miércoles, septiembre 30, 2015

El discurso de la gramática

«Amigo de medio siglo» llama Ricardo Senabre al Profesor Emérito de la Universidad de Extremadura José Manuel González Calvo (Salamanca, 1944) en un texto infelizmente póstumo incluido en este volumen que va a presentarse este viernes en Letras. Lo hace en una de las colaboraciones circunstanciales y no de ciencia a este homenaje impreso, que sus coordinadores —mis compañeros Carmen Galán Rodríguez, Marisa Montero Curiel, José Carlos Martín Camacho y Maribel Rodríguez Ponce— han querido que lo encabecen. A saber, el «Prefacio» que los citados redactan como presentación, el «Homenaje al profesor José Manuel González Calvo», firmado por Antonio Salvador Plans como reseña sintética del contenido del volumen, el texto que digo de Senabre, titulado «José Manuel González Calvo», y un poema —«Crítica»— de José Luis Bernal dedicado a su compañero. Y a continuación, como «Contribuciones», las veinticuatro colaboraciones de ciencia lingüística y literaria firmadas por veintiocho profesores de casi una docena y media de universidades españolas y extranjeras. Priman los trabajos de los ámbitos lingüísticos que más han interesado a González Calvo, como la morfología, la gramática o la lengua literaria; pero también hay estudios de literatura, todos, curiosamente, a cargo de compañeros en la UEX del homenajeado. José Manuel González Calvo llegó a Cáceres en 1971 como profesor del recién creado Colegio Universitario de Filosofía y Letras, dependiente de la Universidad de Salamanca, y continuó como docente ya en la Facultad de Filosofía y Letras desde 1973 hasta agosto del año pasado —cuarenta y tres años de profesión—, cuando se jubiló como Catedrático de Lengua Española. Su vocación se ha prolongado desde esa fecha hasta la actualidad en virtud de su nombramiento como Profesor Emérito de la Universidad de Extremadura, en el Departamento de Filología Hispánica y Lingüística General, que él dirigió durante casi diez años. Durante algo más, doce años y medio, fue director del Servicio de Publicaciones de la UEX que ahora publica este libro en su colección «Magistri». Bajo este sello editorial aparecieron también algunas recopilaciones de sus trabajos, como Estudios de morfología española (1988), Variaciones en torno a la Gramática Española (1998), Variaciones sobre el uso literario de la lengua (1999) o Escollos de sintaxis española (2011), título este que, por broma admirativa, más de uno convertimos en Cogollos —lo escogido, lo mejor— de sintaxis española de este Académico Correspondiente de la RAE por Extremadura que fue mi profesor.

El discurso de la gramática. Estudios ofrecidos a José Manuel González Calvo [Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura (Col. Magistri, 6), 2015] se presenta este viernes 2 de octubre, a las 13:00 horas, en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres.

martes, septiembre 29, 2015

San Miguel, 2015


© Foto de Prado Arroyo
Tiene razón mi hermano: «Día gustoso el de ayer en Cáceres. Trabajo y asueto». Se invistió merecidamente como doctor honoris causa por la Universidad de Extremadura a Paul Preston, que pronunció un discurso —más breve que la laudatio de su padrino Enrique Moradiellos— en el que mencionó a cuatro historiadores extremeños con los que ha tenido desde hace años mucha vinculación y amistad: Francisco Espinosa Maestre, José Hinojosa, Cayetano Ibarra y  José María Lama. Fueron los cuatro los únicos nombres de Extremadura que citó, junto al de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, presidente de aquí cuando se nombró a Preston miembro de la Academia Europea de Yuste. Con él, con Rodríguez Ibarra, tuvimos la ocasión de conversar después del acto solemne sobre las recientes elecciones en Cataluña. Volvió a evocar, con un lamento nostálgico, aquellos tiempos difíciles de la transición en los que había algo por lo que ponerse de acuerdo. Yo le dije que quizá ese algo fuese en estos momentos la reforma de la Constitución —añado ahora: monarquía —prevalencia del varón en la línea sucesoria— o república; modelo territorial del Estado... Por ejemplo. Ahí quedó la cosa. Lo cierto es que estábamos felices por lo de Preston. Y por la noche, en el auditorio del Complejo Cultural San Francisco de Cáceres, un concierto delicioso. El Stabat Mater de Domenico Scarlatti, precedido de un Te Deum y un Miserere, dirigido por Amaya Añúa, directora de un Coro de Cámara Extremadura que lo interpretó brillantemente. No puedo resistirme a mencionar voces tan conocidas para mí como la de la contralto Maribel Rodríguez Ponce, profesora de lingüística de mi departamento, o las de las sopranos Mª Jesús Pacheco o Isabel Ródenas, también docentes cuando no cantan como los ángeles. Emocionante.


