miércoles, mayo 29, 2019

Ana María Martín Gaite


© Fotografía Ayuntamiento de El Boalo, Cerceda y Mataelpino.
Leo en El País de hoy, en papel, el recuerdo escrito por el profesor José Teruel de Ana María Martín Gaite, que falleció el pasado lunes 27 de mayo. La noticia de su muerte a los noventa y cuatro años —era dos más joven que mi madre y la ha sobrevivido dos y medio— me trae el grato recuerdo de cuando la conocí. No la vi en mi vida. Yo estaba en Madrid en casa de Pura Silgo y Pedro Álvarez de Miranda y les hablé de que en el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura íbamos a publicar un libro sobre Carmen Martín Gaite, y que estaba buscando una fotografía para ilustrar la cubierta. Me hablaron de alguien conocido, de Pepe Teruel, que podría ayudarme, y ponerme en contacto con Ana María, la hermana de la escritora, que ellos también conocían bien. Pepe me facilitó el teléfono y la dirección de Ana María y a partir de ahí todo fue cordialidad y colaboración, y mucho respeto por el legado de Carmen Martín Gaite. La estupenda fotografía que reprodujimos en la cubierta del libro, inédita, de la década de los ochenta, y que fue hecha por Pablo Sorozábal, hijo del músico, la recogió en casa de Ana María alguien de la empresa Dosgraphic de Madrid, que, una vez tratada mecánicamente para su reproducción, la devolvió el mismo día a su propietaria, a quien las necrologías ahora llaman la «guardiana del legado de Carmen Martín Gaite». Guardiana cordial y afable. El libro, además, es un gran libro, de María Coronada Carrillo Romero, La visión de lo real en la obra de Carmen Martín Gaite (Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2010). Días después de aquello —lo tengo anotado, el 26 de febrero de 2010— hablé con Ana María para agradecerle su gentileza y pedirle los datos sobre la fotografía, y, simpática y encantadora, se puso muy contenta cuando le dije que conocía a Pedro y a Pura, y me dijo que cuándo íbamos a vernos en Cáceres para tomar algún día unos vinos. Genial proposición de una señora de ochenta y cinco años en aquel entonces. Descanse en paz. Creo que se enterraba hoy en el municipio donde vivía. Buena gente.


martes, mayo 28, 2019

Ofendiditos


Julia comió ayer en casa. Tiene una epicondilitis en ambos brazos y estamos preocupados por cómo puede afectarle a su trabajo de dibujanta. Para mí eso es tan importante como para un culé que a Messi se le rompa el menisco. Nadie lo quiera. Cuando Julia come en casa siempre nos recomendamos cosas. Yo prefiero retrasar un día reciclar los periódicos y revistas que se acumulan para que ella eche un vistazo a lo que no ha visto en pantalla; y a ella no le importa dejar por aquí algo de lo que trae en la mochila para que yo lo lea o recordarme que puedo ver —porque lo pago— una meritoria serie de televisión. Me dejó —literalmente, sobre el sofá— este ensayo que su amigo David le había regalado de Lucía Lijtmaer, que debe de ser uno de los ultimísimos títulos de la colección «Nuevos Cuadernos Anagrama»: Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta. Me ha parecido muy interesante su reflexión sobre el nuevo puritanismo y sobre lo políticamente incorrecto, todo mezclado, aunque creo que, si se trata de divulgar —no un catecismo, sino una opinión inteligente— se dan por conocidos hechos muy conocidos, como el caso de Egon Schiele, la exposición de Balthus o la relectura de Lolita, que no se explican en estas páginas —aunque sí, con bastante detalle de fecha (9 de enero de 2018), lugar de publicación (Le Monde), autoría (Catherine Deneuve o Catherine Millet, entre otras muchas), la carta abierta, de la que se reproduce un fragmento, que respondía al revuelo del #MeToo —otro sobreentendido. No sé si yo estaré hoy muy espeso y no he comprendido del todo; pero me da la sensación de que no se expresan bien las ideas principales de este ensayo, que parece escrito como respuesta a una conversación de una red social en la que participa todo el mundo que está al cabo de la red —como de la calle. Es contundente el último capítulo «España no es diferente», que comienza con una frase lamentable: «La idea de corrección política llega a nuestro país como un calco estadounidense» (pág. 67), y que continúa con datos que ponen de manifiesto que las protestas de los ofendidos —no me gusta lo de ofendiditos, a pesar del guiño irónico— y de las feministas puritanas se sustancian en leyes y en opinión pública. Creo que yo tampoco he sabido difundir de qué va este librito que he disfrutado. Ni soy Fiero Analista ni Ofendidito. Lo siento.

