sábado, septiembre 13, 2025

Acuse de recibo

Ayer viernes recogí en la Facultad dos sobres que no abrí hasta llegar a casa. Uno venía de Valladolid, de la calle Melendro, donde tiene su sede la Editorial Deméter, que desde 2022 nos está ofreciendo en su catálogo destacados ejemplos de literatura tenebrista y fúnebre, sobre todo, del siglo XIX. El otro sobre, sin remite, venía de la Editorial Candaya. Aunque presumo que debo el envío a la generosidad de Álex Chico, autor del libro que venía dentro, traía una amable carta personalizada pero sin fecha de Olga Martínez Dasi con una presentación de Geografía escrita. Viajes reales por lugares imaginarios, del escritor placentino afincado en Cataluña que tanto ha escrito sobre los lugares. Los textos que componen el volumen fueron publicados, en su mayoría —hay dos inéditos— en revistas como Quimera, Revista de Letras o Clarín, entre otras. Además, la edición tiene el interés añadido de que va precedida de un prólogo de Álvaro Valverde, «El viaje interminable», que conoce bien a Chico desde sus primeros pasos literarios y que tanto y tan bien ha pensado en el lugar como motivo literario —véase el acertado título de Meditaciones del lugar que dio José Muñoz Millanes a la antología poética de Valverde que publicó Pre-Textos el pasado año 2024. Tengo ganas de recorrer todos estos espacios escritos como crónicas, como apuntaciones de diario y como reflexiones ensayísticas de la mano de Álex Chico. Por su parte, Montse Ruiz, responsable de Editorial Deméter y que incluye en su envío un ensayo titulado Bécquer, ¿espiritista? (Editorial Deméter, 2024), con el que espero ponerme muy pronto—, me envía mi ejemplar —contribuí a su campaña de suscripción— de Los que vuelven (Editorial Deméter, 2025): una antología, ilustrada por la artista vallisoletana Lucía Vázquez de Prada, de relatos mortuorios breves de autores decimonónicos como Pedro Escamilla, Emilia Pardo Bazán —se recogen dos de ella, «Mi suicidio» y «La resucitada»—, Enrique Fernández Iturralde, Guillermo Forteza, o Carmen de Burgos, con un cuento, «La mujer fría», publicado en 1922; y que se cierra con un apéndice de textos aparecidos en la prensa desde1789 hasta 1866 sobre la preocupación de enterrar cuerpos aún vivos. Las últimas líneas de esta «antología oscura» van por ahí: «Si hay un sentimiento que deba igualar al respeto a la muerte es el del respeto a la vida» (pág. 149).

viernes, septiembre 05, 2025

Una belleza terrible

Tenía este apunte avanzado, pero sin terminar, cuando leí a finales de julio un texto de Edurne Portela y José Ovejero, «El misterio de Germaine», publicado en el número de verano (julio-agosto) de la revista Tinta Libre, de cuyo índice, por error, se omitió (págs. 56-58). Como un «hijuelo» que le ha crecido a la novela escrita por ambos Una belleza terrible (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2025) presentaban este relato sobre Germaine Huot d'Anglemont, la madrina de Raymond Molinier (1904-1994), el revolucionario troskista protagonista de esa obra, que, cuatro meses después de su publicación, se extendía para sus lectores con esta suerte de apostilla que confirmaba ese carácter de Una belleza terrible como singular ente literario. Para mí, prolongaba el magnífico sabor que me dejó la lectura de esa novela, que comencé muy motivado por la fascinación que sentí con la obra anterior de Edurne Portela, Maddi y las fronteras (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2023), la brillante narración sobre la vida de María Josefa Sansberro (Maddi) (1895-1944), una mugalari en la resistencia contra los nazis, que fue deportada y murió en un campo de concentración en Alemania. Añadiré que poco antes había leído Mientras estamos muertos (Madrid, Páginas de Espuma, 2022), el libro de relatos de José Ovejero que se alzó con el XVIII Premio de Narrativa Dulce Chacón en 2023. Teniendo en cuenta que ambos son pareja y que con Una belleza terrible han emprendido una tarea de escritura compartida muy sugerente, estas líneas quieren agradecer a ambos sus trayectorias como escritores y demostrar admiración por lo que hacen, y por lo último que han hecho. Han elaborado juntos una obra a partir de una biografía trepidante con tantos accidentes y derivaciones, «giros y acontecimientos sorprendentes» que «hacen muy difícil relatarla y apenas pueden caber en un solo libro» (pág. 177), con lo que incorporan a su definición —de la vida de Raymond Molinier— la valoración sobre la ejecución del empeño. Una sugestiva propuesta metaliteraria. Sobre una vida, además, que arrastra otra de las virtudes o implicaciones de esta novela, las mujeres que se relacionaron con el personaje principal y que estuvieron en el centro de la historia, pero que no dejaron testimonio ni memoria (pág. 178) —y cuya importancia subraya el apéndice aludido de Tinta libre. Muy a grandes rasgos, hay dos flujos en Una belleza terrible —el título proviene del poema de W. B. Yeats a los rebeldes republicanos irlandeses de 1916—, el de la narración que reconstruye unas vidas al servicio de la revolución —de las principales luchas revolucionarias del siglo XX— y el del relato, como fragmentos de diario, del proceso de escritura de una novela y los problemas que esa escritura suscita. En cierto modo, nos encontramos con una investigación que ficcionaliza a partir de los testimonios que la historia ofrece: imaginar, dicen los autores, frente a inventar; es decir, intentar deducir lo que no sabes una vez que conoces, aunque no enteramente, los hechos históricos: «No es lo mismo inventar e imaginar. No da lugar al mismo tipo de novela. La invención renuncia a acercarse a la verdad de los hechos, la imaginación lo intenta sabiendo que es imposible lograrlo por completo» (pág. 188). Seduce esta forma de revelarse: lo único verdadero, dicen, es su deseo de ver y de encontrar un orden en lo visto, es decir, construir un artefacto literario, una creación que hace presentes los materiales del pasado (pág. 185). La disposición de las cuatro secciones de la obra quizá no refleje estos dos flujos: I. Europa. II. Tierra de nadie. III. América. IV. Los huesos. El corazón. Son rotulaciones que expresan claves o etapas del recorrido biográfico de Molinier, y serán las divisiones internas —también tituladas— las que contengan, en algunos casos, los incisos metanarrativos de los escritores que escriben al alimón, completando esta doble cara que, sin menospreciar la historia —apasionante— que sirve de base a esta novela, la vida real de Raymond Molinier y de su gente, es para mí el gran valor de Una belleza terrible y lo que hace de ella una obra admirable. Y esta excelencia está en la forma que han dado a un material a la mano, el de las vidas de otros; pero también el de la propia vida de los que hacen literatura; de tal manera que el lector se asoma a la intimidad de los autores al mismo tiempo que imagina, gracias a ellos, la de los personajes de la historia, como una suerte de exaltación de la vida que explica la dedicación a la literatura. Excelente demostración de talento y de honestidad literarios. 

domingo, agosto 31, 2025

Cáceres de novela (V)

