jueves, abril 30, 2020

Diario de estos días (XLIX)

«El resto se le desvanecerá aquí por vista de ojos» (Bartolomé José Gallardo)

Jueves, 30. No quiero echar las campanas al vuelo; pero ahora que puede estar cerca la salida de esta crisis, miro la cantidad de apuntes que como borradores se quedarán sin publicar entre mis notas. Más retales de lo que todavía no he podido desarrollar. Por ejemplo, un comentario en la radio de un guionista de cine que, con marcado sarcasmo, deseaba que los niños pequeños se convirtiesen pronto en perros para poder salir un rato a la calle. No comprendí nada, de verdad; porque tenía entendido que a los perros no les afectaba el coronavirus. Y a los niños tampoco (¿?). Había otra apuntación provisional sobre lo poco que usaron mis estudiantes mis horas de tutorías antes del 13 de marzo y cómo luego me han venido escribiendo casi diariamente correos electrónicos incluso en fin de semana. Siempre los he atendido y sigo en ello. Otro día anoté que me da la sensación de que ahora leo cosas tremendas, como una novela en la que ella dice a su padre que ha visto la porquería de los ojos de un hombre que la miraba lascivo. Muchas de esas notas deslavazadas e incompletas quedaban a la espera de retoques con su número de entrada. Hay una con el XXV, otra con el XXVII y otra con el XXX. Todas ya superadas por otras entregas. Hay una más que no he llegado a publicar que llevaba ya su epígrafe de encabezamiento: «Ese ruido, qué quieren que les diga, es el que se produce en una mesa de despacho cuando uno hace un programa desde casa» (Ricardo de Cala). Lo dijo la noche de un sábado el presentador del programa «Maestros cantores» de Radio Clásica. Por cierto, disfruté mucho de las cuatro horas, desde las siete hasta las once, de esa delicadeza que ahora también me acompaña gracias a los podcasts de Radio Nacional. Escucho ahora a Maria Callas. En la segunda semana, un viernes, anoté un «Espero no venirme abajo. Tengo muchas cosas que hacer». Infra: «No sé si podré permitirme escribir todos los días aquí». Es tremendo. Esta es la entrega cuadragésima novena de este diario. Bueno, he limpiado algunos rastrojos de uno de los documentos que me sirven de base para escribir aquí. Como quedan todavía días, quedo a expensas de lo que ocurra y de los retazos más grandes que espero publicar sin pisar aún la calle con la normalidad deseada. [La fotografía es mía, cuando volvía del supermercado a las cuatro de la tarde]

miércoles, abril 29, 2020

Diario de estos días (XLVIII)

«A este lo confieso del plagio de Fúlkner» ( Amanece que no es poco)

Miércoles, 29. Vuelvo a mi apunte del lunes 20 después de haber conocido el plan para la transición hacia la nueva normalidad que anunció ayer el presidente del Gobierno. Tendré que ir pensando en la progresiva vuelta al ritmo de escritura normal en esta bitácora en la que no ha faltado una anotación desde el viernes 13 de marzo. Algo que no ha ocurrido nunca en los casi quince años —se cumplirán en junio— que llevo aquí. Decía yo ese lunes que podría ir imitando esa especie de deshilamiento de la novela de José Eustasio Rivera La vorágine (1924), que va consumiéndose, adelgazándose más en cada página hasta que concluye con cuatro palabras y en el vacío del blanco. Así, podré en la fase 0 hacer lo que hago hoy, o sea, escribir como si tal cosa y sin salir de casa; y en los días siguientes ir pensando en la fecha de la normalidad o cierta salida del confinamiento con entradas cada vez más escuetas y desnutridas, hasta no tener esta necesidad de decir todos los días. Tardará en llegar. Hoy la prensa me ha traído lo que quería escribir sobre lo que estas tardes he podido comprobar: menos gente aplaudiendo. Parece que la ultraderecha alienta caceroladas y no quiere que aplaudamos. En mi calle, solo el lunes salió una vecina con dos tapaderas de cacerolas mientras el resto aplaudíamos. Ya no sale para nada. Cuando salga me gustaría decirle que lo mío es más positivo. También es curioso leer hoy el diario de Íñigo Domínguez en El País, que ha titulado «Tengan cuidado ahí fuera», que es lo que yo le dije a mis alumnos no hace tanto al recordar aquella serie de Canción triste de Hill Street en la que el sargento mandaba a sus hombres a la calle con esa recomendación. Y, ya puesto, en defensa de la intención de estas notas, puede resultar desolador que, líneas más abajo, diga el periodista que hay vecinos que no salen a aplaudir y que no se había planteado que fuese porque les parezca mal, pues habrá a quien le da pereza o no le va algo así. «Pero ayer Vox dijo que esto de los aplausos está fatal, es directriz oficial. Son muy rápidos en crear mal rollo». En fin, que he vuelto a escribir Luz de agosto. Se me emplea, para que no me crea que estas notas pueden ser de interés para nadie.

martes, abril 28, 2020

Diario de estos días (XLVII)

«Pero duro, resisto, no me entrego a lo triste» (Gabriel Celaya)

Martes, 28. Uno está solo; pero no aislado. Y menos, blindado. Habrá quien evite escuchar las noticias que de ahí afuera traen tragedias y desvaríos, y se me antoja bien difícil comprender que eso sea un logro. Hay días en los que lo más cerca que estoy de cierto ajenamiento es cuando doy clases; pero solo por estar concentrado. Uno es consciente —también antes de que todo esto ocurriese, cuando nos juntábamos sin reparo en un aula— de que tiene delante vidas y circunstancias individuales de las que no cabe abstraerse como hace un actor ante su público, siempre querido pero siempre colectivo. No, la clase es la clase, con nombres y apellidos de aquí y de allá que a final de curso siempre se acomodan en un orden alfabético que teníamos asociado a las listas con las notas, hasta que la protección de datos ha convertido todo en una torre de números de identidad. Una alumna que el otro día me escribió para decirme que tenía problemas de conexión a las clases me dice hoy que ha dado positivo en coronavirus. Me he quedado de piedra. Ese día le dije que no se preocupara, porque hay otros medios para comunicarnos e intercambiar tareas, que la programación prevista de entrevistas orales para evaluar las lecturas del curso podría cumplirse por sesiones de videoconferencia; pero que, cuando no fuese posible, también podríamos recurrir a una llamada telefónica de fijo a fijo. Que lo importante era tener el canal abierto para que mitiguemos las consecuencias que esta situación pueda tener en su formación y en el seguimiento o evaluación de su trabajo y el de sus compañeros; que, aunque el estado sea de alarma, no hay que alarmarse; que estuviese tranquila en todo lo que a mi asignatura se refiriese. Ahora la preocupación es otra. Le he mandado mucho ánimo y le he pedido que se cuide todo lo posible. Recuerdo que en los primeros días de este largo encierro una persona cercana me dijo que tenía síntomas. Luego no fue nada más que un malestar pasajero. Anoté en mi cuaderno que ojalá aquella fuese la última vez que alguien querido me contase algo así. Así no ha sido. Como tampoco ha sido que más malas noticias de afuera hayan penetrado en casa. Quedo a la espera. Aquí, como desde hace tanto. Solo; pero no aislado.

lunes, abril 27, 2020

Diario de estos días (XLVI)

«tahona estuosa de aquellos mis bizcochos» (César Vallejo)