domingo, septiembre 27, 2015

Digitalizado por Google

© Google Books

viernes, septiembre 25, 2015

Lo que no es sueño

Este miércoles estuve en Zafra. Bajé a las cuatro y media y volví a casa a las diez y pico de la noche. Pasé unas horas con mi madre. Merendó unos bizcochos de soletilla mojados en el café que se le deshacían en la boca. Estaba lúcida y contenta; se reía cuando yo le advertía que ya se había tomado cuatro galletas y ella me respondía «—¿Y tú cuántas?». Yo un trocito —de verdad— de uno de los que se comió. Y comió más de cuatro. Y los dos tan contentos. Hablamos un poco y cada uno a su aire, como los amantes que llenan el tiempo que va de un beso a otro beso, de un abrazo a otro abrazo. Yo leí en los libros que llevé y mi madre pasaba las páginas de una de sus revistas con una naturalidad admirable, con una atención no imaginada semanas atrás. Y tanto. Se quedó observando la puerta barnizada de la alacena que tiene en el salón y advirtió que había unas pintas blancas que yo creo, mamá, que son restos de pintura de cuando se pintó esto. Me levanté, claro, busqué un trapo y lo llevé húmedo para limpiar mientras mi madre asentía. Las pintas desaparecieron. Al poco llamó Carmen. No llamó, no; me envió un mensaje al teléfono: «¿Estás escuchando El ojo crítico? Está Javier Rodríguez Marcos». Como a mi madre yo le pongo la tele para que se entretenga —una película infame que no nos gustaba a ninguno de los dos—, cambié al modo radio y pude escuchar el final de la entrevista con el autor de Vida secreta, que volvió a recordarnos que si la literatura puede tener efectos sanadores estos pueden estar en poemas como «Lo que no es sueño». Ya escribió que no sabemos si «es el mejor poema de Claudio Rodríguez, lo que sabemos es que Claudio Rodríguez es uno de los pocos poetas que han conseguido ser a la vez celebratorio y verosímil. Desde el hecho de cantar lo que se pierde (Machado) hasta el de considerar la literatura como una defensa contra las ofensas de la vida (Pavese), la mayoría de los poetas se han sentido siempre más cómodos en la elegía. Claudio Rodríguez es uno de los pocos que han conseguido cantar la vida sin pecar de optimismo ni resultar naïf.» El poema es este:

Déjame que te hable en esta hora
de dolor, con alegres
palabras. Ya se sabe
que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,
curan a veces. Pero tú oye, déjame
decirte que, a pesar
de tanta vida deplorable, sí,
a pesar y aun ahora
que estamos en derrota, nunca en doma,
el dolor es la nube,
la alegría, el espacio;
el dolor es el huésped,
la alegría, la casa.
Que el dolor es la miel,
símbolo de la muerte, y la alegría
es agria, seca, nueva,
lo único que tiene
verdadero sentido.
Déjame que, con vieja
sabiduría, diga:
a pesar, a pesar
de todos los pesares
y aunque sea muy dolorosa, y aunque
sea a veces inmunda, siempre, siempre
la más honda verdad es la alegría.
La que de un río turbio
hace aguas limpias,
la que hace que te diga
estas palabras tan indignas ahora,
la que nos llega como
llega la noche y llega la mañana,
como llega a la orilla
la ola:
irremediablemente.

De Alianza y condena (1965)