Valdrán estas líneas como una adenda al artículo en el que derivaron algunas entradas de este blog, entre 2017 y 2022, bajo el título de «Cáceres de novela», que fue el que di luego a las páginas que se publicaron en la revista Ateneo de Cáceres (núm. 22, 2022 págs. 177-191) y que se cerraron con un «Corpus incompleto por orden cronológico» de las novelas en las que esta ciudad ha sido escenario de ficción. Estas líneas, pues, vienen a confirmar las reservas de esa bibliografía que se acrece ahora con una obra publicada en enero de 2001 en Santiago [de Chile], que es la única información de un libro sin más datos de edición y con el escudo de Cáceres y una reseña histórica de la ciudad en la cuarta de cubierta: Luis Magaña Cuadrado, Aventuras de Juanito en Cáceres. Lo encontré en una de mis siempre fecundas visitas al fondo «Pedro de Lorenzo» de la Biblioteca de la Diputación Provincial de Cáceres que se aloja felizmente en la Central de la Universidad de Extremadura en este campus desde junio de 2022. Su autor, Luis Magaña Cuadrado (1920-2008), fue un granadino que llegó a Cáceres a los cuatro años y vivió aquí hasta los diez. Después de la Guerra Civil, en la que fue soldado republicano y fue hecho prisionero, viajó a Chile, en donde pasó el resto de su vida. Escribió dos novelas más: Maldita guerra, de 1994, y Arena, moros y legionarios, de 1999, ambas publicadas en Santiago de Chile, y de las que también hay sendos ejemplares en la biblioteca de Pedro de Lorenzo. En el texto de las solapas de la cubierta de esta edición, que lleva una fotografía de la Torre de Bujaco, se alude a los recuerdos «imborrables» que motivaron la escritura de estas Aventuras de Juanito en Cáceres que carecen, fuera de ser un documento curioso —dedicado «A los niños extremeños»—, de otros rasgos que justifiquen su rescate. Transcribo unos fragmentos sin corregir nada: «A mí mamá le gusta ir en las tardes al paseo de Cánovas, es muy bonito, pero muy aburrido. Es un paseo de arenilla rodeado de macizos de flores y arbolitos pequeños recortados dándole varias formas, también hay árboles grandes y a la entrada del paseo hay una estatua de un señor que se llamaba Gabriel y Galán, yo creía que eran dos, pero me aseguraron que era uno solo, también le llaman el poeta extremeño y tiene un poema, supongo que es de él, escrito en la piedra donde está colocado ese señor, claro que no está entero, es la cabeza y los hombros nada más […] A mí no me gusta este paseo, porque los niños no podemos hacer de las nuestras, nos tenemos que portar bien; está lleno de mamás y de gente grande y cursi, no se puede correr, ni tirar piedras ni pelear […] En cambio al Paseo Alto, no va ese tipo de gente, podemos correr, tirar piedras, subirnos a los árboles, recoger piñas, cascabillos de eucalipto, bellotas de las encinas» (págs. 69-71). Más adelante: «El instituto, como todas las cosas interesantes, está en la parte antigua de la ciudad por la plaza de San Mateo, van a estudiar los niños mayores que ya han estado en el colegio […] En la plaza de San Mateo está su iglesia y a la vuelta el Palacio de las Cigüeñas, es muy grande y bonito, pero lo que más me llama la atención es el nombre, ¡claro que tiene nidos de cigüeñas! Pero todas las torres altas de Cáceres tienen nidos de cigüeñas y no veo la razón de que solo ese palacio se llame así. También están al otro lado la Casa del Águila y la Torre de la Plata, no sé si en esa torre guardarían la plata que traían de América y el oro en la de los Solís, que también se llama casa Sol por su parecido con el oro» (pág. 133). Tierna e imaginativa evocación.

jueves, agosto 28, 2025

Maruja Mallo

La afluencia de público en el Centro Botín de Santander la mañana del sábado 23 de agosto debió de ser la habitual para visitar el edificio, y tomar fotografías de su privilegiado enclave, porque en las salas que albergan la magnífica exposición Maruja Mallo. Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982 había escasísimas personas. Queda poco ya —hasta el 14 de septiembre— para que concluya una muestra que se inauguró el 12 de abril de este año, y es normal que el número de visitantes sea menor cada día. A partir del 7 de octubre, creo, y hasta marzo de 2026, podrá verse en el Reina Sofía de Madrid. La comodidad de estar en esas grandes salas junto a no más de dos o tres personas aumentó el atractivo de conocer la primera gran exposición que se monta de la artista gallega, la primera retrospectiva de casi sesenta años que culmina con la reproducción de la entrevista que Paloma Chamorro le hizo en el programa Imágenes de TVE en 1979, que es un colofón soberbio, formativo y ameno, después de un recorrido tan suculento. Me complació, gracias al profesor y académico Pedro Álvarez de Miranda, sentirme muy cercano a la presencia —in situ, documental— de su madre Consuelo de la Gándara (1920-1986), la autora en 1978 de «la primera monografía realizada en España sobre Maruja Mallo, dentro de la serie Artistas españoles contemporáneos que edita el Ministerio de Educación y Ciencia», como escribe Juan Pérez de Ayala en la «Cronología» que cierra el estupendo catálogo de la exposición (pág. 243). En él, otro atractivo es la inclusión de «Textos de Maruja Mallo» (págs. 181-184), entre los que hay algunos impagables, como la carta «El artista contra el crítico» que la pintora dirige al «Juan de la Encina» que había escrito sobre su exposición madrileña en la Asociación de Amigos del Arte Nuevo (ADLAN) en mayo de 1936: «... también tenemos los artistas derecho a pensar que no es posible trabajar honrada, leal y esforzadamente para que una crítica desatenta y ligera, en lugar de marcarnos con fuego si es preciso nuestros defectos, pase la vista por nuestra obra con una indiferencia y un desdén totalmente injustificados» (pág. 182). O curiosidades como la misiva a Sebastià Guasch de abril de 1928 en la que la nacida en 1902 dice que «voy a cumplir veinte años» (pág. 181). «Maruja Mallo. Trayectoria de la máscara» titula Patricia Molins, comisaria de la muestra, su introducción, que, leída ahora, me confirma la trascendencia y novedad de lo visto, sobre todo en su producción americana y en los estudios sobre el espacio y el tiempo de series como sus Naturalezas vivas. La contemplación en vivo de Sorpresa del trigo (1936) o de La tierra y El mar (1938) emociona, y a la emoción uno suma en la lectura al Miguel Hernández de «las manos puras / de los trabajadores terrestres y marinos» de Viento del pueblo. Una delicia. Un encanto más del verano santanderino.



miércoles, agosto 27, 2025

Fraseo

Escuchó dos frases en su paseo matinal: «—¿Te aburres, Petra?» y «—No me paro, Mamerto». Ambas con la identificación —real— de sus destinatarios. La primera, la interrogativa, la pronunció una señora sentada junto a otra en un banco de un paseo en sombra. La segunda, en su enunciación negativa, era una advertencia proferida en marcha. A Mamerto, que llegaba de frente, se le veía en la cara la gana de saludar con tiempo; pero todo quedó en cruce y en la premura andariega de la frase. «Tengo que anotar esto», pensó. Cumplió. Y escribió estas líneas sobre una mesa en la que había varios libros —dos volúmenes de un mismo título—, tres vasos de cerámica con lápices y bolígrafos, un teléfono móvil y las dos pastillitas de la medicación que había olvidado tomar en el desayuno.

miércoles, agosto 20, 2025

Del viaje


Leo y escribo en estos días sobre literatura de viajes en el siglo XVIII. Es el centenario del nacimiento de Antonio Ponz y los LIV Coloquios Históricos de Extremadura en Trujillo estarán dedicados, del 22 al 28 de septiembre, a viajes y viajeros de Extremadura. Quiero creer que no es lo mismo andar leyendo estos papeles después de haber tenido la experiencia de un viaje que comparte con aquellos de antaño algunas motivaciones y beneficios: desde la adquisición de conocimientos, o el contacto con modos y costumbres distintos, hasta el puro goce estético. No así el deber —que decía el abate Prévost— de escribirlo y publicarlo, aunque estas líneas vendrán a ser como una puntita visible de las notas que servirán, como siempre, para reavivar el recuerdo; o de guía en otra futura ocasión de repetir lo hecho. Haber recorrido lugares como Toulouse, Montpellier, Annecy, Narbonne o Taninges y las poblaciones de la cuenca del río Giffre, ya en la Alta Saboya, representa ahora una suerte de paralelo con los textos que me llevan a muy diferentes puntos de la geografía peninsular, por limitarme al ámbito que me interesa ahora en mi estudio. «¿Hay por ventura un medio más seguro de conocer bien los pueblos y provincias de un reino que el de ir a los lugares mismos y aplicar la observación a los objetos notables que se presentan?», escribió Jovellanos, precisamente a Antonio Ponz, en unas cartas que vieron la luz después de la muerte del historiador levantino. Incluso encuentro guiños como lo que escribe Alejandro Cioranescu en la introducción a su edición del Viaje a La Mancha en el año de 1774 de José Viera y Clavijo, que tomó el Quijote como el manual para ir a los «santos lugares» manchegos: «Con el libro en la mano, el viaje es diferente». Yo creo que sí, y, en esta ocasión, me llevé Anna Karénina, pues no hay libro inapropiado para un viaje, al que en cualquier pormenor cabe encontrar acomodo en la lectura. Por ejemplo, que Tolstói ponga a hablar en francés a los personajes de las altas esferas de la sociedad rusa de su tiempo, que utilizan ese idioma con frecuencia, y con frecuencia para no ser entendidos por la servidumbre. Si, bajando a Chamonix en el tren cremallera desde Montenvers, un perro posaba para sus dueños como una estrella, o en Lérida un pomerania ladraba embutido en una mochila rígida y panorámica, yo recordaba al volver a la novela que Tolstói permite al lector conocer el pensamiento de una perra cazadora en el sexto libro. Cuando uno disfruta, los imperativos del viaje se tornan lecciones esenciales y una mera parada intermedia para reponer fuerzas resulta una provechosa enseñanza sobre un lugar tan singular como la Cartuja de Miraflores en Burgos, cuya exposición permite ver desde un bojarte en madera policromada del XV hasta incunables (la Cronica de Nuremberg de 1493), como detalles de un conjunto histórico de especial relieve. Más didáctica y entretenida es la visita que ofrecen los responsables de la exposición en la Chartreuse de Mélan de Taninges sobre la Edad Media —Quoi de neuf au Moyen Âge?—, que hacen de la visita todo un descubrimiento. Transiciones, derivaciones o pausas enjundiosas de un viaje son al tiempo ratos y tramos de la lectura que uno comparte sin venir a cuento. Así, esa comida de Oblonski y Lievin que motiva el comentario del primero al celebrar el menú de que el objeto de la civilización estriba en que todas las cosas se conviertan en placer; a lo que responde el campesino alter ego del autor: «—Bueno, si ese es el objeto de la civilización, prefiero ser salvaje» (I, x) 