Lunes, 27. Ayer, después de los aplausos, mi vecina T. me pidió desde el balcón que bajase a la puerta de casa, que quería darme algo cuando pasase con el perro. Bajé y allí estaba, con su mascarilla y sus guantes, sosteniendo una bolsa que envolvía un bizcocho que acababa de hacer. «—Todavía está un poco caliente. Espero que te guste» —me dijo. En efecto, la base de la bandeja de cartón en la que venía me templó la mano. Ya arriba, tardé poco en abrir el papel de aluminio, descubrir el bizcocho y probarlo. Exquisito. Le envié un mensaje y hoy en el balcón he vuelto a darle las gracias y le he dicho que me ha alegrado mucho romper esta mañana la costumbre de acompañar el café con una tostada. Ella me ha dicho que para la próxima un flan. Así. No sé qué voy a hacer cuando pase todo, cómo agradecerle que me traiga el periódico hasta la escalera todos los días y que tenga detalles como el de ayer. Es bonito. Asomado a la calle, he mirado a un lado y a otro para comprobar si es que alguien ha puesto algún mensaje en la fachada que diga: «Aquí vive un tipo necesitado. Ayúdenle». Pero no, no hay nada. Estaría bueno, con la que está cayendo ahí afuera. Estoy seguro de que si pidiese a T. que me dejase a su perro lo haría para que yo pudiese salir un rato por los alrededores. Anoche solo salí bien tarde a tirar la basura y vi la calle Postigo así, como en la fotografía. La imagen, en sí misma, me emocionó. No sé por qué me he acordado de un libro de relatos de Alonso Guerrero, De la indigencia a la literatura (Badajoz, Del Oeste Ediciones, 2004). No sé por qué. Además, esos cuentos merecen ser recordados en otro contexto. Hoy he hablado con L., que vive en el centro de Italia, y me habla de medidas de desescalada más tardías que las nuestras. Me preocupo, porque allí empezó todo antes. No sé. He visto en El País una fotografía de Emilio Morenatti, tomada ayer en Barcelona, en la que a mí me ha dado la sensación —será la perspectiva— de que había demasiada gente. Ojalá me equivoque. Diecinueve centímetros debió de tener de diámetro, y, eso sí, ocho de altura esponjosa. El bizcocho.

domingo, abril 26, 2020

Diario de estos días (XLV)

     
 «la escritura vista como un reloj que avanza» (Enrique Vila-Matas)

Domingo, 26. Hoy me he hecho un pulpo a la gallega. Lo compré ayer ya cocido. Bien. He comido con la desenvuelta y discreta Altisidora gracias a ese programa favorito de Radio 3 que es Videodrome, que en estas notas de mi blog he mencionado más de una vez, y que ha dedicado su entrega de esta tarde a «De ínsulas y amores» (1ª parte), por el Quijote del 15, por esos episodios con los Duques y por esa doncella que asedia al caballero. Genial. He leído en el periódico un artículo de Luz Rodríguez, que es profesora de Derecho en la Universidad de Castilla La Mancha, muy bien intencionado; pero que creo que no ha sabido expresar bien por escrito lo que la entradilla de redacción ha aclarado: «Cuando la crisis sanitaria empiece a amainar, deberíamos revisar la valoración social del empleo de quienes nos cuidan y lo ocurrido en las residencias de mayores». Luego me he quedado en dos páginas del suplemento (EPS). En una, la escritora Nuria Barrios, que es de mi quinta, escribe una carta a un amigo entregado a causas posibles y admirables en las circunstancias peores. Se llama Javier. Como Marías, el novelista, a quien en la misma página Marta Mari Sáez dirige una carta por su último artículo ahí («Perdónenme el escepticismo») y le dice: «Ha vivido más que yo, así que habrá tenido más oportunidades para darse cuenta de que ante el mismo hecho vivido, unos aprenden o cambian algo en su vida; pero otros no. Y no puedo presumir mucho, porque yo solo he aprendido una cosa: a no dar nada por supuesto, y a veces se me olvida. Pero vienen en mi ayuda dos citas. Una es de Aldous Huxley: «La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede». La otra, de Hanna Arendt: «Saber cómo aplicar lo general a lo particular es ‘disposición natural’ adicional, cuya carencia, según Kant es ‘lo que generalmente se llama estupidez, y no puede ser suplida por educación alguna’». Me ha gustado la objeción. Mañana lunes, mejillones a la vinagreta, un plato elaboradísimo. 

sábado, abril 25, 2020

Diario de estos días (XLIV)

«Terra da fraternidade» (José Afonso)

Sábado, 25. Dos amigos me enviaron esta mañana sendas grabaciones distintas de la canción Grândola, vila morena, de Zeca Afonso, para recordar el cuadragésimo sexto aniversario de la Revolución de los claveles. Qué bien, porque me emocionan la música y el hecho histórico. Coincide con el cumpleaños de mi amigo J., a quien debo mi carrera académica. Siempre me ha llevado once años, aunque a mí me quedan cuatro meses para cumplir los cincuenta y ocho. Hablamos un rato grato por teléfono. Todo bien, afortunadamente, a pesar de que salió en la conversación el nombre de un profesor ya jubilado de la Autónoma de Madrid que fue amigo de J. hace mucho tiempo y que ha muerto por coronavirus estos días. Lástima. Hoy, sábado, como otros desde casi el principio del confinamiento, me he reunido por videoconferencia con un grupo de amigas y amigos —salvo J., todos antiguos alumnos, también de J.—, en la sastrería, que es como el bueno de A., inteligentemente mordaz, ha llamado a este foro en que desde el primer día empezamos a cortar trajes a unas cuantas personas conocidas que se han ganado a pulso nuestro inocuo y divertido escarnio. Se nos pasa el tiempo volando porque lo pasamos bien, aunque siempre abordemos las cifras y la información de la semana, aunque siempre comparemos Portugal con España, y aunque siempre Portugal nos de lecciones. Así que hoy uno de los editoriales de El País lleva el título de «Ejemplar Portugal». Estamos haciéndolo bien. Me refiero a nuestra tertulia. De la que, por cierto, tuve que ausentarme unos segundos para recoger el periódico que mi vecina me dejó en la escalera —si puedo, me gusta agradecérselo—, y traía la recomendación de J.R.M., amigo de todos los que hablábamos, sobre Autorretrato en el estudio, del filósofo italiano Giorgio Agamben, que esta mañana temprano estuve leyendo en una entrevista que hace casi un par de años publicó la revista Ñ del diario argentino Clarín. Qué coincidencias. 

viernes, abril 24, 2020

Diario de estos días (XLIII)

«se le dio la llave del túnel que lleva al Abismo profundo» (Apocalipsis)

