© Caridad Jiménez Parralejo
No fue la del pasado viernes 29 una presentación cualquiera. La composición del estrado de la carpa de la VIII Feria del Libro de Trujillo fue una especie de representación escénica de lo que quise poner de manifiesto en mi intervención como presentador de los libros El cuarto del siroco, de Álvaro Valverde, y He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, de Basilio Sánchez. Una evidencia: que Álvaro Valverde y Basilio Sánchez tienen una afinidad poética y han compartido intereses y gustos literarios que han construido con la debida paciencia lo que hoy son, dos amigos y representantes de la mejor poesía que se está haciendo hoy en España desde Extremadura. Al poner en paralelo las trayectorias de ambos poetas, la guinda fue que el pasado año —o este, si preferimos la fecha de publicación del libro— Basilio Sánchez obtuvo el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, veintisiete ediciones después de que reconociesen a Álvaro Valverde en la cuarta convocatoria de ese mismo Premio, de cuyo jurado, tres poetas, Francisco Brines, Antonio Colinas y Luis Antonio de Villena, han participado tanto en una como en otra edición, así en el año que se premió a Álvaro Valverde por Una oculta razón, en 1991, como en el año en que se ha premiado a Basilio Sánchez por He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes. Cuando preparaba mis notas para la presentación del viernes y el cuadro de correspondencias desde 1984 a 2019 no me imaginaba que el recuento de los libros principales de cada uno daría la misma cifra: once. Once, sí. Esto no es un número o una marca, como los grandes premios que un piloto de carreras ha conseguido. No; se trata de una cifra que prueba que ambos han alcanzado una madurez literaria incontestable. En cualquier caso, siguen tan cordialmente empatados que no puedo más que felicitarme por haber participado en un acto con los dos presentes. Por supuesto, no son semejantes, no son poetas gemelos o paralelos, aunque sus circunstancias y su tiempo sean parejos... Haber seguido sus trayectorias durante todos estos años duplica las propiedades benéficas y curativas de la lectura de poesía. Es un privilegio que nuestra reciente historia literaria nos haya regalado este fenómeno conjuntivo de dos voces tan especiales y de tanta altura. Y hablé de fenómeno por la feliz y extraordinaria circunstancia de que cada uno de ellos —en estos dos libros, pero también en otros títulos— podrían suscribir las palabras del otro. No es difícil ver a Álvaro Valverde y su forma de sentir la escritura en el verso de Basilio que cierra He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes: «Las palabras son mi forma de ser». Como tampoco es difícil allegar al pensamiento de Basilio Sánchez un verso del también último poema de El cuarto del siroco de Álvaro Valverde: «Quien resiste sereno a la intemperie». Parece mentira que libros tan distintos propicien esta relación de dos poéticas que han ido creciendo en un mismo tiempo histórico y en un mismo ámbito geográfico —e incluso, en esa misma noción de lugar, con una vocación por el sur y sus costas como espacio de creación. Podría decirse que Álvaro y Basilio han vivido experiencias compartibles en lo literario; el primero desde un sentir melancólico y el segundo con una mirada más jubilosa y con más certidumbres, palabra que en esta ocasión no aparece en ninguno de los dos libros, pero que, en negativo, está en un autor como Basilio Sánchez que también se permite escribir: «con mis vacilaciones y flaquezas, /con mis debilidades / y mis incertidumbres. / Ocupado en secreto en este oficio de acarrear imágenes / para un templo sin culto.» (pág. 56)
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