundo. Por eso, y aun así, en dicho orden, caigo enfermo. Pero tengo la firme voluntad de reponerme, como sería la de aquel Alejandro Ortiz y Márquez cuando llevó a la «Advertencia» de la última página de su libro lo siguiente: «Mr. Tissot acaba de honrarme con carta suya, su fecha de 3 de mayo, y en virtud de su contenido, he resuelto diferir la publicación de algunos obras del mismo autor que tengo traducidas, con el fin de presentarlas al público en otro grado de perfección» (pág. 160). Qué le diría. Lo que me diría un médico si fuese a su consulta. Mal, muy mal...

martes, octubre 17, 2017

Susana Szwarc en Cáceres


La escritora argentina Susana Szwarc (Quitilipi, Chaco, Argentina 1954) participará en Cáceres este viernes 20 (20:00 horas), en la librería Psicopompo, junto a Elena Román y a Carmen Hernández Zurbano, en un encuentro bajo el título de Los poetas no son gente de fiar, que es el de la revista microscópica de poesía editada por Ediciones Liliputienses, sello en el que las tres autoras han publicado sus textos. El jueves 19, a las 13:00 horas hará una lectura de sus poemas y microrrelatos en la Facultad de Filosofía y Letras —aula 32— y dará a conocer su obra entre los estudiantes universitarios.  Susana Szwarc es autora de numerosos libros de poesía y de narrativa. El artista del sueño y otros cuentos (Tres Tiempos, 1981); En lo separado, poesía (Último Reino, 1988): Trenzas, novela (Legasa, 1991); Bailen las estepas, poesía (De la Flor 1999), editado también en España por Ediciones Liliputienses; Bárbara dice, poesía (Alción, 2004); El azar cruje, cuentos (Catálogos, 2006); Una felicidad liviana, cuentos (Ediciones Ross, 2007); Aves de Paso (Ed. Cilc, 2009); La mesa roja (Desde la gente, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2012); El ojo de Celan, poesía (Alción, 2013), entre otros. Desde 1985 coordina seminarios y talleres de lectura y escritura en diversas instituciones públicas y privadas, entre ellos, los del Plan de Lectura de la Secretaría de Cultura de la Nación fundado por Hebe Clementi, de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Escuela Normal Nº4 de la Ciudad de Buenos Aires, Museo Ricardo Rojas, UBA, Bibliotecas Populares de todo el país; en diversas instituciones de las provincias argentinas (Chaco; Catamarca; Tucumán; Santa Cruz, etc.); Casa de América en Madrid, España; entre otros. Ha recibido diversos premios entre los que se destacan el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Antorchas a la Creación Artística (1990), Premio Regional de Novela correspondiente al NEA-Litoral otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación(1993), Primer Premio en el II Concurso Literario XICOATL en la Categoría Cuento, (Salzburgo, Austria, 1994); Tercer Premio en el Concurso Fundación Inca en la categoría Narrativa breve (1995); Premio Único de Poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1998), Mención en el Concurso Internacional de Cuentos Julio Cortázar (2003).

lunes, octubre 16, 2017

3 x 3


domingo, octubre 15, 2017

Retalillos


Tengo anotado que Meléndez Valdés escribió en octubre de 1815 que «el modo mejor de responder, así a los elogios como a las críticas, es el de esmerarse en los trabajos, fijos siempre los ojos en la posteridad, que nada disimula». Me gustaría escribir un texto contenido —que no sea demasiado sentimental— sobre el hueco que dejan las personas que se van definitivamente. Vamos, que se mueren. Vivimos con esos agujeros como si fuese una tarea que tenemos que llevar hasta el final de nuestros días. Es un legado obligado que se convierte finalmente en algo placentero, contradictoriamente; porque alguien nos ha confiado la preservación de su recuerdo. Y nos gusta recordar y revivir. También tengo anotada una palabra a la que le amputé una vocal intermedia para expresar ese vacío: «elgía». Algo así como un texto con el que expresar ese hueco que deja la persona que se va. Lo puse junto al apunte del enlace de una sentida necrología de Manuel Vicent sobre un amigo muerto joven. Más: mi compañero I vino a mi despacho un lunes, que es el día que yo escucho saludos alusivos a los resultados de la jornada de fútbol que comienza el sábado y concluye el domingo. Mi amigo no vino a verme para eso, y tampoco para hablar de los graves acontecimientos ocurridos en Cataluña el 1-O; ni de la porra de medir que determinadas fuerzas utilizaron por la mañana y no utilizaron por la tarde. Me disculpé con él por no dejar de teclear lo que estaba haciendo. «—Es algo mecánico, no te preocupes; te escucho», le dije cuando él iba a levantarse para no molestarme y volver en otro momento. Se quedó y me habló de lo que le gustó lo que había leído de Juan Goytisolo sobre La Celestina en un prólogo de una edición conmemorativa del V Centenario publicada por el Museo de la Puebla de Montalbán con ilustraciones de Teo Puebla que me dejó en fotocopias encima de la mesa y que he leído con el gusto de siempre. Así, sin comas. Y más: al bajar del paseo el otro día, ya de noche, vi a una chica que subía y sostenía su móvil sonriente antes de que al otro lado alguien atendiese. Ella, radiante, esperaba que le contestase la persona a la que llamaba. Lo que me llamó la atención fue su semblante. Más cerca ya, alguien tuvo que responder, y ella, más alegre aún, dijo: «—Que tengo trabajo». Se refería —fue suficiente el contexto— a que había conseguido el puesto que había solicitado. Me pareció guapa desde lejos. Al pasar a su lado y escuchar su satisfacción, ya era una belleza.