Viernes, 24. No tiene nada que ver con no poder salir, pues me habría ocurrido en cualquier otra circunstancia que no fuese tan extrema como esta. Lo cierto es que hoy he visto el vacío a mis pies. Sí puede tener relación con este estado de amarla —perdón, alarma—, y que me haya puesto nervioso sin motivo, ya que había otros recursos. Resulta que esta mañana todos los documentos en word que abrí en mi ordenador amanecieron con un mensaje que decía que no podía escribir sobre ellos, que solo tenía la posibilidad de verlos, y que debería comprar otra licencia de la suite ofimática universal que tiene nombre de oficina. Al finalizar la clase, y comprobar que no podía hacer nada, ni siquiera introduciendo las contraseñas solicitadas, llamé a G., una compañera muy diestra en estos asuntos, llamé a la tienda en la que compré mi aparato, y llamé a un servicio técnico al que el de la tienda me remitió y que no supo orientarme. Sí me propusieron que, si el problema persistía, que fuese allí, pues abren de lunes a viernes de diez a dos. G., providencial, me sugirió descargarme otra versión del paquete de marras —es más bonito lo de suite— y para ello me envió un enlace en el que tuve que volver a un sitio conocido, el que llaman «Gestión de credenciales» de mi Universidad. Lo hice, y gestioné mis credenciales, con el cambio de claves de acceso y otras divinas mandangas, y, sin necesidad de esperar a descargarme nada, logré convertir el abismo en el espacio que va del bordillo de una acera al suelo. Como desde que empezó todo esto vengo pensando en el peligro de que el sistema todo se venga abajo, estoy en tensión y acabo nervioso por problemas menores, como el de esta mañana. No había tal. Tengo otro aparatino portátil en el que sí habría podido seguir trabajando. Eso creo, porque luego vi —y quedé inquieto— que hay algo que se llama sincronización y que lo que le pasa a uno le pasa al otro. Qué cosas. En fin, va uno aprendiendo a golpes de sustos como este. Qué vulnerabilidad y dependencia. Bienvenidas sean ahora si no están infectas. Hoy voy a aplaudir también a los duendes invisibles de este mundo ignoto.

jueves, abril 23, 2020

Diario de estos días (XLII)

«y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca» 
(Miguel de Cervantes)

Jueves, 23. Día del Libro. No a otra causa que a este encierro se puede atribuir que a primera hora de la mañana de hoy haya estado escuchando el Quijote. Me había enviado mi cuñada E. el enlace a la página de facebook de la Mancomunidad Río Bodión, de la que es Gerente, con la parte correspondiente —un fragmento del capítulo IV mediado— a mi participación en la lectura colectiva que habían organizado —y muy bien— para el día de hoy. Excelente iniciativa que es muy agradable de ver —muchas caras conocidas— y de escuchar. Es normal que la prosa de Cervantes reviva en estas conmemoraciones; pero no lo es que, supongo que por razón de encierro así, se me haya infundido hablar como el disparatado y genial personaje de la novela a la única persona que he visto para mi contento y envidia pasar por la calle esta mañana de fiesta local suspendida en Cáceres (San Jorge), que así ha sido la verdad. Una joven dama de contrahecha figura por ir enfundada en un mono de trabajo azul cobalto con bandas amarillo limón, el pelo recogido en una coleta y con mascarilla. «—Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho pasando por Gallegos; pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este confinamiento y al borde de este balcón desde el que no puedo menos que lamentarme por la mala fortuna de no poder ver el bello rostro que se esconde tras eso que llaman allá los mares tapaboca». La chica ni levantó la cabeza. Al alejarse, me fijé que le caían de las orejas los cablecitos blancos de unos auriculares. Nota bene por mi apunte de ayer. No podía ser otro que mi sabio y admirado amigo G., que no sé si por hache o por be, me envió ayer la cita literal del apócrifo de Valle-Inclán: «Señor comandante, no he nacido para ser atropellada por la soldadesca, ni he de consentirlo ahora. Puede ambicionarse el martirio bajo las garras de los tigres y de los leones, pero no bajo las herraduras de los asnos» («La guerra carlista, I. Los cruzados de la causa, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1908, cap. XI, pág. 89). Son las palabras de la Madre Abadesa que defiende su convento y se enfrenta a los marineros, tan rumbosos. Si tuviese el correo del grande de Savater, se lo enviaría ahora mismo.

miércoles, abril 22, 2020

Diario de estos días (XLI)

«Yo, con que en septiembre puedan empezar las clases, me doy con un canto en los dientes» 
(José Mª Calleja)

Miércoles, 22. Ayer quise dar cierta unidad de asunto a mi anotación diaria sobre los libros en papel. Mañana será inevitable escribir sobre el papel de los libros. Hoy quiero recordar el mazazo de ayer al conocer la muerte por coronavirus del periodista José María Calleja, con quien tantas mañanas, a través de la radio, con Pepa Bueno y luego con Àngels Barceló, he desayunado o he ido preparando todo antes de irme a clase. Hoy escribe en El País Berna González Harbor, que es otra voz cercana, que ella seguirá siendo «callejera» —qué ironía y qué rabia en estos días—, y Fernando Savater recuerda en el mismo periódico la lucha de Calleja contra la amenaza de los asesinos de ETA hasta que se marchó de Euskadi, porque —allega el sabio Savater—, como decía Valle-Inclán, «es glorioso morir mártir devorado por leones pero no coceado por burros». Es esta una frase que he leído varias veces, también escrita por el propio Savater en alguno de sus libros, y deseo que no sea apócrifa, como tantas cosas. También destaca el filósofo el sentido del humor de José María Calleja, un rasgo que, sin haberle conocido, estimo que es la sustancia principal de las buenas personas. Si me dijesen hoy que la consejera de Presidencia de la Generalitat, Meritxell Budó, que declaró el lunes que en una Cataluña independiente no habría habido tantos muertos e infectados por el coronavirus, tiene sentido del humor, retiraría lo dicho. Pero por una vez me reservo la duda sobre mi ignorancia y me aferro, no sé por qué, a tan persuasiva intuición. Eso hoy. Anoche no me acosté bien, otra vez por culpa de la inseguridad de saber si estoy haciendo lo correcto en mis clases, en las orientaciones que doy a mis alumnos; ya que a veces la respuesta o no existe o no es la que yo esperaba. Otras veces sí. No sé. Y es que hay un azar inexplicable —como su propio nombre indica— que llena de altibajos alguno de estos días. Por ejemplo, y vuelvo a hoy, esta mañana P., amiga desde hace casi cuarenta años, me ha regalado un trabajo bien hecho de la radio de su instituto con una iniciativa magnífica en la que me pidió participar y ahora me siento agradecido. Qué bien.

martes, abril 21, 2020

Diario de estos días (XL)

«Me gustaría salir» (Olga Tokarczuk)

Martes, 21. En las clases que doy por video casi siempre muestro algún libro. Tengo que aprovecharme de que los tengo todos a la mano. Aunque mis estudiantes no pueden tocarlos —cuando podía llevarlos al aula, circulaban por las filas—, yo se los acerco a la cámara de mi ordenador para que se fijen en algún detalle que me interesa. En esas estábamos cuando sonó el telefonillo. Claro, podía ocurrir cualquier día de estos. Qué cosas. Me excusé y me asomé al balcón. Era un repartidor que me traía un paquete y que me pidió que le cantase el número de mi documento de identidad. Supongo que toda la clase lo escuchó. Le abrí desde arriba y me dejó el paquete en la escalera. «Seguro que es otro libro» —dije al volver a la pantalla para continuar hablando del teatro de Moratín hijo. Cuando terminamos, bajé y recogí lo que ya supe que era un regalo: la novela Los errantes, de Olga Tokarczuk, la Nobel de Literatura de 2018, en traducción del polaco de Agata Orzeszek (Anagrama, 2019). No quiero obsesionarme; pero no puedo evitar pensar en que todos los días entra en casa el periódico en papel, gracias a la generosidad de una vecina, y que también un tan apetecible libro viene de un exterior indómito. Se me pasa pronto la prevención. Leí hace días en el blog de la Biblioteca Nacional algunas recomendaciones para tratar los libros que han podido estar expuestos al virus, y que este, aunque su permanencia depende de condiciones ambientales de temperatura, iluminación o humedad, puede durar en el papel hasta cuatro o cinco días. Me pregunto qué pasará con todos esos libros que mis alumnos tienen ahora en casa y que tendrán que devolver a la biblioteca de la Universidad. Es obvio que, aunque ya la situación haya mejorado, esos ejemplares tendrán que ser retirados del préstamo, puestos en cuarentena, y el personal bibliotecario tendrá que tomar medidas estrictas en la atención al público y en la manipulación de bienes tan preciados. Qué mundo.