sábado, mayo 25, 2019

En buena compañía


Ángela Velasco Bello, la directora de la revista de creación literaria Farraguas, de la cacereña asociación cultural «La croqueta», me ha dejado en mi quiosco de prensa, con buen criterio —la rapidez de entrega—, un sobre con un par de ejemplares del último número de esta publicación que incluye un espacio —«Inmortales»— dedicado a Ángel Campos Pámpano, con la reproducción en homenaje de su poema «La dignidad», de La semilla en la nieve, y un fragmento del texto manuscrito. Llega muy a tiempo, porque la próxima semana, el viernes 31, espero volver a San Vicente de Alcántara —nuevamente con Álvaro Valverde como presidente del jurado— para entregar el V Premio de Poesía Joven «Ángel Campos Pámpano», que se hará público en los próximos días. Llega a tiempo porque Ángela Velasco me ha pedido que entregue un ejemplar de su revista a las hijas de Ángel; y así lo haré, pensando en que a él le habría encantado leer versos como los que este año se han presentado al premio, escritos por estudiantes de catorce a dieciocho años, y en que a mí me ha gustado mucho compartir estas páginas con él. Otra vez.

domingo, mayo 12, 2019

La corbata negra de Rubalcaba


Me conmovió ayer leer las noticias, las crónicas y semblanzas de Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien me habría gustado conocer. De la fotografía de Claudio Álvarez que publicó El País, con Rubalcaba consolando a los padres del guardia civil de 24 años Raúl Centeno Bayón, asesinado por ETA en Capbreton (Francia) en diciembre de 2007, me llamó la atención la corbata negra del que fue Ministro del Interior (2006-2011). Es un distintivo, sí, que todavía —cada vez menos— se usa para exteriorizar una condolencia; pero fue, en el protocolo político, muy común en los más atroces años del terrorismo de ETA. Imagino aquella corbata negra de Rubalcaba preparada siempre para la emergencia de un funeral. Puesta ahí, todos los días, para cuando fuese fatalmente necesaria. Y de tantos otros ministros, presidentes de gobierno o de comunidades autónomas que sentían por su cargo los asesinatos. Así eran las cosas hasta que su dedicación propició la paz de la que hoy gozamos. Me acordé ayer de otra corbata negra, la de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, cuando, recién llegado a la presidencia de la Junta de Extremadura, acudió al funeral de un policía nacional extremeño que ETA mató en septiembre de 1983 —lo cuenta en sus memorias Rompiendo cristales. Treinta años de vida política (Barcelona, Planeta, 2008), y lo recuerdo de su voz en una improvisada tertulia hace años—, y cómo se quedó solo y tuvo que volar para volver a Extremadura desde Vitoria hasta Talavera la Real en el avión Hércules que llevaba el cadáver del policía extremeño Pablo Sánchez César, también de 24 años, rodeado de coronas de flores que desprendían un olor espeso que supongo Ibarra no habrá olvidado desde aquel tiempo de insensatez. En estos días Alfredo Pérez Rubalcaba ha convocado a muchas corbatas negras que han acudido a sus exequias; y supongo que ha muerto muy orgulloso de haber arrumbado la suya en el fondo de cualquier armario.
© Fotografía de Claudio Álvarez (detalle).