jueves, octubre 05, 2017

Javier Sánchez Menéndez en Cáceres


Creo que no es la primera vez que participo en la presentación de dos libros en el mismo acto. Hace ya bastantes años —la friolera de dieciocho—, en una galería de arte de aquí, de Cáceres, presenté el libro La voz en espiral (1998), de Ángel Campos Pámpano, y el libro de artista El cielo sobre Berlín (1999), de Luis Costillo, con textos del mismo Á. C. P. Y recuerdo que de manera inevitable, aunque los dos libros tenían motivaciones distintas, relacioné ambos y evité hablar de los dos títulos en su orden, como si se tratase de una presentación en dos partes. Algo parecido me gustaría hacer mañana en la Biblioteca Pública, en el Aula de la Palabra de la Asociación Cultural «Norbanova», una presentación o dos propuestas de lectura fundidas en una, pues no en vano estamos hablando de un mismo autor, de un mismo pensamiento literario, y de formas parecidas, bastante cercanas, de expresarlo: el aforismo y el poema, casi aforístico a veces. Tomo del blog de Norbanova esta sucinta nota del escritor: Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) es autor de los poemarios Motivos (1983), El violín mojado (1991 y 2013), Introducción y detalles (1991), Última cordura (1993), La muerte oculta (1996 y 2014), Una aproximación al desconcierto (2011) y El baile del diablo (2017). Como ensayista destaca su proyecto Fábula, un conjunto de diez libros sobre la vida en la poesía, de los que ya han sido publicados La vida alrededor (2010), Teoría de las inclinaciones (2012), Libre de la tormenta (2013), Mediodía en Kensington Park (2015) y Confuso laberinto (2016), además de El libro de los indolentes (2016)Es autor de dos libros de aforismos: Artilugios (2017) y La alegría de lo imperfecto (2017).

domingo, octubre 01, 2017

1-O

El 23-F es una fecha; pero el 1-O a mí me parece más el marcador de un ajustado resultado de un partido de fútbol. Tienen en común la trampa y la torpeza; y una forma presuntuosa y fanática de estar en el mundo, sin respetar lo que piensa la gente. Eso sí, la gente tiene una impresionante capacidad para dejarse llevar por una volubilidad que da la razón a los manipuladores, a los piratas. Y eso, qué razón tenía el almirante Ackbar cuando exclamaba lo del meme. Me meriendo la estupidez y la revuelvo con un poco de displicencia y la tranquilidad del que disuelve su galleta en el vaso de leche. Después de un día histórico, en el que he vuelto a constatar que las televisiones nacionales que pagamos todos son embusteras, he encontrado una isla —la verdad, de un instante solo— en un programa de televisión sobre unos tipos encerrados en un sitio independiente; tanto que se corrompen en su propia estupidez. Qué cosas. Ya nos ocuparemos todos poco a poco en poner orden a todo esto.

martes, septiembre 26, 2017

Demagogias


Yo ahora no tengo mucho tiempo para buscar si alguien ha escrito algo sobre este libro. Espero que sí, que alguien haya escrito algo. Me da igual. Bueno, no; lamentaría que no hubiese tenido ningún eco. Lo que quiero escribir aquí es una nota sobre mi lectura, que comenzó por celebrar la composición de un índice [págs. 9-10] a la usanza lógica de los buenos índices, con mención de texto y página, y no solo de capítulos o secciones; y también celebrar el lema con el que empieza todo: «Vivimos en el umbral de la proeza». Esto me puso ya en la buena disposición de estar ante alguien que se divierte con la escritura. Ese lema se desparrama en cinco líneas de uno de los fragmentitos de la segunda sección de esta obra, «Diario ínfimo»: «Vivimos en el umbral de la proeza, a intervalos nubosos, esperando a que las ganas críen pelos, derribados a la deriva, inmersos en el debate con el que se quiere abrir el debate, hechos unos spamtapájaros como si dijésemos otra tuerca de vuelta de otra vuelta de tuerca a la que se le hubiera ido el santo al suelo» (pág. 35). Este juego verbal me cautiva, cautiva a alguien que tiene a Julián Ríos en un pedestal. Qué decir de «El cuento», un texto de diez líneas que está en la última parte del libro y más magra, «Material incautado» se titula, y que me ha recordado que tengo que publicar una nota sobre lo que uno lee y lo que uno escribe, sobre ese juego que Carlos Reymán Güera propone en su texto. «Libros de Mesa» es el nombre del sello editorial que ha publicado Demagogias. Es curioso, porque esta obra es un libro de cajón. Un libro compuesto con los papeles acumulados —supongo que durante unos cuantos años— en el cajón de la mesa del escritor. Como tal, es una manera de conocer el trabajo de un letraherido muy de cerca.  Libros así, creo, muestran mucho más evidentes las pulsiones y necesidades de un autor; mucho mejor que cualquier obra convencional en la que se opta por un relato extradiegético. Qué bueno habría sido un índice onomástico. O no más que decir. Demagogias es, al menos, varios libros: de aforismos, de poemas, de relatos, de notas de diario... Incluso es un libro con proyectos de libros (pág. 206, y nota). Esa es su enjundia. La de ese cuaderno en el que se va anotando todo lo que constituye la vida literaria —la íntima, en el mejor de los sentidos— de un individuo que es lector, que es padre de familia, trabajador, amante, dueño de un perro... Demagogias está lleno de hallazgos; aunque más de la necesidad de un hallazgo, y se nota en la insistente búsqueda de un chiste, de un juego, de una «tuerca de vuelta» que por momentos se impone al gusto por el estilo, a la depuración formal. A pesar del carácter múltiple con el que ha nacido este libro, tiene su lógica estructural, que parte de un sueño y acaba en los propios sueños de quien escribe. Y escribe bien. Este libro es más que recomendable. Durante el transcurso desde que empecé a escribir esta nota de mi lectura de Demagogias he leído unas líneas de Eduardo Moga en su blog sobre libros imperfectos pero prometedores, «libros irregulares pero enérgicos, preñados de una reconstituyente creencia en la verdad de la literatura», como este de Carlos Reymán Güera. Otro hallazgo.

domingo, septiembre 17, 2017

H. Beck

Humberto Beck es un escritor mexicano que trabaja en la Universidad de Boston y en la que ha estudiado la historia intelectual europea del siglo XX. Es autor del libro Otra modernidad es posible. El pensamiento de Iván Illich (Malpaso Ediciones, 2017). Ayer sábado, La Vanguardia llenaba su última página con una entrevista hecha por Ima Sanchís en la que el profesor hablaba del sacerdote católico austriaco Iván Illich, que es objeto de su estudio y que concibió nuevos modos de organizar la sociedad basados en la educación y en la igualdad. A la pregunta de la periodista sobre qué alternativa proponía Illich, el autor responde: «Proveer a todo el mundo de las herramientas para que pueda aprender cualquier conocimiento de la manera y al ritmo que cada quien se proponga. El modelo sería la biblioteca pública». Al leer esto ayer mientras regresaba de Barcelona he revivido la plácida sensación que volví a tener el pasado martes cuando, para constatar un dato, pasé tan solo unos minutos en la Biblioteca Pública de Cáceres, que lleva los nombres del ilustre matrimonio «A. Rodríguez-Moñino/María Brey». No es solo el silencio o la actitud de los lectores, ni siquiera la supuesta avidez de quienes esperan en la puerta desde varios minutos antes de la apertura de la biblioteca para leer la prensa diaria; es, más bien, lo que dice Beck que dijo Illich, es esa conciencia de que esa especie de templo del saber es una herramienta utilísima para vivir y para ser un ciudadano ejemplar. Es un lugar de trabajo para muchos; pero también un lugar de ocio para tantos que podría decirse que habrá un tiempo en que se convierta en asilo, en bar, en balneario, en ágora de más importancia que un parlamento.

martes, septiembre 12, 2017

Emilio Palacios


Esta mañana me ha escrito Joaquín Álvarez Barrientos, presidente de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, para comunicarme la triste noticia de la muerte de Emilio Palacios Fernández, el que fuera Catedrático Emérito de la Universidad Complutense, compañero dieciochista, colega cercano, natural de Elciego, en la Rioja alavesa, en donde nació en 1944. Joaquín me ha enviado también el primer borrador de una necrología que publicaremos en el número de este año de Cuadernos dieciochistas, cuya parte monográfica irá dedicada al ilustrado a quien tantas páginas ofreció Emilio, al escritor y magistrado extremeño Juan Meléndez Valdés, y que incluirá la reedición de un trabajo suyo que, por razones de enfermedad, no le pudimos pedir personalmente. En noviembre de 2011 se le rindió un homenaje en Madrid promovido por la Fundación Universitaria Española  y la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País con motivo de la publicación de Para Emilio Palacios Fernández. 26 estudios sobre el siglo XVIII español, el libro que estas dos instituciones, en edición al cuidado de Joaquín Álvarez Barrientos y Jerónimo Herrera Navarro, publicaron ese año 2011. Su tesis doctoral fue sobre Félix Mª de Samaniego, a quien editó en varias ocasiones, trabajó sobre la poesía y el teatro españoles del siglo XVIII y fue editor también de las obras completas de Meléndez Valdés. Trabajó incansablemente, como lo atestigua su extensísimo currículum y como él mismo me escribía en una carta del año 2000 que comenzaba con «Hace tiempo que no sé nada de ti. Algo tramas en silencio» y que acompañaba a unas copias de varios artículos suyos («Como ves no sirvo más que para trabajar»). Dispuesto siempre a ayudarme cuando le pedía algún dato o referencia de algún trabajo, Emilio era un amante de la comida y buen conocedor del mundo del vino, que le servía también para estar conectado con sus raíces. Después de una de sus visitas a Cáceres, me escribió en noviembre de 1997: «gozo con la prolongación de Extremadura en Madrid en forma de chorizo, queso o licor de bellota». Me entristeció mucho saber que estaba enfermo y me apena profundamente saber ahora que ha muerto.

sábado, septiembre 09, 2017

Fernando Dacosta


El miércoles recibí un correo electrónico con la notificación de que en mi Facultad se leía el jueves 7 una tesis doctoral dirigida por mis colegas Iolanda Ogando y Enrique Santos Unamuno, de un tal Fernando Dacosta Pérez. Su título: 25 años de teatro universitario gallego. Las aulas de teatro universitarias de Galicia (1990-2015). Ocupado en varios asuntos, pensé por momentos en pasarme por el aula polivalente para saludar a los directores, mis amigos, porque siempre gusta compartir un acto así. Pasé, sí, y vi a Iolanda, sola, sin Enrique —luego supe que estaba con su hijo Duarte, en pleno procés d'adaptació a la guardería—; pero no me paré. Hasta que, al preparar todo para marcharme ya a última hora de la mañana, relacioné un nombre con un asunto: Fernando Dacosta y las aulas universitarias de teatro. ¿Sería el mismo Fernando Dacosta que yo conocí con Isidro Timón cuando remontamos el Aula de Teatro de la Universidad de Extremadura en 1993? Era. Claro que era. El mismo. Todo cuadraba. Iolanda, que había estado vinculada al teatro universitario y había sido dirigida por Fernando Dacosta, ahora le dirigía la tesis a quien años antes le había formado en el arte escénico. Fue un encuentro muy grato, después de tantos años. Una sorpresa estupenda. Recordamos nombres y montajes. En diez años, desde 1993, que yo recuerde, montamos textos como la Farsa y licencia de la reina castiza, de Valle-Inclán; El andamio, de Miguel Barro; Una semana en Miami, de Miguel Murillo; El relevo, de Gabriel Celaya; La extraña noche de bodas, de Edgar Neville; Rebelión en la granja, de George Orwell; El Diablo Mundo, de Espronceda; Los habitantes de la casa deshabitada, de Enrique Jardiel Poncela; El vergonzoso en Palacio, de Tirso de Molina; y La enamorada del rey, de Valle-Inclán. Y celebramos varias ediciones de muestras de teatro universitario en las que uno de los grupos que siempre participaba —y de los más solventes— era el dirigido por Fernando, el Aula de Teatro de la Universidad de Ourense, a quienes también visitamos en un intercambio nutriente y en el que también participó la actriz y directora Asun Mieres. El curriculum de Fernando le avala. Encontrarlo en mi Facultad después de tanto tiempo sin vernos me pareció fascinante. Me quedé a la parte final del acto de defensa de una tesis doctoral, cuando se proclama la calificación: Sobresaliente cum laude. Felicitaciones y abrazos muy sentidos. De verdad. Con esa verdad y ese sentimiento me fui a la compra, y desde el supermercado y cargado con mis bolsas me pasé por la Sala Maltravieso para contárselo a Isidro Timón. Interrumpió su clase para escucharme que acababa de encontrarme con Fernando Dacosta. Qué recuerdos. Sobresaliente cum laude.

miércoles, septiembre 06, 2017

Mucho latín

«Mucho latín para principio de obra lega». Esto está en el Fray Gerundio, y me vendría bien para algo. Un apunte. Otra bobada.

martes, septiembre 05, 2017

Primum vivere, deinde...

La prueba de un fracaso. Después de haber removido la tierra que trajimos para disponer en sus tiestos los geranios y begonias que ya lucen, discretamente y con mi mala cabeza, en mis balcones. Después de haber estado leyendo, como siempre, de varios sitios, y de haber anotado con mala letra asuntos de mañana. Después de todo, sí. Sí, se me olvidó la idea que acabo de recuperar ahora. Cómo uno se lee a sí mismo estas tonterías. (Por cierto, tengo que cortarme las uñas, porque por mucho que uno se lave las manos después de andar con las plantas siempre queda lo sucio. Y queda feo). Y eso, se me fue la idea; pero ha vuelto. Se trata de eso que algunos escritores dicen de su obra y de sus lectores, que aquella es de estos y que ellos no vuelven a ella. Menos Juan Marsé, que, cuando vuelve, vuelve para reescribirla. O algo parecido. Yo no. Yo, cuando vuelvo a leer algo que he escrito es por vanidad, por comprobar que yo he escrito eso, por releerme para decir que algo es algo. Aunque tenga unas irreprimibles ganas de reescribirlo. (A veces, ya lo dije, lo hago; porque en este blog puedo corregir una coma, una falta de ortografía o una conjunción inadmisible). Así estamos. Es más, cuando me pongo a leerme no paro. O me cuesta parar. Ya no es tanto el ego, sino el gusto por la memoria; sea grata o infausta. Y sea lo escrito lo público de este blog y lo que sale a las redes, o lo privado de mis cuadernos, en los que no caben reescrituras. Lo que me pasa en casa cuando leo lo que escribí, por ejemplo, hace siete años, solo me pasa en las bibliotecas cuando busco un libro para encontrar un dato y me detengo en otro libro en el que me demoro una eternidad que no se puede comparar con el ratito que me llevó anotar lo que anduve buscando. Lo que me cuesta escribir así. En fin, no saber escribir. Incluso molestar a alguien escribiendo así. Vaya frase. Hoy, de verdad, no me siento muy satisfecho de lo que escribo. Me ha pasado más veces. Y es curioso, porque, como me gusta leerme, acabo de darme cuenta de que me gustaría escribir que no sé qué tendrá septiembre para que Pavese siempre se me venga a la cara por estas fechas. («Cuando menos lo espero», iba a escribir). No sé. «El amor es verdaderamente una gran afirmación. Se quiere ser, se quiere importar, se quiere —si de morir se trata— morir con valor, con clamor, perdurar, en suma. Sin embargo, siempre va enlazada con él la voluntad de morir, de desaparecer: ¿quizá porque es tan poderosamente vida que al desaparecer en él, la vida se afirmaría aún más?» Es el Pavese de una traducción de Esther Benítez que yo leí hace ahora casi treinta y siete años. Cada año que pasa me preocupa ese Vendrá la muerte y tendrá tus ojos que siempre a uno se le aparece cuando recuerda al italiano. Casi siempre en septiembre. El día de mi cumpleaños, pero de 1950, diez u once antes de quitarse la vida —ese Vendrá la muerte y tendrá tus ojos—, Pavese escribió a su querida que «acaso tú eres de verdad la mejor —la verdadera. Pero ya no tengo tiempo de decírtelo, de hacértelo saber— y además, aunque pudiera, queda la prueba, la prueba, el fracaso». No tengo ni puñetera idea de quién fue verdaderamente Pavese. Solo he leído sus textos, que me visitan por septiembre. Me sirven para componer aquí una manera de mostrar sin ningún orgullo que hay que disculparse ante todos aquellos a los que uno ha defraudado —y estoy seguro defraudará— con la prevención de que se intentará de otro modo el día de mañana cuando quien sea vuelva a mostrarme la prueba del fracaso. Es la única forma que se me ha ocurrido ahora —hoy es una medida de tiempo demasiado larga— de llamar la atención. Un ejercicio de estilo.