lunes, abril 20, 2020

Diario de estos días (XXXIX)

«¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no se dijo!» (José Eustasio Rivera)

Lunes, 20. Me ha enviado M. hoy el videoclip que ha promovido la banda Celtas Cortos con motivo de los veinte años de su canción «20 de abril» —que era una carta melancólica—, ahora adaptada a la pandemia, dedicada a los profesionales esenciales y en la que han participado muchos artistas, desde Rozalén o Eva Amaral, hasta Ariel Rot, entre otros. Quieren recaudar fondos para una organización como Médicos Sin Fronteras. Veo con gusto estas creaciones colectivas montadas como una taracea con retazos que solo se juntan en destino. Y, después de emocionarme por el fondo, de seguir al compás una melodía conocida y marchosa, pienso en lo importante que es crear algo así, en la persona o grupo de personas que han estado trabajando para hacer una pieza de un montón de pedazos. Admirable para el profano en la materia. Hoy, en el supermercado, me he encontrado con C., sin mascarilla, sin guantes. Es médico. En muy primera línea. Quizá por eso le parezca una pamema protegerse, cuando él viene del vórtice. Me ha dicho que todo va mucho mejor, después de los días tan malos que han pasado. Mucho mejor. Me he despedido de él y me he fijado en algo que no había visto nunca: C., después de preguntar si podía ser, ha pagado una libra de pan con tarjeta de crédito. Hay mañanas, tardes y noches en las que pienso en que no tiene mucho sentido seguir escribiendo estas apuntaciones. Y ahora, que empieza a hablarse de desescalada, una manera escalonada de ir saliendo de aquí sería imitar esa especie de deshilamiento que se da en una novela como La vorágine, de José Eustasio Rivera, en la que, en su final, el texto va adelgazándose cada vez más, va reduciéndose con secuencias cada vez más cortas, hasta llegar a esas cuatro palabras («¡En nombre de Dios!) en las que la novela se disuelve antes del terminante «¡Los devoró la selva!» con el que concluye todo.

domingo, abril 19, 2020

Diario de estos días (XXXVIII)


«piso mi sombra en busca de un instante» (Octavio Paz)

Domingo, 19. Hoy hace veintidós años que murió Octavio Paz. Mis alumnos han leído este cuatrimestre Piedra de sol y ahora mismo todavía alguno debe de estar con ese poema grandioso de 584 endecasílabos para terminar de preparar un cuaderno de notas que tienen que entregarme: «voy por tu talle como por un río, / voy por tu cuerpo como por un bosque, / como por un sendero en la montaña / que en un abismo brusco se termina / voy por tus pensamientos afilados / y a la salida de tu blanca frente / mi sombra despeñada se destroza, / recojo mis fragmentos uno a uno / y prosigo sin cuerpo, busco a tientas». Es una de las tareas principales que van a servirme para evaluar —para validar— lo hecho presencialmente hasta el 13 de marzo en este inopinado final de curso en el que nada de lo primordial de su formación va a resentirse. Incluso vamos a tratar en una de las asignaturas más contenidos que el curso pasado; precisamente sobre la literatura hispanoamericana, con Carlos Fuentes y Roberto Bolaño como fin de fiesta (de clausura). Hoy me he dado cuenta de que era domingo casi al colgar con un colega y escritor con el que trabajo en un proyecto conjunto. Hemos estado una hora conectados por teléfono para cohonestar documentos distintos con referencias y datos. Trabajo real en un supuesto día de asueto en el que he videocharlado con amigos y he respondido correos de varias alumnas con sus dudas. Siempre he hecho lo mismo. Siempre me ha traído al fresco el horario laboral cuando se trata de atender fuera de sus límites a quien necesita algo. «Mal hecho» —me dice una. «Así te va» —me dice el otro. Ya lo sé. Digo yo.

sábado, abril 18, 2020

Diario de estos días (XXXVII)

«Sigue, desde luego, lloviendo» (Juan Perucho)

Sábado, 18. La noche de ayer fue la más extemporánea de todas las de la cuarentena. Me acosté tranquilo, finalmente; pero bastante más tarde de lo habitual por esperar noticias. Noticias del estado de mi hermano L., el mayor de los cuatro, que había ingresado en el hospital de Zafra por una ascitis que le trataron extrayéndole todos los líquidos hasta que pudo irse a casa más allá de las dos de la madrugada. A la preocupación por el estado de un familiar se une toda la gravedad de la crisis sanitaria que vivimos, y la imposibilidad de movernos, y mi pensamiento también estaba en mi sobrina M., que había dejado en su casa a F., M. y L. para atender a su padre. ¿Dónde estaba? ¿En urgencias? ¿En una sala de espera? ¿Se había protegido? ¿Llevaba mascarilla? Yo entretuve la espera aquí sentado, escuchando unos tangos servidos por Pablo Romero en Radio Clásica, conversando por whatsapp, escribiendo y leyendo; pero ella estaría sola en quizá algún frío rincón de un hospital lleno de zozobras. Hasta que no supe que todo estaba bien no me fui a la cama. Hoy tenía anotada la final de la Copa del Rey entre la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, mi equipo de toda la vida. Me parecía un acontecimiento histórico y me apetecía verlo por televisión. Yo no soy aficionado y es raro que vea algún partido. Me aburre el fútbol especulativo y tramposo de hoy, a pesar de que reconozca que hay tipos —y cada vez más mujeres— que tocan bien la bola; no sé si como siempre o como nunca. Antes, sin haber sido un gran aficionado, era distinto; y me gustaba mucho jugar. Incluso de bachiller acudía al Nuevo Estadio del Diter Zafra a finales de los setenta en la época gloriosa de Manolo García Pizarro —que ha sido alcalde de Zafra—, Hilario, Poli Rincón, Granado… Qué pena no acordarme de los nombres de todos los que identifico casi en sus puestos en una fotografía que puedo ver en no sé qué página de internet. Qué recuerdos. Y ahora me visita el olor del césped recién regado y del réflex tan pródigo en aquellas piernas curtidas. Es curioso, porque ese olor me ha llevado a volver a leer una obra de mi hermano L., que ahora está malito —acabo de hablar con él y está mejor—, una de esas recopilaciones de evocaciones personales sobre los años pasados que él ha escrito, impreso y encuadernado en unos pocos ejemplares para sus hijos y sus tres hermanos. Fotos, textos y datos impagables sin más pretensión que decir a quienes quieres que has vivido.

viernes, abril 17, 2020

Diario de estos días (XXXVI)

«No desdeñes las pasiones vulgares» (Francisco Brines)

Viernes, 17. Durante este ya largo encierro he grabado un video de felicitación para una amiga, he tomado el aperitivo delante de esta pantalla con varias personas a la vez o individualmente con otras, familiares y amigos, he leído un fragmento del capítulo IV del Quijote («De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta») para participar en una lectura colectiva programada para el Día del Libro y he compartido un poema para una cadena que habrá vinculado a un buen número de personas desconocidas entre sí. También me grabé leyendo, casi al principio de nuestro confinamiento, un poema de Antonio Machado y me han pedido que envíe un mensaje de voz para los chicos de un instituto que participan en un programa de radio en Mérida. Soy uno más, pues, entre los que han añadido a su quehacer diario algo distinto. Aunque si me paro a pensar en ello —y lo hago con frecuencia en estas horas—, tampoco es tan diferente de lo que hacía antes. Sentarme, por ejemplo, con una compañera y un compañero en un despacho para grabar un mensaje de felicitación dirigido a un amigo al que luego gustosamente acompañamos en su fiesta sorpresa de cumpleaños, enviar un texto que me pidieron para apoyar una iniciativa cultural, recomendar un libro, decir que sí a un encargo, firmar un manifiesto, leer los poemas o los cuentos que alguien me mandó, despachar la correspondencia, dar clases, orientar a un alumno preocupado por su situación administrativa en sus estudios de Doctorado, atender a una periodista que me grabó unas palabras para la radio local, autorretratarme para enviar la fotografía de la orla de los que se graduarán —no me cabe la menor duda— este curso… Y tampoco hace falta estar fuera de casa para responder a una carta en la que alguien pide ayuda y uno responde, inerme y desolado por dentro; pero muy firme como emisario que no tienes que preocuparte, que todo va a salir bien, amiga mía, que hay un poeta que algo he leído durante todos estos años que escribió que tienes que saber lo que la vida vale, «y esa sabiduría hace tiempo que es tuya». La vida. Es una sola. «Y agradece a la vida esos errores», decía.  

jueves, abril 16, 2020

Diario de estos días (XXXV)

«Y no hace falta ya que muera nadie» (Ezequías Blanco)

Jueves, 16. Le pedí que abriese una de las ventanas de su casa mientras hablábamos por teléfono. T., su marido, me había dicho que C., enfermera ahora en el antiguo Hospital Provincial habilitado para afectados por el coronavirus, se había venido a vivir muy cerca de mi calle para aislarse y no contagiarle. Supuse que podría tratarse de uno de los apartamentos que hace unos meses estuvieron construyendo aquí al lado, en Postigo. Abrí una de mis ventanas interiores, saludé con la mano y allí estaba la suya, moviéndose, y, sin poder ver su cara, solo un poquito de su pelo oscuro y rizado, continuamos charlando. Me contó que había casi cincuenta ingresados, que todo se había montado muy rápido y que había quedado «muy apañado», que ya estaban mejor; pero que al principio todo fue muy difícil. Que ya habían dado más de media docena de altas, que era una experiencia insólita hablar con compañeros nuevos sin poder ver sus rostros, sin identificarlos, que lo más duro es vivir en primera línea cómo la gente se muere sola. Uno escucha todos los días testimonios de sanitarios que llevan trabajando con denuedo desde que se desató todo; uno sale a dedicarles todas las tardes un aplauso, sin desmayo —estaría bueno que, como no sé quién decía el otro día, ya se convierta en una rutina que va perdiendo significado. De ningún modo. Pero no, no es una noticia, es algo que quizá afecte más por un contexto cercano. Porque yo puedo poner nombres y apellidos a las personas que en mi ámbito están dejándose la piel «En primera línea», que fue el título del programa que anoche se emitió en Antena 3 y en La Sexta con destacado protagonismo de la labor de la sanidad pública en Cáceres. Entre ellas, C., con quien había hablado poco antes mi vecina T., que fue, en los aplausos, quien me dijo que ya no estaba aquí cerca, que había encontrado mejor sitio en otra zona de Cáceres. También salió C., marido de mi vecina, la de mi misma acera, C.; y, claro, B., mi amigo poeta que ya apareció aquí con mi asombro por estos días. Me emocionó mucho ver a todos y a más gente conocida, también emocionada. La verdad es que cada día es distinto. Sin salir de casa. 

miércoles, abril 15, 2020

Diario de estos días (XXXIV)

© Tete Alejandre

«la luz por todas partes cada día» (Manuel Padorno)

Miércoles, 15. Bendito confinamiento. Entra ahora un sol espléndido por la ventana, tras un chaparrón ventoso, que me ilumina las manos mientras escribo. No esto de ahora, sino apuntes para mi clase de mañana sobre un texto extraordinario, La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. Lo poco que sé de la Revolución Mexicana lo aprendí leyendo esta novela que leí hace más de treinta años y que recuperé el curso pasado para esta ocupación docente. Me gusta mucho, y espero que se note.  Mi vecina C. es de mi misma acera; pero está más lejos que mis vecinas T. y M., y tengo que dar más voces para que me escuche. Ayer estuvimos ponderando tras los aplausos la singular iniciativa que ha lanzado el Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear y que nos comunicó poco antes por correo electrónico María Jesús Ávila, su coordinadora. Publicó en la página de la Fundación que el pasado «Viernes Santo nuestro amigo, el artista Tete Alejandre, realizaba esta magnífica fotografía del nuevo Museo Helga de Alvear desde la ventana de su casa, desde SU ventana. Y entonces lo pensamos, sólo él podría hacer esta fotografía, sólo él puede ver el museo despertándose entre la niebla desde ese enclave exacto, desde ese punto de vista, desde la intimidad e individualidad de su hogar. De la misma manera, la imagen del museo que veis desde vuestras ventanas es sólo vuestra. Pero queremos conocerla, queremos invitaros a que hagáis lo que hizo Tete, que compartáis con nosotros vuestra mirada, que nos devolváis algo que es de todos, visto por vuestros ojos». Y por eso proponen a todos los que desde su casa vean el nuevo Museo Helga de Alvear «ya sea entero o fraccionado, desde un punto de vista alto o bajo, ocupando todo el encuadre o compartiéndolo con la Casa Grande o los edificios colindantes..., le hagáis una fotografía y nos la mandéis. Sea cual sea la vista que tengáis nos interesa, a todos». Y también piden a los niños que dibujen lo que vean del museo. Nosotros, se lo decía ayer a C., solo vemos una torreta del edificio, y la imagen no tendría ninguna gracia; pero me ha parecido que quizá estas líneas, con la foto de Tete arriba, podrían representar la estampa que yo veo. 


martes, abril 14, 2020

Diario de estos días (XXXIII)

«El camino del deber se encuentra enfrente del sendero del egoísmo» (Niceto Alcalá-Zamora)

Martes, 14. Aniversario de la II República Española. Hoy he vuelto a ver, después del parón de la más extraña Semana Santa que hemos vivido en muchos años, a mis estudiantes de literatura española del siglo XVIII. Me ha gustado saber que siguen bien y me ha gustado retomar esta actividad distinta. Es curioso. Me he levantado a la misma hora que cuando tenía clase a las nueve y tenía que salir de casa, coger el coche y llegar al campus, y, sin embargo, he llegado muy apurado a la sesión programada a treinta pasos del desayuno. Ahora es todo como si se observase a través de un filtro que da un barniz diferente a la realidad. No sé; miro el calendario, miro mi agenda, y traslado esa representación gráfica del tiempo a todo lo que ocurre. Los veo; veo mi agenda, mi calendario y el tiempo en las cifras impresas en los envoltorios de muchos alimentos. Hoy ha sido con un paquete de lonchas finas de pechuga de pavo (20-05-20. Lote 1340), y he pensado en esa fecha en la que nunca había pensado de modo parecido al que ahora me lleva a preguntarme cómo estará la situación en ese momento, en el justo día del veinte de mayo de dos mil veinte en el que esa marca dice —mentira— que caducan las lonchas. La misma mirada cotidiana modificada ahora, por ejemplo, en la lectura de las esquelas del periódico. No sé si es que hay más que antes o es que yo me fijo más que antes. Ayer, Enrique Múgica, hoy, Landelino Lavilla, Juan Cotino, una necrología escrita por Darío Villanueva sobre Iris M. Zavala, la del autor de La piqueta (1959), una de esas novelas del realismo social, de Antonio Ferres, la del dramaturgo Ángel García Pintado. Hace una semana, dos páginas enteras con los obituarios de Riay Tatary, el sirio que fue fundador de la Unión de Comunidades Islámicas de España, el empresario Alfonso Cortina, el autor teatral Josep Maria Benet i Jornet, ambos fallecidos por coronavirus, el entrenador de fútbol Radomir Antic, o la de Ricardo Díez Hochleitner, diplomático y experto en política educativa, cuya necrología iba firmada por Federico Mayor Zaragoza de una manera que el periódico El País tendría que hacerse mirar; porque uno abre la página de las muertes y lee abajo: «Federico Mayor Zaragoza fue director general de la Unesco entre 1987 y 1999». Y es que parece que el finado no es el otro.

lunes, abril 13, 2020

Diario de estos días (XXXII)

«de animal enjaulado que recuerda» (Guy de Maupassant)

Lunes, 13. Supongo que nadie se fija bien en la hoja de almanaque que acompaña muchos días este diario. No es siempre igual, porque cuando hay alguna anotación en el corriente, esta va en rojo. Y supongo eso también porque nadie me ha sacado de mi error al publicar durante algunos días de este mes de abril que hoy lunes se reanudaban las clases virtuales. No. Según el calendario oficial de la Universidad de Extremadura, hoy no es día lectivo y la actividad se reanuda mañana martes, 14 de abril, día en el que sí tengo programada una sesión de mi asignatura sobre literatura del siglo XVIII. Hoy hace un mes que mi universidad adoptó las medidas para el cese de las actividades docentes presenciales y que di mi última clase en la Facultad. Y hoy, el Rector de la UEX, Antonio Hidalgo García, ha publicado una resolución por la que se dicta la impartición de toda la docencia en régimen no presencial hasta la finalización de este curso. No volveremos a las aulas antes del 14 de mayo, que es la fecha del final del período lectivo. Como dice la Resolución: «En la situación actual, el periodo lectivo restante queda definido por la vuelta, tras la Semana Santa, el día 14 de abril y la finalización el día 14 de mayo. Sin embargo, el periodo de docencia no presencial […] ha quedado establecido, por lo menos, hasta el 26 de abril. Esta situación dejaría solamente 13 días susceptibles de ser utilizados de manera presencial en el caso de que no se declarase ninguna prórroga más, lo cual parece altamente improbable». Por eso, llegaremos al final del curso dando clases no presenciales y pendientes de unas directrices generales sobre docencia, prácticas, evaluación y trabajos de fin de grado y de fin de máster adaptadas a la situación. Hoy, una rara casualidad me ha llevado a un bello volumen de más de mil doscientas páginas de los Cuentos esenciales (Random House Mondadori, 2008), de Guy de Maupassant, en traducción de José Ramón Monreal e ilustraciones de Ana Juan, con el que mi amigo Antonio Sáenz de Miera quiso felicitarme la Navidad de aquel año y desearme los mejores deseos para 2009. En ese libro hay un cuento de tremendo final, «El joven soldado», del que proviene la cita de arriba, que está fechado tal día como hoy, 13 de abril, pero de 1885.

domingo, abril 12, 2020

Diario de estos días (XXXI)

«estamos en la época de la impudicia, del espectáculo gratuito» (Iris M. Zavala)

Domingo, 12. De Resurrección. El otro día no tuve reflejos. A la hora de los aplausos, un vecino salió al balcón con la túnica y la capucha negras de una de las cofradías más antiguas de Cáceres que tenía que haber procesionado a media noche. Tenía una foto, la verdad; pero se me pasó hacérsela. Estas tardes, si no tengo música en casa, se escucha la de las cornetas y tambores que debe salir del televisor en el que supongo que mi singular vecino revé los desfiles de otros años. Y aventuro, a pesar de su cacereñismo, que también visiona grabaciones de las procesiones del Cristo del Gran Poder de Sevilla o la del Cristo de la Buena Muerte de Málaga; igual que en verano, como buen aficionado a los toros, pone a todo volumen alguna corrida televisada, desde la Semana Grande de San Sebastián a la Feria de Albacete. Ayer sábado se vino arriba y bajó a la puerta de su casa y aplaudió desde la calle vestido con uno de los hábitos —el rojo y blanco— de la cofradía del Cristo de las Batallas. Tampoco le hice la fotografía. Hoy no ha salido, y eso que por esta calle esta mañana tenía que haber pasado la mitad —la comitiva de la Virgen de la Alegría— de un popular desfile que se completa con el encuentro en la Plaza Mayor con el Cristo Resucitado. Domingo de Resurrección. Domingo de muerte real, desgraciadamente. Hoy, seiscientas diecinueve muertes de verdad. Anteayer, la de la estudiosa puertorriqueña de la literatura y la historia españolas Iris M. Zavala, que falleció a causa del coronavirus. Dice la esquela que publica hoy El País que ha fallecido «a la edad de ochenta y cuatro años, en un lluvioso Viernes Santo, como su admirado César Vallejo». Y sobrecoge también leer que su «despedida tendrá lugar junto a sus amigos y allegados cuando las circunstancias lo permitan». Iris M. Zavala poblaba las bibliografías de los estudiantes de Filología que éramos en los ochenta, desde cuando data mi conocimiento de sus muchos escritos, muchos de ellos controvertidos. Los más destacados de aquel entonces, su colaboración en la Historia social de la literatura española, junto a Carlos Blanco Aguinaga y Julio Rodríguez Puértolas, que publicó la editorial Castalia en 1978, o el volumen dedicado a Romanticismo y Realismo, quinto de la Historia y crítica de la literatura española dirigida por Francisco Rico, de 1982. He cumplido con una de mis costumbres: recortar la esquela del periódico y dejarla, para el correr de los años, entre las páginas de uno de los libros de la persona fallecida. Lástima.

sábado, abril 11, 2020

Diario de estos días (XXX)

«por los cuales modos todos encuentran la fuerza de recobrar el ánimo» (Giovanni Boccaccio)

