viernes, febrero 26, 2016

Cementerio alemán, Yuste. Presentación

En la mañana de este domingo, en el segundo encuentro de literatura periférica Centrifugados, presentaremos la antología poética de muy reciente aparición Cementerio alemán, Yuste (Jaraíz de la Vera, Ediciones La Rosa Blanca, 2016). «Si el atractivo de un lugar también puede estar en las palabras que lo han nombrado, este libro intenta mostrarlo con la respetuosa y sensitiva actitud de quienes escribieron sobre él lejos de allí o en el mismísimo enclave protagonista. El cementerio alemán —memorial de casi dos centenares de militares alemanes de las dos guerras mundiales— situado junto a la carretera que une Cuacos de Yuste con el Monasterio de San Jerónimo, y una antología de diecisiete poetas que dedicaron sus poemas a este espacio leído y legible. Poesía y paisaje de la historia, junto al testimonio de una mirada en el tiempo en casi dos centenares de fotografías.» (Del texto de la cubierta)

jueves, febrero 25, 2016

Julián


Hace poco más de trece años le entregué su ejemplar de El trabajo gustoso porque salía en él. En ese trozo —«Paraíso Perdido»—contaba una conversación con varios alumnos. «Dicen —escribí— que un profesor les está tomando el pelo. Qué relativo. Me dan ganas de preguntar a Julián, que limpia los cristales sin perturbar a nadie. Un profesional. Lunes de nuevo […]» (El trabajo gustoso, 2002, págs. 77-78). Después de algo más de cuarenta años trabajando en la empresa de limpieza Limycon, Julián, el gran Julián, el «profesional», se jubila. Desde que nos vinimos a este edificio del campus, en 1999, ha formado parte activa y entrañable de la vida diaria de la Facultad y se notará su ausencia desde el primer día de marzo, su fecha prevista. En términos de información, sobre lo que sucede en la Facultad, será como perder cobertura, quedarnos en zona de sombra. Julián Ceballos Galeano (Plasenzuela, 1952) es el benjamín de seis hermanos varones, de los que viven tres. Uno de los fallecidos, con cuarenta y ocho años en 1997, fue Juan Ceballos, alcalde socialista muy querido de Plasenzuela desde 1979: —«Esto no hubiera pasado si estuviera vivo el alcalde», declaraba hace tiempo una señora al periodista Sergio Lorenzo de Hoy sobre el ruinoso estado de las cuentas del pueblo y las investigaciones de la gestión de algunos de sus cargos municipales. A Julián se le ilumina la cara cuando habla de su hermano y cuando se reafirma en sus fidelidades al PSOE —felipista e ibarrista— y al Real Madrid. Vive en Aldea Moret desde que vino a Cáceres en 1976, después de haber trabajado siete meses en la construcción de la central nuclear de Almaraz, recién casado y tras una mili de quince meses en Sanidad Militar. Aquí en Cáceres le nacieron los hijos, la parejita. Luego ya fue la limpieza su dedicación, en la Universidad Laboral, en la Facultad de Empresariales. Allí hizo «trabajo de mujeres»: limpiar suelos, mesas y encerados; que los cristales vinieron más tarde, cuando la antigua Facultad de Letras, a tiempo parcial. Y en el curso 1999-2000 ya fue uno más en el escenario de las mañanas que compartimos unos más que otros. Y él casi más que nadie. Yo no sé si hay algún profesor que Julián no conozca, aunque haya firmado el contrato ese mismo día; y a veces creo que sabe de dónde son todos y cada uno de los alumnos del aula 8, por poner un ejemplo. Puestos a exagerar, si algún día se pierden papeles  y archivos informáticos, Julián será nuestra memoria exenta. Que nos dure. Buen talante, de semblante curtido y amable, sobrio hasta donde uno conoce y dado a la conversación, Julián estaría dispuesto sin condiciones a ponerse a limpiar a destajo todas las ventanas de este país de la roña corrupta que no deja pasar la luz de la decencia. Y lo hemos hablado. Tiene una casa en el pueblo y un olivar al que da una vuelta todos los domingos que puede y al que mira como el terrenito de la felicidad futura. Que los disfrute.

martes, febrero 23, 2016

Cristián Gómez Olivares en Letras


De camino a la segunda edición de Centrifugados que se celebra este fin de semana en Plasencia, el escritor Cristián Gómez Olivares (Santiago de Chile, 1971) hará una parada en Cáceres para dar una conferencia sobre la poesía de Nicanor Parra en la Facultad de Filosofía y Letras este jueves 25 de febrero. A las 12:00 en el salón de actos. Cristián Gómez Olivares es profesor de español y de literatura hispanoamericana en la Universidad Case Western Reserve (Cleveland, Ohio. USA), poeta y traductor. Ha publicado, entre otras obras, Alfabeto para nadie (Valparaíso, Fuga, 2007), Como un ciego en una habitación a oscuras (México, Conaculta, 2005), Pie quebrado (Salamanca, Amarú, 2004), que fue Premio de poesía Víctor Jara, Inessa Armand (Santiago de Chile, La Calabaza del diablo, 2002) y Homenaje a Chester Kallman (Luces de Gálibo, 2010). Buena parte de su obra poética más reciente ha sido publicada por el sello extremeño Ediciones Liliputienses: La nieve es nuestra (2012, y Luces de Gálibo, 2015), Renga (2015). También con esta misma editorial publicó su traducción de la poeta americana Donna Stonecipher Cosmopolita. 

lunes, febrero 22, 2016

Glorias de Zafra (X)


La casa de mi madre es un ruidoso mirador —sobre todo en verano— de lo que sucede. Hace esquina, y eso le confiere una facultad que pocos lugares tienen. Casi una torre vigía. A veces me sorprende que pasen tantas cosas por allí. No  escribo ahora desde ese mirador en el que algunas horas paso; pero no importa. Hace pocas horas que estuve allí y dentro de pocos días volveré a él y volverán a pasar por delante gentes y sucesos, como si fuese un lugar céntrico del mundo. Ni siquiera lo es del mío, pues viene a serme periférico. Sin embargo, sigue sorprendiéndome. Allí vi por vez primera a un trilero, enteco por más señas, mientras trabajaba. En directo y desde arriba; y a pesar de todo no logré dar con la bolita, y sí con el gancho. Por allí han pasado trotamundos en bicicleta y en nochebuena cargados con mochilas imposibles. Desde esos balcones he visto lo que nunca en un gran estadio: un grupo de neonazis inconcebibles —dieciocho o veinte abriles— que cantaban consignas de camino a un partido de fútbol y escoltado a distancia por guardia civiles a pie y en coches. Ahí estuvo el monumento más alto de mi infancia y más infame de mi vida adulta. Desapareció hace unos años, como tantos difuntos de hoy que por aquí pasaron. Ya hace tiempo que no vemos mi madre y yo a Menganita ni a Zutranito; aunque ella no lo sepa. En esa glorieta vimos a borrachos con escopeta y a borrachas con minifalda saliendo de los toros. A un cura párroco manteando su sotana al caminar como si fuese el De Pas de la novela inmortal. Mi madre me confunde con él algunos días cuando llego a ella. Yo no se lo tengo en cuenta. Desde el balcón de mi madre llegan voces intolerables, por su tono y por su fondo. Se escuchan, aunque no quieras. Ella querría; pero no escucha. El mirador de la casa de mi madre también tiene postigos que al cerrarse son espejos de lo que nos pasa dentro. 

martes, febrero 16, 2016

Javier Reverte en el Aula literaria José Mª Valverde


El escritor Javier Reverte (Madrid, 1944) intervendrá mañana miércoles 17 en el Aula literaria «José María Valverde» de la Asociación de Escritores Extremeños. Por la mañana, a las 12:15 horas, tendrá un encuentro con estudiantes de Secundaria y Bachillerato en el IES Javier García Téllez; y por la tarde, a las 19:15 horas, la habitual lectura pública en el salón de actos del Palacio de la Isla. El pasado mes de enero, Javier Reverte denunciaba que era uno de los primeros escritores a los que Hacienda solicitaba una importante suma de dinero —en su caso 121.000 euros— para «regularizar» la incompatibilidad por la legislación actual del cobro de su pensión de jubilado con los rendimientos por su actividad intelectual. De escándalo. Aunque mañana iremos a escucharle hablar de sus libros y de sus viajes, flotará sobre todos un aire de indignación. 

martes, febrero 09, 2016

El sentimiento de la vista (y II)



Sin lugar a dudas, la lectura de El sentimiento de la vista da para más de una entrada aquí. Sugiere mucho y permite al lector de poesía conocer poemas magníficos sin costuras visibles. Hay uno que retrata al profesor en el aula de un instituto explicando Luces de bohemia («Comento el diálogo entre el preso / y Max Estrella, mientras no dejo de oír / cómo resuena mi voz […]»), y que consigue con admirable naturalidad (sabiduría) representar poéticamente la coexistencia de un discurso cotidiano por aprendido y obligado y de otro igualmente cotidiano por sobrevenido y que, además, es inexorable («[…] Nada / quizá que ver tiene Gaza con esto, / o sí, porque me ocupa un lugar / en la cabeza mientras hablo»). El poema nace de una situación vivida que se convierte en hecho lingüístico con conciencia de serlo, como ese «Autorretrato ante el espejo» —que no es un título (o sí), y sí un primer verso— en el que se siente «el sentimiento de la vista», que es un título, y también el último verso de ese poema. Porque quizá conozca algunas referencias no necesarias de la escritura de los poemas, ese autorretrato puede resultarme más cercano. Pero no menos incitante y rico. Imaginemos. Hace nada busqué unas palabras sobre Crítica y verdad de Roland Barthes que escribió Miguel Casado en su libro Del caminar sobre hielo (Madrid, A. Machado Libros, 2001) y ahora relaciono aquella cubierta con esta de El sentimiento de la vista, que ofrece unos caracteres chinos. Son, parcialmente, los que se transcriben al final del último poema como una fórmula de saludo y un indicativo del aprendizaje de una lengua: Hola, ¿cómo estás? ¿De dónde eres? Que me corrijan si he leído mal El sentimiento de la vista, uno de los buenos libros del año pasado —hace poco tiempo— que más me han motivado como lector de poesía.

sábado, febrero 06, 2016

El blog de Suroeste


Cinco son ya los números publicados por esta revista de literaturas ibéricas, Suroeste, cuya aparición saludamos en su día. La pasada primavera salió el número 5, con una interesante conversación con Eduardo Lourenço, «el más importante intelectual portugués vivo», en palabras de su interlocutor, Luis Sáez Delgado, y, además de otros contenidos fijos de ensayo, crítica de libros o textos narrativos, con una generosa ración de poesía en español y en portugués firmada por Luis Bagué Quílez, Hilario Barrero, Igor Barreto, Maria Graciete Besse, Carlos Clementson, Álex Chico, Francisco Ferrer Lerín, Eduardo Moga, María Paz Moreno, José Luis Puerto, Antonio Rivero Taravillo, Almudena Vega, Miguel Martins, Vítor Nogueira, José Carlos Soares y Miguel-Manso. La novedad ahora es la edición de un blog de la revista, Suroeste digital, «un vehículo más para hacerla llegar a más lugares y a más lectores. Con contenidos diferentes, aunque siempre al servicio del mismo objetivo y con el mismo conjunto de colaboradores […] ofrecerá un diálogo más ágil y plural entre autores y lectores, irá ofreciendo adelantos de los próximos números en papel, comentarios y reseñas de novedades, actividades culturales del ámbito hispano-luso...», escribe su director, el profesor, traductor y poeta Antonio Sáez Delgado, en el editorial de bienvenida. Excelente plataforma de difusión e intercambio de las literatura ibéricas. Un saludable modelo de convivencia cultural.