lunes, agosto 18, 2025

El volumen del tiempo

Hace unas semanas Julia me habló de este libro. Se había rayado con la sinopsis: «Tara Selter y su marido Thomas viven en Clairon-sous-Bois y son libreros anticuarios especializados en libros ilustrados del siglo XVIII. El 17 de noviembre Tara se despide de su esposo y viaja a Burdeos para asistir a una subasta. A última hora de la tarde toma un tren de Burdeos a París y se aloja en el hotel de siempre, situado en la rue Almageste, donde hay muchas librerías anticuarias. Su plan es dedicar los dos días siguientes a visitar a colegas y realizar más compras para su negocio. El 18 de noviembre va a una de esas librerías y se quema la mano con una estufa de gas. De vuelta en el hotel se lo cuenta a Thomas por teléfono y se acuesta. Y entonces sucede algo inaudito: al despertarse por la mañana en el hotel, no tarde en descubrir que continúa en el 18 de noviembre. Su marido no es consciente de ese bucle temporal y es inútil intentar explicárselo. Solo ella parece percatarse de que están atrapados en un día que se repite hasta el infinito. Y solo ella parece sometida al paso del tiempo: su quemadura sana, lo cual quiere decir que —a diferencia de los demás— ella sí envejece. Y Tara, que es la angustiada narradora de su propia historia, se va quedando cada vez más aislada en un tiempo sin tiempo...» (Solvej Balle, El volumen del tiempo I. Traducción de Victoria Alonso. Barcelona, Anagrama, 2024). A Julia le intrigaba mucho cómo podría resolverse una situación narrativa así, tan coincidente con la de la película de Harold Ramis de 1993 que todos conocemos como El día de la marmota (Groundhog Day), que se tradujo en España como Atrapado en el tiempo, con Bill Murray y Andie MacDowell como protagonistas. Y lo que más le sorprendió fue haber leído que bajo ese título de una desconocida escritora danesa como Solvej Balle (1962) hay una serie de siete novelas. El citado es el volumen primero, que apareció en noviembre del año pasado, y en marzo de este apareció también en Anagrama El volumen del tiempo II.  Me hice con los dos en julio y he terminado de leerlos ahora, antes de que Julia vuelva a Irlanda, después de pasar unos días aquí, y así pueda llevárselos. No sé qué ha podido más; si las ganas de lector de competir o el afán de padre de dar gusto a la hija. Me resulta muy atrayente la intención especulativa de una narración en primera persona que incorpora a su trama la escritura como medio para preguntarse por ese día que vuelve una y otra vez: «Esa es la razón de que comenzase a escribir. Porque lo oigo en la casa. Porque el tiempo se ha roto. Porque encontré un paquete de folios en la estantería. Porque intento recordar. Y el papel recuerda. A lo mejor las frases son sanadoras en algún sentido» (pág. 31). La narración comienza a partir del día # 121 e irá avanzando, en anotaciones diarias no consecutivas, con la esperanza de que pase un año y un nuevo 18 de noviembre detenga el bucle en el que la protagonista ha quedado atrapada. Al tiempo detenido responde un desplazamiento en el espacio cada vez mayor y más febril, que ocupará real y simbólicamente el volumen segundo: «Camino por el borde de un abismo, cuento días y lo anoto todo. Lo hago para recordar. O para evitar que los días se me escapen. O tal vez porque el papel recuerda lo que digo. Como si yo existiera. Como si hubiera alguien escuchándome» (pág. 20, de II). No quiere Julia que le desvele nada más de una lectura tan sugerente, de este modo de acompañar al personaje de Tara Selter que mueve a reflexionar sobre la relación que tenemos con el tiempo. He leído que cuando Solvej Balle concibió la idea de su obra aún no se había estrenado la película de Bill Murray; que, por cierto, he vuelto a ver, y su banalidad cómico-romántica no resiste una comparación con la ambiciosa meditación de esta novela sorprendente. He indagado sobre la autora y parece ser que nació en Sønderjylland el mismo día del mismo mes y del mismo año que yo. Cosas del tiempo cronológico.

sábado, julio 26, 2025

Antonio Machado

El gran José María Valverde (1926-1996) —a quien habrá que recordar pronto en el centenario de su nacimiento— escribió sobre Antonio Machado, que nació un veintiséis de julio, hace ciento cincuenta años: «Nosotros, discípulos suyos, debemos hoy decir de cuánto nos ha servido, y, sobre todo, de cuánto nos puede servir el destino trágico de Antonio Machado, su conato de creencia, y su manso, bondadoso y honrado escepticismo. Y ojalá que aprendiendo su lección múltiple y bella sigamos andando por el rumbo que soñó el que, humildemente, sólo valoraba su obra, tal vez nunca igualable, porque representaba “haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras”». Lo publicó en Cuadernos hispanoamericanos en 1949, a los diez años de la muerte del poeta. En su texto Valverde aludía a la riqueza de lecturas, y a uno de los proverbios y cantares: «Da doble luz a tu verso, / para leído de frente / y al sesgo.»

