Me ha llamado hace unas horas Elías Moro —a las diez y media de la noche de ayer viernes— para darme la noticia de la muerte de José Viñals (1930), el poeta de Milagro a milagro (Hiperión, 2000), el narrador de Padreoscuro (Montesinos, 1998).
—Ha muerto mientras dormía —me ha dicho Elías.
Hace meses, antes del verano, hablé con él; también por mediación de Elías Moro. Estaba mal. Quería pedirle algo para el homenaje a Ángel Campos en Espacio/Espaço Escrito, y me autorizó —no le cuadra esta palabra— a reproducir un texto aún inédito.
"En el tiempo lejano de la pobreza, en el tiempo cercano de la miseria, en las vísperas del silencio, junto al río negro, sonríe la cabecita del ruiseñor viendo que nosotros sonreímos apenados al cielo opaco de la aldea." Así comienza.
Ángel Campos fue quien propició para todos nosotros el conocimiento de la poesía de José y, después, de su persona. Estuvo en Extremadura varias veces. En Cáceres leyó sus poemas —en la Facultad, en mayo de 1999— y a Cáceres quiso venir a vivir. Aquí, al lado de casa, casi apalabramos el alquiler de un piso. Luego, no pudo ser. Estuvimos juntos en Torredonjimeno, con Juan Carlos Mestre, con Jorge Riechmann, con Manuel Rico. Disfruté de su palabra, de su amistad y de la amistad y la entrega de los otros hacia él, su familia, a su querida Martha. Volvió a Cáceres. En la fotografía —¿de Rosalía Ruiz?— que ilustra esta entrada en su homenaje, estamos Ignacio Úzquiza y yo escuchándole; fue cuando vino a leer poemas al Aula José María Valverde, en mayo de 2002, invitado por Santos Domínguez y Basilio Sánchez. Brandy y tabaco en el Parador, aun con botella de oxígeno. Lo hicieron bien, él y Martha. De eso ha muerto José. De vivir.
En noviembre de 2007, bajo la coordinación de Andrés Fisher y Benito del Pliego, se publicó un número monográfico de la revista Lunas Rojas, con colaboraciones de Miguel Casado, de Antonio Méndez Rubio, de J. M. Molina Damiani, de Guillermo Fernández Soriano, entre otros. Es algo sustancioso que puede encontrarse entre lo mucho sobre Viñals, además de su producción inmensa; aunque no tan visible como debiera pedirse a tanta fuerza creativa. Me apena haber perdido su voz, su cariñosa entrega a todo lo ajeno justo, su grandeza. Releo el poema que se publicará en el homenaje a su amigo Ángel Campos y del que acabo de corregir pruebas. Termina así: