martes, octubre 02, 2012

Música y sentimiento


Escribo —cómo no en esta ocasión— mientras escucho música. Ahora mismo, flamenco. Es lo que hay; quiero decir, que no está puesta a propósito para escribir estas líneas. Suena la guitarra de Daniel Casares para una rondeña en Nuestro flamenco, el programa de Velázquez-Gaztelu. Lo anoto para decir que me he acordado de mi padre cuando decía que quien desprecia la música no tiene corazón; lo que me parece una recreación de la repetida frase que dijo Sancho Panza a la duquesa en la segunda parte del Quijote: "Señora, donde hay música no puede haber cosa mala". Y todo a cuento de una reseña de Pablo J. Vayón que me traje del Diario de Cádiz del primer miércoles de septiembre sobre el libro de Charles Rosen, pianista y teórico, Música y sentimiento (Madrid, Alianza Editorial, 2012), en el que se constata el poder de la música para emocionar por la conjunción de motivos diversos, en una unidad de sentimiento. Lo recuerda Vayón, que también, en contrapunto, advierte que la música no hace a nadie necesariamente mejor, como dicen que se infiere de lo escrito por Pascal Quignard (El odio a la música) y aquella que sonaba mientras los judíos entraban en las cámaras de gas. Audición y vergüenza. "Para qué sirve la música" se titulaba aquella reseña reciente; y me he acordado de lo que decía mi padre.

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