miércoles, julio 23, 2025

2 novelas inéditas de Martín-Santos

«Un gran acontecimiento literario» se lee en la faja que acompaña esta edición de las «dos novelas anteriores a Tiempo de silencio que Luis Martín-Santos dejó terminadas e inéditas» —se añade. Forma parte, como volumen tercero, de las Obras completas (Galaxia Gutenberg, 2024) del escritor de Larache, dirigidas por Domingo Ródenas de Moya, y recoge El vientre hinchado y El Saco, en edición, prólogo y notas de Epicteto Díaz Navarro. En efecto, es un acontecimiento que, pasados los años, se exhumen textos desconocidos de tan extraordinaria importancia como para modificar la idea que teníamos de la trayectoria literaria de un escritor de esa talla. Dejo constancia de esta impresión en estas líneas después de leer estas dos obras. El vientre hinchado es una novela corta escrita en torno a 1950 y El Saco es de mayor extensión y está fechada en San Sebastián entre septiembre de 1954 y mayo de 1955. Aunque la primera fue presentada al premio Café Gijón, es probable que no la diese por definitiva el autor, así como pudo ocurrir con El Saco, del que Díaz Navarro aporta el testimonio de una carta de Martín-Santos a Juan Benet de febrero de 1955 en la que le habla de los avances de ese relato. El vientre hinchado es una narración de ambientación rural, que, sin duda, tiene en cuenta la tendencia tremendista de la década de los cuarenta, quizá para responderla con la muestra de la crudeza y del laconismo de tres seres innominados —el amo, el criado y la criada— con la rotunda intención de exponer la fuerza de un poder frente a los que no tienen otra salida que la sumisión y la obediencia, en un triángulo en el que la criada soporta su condición social, agravada por ser mujer. Otra expresión de las tensiones entre autoridad y sometimiento es El Saco, que narra la vida de los presidiarios en un penal gobernado por un Alcaide al que llaman así. La combinación de tres niveles narrativos representa el ejercicio formal de una novela realista y crítica que trasciende alegóricamente una trama de violencia estanca. Ambas novelas, leídas teniendo en cuenta el contexto social y literario en el que fueron escritas, son enormemente atractivas y enriquecen mucho la idea sobre un escritor asociado a un único gran título como Tiempo de silencio. Cómo ayuda a alejarse de esta idea este empeño editorial de Galaxia de publicar sus Obras completas y dar a conocer al gran público, por ejemplo, su narrativa breve en el primer volumen de la serie, con Condenada belleza del mundo, que recuerdo desde mi recién estrenada suscripción a la nueva etapa de El Urogallo de José Antonio Gabriel y Galán, que dio el relato en su primer número de mayo de 1986 como «Lo último que escribió Luis Martín-Santos». No me extraña que Andrea Toribio escribiese en una reseña de estas Obras completas en El País  del primero de marzo de este año: «No miento si les digo que tengo los tres volúmenes completamente subrayados y repletos de comentarios ("ja, ja, ja", "qué es esto" o también el escrito muchas veces "qué barbaridad" con corazones al lado) […] (En fin, todo esto para decirles que no pienso prestar ni uno de los tres libros y que, en el caso de que alguno de ustedes y yo tengamos amistad, les conmino a que acudan a su librería de confianza o a la biblioteca más cercana)». Sin lugar a dudas, todo «un acontecimiento literario» esta edición de las obras completas de Martín-Santos, y especialmente de estas «Dos novelas inesperadas», que es como titula su estudio introductorio (págs. 7-28) Epicteto Díaz Navarro, quien no da muchos detalles del estado —en su mayor parte bueno— de los textos que han servido para su edición, que moderniza la ortografía y propone algunas correcciones «que en nada afectan a lo esencial de la narración» (pág. 27); pero que no disipa las posibles dudas —dada la circunstancia de estar ante unas versiones inéditas hasta ahora— sobre los lugares en los que se encuentra un caso de errata, barbarismo consciente o error: «todo el agua» (pág. 35); «—No puedo comprender al que ríe cuando hago una pregunta sería» (pág. 111); «Carita miró a López como pidiendo que le defendiera y que le explicará que él no había dicho nada» (pág. 160); «Bueno puede que fueran los mismos, pero no lo parecían» (pág. 169); «A mí dejarme con mi pus y mis algodones hidrófilos. Dejarme pasar mi tiempo a mi manera» (pág. 172); y o el más estridente de «la ofensa que se les ha infringido es adecuadamente vengada» (pág.  207).

sábado, julio 19, 2025

Guelbenzu

© Inma Flores. El País

Siento mucho la muerte ayer de José María Guelbenzu (Madrid, 1944), a quien debemos una obra narrativa que ocupa un lugar preeminente en la historia literaria española desde 1968, fecha de la aparición de El mercurio, que fue uno de los más logrados ejemplos de la novela innovadora y experimental de aquellos años, un «juguete exacto», en palabras de Ana Rodríguez Fischer en su edición anotada de la obra en la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra (1997). Guardo un gratísimo recuerdo de su estancia en Cáceres cuando participó en el Aula literaria José María Valverde en enero de 2007. «No puedo negarme a colaborar con un aula que lleva ese nombre», respondió a la invitación en abril del año anterior. Disfruté largamente con él de una conversación inteligente, en la que salieron con reiteración los nombres de sus amigos Juan Benet, Juan García Hortelano y Antonio Martínez Sarrión. Los dos primeros, «los dos juanes —me dijo cuando vio el ejemplar que yo llevaba de su novela La noche en casa (1977)— bromeaban con ella: —José María la noche, Guelbenzu en casa». Sabedor de la amistad que le unió a Benet, le anuncié que íbamos a publicar en pocas semanas el libro de Antonia Mª Molina Ortega, Las otras regiones de Juan Benet (Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2007), cuyo origen fue una tesis doctoral dirigida por mi colega José Luis Bernal Salgado. Guelbenzu me insistió mucho en que hiciese el favor de enviárselo cuando saliese, y se lo mandé a su casa de la calle Valenzuela sin recibir acuse. Al cabo de unos meses, en octubre de ese año, se publicó en el suplemento Babelia de El País una reseña de Rafael Conte en la que el crítico, después de calcular que se habían publicado desde la muerte de Benet unas veinte tesis y unos trescientos cincuenta ensayos, escribió: «Todas las tesis y exégesis que se han producido en torno a esta obra oscura y genial de Benet palidecen al tenor de esta tesis desordenada, oscura, minuciosa e iluminada, que las supera por su cuidado y rigor». El comentario se notó a los pocos días en los pedidos de ejemplares que recibimos en el servicio y, sin duda, se debió a que su amigo José María Guelbenzu le había pasado el libro que yo le envié. Fue su modo de corresponderme. Algo tuvo que ver también Guelbenzu en la autorización que nos dio Alfaguara para reproducir en las cubiertas del libro de Antonia Mª Molina el Mapa de Región que se publicó en la edición de 1986 de Herrumbrosas lanzas, y en el que Benet dejó guiños para muchos de sus amigos, como el topónimo El Mercurio en homenaje a aquella ópera prima del escritor madrileño. El responsable de tantas recomendaciones y orientaciones sobre la literatura extranjera y su difusión en España, desde Henry James (mucho), Inmre Kertész, Maja Haderlap, Ali Smith, Mavis Gallant o la norteamericana Jessica Anthony, cuya novela Golpe magistral es objeto de su última crítica publicada en Babelia hoy sábado, tiene también para mí alto predicamento en lo más cercano, como me ratificó en aquel encuentro —quizá como deferencia de escritor de fuste a manso profesor—, con su valoración de una figura como Gustavo Adolfo Bécquer, de quien editó en el Libro de Bolsillo de Alianza sus textos de Poéticas, narrativa, papeles personales (1970). En su introducción destacó «una de las obras mayores de la literatura española» que había tenido «tal cantidad de atribuciones indebidas, y por supuesto falsas o vulgares, que desbrozarlas más parece ejercicio del tiempo que otra cosa, algo así como una erosión de despropósitos a cargo de la naturaleza». Lo escribió alguien que confesó al principio de aquellas líneas que hacía escaso tiempo que había podido entender por qué misteriosa e inasible razón era Bécquer un gran escritor» (pág.9). Revivo hoy aquella simpatía que sentí en este recuerdo en homenaje a tan digna autoridad.

miércoles, julio 16, 2025

Hervás y Panduro y los mundos habitados

No imaginaba tener tan cerca esta rareza. No estrictamente en términos bibliofílicos, aunque no deja de ser una curiosidad la que encontré ayer en sitio tan nutriente y cercano como la librería cacereña Boxoyo Libros. Es un folleto de cincuenta y cuatro páginas editado en México con el sello de Publicaciones Particulares El Candil en el otoño de 1971, y lleva un prólogo («Leve noticia de un enciclopedista olvidado») del poeta conquense Federico Muelas, paisano del polígrafo Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), objeto del asunto. El interés por el jesuita enciclopedista del prolífico Carlos Murciano (1931) —en su «cuaderno de urgencia» sobre los premios literarios, de 1976, Antonio Hernández lo colocó a la cabeza de una clasificación global de premios ganados en poesía, narrativa y periodismo, con diecisiete galardones— cabe atribuirlo a la etapa de este escritor gaditano como «cronista de los fenómenos espaciales», que fue como lo acreditó el diario ABC de la época, que lo envió de corresponsal a los países en donde hubo testimonios de avistamientos de ovnis. Hervás y Panduro fue ortografista, lingüista, estudioso de la lengua de signos, filósofo, historiador, destacó como referente en antropogenia con su Historia de la vida del hombre (1789-1799), que había publicado antes en italiano, y mostró interés por las matemáticas y la astronomía, por un conjunto de disciplinas y saberes que hoy solo queda al alcance de los tertulianos y las tertulianas que campan por nuestros medios. Entre esos variadísimos intereses se encontraban los fenómenos celestes, como se leía en la portada de su Viaje Estático al Mundo Planetario, en que se observan el mecanismo y los principales fenómenos del Cielo, se indagan sus causas físicas y se demuestran la existencia de Dios y sus admirables atributos, que publicó la madrileña Imprenta de Aznar en cuatro tomos en 1793 y 1794, y que es la obra que Carlos Murciano recorre muy amenamente con comentarios en su librito, que sigue sus diferentes jornadas, astros y planetas —el Sol, Mercurio, la Luna, Marte y los «martícolas», Júpiter, o Saturno— y que se complace en recordar las palabras concluyentes de Hervás de que la Omnipotencia, Sabiduría infinitiva y Gloria de nuestro Hacedor no pudo limitarse a dar la vida solo en el pequeñísimo globo terrestre. Ahí es nada.

domingo, julio 13, 2025

Ya casi no me acuerdo

Solo Malén Álvarez sabía hasta ahora lo que me gustó este libro cuando lo leí. Fue mientras compartimos la tarea de puntuar los títulos seleccionados en la primera fase del Premio de Narrativa Dulce Chacón de este año, sobre obras publicadas en 2024. No conocía a su autora, Clara Morales, que «se crio en Huelva y se gana la vida como bibliotecaria», según reza la solapa de esta edición de la Editorial Tránsito, que añade que Ya casi no me acuerdo es su primer libro. «Nísperos dulces en invierno» y «Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones» son los dos primeros relatos, causantes de mi buena predisposición para el resto de la lectura. Comparten el punto de vista de la primera persona que se mantiene en todo el libro, salvo en «Aquí», que es el último texto antes del «Epílogo. Causa 105», hilado también desde un yo que escribe la frase final de ese fragmento («Ya casi no me acuerdo») que sirve para el título general y subraya lo memorativo como clave general de la colección. Ambos relatos iniciales muestran la variedad de tono y de ambientación que buscará todo el conjunto, una diversidad que refleja igualmente el libro como inteligente muestrario de registros y formas narrativos en el género del relato corto: está un formalismo textual como bastidor del contenido —«Sé el coautor de tu propia vida» y «Jabón neutro»—, está la exploración de lo subjetivo de «Y supondréis que no sabemos responder» o «Verbena»,  y está, por ejemplo, la pauta epistolar que sustenta «Thanksgiving Day». Ya casi no me acuerdo contiene relatos memorables; pero, a la vez, es un buen libro de relatos. A los valores de las piezas que lo componen hay que añadir la voluntad constructiva general del volumen, que comienza con una especie de declaración-marco a través de la cual el lector sabe que estará ante alguien que recoge una historia que le han contado y que va a contar, a pesar de todo («Y esto lo sé yo, me decía al calor del brasero o en primavera por alguna vereda junto al río, y lo sabes tú y no lo sabe nadie más, así que no lo andes repitiendo», pág. 14). El epílogo no disuena en este afán de bucear en el pasado como fuente de historias; pero añade una rúbrica personal sobre su bisabuelo paterno, represaliado por masón en la guerra civil, que desvela una implicación ideológica que el lector percibe desde el principio. Me refiero a este lector que soy y que intenta expresar su experiencia de una lectura con una pizca de imprecisa complicidad o cercanía con quien ha escrito estos relatos. Y por eso quizá tenga sentido contar esta anécdota que me parece curiosa: fue en Badajoz, en la antesala de la sede de la calle San Juan de la Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País de Badajoz, en el piscolabis que siguió al acto de presentación del boletín de su biblioteca —del que ya hablé. El historiador Germán Grau, responsable del diseño y maquetación del boletín, se me acercó un momento mientras yo conversaba con Sara Espina, directora del Centro de Estudios Extremeños, para pedirme que cuando terminase, me sumara a su corrillo porque quería presentarme a alguien. Llegué y me presentó a una amiga como la madre de una escritora extremeña que había publicado un libro que quería recomendarme. Era María José Fernández, profesora de francés ya jubilada. «—Su hija ha escrito un libro que te gustará —añadió Germán—; se titula Ya casi no me acuerdo». Sin palabras. Bueno, sí: «Clara Morales» —completé rápidamente la ficha y dije que lo había leído y que me había encantado. La sorpresa fue grande y la madre, además, mostró una alegría orgullosa que yo compartí cuando me contó que eran originarias de La Codosera y que ella había dado clases en el Instituto Suárez de Figueroa de Zafra en los años ochenta, antes de su traslado a Huelva. La coincidencia me pareció deslumbrante y la mejor culminación de una cercanía intuida en la lectura de un libro tan interesante y tan bien hecho, que merece mucho la pena leer también como expresión de una conciencia que se empeña con razón en seguir defendiendo la dignidad de las agresiones del pasado y del presente. Clara Morales, Ya casi no me acuerdo. Madrid, Editorial Tránsito, 2024, 198 págs.

miércoles, julio 09, 2025

El olmo de la Ribera

En noviembre se cumplirán dos años desde que plantamos aquel olmo en la Ribera del Marco. Hace un par de semanas pasamos por allí. En realidad, no fue de paso, sino que tuvimos que adentrarnos aposta en un terreno sin desbrozar, descuidado, lleno de una maleza que no sé si todavía sigue ocultando el discreto sendero que cruza el arroyo Concejo hasta los bajos de Fuente Fría. La praderita verde que parecía aquella parcela era ese día un terreno poco agraciado en el que todo estaba crecido sin control. (Espero que no por mucho tiempo, en previsión de fuegos). También nuestro olmo está crecido, y llega casi a los dos metros de arbolito. Mantiene todavía la malla metálica que fijamos al alcorque y el cartelito embridado en el que se lee que ese olmo «se plantó el 19-11-2023 bajo la mención de Universidad de Extremadura» en la campaña «La Ribera de la Educación». Gusta ahora ver que arraigó aquel gesto incierto —yo, al menos, dudo de mi mano para el campo— e imaginar, que, salvo catástrofe, habrá un árbol más que declare el tiempo con la gracia de sus ramas verdecidas (Antonio Machado).

sábado, julio 05, 2025

De la belleza en León

Va de confluencias. Acababa de tomar notas por la lectura de La belleza de la escritura, de Miguel Casado, y en León, en la galería Ármaga, tenían varios números a la venta de la colección «De la belleza» (Eolas Ediciones). También había algunos ejemplares de la amarilla colección de Dilema Editorial de la poesía reunida de Víctor M. Díez A un amanecer, otro crepúsculo (Dilema Editorial, 2025). Este poeta, como dije, intervino en el acto de presentación de la exposición de Antonio Gamoneda y Javier Fernández de Molina El hospital y el sinsonte, aprender a volar, con la lectura de un texto que glosaba la propuesta conjunta del pintor y del escritor; pero también participó en el acto el poeta Ildefonso Rodríguez, que fue el encargado de leer el poema de Gamoneda en su ausencia. Hacía mucho que no veía al escritor y saxofonista leonés que también publicó su obra reunida en Dilema (Escondido y visible 1971-2006, 2008), y me presenté recordándole un lejanísimo encuentro en Lisboa en febrero de 1997 por una de nuestras reuniones del proyecto de Hablar/Falar de Poesia, y al que acudieron, en representación de El signo del gorrión, él, Miguel Suárez, Esperanza Ortega, Luis Marigómez y Tomás Salvador. Le agradó mucho la evocación de aquello y, expansivo, me habló de su libro, precisamente, Pliegue a pliegue. El libro de Tomás. Con Tomás Salvador González (1952-2019), publicado el año pasado en Libros de la Resistencia, que lamentaba no tener allí para regalármelo. Sí, empero, acudió a la mesita en la que estaban los tomitos de «De la belleza», tomó el suyo (La belleza de los muertos) —el número 1 que abrió la colección en 2022—, me lo dedicó y me lo dio como brindis con gentileza de cómplice en aventuras antiguas. Fue el día de San Antonio. Y el sábado leí en algún sitio que esa mañana, en la librería Tula Varona, muy cerca de mi hotel, se presentaba La belleza de lo trágico, de la poeta, profesora, dramaturga y actriz Maru Bernal, número 26 de la misma colección en la que confluyen mis querencias. Poco antes de la una del mediodía, que era la hora anunciada del acto, estaba sentado en una de las mesitas de la librería-café, con un expreso, un vaso de agua y mi ejemplar del libro de Maru Bernal, que, tras los inevitables minutos de retraso por cortesía a los impuntuales y desconsideración a los presentes, hizo una lectura interpretada —dramatizada— de fragmentos del recorrido de La belleza de lo trágico por los diferentes linajes de los personajes principales de la tragedia griega, preferentemente femeninos, desde Clitemnestra y Electra, o la Andrómaca de Príamo y Hécuba, hasta Sémele, hija de Cadmo, rey de Tebas, que ocupa el «Panegírico al vino» de la última parte y remata el último de los cuatro cuadros genealógicos del libro, como un rasgo didáctico de quien lo escribió durante su último año de docencia como profesora de latín y griego. Al terminar aquello, no más de una hora después de haber llegado, sentí que había estado en un espacio de acogida, por el atentísimo trato de las libreras del sitio, que compartieron mi entusiasmo por encontrar allí también otra entrega (16) de la misma colección con la que ando, La belleza de la materia, de María Ángeles Pérez López (Eolas, 2024), y por añadir a mi conocimiento de Maru Bernal una reedición en Reino de Cordelia de su libro No todos volvimos de Troya, que fue XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, y cuyos versos me llevaron también a la emoción poética de La belleza de lo trágico, en donde, para culminar esta crónica de concurrencias, hay dos exergos de apertura, uno de John Keats y otro, ay, de Tomás Salvador González.