lunes, septiembre 21, 2015

CV


Más de cincuenta artículos y cuarenta libros. Cuando leo algo así en una solapa, o algo como «más de cien artículos y catorce libros», me quedo anonadado. Es impresionante. Y es mejor que haber escrito treinta artículos y dos libros, sin duda. Supongo que por eso se dice. Lo que realmente me llama la atención es que se diga. Seguro que son los mismos que luego alaban en una necrología de un gran filólogo que fue autor de una obra principal, que fue magnífica e insuperable, y que con eso tuvo un currículo mucho más prestigioso que el de los que escribieron y publicaron mucho —por ejemplo: cincuenta libros y ciento catorce artículos. Luego está, en el gremio de los creadores de bellas letras, la proclamación del ejemplo de Juan Rulfo; insincera si viene de los que escriben libro y medio al año. Escribir poco y sabiamente, repiten. Ya, sí; pero, al fin y al cabo, hay algunos que han escrito «más de cien artículos y catorce libros». Impresionante. Que tienen «catorce libros escritos» —como decían Les Luthiers— porque les gusta comprarlos ya escritos. Es que un libro —sigo con Les Luthiers—, si no está escrito, es como si le faltara algo. Y luego dicen que la calidad no se mide al peso. Ni el prestigio. O la fama. Lo de siempre: para contar hay que contar. Más de doscientos artículos y ocho libros. Nunca una cifra ha sido tan certera para la definición de la palabra «arrogancia». Yo sí que escribo. Yo. Qué curriculum vitae. 

sábado, septiembre 19, 2015

Un educador liberal

A Carlos Latas, in memoriam

No puedo detenerme en escribir una reseña extensa de este libro de Carmen Massa Hortigüela, Pablo Montesino (1781-1849). La perseverancia de un educador liberal (Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2014); pero sí dedicarle un breve espacio y llamar la atención sobre la figura de este pedagogo que fue primero médico, que sufrió la represión absolutista, estuvo exiliado en Londres y llegó a ser diputado liberal por Cáceres y por Badajoz. Aunque nacido en Fuente el Carnero (Zamora), mantuvo —desde su amistad con los hermanos Álvarez Guerra o su primer destino como médico en Valencia de Alcántara— muchos lazos con Extremadura. Cuando en 2012, el Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz publicó el volumen Los primeros liberales extremeños. La aportación de Extremadura, 1810-1854 (Biografías), coordinado por mi hermano José María, el único de los veintisiete liberales que no era natural de Extremadura fue Pablo Montesino y Cáceres. De su biografía incluida —con buen criterio— en aquella obra colectiva se encargó el profesor de pedagogía e historia de la educación Julio Ruiz Berrio, editor moderno de una de las obras más representativas de Montesino, el Manual para los maestros de escuelas de párvulos (1840). El libro de Carmen Massa es un documentado recorrido por la biografía y las obras de Montesino en cuatro etapas o partes: 1. La construcción de una identidad; 2. El ejercicio de la profesión; 3. El exilio en Londres; y 4. El regreso a España. Su lectura, jalonada en todos sus apartados por epígrafes (de Rilke, Jovellanos, Victor Hugo, Plutarco, Novalis, Platón, Madame de Staël, Manuel José Quintana, Bioy Casares... o del propio Montesino), pone de manifiesto la trascendencia del personaje y la importancia de su labor en el panorama educativo español de la primera mitad del siglo XIX. Pablo Montesino participó en la Comisión encargada de formar el Plan de Instrucción Primaria, fue también consejero de Instrucción Primaria de la Dirección General de Estudios, director de la Imprenta Nacional, promotor de la Sociedad encargada para propagar y mejorar la educación del pueblo, fundador de la primera escuela de párvulos de España, director de la primera Escuela Normal, presidente de la Sociedad General de Socorros Mutuos entre Profesores de Enseñanza Pública, director y redactor del Boletín Oficial de Instrucción Pública... Admirado por Giner de los Ríos, Pablo Montesino, hoy, si se recuperase tras comprobar el estado de la educación pública en España, podría decir lo que algunos no nos cansamos de repetir sin que nos escuche ningún responsable político o educativo: que la nota de corte para acceder a los estudios de Magisterio o Formación del Profesorado sea la misma que para el acceso a los centros de mayor exigencia. «Cualquiera que sea el estado en que se encuentra un pueblo que ha dado los primeros pasos en la carrera de la civilización, no es ni puede ser ya indiferente al negocio de la educación pública. Todos perciben con mayor o menor claridad las ventajas y cuidan más o menos de sus adelantamientos y mejoras. El síntoma decisivo de que un pueblo va a salir del estado de salvaje es el deseo, o a lo menos consentimiento, de los padres para que sus hijos sean educados o instruidos; si este paso no es ya una prueba de haber pasado a otro estado social», escribe Montesino en sus Ligeros apuntes y observaciones sobre la instrucción secundaria o media, y la superior o de Universidad (Madrid, Librería de Sojo, 1836). 