Sábado, 11. V. y C. —ella y él— son estudiantes de cuarto curso de Filología Hispánica. Con ambos me vi ayer por skype y hablé de un sugerente proyecto que han ideado para que, desde nuestra universidad, se lance una especie de muro de propuestas creativas en torno a la vivencia de esta situación de encierro y de inquietud. Quieren movilizar a sus compañeras y compañeros, a buena parte del profesorado, a escritores, ilustradores, fotógrafos…, vinculados, siempre que sea posible, a Extremadura. Se han dirigido a todos con un insólito encabezamiento: «Estimados conclausurados», muy inclusivo en este trance, porque estamos padeciendo lo mismo, en un lugar o en otro. Y subrayan en su comunicado que no les mueve más ánimo que el deseo de reunirse en un foro, a pesar de la distancia y el confinamiento, y de crear con esta publicación «un espejo en el que poder mirarnos cuando la tormenta haya pasado». Tienen el apoyo del Servicio de Publicaciones de la UEX, que les dará cobertura y difusión. «Queremos elaborar —dicen en su circular— una monografía digital que sea un libro de recortes, cuaderno de bitácora o Decamerón para nuestros tiempos que plasme las creaciones artísticas, que hayan surgido o que puedan surgir, con motivo de esta situación excepcional que estamos atravesando a causa de la pandemia que tan duramente está azotando a nuestro país. El objetivo es que esta publicación deje constancia de las inquietudes y sensaciones durante estos días de confinamiento e incertidumbre». Solicitan poemas de no más de veinte versos, aforismos, textos en prosa de no más de doscientas cincuenta palabras, poemas visuales, cualquier tipo de ilustración o dibujo, cualquier tipo de imagen o de fotografía. Me gusta colaborar en el proyecto de V. y C., porque sé que no me han buscado por expresarme públicamente en esta especie de diario de la clausura que mantengo desde el viernes 13 de marzo. Saben que me gusta siempre difundir una buena intención. Y la suya lo es. Saben que lo mío viene de serie. Y me alegro, ay.

viernes, abril 10, 2020

Diario de estos días (XXIX)

«El Viernes Santo amaneció plomizo» (Leopoldo Alas, «Clarín»)

Viernes, 10. A medida que van pasando los días la rutina y este protocolo impuesto repercuten en lo ordinario de manera tan dispar que la sensación es rara. A primera hora me toca batirme con una extraña dificultad para levantarme que nunca he tenido salvo por enfermedad. La ducha y el desayuno lo cambian todo; pero la activación dura poco. Es rarísimo. Porque de la cocina a mi mesa de trabajo en el estudio hay unos treinta pasos; pero tardo en llegar unos veinte o treinta minutos. Y es que en ese momento empiezo a caminar y no puedo dejarlo y voy acumulando ya las primeras cifras del día en el podómetro del móvil, dando vueltas como un tonto. No sé por qué no soy capaz de ponerme a trabajar en lo imperioso sin esa dilación. Luego viene una cierta euforia cuando me descubro escribiendo lo que tengo que hacer, adelantando con el trabajo. Cuando mi vecina me deja en la escalera el periódico, bajo a recogerlo y lo dejo en la cocina hasta la hora de comer. Mientras estoy comiendo, escucho la radio, sensible a cualquier estímulo por los datos de muertos, de contagiados o de altas, a alguna declaración política que me exaspera o a esos anuncios del Banco Santander o de Bankia que estos días buscan emocionar. Como lo cuento. Me gustó ayer ver que Javier Rodríguez Marcos en su serie diaria de recomendaciones de lecturas escribía sobre un título de encierro y epidemia como Los ríos profundos, de Arguedas, que también ha estado presente en estas notas, cuando di mi primera clase a distancia, hace diecisiete días. Qué coincidencia. Como esta otra. Hoy M. me ha enviado una imagen curiosa. Está terminando de leer El lugar de la cita (RIL Editores, 2019), de Luciano Feria. Lo sé porque la imagen que me envía es de la página 552 —la novela tiene seiscientas treinta y ocho— y en ella mi paisano habla de la «música de una canción con unas décadas de existencia, 1988, Resistiré, de aquel archifamoso Dúo Dinámico de nikis rojos de pico e impecables pantalones blancos de campana, una creación por tanto muy poco compatible con los cánones actuales de la discografía». Sí. Quién lo hubiese imaginado, ahora que la escuchamos todos los días varias veces y pronto estaremos hasta el pírolo de ella.

jueves, abril 09, 2020

Diario de estos días (XXVIII)

El abrazo (1976), de Juan Genovés. Congreso de los Diputados. Madrid

«Todo volverá a ser grande y magnífico» (Rainer Maria Rilke)

Jueves, 9. Hoy estoy optimista. Solo; pero optimista. Después de veintisiete días. Será este día gris y lluvioso; pero me he consolado pensando en que tampoco antes del confinamiento dormía abrazado a nadie. Qué reparadores y estimulantes son los abrazos y los besos; y, sin embargo, cuando todo vuelva a cierta normalidad nos van a pedir por nuestro bien —qué ironía— que no nos los demos. El abrazo (1976) es el título del cuadro de Juan Genovés que se convirtió en un símbolo de los años de la transición democrática. Después de una entrada del primero de octubre de 2018, vuelvo a su imagen porque se me ocurre que podría ser una bonita reivindicación como símbolo ahora de nuestro próximo regreso a las calles y a la vida de siempre. Será este día lluvioso y gris, también, el que me ha hecho pensar durante una décima de segundo en que el Congreso de los Diputados nos iba a ofrecer esta mañana el mismo ejemplo edificante que millones de ciudadanos estamos dando. Luego me he venido arriba alegrándome de que ninguno de mis seres queridos se parece a Marta Madrenas, alcaldesa de Girona, ni a Quim Torra, que no consienten que se utilicen las camas de los hospitales de campaña montados por la UME y la Guardia Civil, que tanto aliviarían la situación que se vive en Cataluña. Ay, los abrazos. La pena es que van a quedar, por el momento, en un deseo. Ahora escribo en un lugar de la casa en el que la lluvia se hace notar más porque las gotas caen sobre un techado del que estoy muy satisfecho. Me lo arregló V. —es que desde la primera obra filtraba agua—, que es un profesional entusiasta, un operario cartesiano de una empresa solvente al que me ha gustado observar cuando ha venido a casa. Me fijaba en su manera de analizar la situación, de estudiar el terreno para tomar precauciones y de dar con la clave del problema de un modo admirable; tanto que, cuando volvía con la tarea hecha, de paso, me colocaba una teja, me ajustaba el canalón, y no me hizo un chuletón vuelta y vuelta de milagro. Hoy me he acordado de él. ¿Qué hará? Seguro que no está quieto; que estará ayudando a alguien, aunque sea en casa. Hoy, como estoy optimista, este jueves gris y lluvioso, voy a escribir una de las primeras frases de mi entrada de mañana: «A primera hora me toca batirme con una extraña dificultad para levantarme que nunca he tenido salvo por enfermedad». No sé.

miércoles, abril 08, 2020

Diario de estos días (XXVII)

«Y cuando la tormenta de arena haya pasado, 
tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida»  (Haruki Murakami)