viernes, mayo 03, 2019

El descendimiento de Ada Salas


Estoy escuchando La Pasión según San Mateo, de Juan Sebastián Bach, mientras vuelvo a leer Descendimiento (Valencia, Pre-Textos, 2018), de Ada Salas, y termino de preparar lo que quiero decir en la presentación de su libro. Me acuerdo ahora de mis compañeros de Historia del Arte de la Facultad, porque creo que, aunque se trate de la presentación de un libro de poemas —esto no debería de advertirse—, será una buena ocasión para asistir a un encuentro sobre sentimientos y belleza, sobre cultura. Cómo, a partir de la expresión en forma de conmovedores poemas de una escritora, se pueden convocar sensaciones tan sublimes sobre una nueva contemplación de un cuadro tan impresionante como el El descendimiento de Rogier van der Weyden, una de las obras más importantes de la pintura flamenca del siglo XV, que está en el Museo del Prado de Madrid. Pero no solo es que el texto incite a contemplar una composición así, que muestra la bajada de Cristo desde la cruz antes de su sepultura; sino que incita a la escucha de la música interpelada en los paratextos de los poemas de la segunda parte, del oratorio, música de carácter religioso como las que nos dieron Haendel, Tomás Luis de Victoria o Bach —a quien escucho—, que aparecen en este descendimiento de Ada Salas. Pocas veces tiene uno la ocasión de toparse con una obra arte tan plural e integradora. (Aula de la Palabra de la Asociación Cultural Norbanova. Viernes, 3 de mayo de 2019, 19:30 horas. Biblioteca Pública de Cáceres «A. Rodríguez Moñino/M. Brey»)

miércoles, mayo 01, 2019

Costillo


© S. García. El Periódico Extremadura
Lo último que leí de Luis Costillo —sí, leí— está dentro de una caja y lleva por título Cuando calienta el sol: «Cuando la humanidad se convirtió en una especie que sólo alumbraba monstruos humanos se liberó de la opresión que la inmovilizaba. En su paradójica e insensata carrera hacia la monstruosidad, del miedo a esa monstruosidad. Entonces los humanos respiraron tranquilos. Ya eran monstruos rodeados de monstruos. Cuando solo hubo monstruos no hubo ya más miedo al pasado de los humanos. Un pasado en el que la monstruosidad era el terror. La sociedad perfecta es la consumación de lo monstruoso». Quizá sea la primera vez que se transcriben como un único texto las palabras que en la letra de palote y oscilante de Luis Costillo, tan reconocible en tantas de sus obras —pienso ahora en algunas de las páginas de su reciente Espejos (Libros de Mesa, 2017), tan rotunda ahora—, acompañan los dibujos de objetos imposibles de Cuando calienta el sol. Ahora que hace nada —mensajes de amigos a las 23:10, a las 23:30… de ayer— recibí la noticia de que Luis Costillo falleció después de días en estado crítico, me encuentro con sus obras y su recuerdo en lugares como Cáceres, Badajoz y Lisboa, y me aferro a esa actitud afable y queda de alguien que arremetía así contra el sistema. ¿Sistema? Sencillamente, el puro paso por la vida. Estuvo. Sí, estuvo Luis, y nos ha dejado su creación artística y su huella en un montón de publicaciones —nuestra revista ibérica Suroeste ya lo siente. Yo quiero estar despierto y vivo para acompañarle con el recuerdo de una sonrisa parecida a la que el periódico publicó y que rescato en esta improvisada manera —como la eventualidad de estos finales— de despedir al pintor con un texto que otra vez le envío para que lo maquete como siempre. Él siempre supo cómo hacerlo. Pena grande. El funeral será mañana jueves, a las 11:00 horas, en la capilla del tanatorio de Puente Real de Badajoz.