domingo, junio 29, 2025

La musa juguetona y divertida

Todavía no lo tengo en papel. Viene de camino. Pero he podido ojearlo en la página del IFESXVIII (Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII de la Universidad de Oviedo) como una de sus novedades digitales. Entusiasmado, me pongo ya a difundir la publicación de una obra de cuya elaboración tengo noticias desde hace más de veinte años: La musa juguetona y divertida. Poesía erótica española del siglo XVIII. Censura y resistencia (Oviedo, IFESXVIII y Ediciones Trea, 2025, 510 págs.), de Philip Deacon. Sabíamos que este brillante hispanista, de los más expertos sobre nuestra literatura del siglo XVIII, estaba escribiendo un libro sobre la poesía erótica española dieciochesca. Sabía que iba a ser una aportación notable en el estado de los estudios de la malparada lírica de la época de las Luces en España, y el paso del tiempo venía a confirmar la manera concienzuda y rigurosa de trabajar que siempre ha demostrado el que fuera profesor de Hispanic Studies en la Universidad de Sheffield. Dio muestras de lo que le ocupaba cuando habló del libro erótico dieciochesco en un congreso salmantino del Instituto de Historia del Libro y de la Lectura en 2004, o cuando escribió sobre el erotismo poético de autores como Arriaza e Iglesias de la Casa en el volumen de homenaje (2011) a otro de los grandes estudiosos de lo sexual literario dieciochesco, Emilio Palacios Fernández (1944-2017). Luego, otros avances del contenido de esta musa juguetona y divertida —que es un verso del primer canto del Arte de putear de Nicolás Fernández de Moratín— trataron Los besos de amor, de Meléndez Valdés y la certera atribución a Bartolomé José Gallardo de las Fábulas futrosóficas o la filosofía de Venus en fábulas, que es la obra que cierra cronológicamente el recorrido de un libro organizado en tres grandes secciones: I. Un cambio de mentalidad sobre la sexualidad; II. Frenos a la lectura de textos en torno a la sexualidad; y III. La poesía erótica española, 1770-1821. Contexto y pensamiento, persecución y censura, y recuento y análisis de los testimonios. Estoy deseando tener el volumen en las manos, y aprender y disfrutar de una monografía eminente y esclarecedora sobre la poesía dieciochesca, otra prueba que engrandece los estudios dieciochistas en este tiempo.

sábado, junio 28, 2025

La belleza de la escritura

Son muchas las páginas escritas por Miguel Casado de las que me he beneficiado como interesado en la poesía española contemporánea, en la obra de autores como Antonio Gamoneda, José-Miguel Ullán o Luis Feria, o como mero lector de poesía. En los últimos tres años, han sido numerosas las novedades que he conocido de primera mano de su trabajo, todas de extraordinario interés: en el otoño de 2023 apareció Deseo de realidad. Poesía reunida (Tusquets Editores. Nuevos textos sagrados), que juntaba en un único volumen sus libros de poemas desde 1986 hasta 2015, es decir La condición de pasajero, Inventario, Falso movimiento, La mujer automática, Tienda de fieltro y El sentimiento de la vista, toda su obra en verso, que aumentará pronto con una nueva entrega exenta en la misma colección. Un año después, nos dio a conocer a los lectores españoles la primera traducción de la poesía de la poeta china Liu Xia (Pekín, 1961) en la sugeridora antología Sillas vacías (Libros de la resistencia, 2024). Y este año 2025, esta primavera, ha salido Cosas contemporáneas. Ensayos sobre poesía (Libros de la resistencia), que es una compilación de sus trabajos críticos sobre poesía publicados —alguno inédito en español— en muy diferentes lugares entre 2008 y 2024, incluido el esclarecedor epílogo sobre la poesía de Xia que cerró aquella traducción. La componen también lecturas de nombres como César Vallejo, Roberto Bolaño, Tania Favela, Luis Feria, Claudio Rodríguez, Pedro Provencio, Mariano Peyrou o Gastão Cruz, cuyo poema de La moneda del tiempo, un libro que tradujo Miguel Casado en 2017 (Abada Editores), se toma como título del volumen («As aves de que sou contemporâneo / as árvores, os barcos que na ria / se movem ou se fixam sendo imagens / que simultaneamente brilham / em todos os momentos em que as vimos […]»). Además, en los primeros meses de este año se difundía otra obra de distinta índole de Miguel Casado, una nueva entrega de la sin par colección ideada por Gustavo Martín Garzo «De la belleza», que viene publicando Eolas Ediciones desde 2022. La belleza de la escritura (Eolas, 2024) hace el número 21 de una serie que se ha preguntado antes por lo bello de la infancia, de lo pequeño, del barrio o de la huella. La aproximación de Miguel Casado a la belleza de la escritura toma un poema de Carlos Piera («Ermitaño») para abrir y cerrar una reflexión articulada en la descomposición de los dos elementos del título y la suma que este propone: «De la belleza», «De la escritura» y «De la belleza de la escritura», rematadas por un listado de «Lecturas» que han servido para el conjunto. Como si el resultado dependiese de despejar las dos partes, los dos elementos. Por otro lado, la última sección es menor pero no menos significativa, pues «El que habla de la escritura la está leyendo» (pág. 27); de tal manera que la propuesta de Miguel Casado sobre la escritura es, sobre todo, una lectura. De una escogida selección de autores en la que están Arguedas, otra vez Vallejo, otra vez Gastão Cruz —ahora traducido: «Las aves de las que soy contemporáneo / los árboles, los barcos que por la ría / se mueven o se fijan como imágenes / que simultáneamente brillan / en todos los momentos en que las vimos». El breve recuento de la bibliografía de Casado de los últimos tres años cobra justificación por las páginas de este luminoso ensayo, porque en él están afectadas las facetas de poeta, de crítico, de lector y de traductor que son del autor. La escritura como acto y como habla está en todas, y desde todas esas dimensiones o actitudes cabe adentrarse en la reflexión sobre la belleza de la escritura que propone el libro. Que no es tanto la belleza sino la experiencia de la belleza que surge —verbo constitutivo— con la lectura de un texto, poético, por ejemplo. Tensión, instante, esencialidad o latigazo son síntomas que asoman en el recorrido por los fragmentos escogidos en el ensayo de Miguel Casado, que insiste en una idea de Émile Benveniste: «Todo hombre inventa su lengua y la inventa toda la vida. Y todos los hombres inventan su propia lengua en el instante y cada quien de manera distinta, y cada vez de modo nuevo. Dar a alguien los buenos días cada día de la vida es una reinvención cada vez». Insiste porque la recoge en la página 73 de su libro y la repite en su colofón. En tanto que acto de habla y de vida, La belleza de la escritura prolonga su huella mucho más allá de este simple comentario, y sigue aportando beneficios a este lector favorecido. Cómo se acomoda en esto la definición de 'escribir' que da María Moliner y que me ha recordado Andrés Neuman en su novela Hasta que empieza a brillar (Alfaguara, 2024): «Representar sonidos o expresiones con signos dibujados» (pág. 189). El pasado mes de abril, Miguel Casado habló sobre su libro en el programa de Fernando del Val Círculos concéntricos de Radio 5 y aquí puede oírse.

jueves, junio 19, 2025

Gamoneda, Javier y el sinsonte

El hospital y el sinsonte, aprender a volar es el título de la exposición de Antonio Gamoneda (textos) y Javier Fernández de Molina (dibujos) que se inauguró el pasado viernes 13 en la galería Ármaga de León. El conjunto de esta obra en colaboración es un libro de artista compuesto por trece grabados en diversas técnicas, y un poema manuscrito de Gamoneda concebido a partir de una suerte de revelación primera en una cama hospitalaria, con un pájaro, con Javier Fernández de Molina y con César Vallejo al fondo como arúspice de la palabra: «[…] Vallejo andará por ahí bendiciendo fusiles chuecos, o clamando universal el mendrugo […]». Una situación de partida que se ha venido reflejando en las diversas variantes que el texto ha tenido desde su concepción antigua. Recuerdo haber visto hace más de un año en el estudio del pintor en Mérida algunas de las propuestas del poema de Gamoneda, y algo de esta dinámica creadora puede observarse en la muestra, en la que hay algún vestigio de otros estadios previos que lo titulaban: «El sinsonte, Vallejo, nosotros mismos». O así. «El libro —puede leerse en el texto firmado por el poeta que está en la página de la galería— se inició con unas veinte líneas de texto poemático que confirmaban esencialmente el tema y los acuerdos previos, de los autores. Seguidamente, se dio un tramo dibujístico que produjo matices y variantes. El poeta, procurando ya la “obra integrada”, los hizo suyos en gran parte, y produjeron cambios textuales en el literal ya redactado del poema». Por su parte, el poeta leonés Víctor M. Díez escribe en otro texto que presenta la exposición: «El libro es de ver, es de abrir, es de escuchar. El libro es de leer con los ojos cerrados y la mente abierta. Este libro es una fiebre amistosa para sentir el jipío del planeta». Lo leyó en la inauguración mientras sostenía un teléfono a través del cual escuchaba Antonio Gamoneda, al que un virus lo retuvo en casa. Se lamentó su ausencia; pero se disfrutó de un buen jamón extremeño en León cortado por un experto de aquí y del reencuentro con buenos amigos como Tomás Sánchez Santiago, tan cercano. Un ejemplar del libro acompañó una muestra selecta de obra anterior de Javier Fernández de Molina, de piezas colgadas derivadas del hospital y del sinsonte, y de una magnífica representación de las extraordinarias cerámicas que aún esperan una exhibición pública del artista. El hospital y el sinsonte, aprender a volar es un magnífico epítome de un prolongado y sorprendente diálogo creativo entre el poeta y el pintor, y fue una ocasión estupenda para visitar la galería Ármaga de León.

domingo, junio 08, 2025

Moñino en la Económica de Badajoz

La semana pasada se presentó en Badajoz el número 27 —primavera de 2025— del Boletín de la Biblioteca de la Real Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País de Badajoz dedicado a don Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970). Me alegro por este nuevo recuerdo del gran bibliógrafo de Calzadilla de los Barros, pues no sobran los gestos que subrayen la relevancia de las grandes figuras de la historia, en este caso, de un hijo de Extremadura, que como tal se reivindica en estas páginas. Lo hace una sociedad como la Económica de Badajoz en la que Rodríguez-Moñino ingresó como socio en mayo de 1927, es decir, con diecisiete años casi recién cumplidos, y en la que desempeñó la labor de bibliotecario hasta 1933. Las huellas documentales de su relación con la RSEEAP quedan oportunamente recogidas en el trabajo que cierra esta entrega de la revista —de sesenta y ocho páginas—, firmado por Laura Marroquín Martínez y Remedios Sepúlveda Mangas, responsables de su biblioteca, y que completan esa presencia con la relación de libros de y sobre Rodríguez-Moñino existentes en sus fondos, y con una addenda a manera de estrena —que se entregó al público asistente a la presentación— con los artículos y noticias relacionados con la vida y la obra del bibliógrafo publicados en diarios y revistas del siglo XX. Ellas, junto a Carmen Araya, componente como vice-bibliotecaria de la junta directiva de la RSEEAP, han sido las motivadoras y coordinadoras de esta publicación en la que se ha dado cabida a colaboraciones sobre aspectos biográficos de Moñino —en los textos de Julia Rodríguez-Moñino Soriano, de Ángel Zamoro Madera, de Ricardo Hernández Megías o de Adelardo Lozano Durán—, sobre su acción en defensa del patrimonio bibliográfico y artístico durante la guerra civil —en el artículo de Pablo Ortiz Romero, cuyo libro Antonio Rodríguez-Moñino. Luces y sombras del mayor bibliógrafo español del siglo XX, de 2021, ocupa el trabajo en el boletín de Manuel Pecellín Lancharro—, sobre otros lados de la extraordinaria figura del extremeño, como su poesía —en torno a la que escribe José Luis Bernal Salgado— o sus relaciones amistosas y epistolares —en las páginas que firman Juan Antonio Yeves Andrés, Antonio Ramiro o José María Lama—, o, en fin, la imponente presencia de las obras de Moñino en el Centro de Estudios Extremeños —Sara Espina Hidalgo—, en la Biblioteca del Seminario San Atón de Badajoz —Rocío Pérez Ortiz— y en la Biblioteca de Extremadura —Javier Paule Rodríguez. Entre un conjunto de veintidós aportaciones. Me alegra mucho, además, que este homenaje a una figura intelectual de tal envergadura en la cultura española del siglo XX llegue sin efeméride redonda, en 2025, como, en feliz coincidencia, la próxima publicación en el sello de la Unión de Bibliófilos Extremeños —otra sociedad cuya fundación está ligada al reconocimiento del nombre de Rodríguez-Moñino— de un imponente estudio bibliográfico que es continuación del que don Antonio publicó en 1955 con el título de Don Bartolomé José Gallardo (1776-1852). Estudio bibliográfico y que es obra de Alejandro Pérez Vidal:  Bartolomé José Gallardo. Bibliografía. Todo un homenaje doble a dos eminencias relacionadas, Gallardo y Moñino, que espero divulgar aquí en breve.

sábado, mayo 31, 2025

Presentes

Es un lugar común que la lectura nos hace vivir más, que nos lleva a otras realidades, nos emociona como si estuviésemos en un sitio deseado, al que nos sentimos trasportados al pasar con placer las páginas de un libro. En una novedad reciente del grupo Penguin Random House leo después del colofón: «Para viajar lejos no hay mejor nave que un libro», de Emily Dickinson. A estas alturas, no vamos a descubrir el poder de la lectura para trasladarnos a otros mundos; pero hay veces que el placer promueve experiencias menos simbólicas y más corrientes, y establece relaciones con nuestro entorno más cotidiano por una simple coincidencia. Leía semanas atrás la novela de Paco Cerdà Presentes (Alfaguara, 2024), un interesante relato múltiple que toma como hilo el hecho histórico, afectado y siniestro del cortejo que trasladó a pie los restos de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante hasta El Escorial en once días de noviembre de 1939. En ese hilo se interpolan otras unidades textuales que son evocaciones, estampas o retratos de otros protagonistas como el Miguelillo que titula uno de estos fragmentos, que «tiene treinta y un años, se llama Miguel de Molina y esta noche actúa en el Pavón de Madrid» (pág. 55) y al que se llevan «Por marica y por rojo» (pág. 58) mientras yo contemplaba sus cosas, sus trajes, sus carteles, sus fotografías o sus cartas en la exposición que, en el ciclo para la preservación de la memoria histórica «Tiempo Negro», organizó la Diputación Provincial cacereña. En Cáceres estuvo confinado el artista entre marzo y abril de 1940. Más adelante, en «Valdemoro, km 387», otro capítulo de Presentes, escribe a mano en Mallorca un francés, Georges Bernanos, en unas cuartillas en las que se iba larvando la mutación del católico y filofalangista que condenaría la implicación indigna de la Iglesia en la guerra española: «No veía una cruzada religiosa. No veía ecos de guerra santa. Solo veía depuraciones a sangre fría y un clero oportunista, despojado de todo cristianismo, bendiciendo el aquelarre» (pág. 218); y a Bernanos escucho decir «—Desencantado. Muy pronto, el levantamiento dejó de tener aquella legítima aura nacional y cristiana que me había entusiasmado y se convirtió en una gran depuración. De pronto, en la cara de aquellos cura, militares y falangistas de última hora vi a los verdaderos enemigos de mi país, a los enemigos de la Francia eterna. Y dejé Mallorca antes de que mi voz incontinente resultara un perjuicio irreparable para los míos. Antes de que mi ejecución fuera comunicada como un accidente más de carretera». Se lo escucho por boca del actor Joan Gomila, que, junto a Òscar Intente, interpretan el diálogo del escritor francés con Stefan Zweig en la obra de Jaume Capó Z/B, que pude ver en la Sala Maltravieso de Cáceres el segundo día de mayo. Una sugerente reconstrucción de un encuentro que tuvo que darse en Brasil en 1942 entre los dos escritores, y del que ninguno de los dos dejó testimonio. Una propuesta escénica dirigida por Frederic Roda que pone el acento en un diálogo sobre cultura, escritura y dignidad, muy bien resuelta por dos intérpretes avezados que —me confesaron cuando los saludé al finalizar— todavía no tenían muy rodada la versión española de la obra en catalán, que en edición bilingüe me traje a casa (Barcelona, Mèl·loro rosso, 2024). Sin lugar a dudas, la lectura nos trasporta. En mi caso, a dos calles del barrio para reproducir a otra escala una experiencia de memoria que incorpora nuevos matices y significados a todo. A veces, leer a solas y en silencio nos predispone para probar con los demás y afuera, como el que quiere enseñar y compartir un regalo. 

sábado, mayo 24, 2025

Gaza

Buscaba un dato —que encontré, por supuesto— en mis cuadernos antiguos y me topé con este recorte de El País del verano de 2006, cuando visitamos Carmen y yo la isla de La Palma. Lo de «Ed. Canarias» no es más que había comprado mi ejemplar con un día de retraso, una mera curiosidad que no ha restado ni una pizca de aflicción a la lectura, en el contexto de la tragedia actual de Gaza, de aquella carta firmada por John Berger, Noam Chomsky, Harold Pinter y José Saramago. (Me llama la atención que en la edición digital del periódico que hoy se puede consultar falte la firma del Nobel portugués). Una desolación es constatar entre papeles domésticos llenos de recuerdos que la «larga práctica militar, económica y geográfica cuya intención política es nada menos que la liquidación de la nación palestina», de la que hablaban tan preclaros escritores, sigue justificando la masacre vigente de un pueblo; y recordar que aquellos aludían en su texto al secuestro del soldado israelí Ghuilad Shalit en junio de 2006, una acción que provocó la Operación Lluvia de Verano que causó más de cuatrocientas víctimas palestinas, de las que más de la mitad fueron civiles. No sé si la comparación de aquellas cifras con las que ahora llenan las noticias de todos los días desde octubre de 2023 podrá añadir indignación a nuestra mirada desde lejos a lo que sucede; si la contumaz hemeroteca podrá recordarnos que quienes tienen en su mano parar tal ruina son cómplices y consentidores y que, hagan lo que hagan, ya es tarde. Muy tarde.

martes, mayo 13, 2025

Poesía a escena

Hoy, en el Gran Teatro de Cáceres, se celebrará una lectura poética especial: Álvaro Valverde, Carmen Hernández Zurbano y Basilio Sánchez en ESCENA POESÍA. Una experiencia de la palabra, con tres voces principales de la poesía española contemporánea escrita por autores de Extremadura. La intención es arropar la escritura poética en un escenario inusual y ofrecerla con atractivos añadidos, como la música en directo de Juanjo Cortés, que bien sabe de música y de versos. Es una experiencia de la palabra ideada por el área de Cultura de la Diputación Provincial de Cáceres que está enmarcada en la Semana de la Literatura «Con L de Cáceres», la semana de los premios literarios que concede la Diputación cacereña. A las 20:30 horas. Entrada libre. 

lunes, mayo 12, 2025

Poesía y luna

La nueva edición —y van diez aquí— del Festival Plena Moon en Cáceres con la participación —después de un expresivo estreno el año pasado— de estudiantes de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras. En la esquina de San Pablo, en la Plaza de San Mateo, esta noche a las 21:00 horas, leerán sus poemas y también poesía de otros autores Fran López-Arza García-Mora, Daniel Macías Rodríguez, Elena Rubiales Galea, Julia González Sánchez, Esther Almoharín Sarró, Hugo García Pita y Miguel Rodríguez Oliver.

sábado, abril 26, 2025

Memorias de España 1937

Me complace difundir aquí la publicación de una nueva edición de las fascinantes Memorias de España 1937 de Elena Garro (Valencia, Bamba editorial, 2025), cuyos escritos siguen suscitando justificado interés en nuestro país. Me alegro de que el subtítulo principal de aquel trabajo de mi querida alumna Adriana Sánchez Vaquero, La presencia de Elena Garro en España, tenga su proyección y que el deseo explícito allí de que su obra fuese cada vez más conocida se cumpla con iniciativas como esta última en esta editorial que publicó tan solo hace un año su novela Testimonios sobre Mariana (Valencia, Bamba editorial, 2024), con prólogo de su incansable estudiosa y biógrafa Patricia Rosas Lopátegui, autora también de una introducción tras el prólogo de Ximena Garro —sobrina nieta de la autora— en esta edición de Memorias de España 1937. En 2018 la editorial extremeña La Moderna publicó su poesía desconocida, Cristales de tiempo, y hace muy poco, la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra su novela más celebrada, Los recuerdos del porvenir, sobre la que tratamos en clase en las dos últimas semanas antes del parón de la Semana Santa. Hoy, precisamente, trae el suplemento Babelia, de El País, un informe de Andrea Aguilar sobre el rescate de grandes escritoras latinoamericanas, en el que se citan las Memorias de Garro —también obras de autoras como Albalucía Ángel, María Luisa Bombal, Marta Lynch, Alejandra Pizarnik, Rosario Castellanos, Marvel Moreno, Sara Gallardo, Armonía Somers y Amparo Dávila— y otra de sus novedades en España, la novela —de 1995, hasta ahora inédita aquí— Inés (Getafe. Madrid, Editorial Espinas, 2025). Memorias de España 1937 es la reconstrucción de lo vivido a partir de algunas apuntaciones antiguas; pero, sobre todo, como un ejercicio de recordación muy posterior a los hechos, pues es en los años setenta, durante uno de los exilios de Elena Garro —el español, entre 1974 y 1981— cuando publicó en varios medios como Informaciones, Nueva Estafeta o Cuadernos hispanoamericanos, algunos trozos en 1978 y 1979. Posteriormente, se publicaría como libro en la edición de Siglo XXI Editores de México de octubre de 1992. Lo vivido recompuesto mucho después fue el viaje a España que emprendió la jovencísima Garro, recién casada con Octavio Paz, junto a otros intelectuales mexicanos, para asistir al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura. No puedo evitar acordarme del preciso endecasílabo «Madrid, 1937», del extraordinario poema de Paz Piedra de sol (1957), como un vestigio lírico para el que el texto de Elena Garro es un testimonio rotundo con nulas concesiones al simbolismo sobre la misma circunstancia. El sabroso relato de la mexicana, sin pretensiones de objetividad, mordaz y crítico, está dividido en XVIII secuencias que reconstruyen todo el viaje desde la partida en barco de Nueva York a Europa, el viaje en tren desde París hasta Barcelona y luego Valencia, y las sucesivas estancias en Madrid (IV y XI-XII), en el frente de Pozoblanco (VIII), en Valencia (XIII) y la vuelta por París (XV) y la travesía por mar desde Cherburgo hasta Veracruz, tras parar en La Habana en donde visitaron a Juan Ramón Jiménez. La distancia temporal desde la que narra la escritora ya experimentada —y maltratada— puede condicionar la percepción de los enfrentamientos ideológicos y doctrinarios de algunos de los personajes notables que conoció, o la de su propio matrimonio —«siempre tuve la impresión de estar en un internado de reglas estrictas y regaños cotidianos, que, entre paréntesis, no me sirvieron de nada, ya que seguí siendo la misma» (pág. 179)—; sin embargo, el relato es fresco, sabroso, irónico, con notas de humor a veces, a pesar de lo descarnado de todo, y es un gusto leerlo. Especialmente, cuando se fija en algunas figuras de especial aprecio, como Luis Cernuda («Era como si Cernuda viviera separado del mundo por una cortina invisible», pág. 57), Miguel Hernández («También ahora los envidiosos podían decir que Miguel andaba disfrazado de pobre, aunque lo vieran temblar de frío», pág. 160) o César Vallejo («Nunca entendí la manía que le tenía Pablo Neruda ni la persecución que ejercía contra él […] me fascinaba el rostro grave de Vallejo, como si estuviera devorado por un terrible sufrimiento […] Aquel hombre era un hombre aparte, era un poeta. Creo que la poesía va unida a la profundidad de la bondad. Todavía veo su suéter de lana cruda y sus ojos trágicos», págs. 166-167). Hay que agradecer propuestas editoriales como estas —Testimonios sobre Mariana también— de Bamba editorial, que son rescates deleitosos y necesarios.