Miércoles, 8. Por mor del paso del tiempo, me gusta exagerar y decir que ya he dado clase a todo el mundo. Empecé con veintitrés años, y es que fue en los dos últimos cursos de la sección de Filología de la extinta licenciatura de Filosofía y Letras. Así que cuento con antiguos alumnos que tienen mi edad (57), o uno o dos años menos. Hace ya unos cursos descubrí que yo había sido profesor de la madre de una alumna reciente, de la edad de mi hijo. Natural. Con mucha frecuencia, cuando visito algún instituto de secundaria me encuentro con profesores de departamentos de letras que fueron alumnos. La frase de hoy, algo tremenda, de Murakami, me la envió M., que también fue alumna, hace solo catorce años. Hoy es amiga. Es portentoso que pase esto a partir de una relación que fue académica y que se mantenga hoy, ya profesora y madre feliz de dos niñas preciosas. La otra tarde me gustó hacer el ganso confinadamente y sentirme como el reportero dicharachero de un programa infantil, asomándome a esta pantalla para llamar la atención de V. y S., sus hijas, con la rana Gustavo en una mano y un león de peluche de Mordillo en la otra, restos de un tiempo de hijos pequeños. M. es extremadamente temerosa con todo lo que pasa, y es sensible a todo; como supongo que le ocurre a mucha gente. Sus hijas se están portando muy bien en este encierro. A veces las miro y me parecen personas mayores. A veces me miro y parezco un niño que no entiende nada. Su recuerdo me lleva al último sábado de febrero, trece días antes de que comenzase este desastre, con la gente llenando los bares y los comedores, ajena a todo lo que se nos venía encima. Estuvimos P., su marido, sus hijas, y dos amigos más, J. y A., que también fue alumna, que también hoy es profesora. Fue en un pequeño pueblo de La Serena en el que se come un cochinillo sublime. La Haba. Hoy ha tocado este recuerdo, remoto y reciente a un tiempo.

martes, abril 07, 2020

Diario de estos días (XXVI)

«Ayer por mi calle / pasaba un Borrico» (Tomás de Iriarte)
Martes, 7. Hoy ha subido la onza de oro hasta máximos que no se alcanzaban desde hacía ocho años. Los mercados de valores reaccionan muy positivamente. Los expertos disculpan la volatilidad porque —dicen— no hay quien entienda a los mercados financieros, esa frase tan de discusión de pareja. Qué digo de discusión. Sin ir más lejos, así se lamenta Menchu de Cinco horas con Mario: «No hay quien te entienda, Mario, es la pura verdad, que te pones a ver y ni tú mismo te entiendes». Lo de hoy ha sido inaudito. La SER ha anunciado en «Hora 14» la emisión esta noche (22:05 horas en La 1) de la serie de TVE Diarios de una cuarentena. Será que Maruja Torres ha movido Roma con Santiago para que el facherío no logre minimizar su repercusión. Hoy también me he acordado de la quinta de mis entregas de este diario y de cuando Extremadura no salía en las estadísticas, porque no llegaba a los cien fallecidos. Hoy hemos llegado a 258; aunque no sea mala noticia que el número de altas ya supere al de muertos. Sigo estupefacto las reacciones de algunos políticos. No concibo que no haya comprensión en situaciones como la que estamos viviendo y que cada quisque piense más en los datos o en sus propios réditos que en atajar como sea todo lo que ocurre. Han muerto nueve personas en una residencia de Sevilla y Boris Johnson está en la UCI, y todavía hay gente tan bruta, tan egoísta y tan ignorante que considera que lo haría mejor, que así no está bien. Energúmenos. Como uno que ha pasado por mi calle como si no fuese nada con él. Lo más raro que he hecho en las últimas horas ha sido subirme a una escalera, desatornillar el complejo mecanismo que sostiene los globos de mi pasillo —llevo años lamentándome en ocasiones como esta de lo bien que me quedan— y cambiar la bombilla, ya led. Eso sin contar que este martes santo me he reunido con más de media docena de compañeros en una comisión de un máster, inhábil pero fructífera. Qué cosas. Por lo demás, normal. El desayuno, un poco de ejercicio, hablar con mis hijos, y con más familia; lectura, ir terminando un artículo, avanzar con otro proyecto, escribir aquí, responder la correspondencia… E intentar pensar en claro y sentir hondo. Nada de lo que no haría de no estar sin poder salir.

lunes, abril 06, 2020

Diario de estos días (XXV)

«Los diarios están llenos de ventanas, visuales o verbales» (Antonio Muñoz Molina)

Lunes, 6. Mi hermano J. comparte conmigo un tuit de Maruja Torres que anuncia que mañana martes TVE estrena (22:05 horas en La 1) una serie semanal titulada Diarios de la cuarentena, que cuenta la experiencia del confinamiento de varios personajes en sus casas, interpretados por los actores Cecilia Gessa, Carlos Bardem, Gorka Otxoa, Carlos Areces, Adriá Collado, Fernando Colomo, Víctor Clavijo, Montse Plá, Fele Martínez, Mónica Regueiro, Carmen Arrufat, Petra Martínez, Juan Margallo, José Luis García Pérez y Cristina Alarcón. La periodista, que mantiene en El País una columna diaria que ha titulado «Vieja, amortizada y en casa» advierte: «Los fachas no quieren que la veamos. Están saboteándola, como hacen con la cultura, los cómicos y el arte en general. Véamosla! Pasadlo!». Me llega el mensaje cuando estoy escribiendo sobre la cantidad de gente que está escribiendo todos los días sobre lo que vive encerrada en su domicilio. El viernes 27 de marzo, Álvaro Valverde escribió en su muro de facebook sobre los muchos diarios que hay en la red y sobre algunos de los que sigue. Uno de ellos es el de Jordi Doce, poeta, traductor y crítico, que a mí me gusta mucho, porque no es una ocupación tonta ni una de las «bitácoras-tostón sobre el confinamiento» a las que se refería Enrique Vila-Matas el martes pasado. Tiene razón Jordi Doce al sentirse aludido y al hacer valer su manera de expresarse mientras dura esta emergencia. «Si esto fuera un cuento de ciencia-ficción, un relato a lo Ballard en forma de diario o de cuaderno de campo, estas notas se irían espaciando con el tiempo, adelgazándose hasta convertirse casi en un hilo de voz. El miedo sería un virus en sí mismo y las páginas se poblarían de líneas en blanco o de puntos suspensivos capaces de ahogar el grito de socorro del narrador». Esto escribió ayer. Como lo hace Avelino Fierro en forma de cartas que son de lectura muy grata y que casi siempre comparte Elías Moro en su red social. José María Jurado, Asunción Escribano o Isabel Sánchez son otras personas que citaba Álvaro en aquel texto que daba cuenta de una de estas maneras de hacer y hacerse más llevadero todo esto. Lo que piensan y lo que sienten Maribel Rodríguez Ponce o Jeremías Clemente también se agradece leer en estos días en sus páginas de facebook. Igual que las columnas seriadas que publica El País, como la de Antonio Orejudo, que creo que finalizó ayer domingo. O mi buen colega Pedro Ojeda, a quien sigo desde hace tantos años en su blog, que me parece que también está escribiendo todos los días desde el dieciséis de marzo, aunque siempre lo ha hecho con una frecuencia admirable. A diferencia de lo escrito por el autor de Doctor Pasavento (Anagrama, 2005), Antonio Muñoz Molina nos recordaba este sábado que la escritura natural de este tiempo es el diario y que el tiempo verbal más apropiado para esto que vivimos es el presente de indicativo que titulaba su «Ida y vuelta» que viene publicando todas las semanas en el suplemento Babelia. «El diario atestigua que las cosas no suceden nunca en abstracto: lo que pasó le pasó a alguien. Y como quien escribe no sabe lo que pasará mañana, ni dentro de tan solo unas horas, cuenta lo que ve o lo que ha oído o lo que se le pasa por la cabeza sin distinguir lo que parecerá valioso con los años o lo que será descartado como irrelevante». Por ejemplo, está ahora la tarde gris en Cáceres. Llueve mucho. Cuando no hablo tanto de mí y hablo de otros, cuando reproduzco lo que otros han dicho, me salen las entradas más largas. Lógico; pero pido disculpas.