viernes, febrero 05, 2016

Eduardo Moga en la ERE


El martes me enviaron un mensaje al teléfono con la noticia de que el poeta, traductor y crítico Eduardo Moga era el nuevo director de la Editora Regional de Extremadura (ERE). A esas horas, quien me lo enviaba no sabía si el nombramiento era oficial aún. Era, en cualquier caso, una sorpresa. Me alegro, pues considero que Moga es un hombre sensible y capaz, y que conoce bien la historia editorial de la ERE y el panorama literario y cultural de Extremadura. Me ha extrañado, eso sí, y que yo sepa, que en las plataformas digitales de amigos y conocidos no haya tenido mucho eco la novedad. No sé. Ha tenido que ser una directora dependiente de la Secretaría General de Cultura de la Junta de Extremadura quien esta mañana me ha confirmado que el nombramiento es firme y que el propio Moga ha escrito en su blog un texto «muy bonito» sobre ello. Creo que está fuera de toda duda que Eduardo Moga está de sobra capacitado para dirigir «una de las mejores editoriales públicas de este país durante muchos años, si no la mejor», como ha escrito en su blog; pero es principal su entusiasmo. Interesante momento de la función.

jueves, febrero 04, 2016

El sentimiento de la vista (I)


Cuando terminé de leer El sentimiento de la vista (Barcelona, Tusquets Editores, 2015), de Miguel Casado, anoté como un valor esa forma de encontrar un tono poético en la sobriedad expresiva, en la ausencia de retórica. Está bien anotado, no sé si bien expresado. Este nuevo libro, después de un lapso de once años desde su Tienda de fieltro (Barcelona, DVD, 2004), nos presenta brillantes tomas poéticas del mundo exterior, de la realidad, maneras de explicarse en ellas. Hay anécdota; pero velada. Hay nombres y personas; pero nunca explícitos, salvo en los poemas dedicados a los «muertos comunes» —Ángel Campos Pámpano, Manuel Hermínio Monteiro, Nicanor Vélez—, esos «muertos comunes» mencionados en el poema que comienza «Voy contigo», un poema de amor ejemplar, extraordinario, para Olvido, aunque no hay mención expresa. No hace falta, pues Olvido [García Valdés] ocupa el lugar de preeminencia de la dedicatoria general del libro. No hay más, excepto las de los tres nombres citados, los «muertos comunes»; y la pesadumbre de la lectura y relectura de esos poemas, ay. Y la certeza de que la voz que acompaña al lector desde el primer poema al último de este conjunto de sesenta y seis —aunque «La enfermedad del tiempo», el dedicado a Nicanor Vélez, es un tríptico— es la voz —y la mirada— de un poeta de exquisita madurez que sabe llevar al poema la escritura como un hecho tan propio de la vida como la lluvia o el revoloteo inquieto de un gorrión. La escritura es una forma de vida si se siente una libreta pequeña en el bolsillo de la chaqueta como una forma material de respiración (pág. 120); y esa materialidad es la que lleva también a preguntarse si «la medida / de los versos depende del tamaño / del papel» (pág. 25), tanto que se retoma muchas páginas después en un «No sé si el tamaño del papel / condiciona la medida de los versos» (págs. 119-120). Resulta extraño llamar a esto metaliteratura; pero lo es. Al menos, se trata de una autorreferencialidad corriente en un libro en el que todo fluye de manera muy natural. Tanto que hay más de un poema que puede ser considerado nuclear en El sentimiento de la vista. Por ejemplo, este: «Salíamos juntos a mirar la luna / de abril, cuando de los montes / se eleva blanca; nubes / también del suelo la persiguen, le sirven de orla. / Mirar es compartir el mundo, / las intensidades cambiantes, / el aura en que reposan / las cosas o se afilan.» Un poema preciso. O este otro en el que los árboles, varios, se funden —había escrito «se confunden»— con las palabras del poema, con su afán por manifestarse —las palabras— entre las frondas y donde el humus vegetal es clave para comprender la germinación que propone el poema y el libro: «Zarandea el viento la acacia / mientras el tilo, a su lado, / queda casi inmóvil. Busco al fondo / la línea de los álamos, confundidos / en su verde denso, y la veo / surcada de vaivenes, de caídas, / brillos, ondulación. Ante la ventana, / divididos los ojos en la cruz / del marco, como si quisiera pedirles / no las palabras —esas van y vienen, / no pesan— sino un núcleo sólido / o humus donde fermenten.» (pág. 135).