viernes, septiembre 18, 2015

Tolstói (III)


Después de airear mis aflicciones con Guerra y paz, creo que es de justicia ayudar a difundir más un remedio eficaz para todos aquellos que hemos sufrido recientemente una mala traducción de la inmortal novela de Tolstói. El remedio es la edición española del Taller de Mario Muchnik en versión de Lydia Kúper (1911-2011). Cuando conté mi falta a mi compañero Miguel Melón, de inmediato me ofreció traerme la excelente traducción de Lydia Kúper (Madrid, Del Taller de Mario Muchnik, 2003), que ya conocía (?); pero que, desgraciadamente, no tenía en mi biblioteca. Y cuando me preguntó Gonzalo Hidalgo Bayal —interesado siempre con generosidad por lo que me pasa en mi blog— cuál era la mejor traducción de la novela, tampoco dudé en decirle que era la que publicó Mario Muchnik; precisamente, la que él tiene. Así que confieso haber estado perdido sin razón. Porque ya avisó Santos Domínguez, no solo de la traducción de Lydia Kúper, sino del librito de Muchnik Editar Guerra y paz (Madrid, Del Taller de Mario Muchnik, 2003), en el que relataba la aventura de traducir la obra de Tolstói. Y, además, ya estaba publicado en la red el texto de David Paradela («davidoffberlin») en su blog Malapartiana, en donde confirmaba que la versión de Lydia Kúper está escrita en una prosa de elegancia sencilla y discreta y prevenía —con spoiler incluido— de que Gala Arias había empezado a traducir la novela sobre un borrador desechado por el autor y con solo un año de plazo para su entrega. «Huelga, creo, añadir más», decía.

martes, septiembre 15, 2015

Novela y realidad como materia novelable


Hoy he terminado de leer un Trabajo de Fin de Máster de Investigación en Artes y Humanidades de Ana Isabel Ávila Mateos, que se defenderá mañana por la mañana en mi Facultad (estoy en el tribunal que se encargará de calificarlo; es obvio). Se trata de un interesante estudio, dirigido por el profesor Enrique Santos Unamuno, sobre «Crime Fiction» y dispositivos cartográficos: un estudio de caso, que toma como objetos de su análisis novelas como Ciudad de cristal, de la Trilogía de Nueva York, de Paul Auster; El empleo del tiempo, de Michel Butor; Muerte en la vicaría, de Agatha Christie; El nombre de la rosa, de Umberto Eco; El misterio del cuarto amarillo, de Gaston Leroux; La falsa pista, de Henning Mankell; y el cuento de Borges «La muerte y la brújula», de Ficciones. No. Traigo aquí mucho de lo que leo; pero no se me ocurrirá reseñar también los exámenes que corrijo, las prácticas que reviso, los artículos que evalúo, ni las tesis, los trabajos de grado o los trabajos de máster que califico. No. Viene esto aquí porque el estudio de Ana Isabel Ávila Mateos recoge una frase de G. K. Chesterton que dice algo que me habría gustado utilizar en mi entrada de hace unos días sobre «La novela de nuestro tiempo». Esto es: «El primer valor esencial de las novelas de detectives radica en que son la primera y única forma de literatura popular en que se expresa la poesía de la vida moderna». Repito la obviedad: 
«El primer valor esencial de las novelas de detectives radica en que son la primera y única forma de literatura popular en que se expresa la poesía de la vida moderna».

domingo, septiembre 13, 2015

Tolstói (II)


Menos mal que podemos buscar otras versiones de Guerra y paz y que, a pesar de algunas contaminaciones y engaños, nos llegará el verdadero sentir de esta excepcional novela que a Juan Marsé recomendó Paulina Crusat (Barcelona, 1900-Sevilla, 1981), su mentora, a la que el escritor dedica Noticias felices en aviones de papel (2014). «Me gustaría que encontrase tiempo para leer Guerra y paz, si la traducción es aceptable. Y que le gustase. […] Guerra y paz es probablemente la novela más grande que se ha escrito jamás. […] Créame, vale la pena haberlo leído, aunque sea largo; casi diría que ningún novelista puede permitirse no haberlo leído. No es una novela de 'gente elegante', a pesar de los títulos porque la vida de esas grandes familias era patriarcal, nada frívola. Pero es, naturalmente, a pesar de las preocupaciones sociales de Tolstói, una novela enfocada con los ojos de quien ha nacido del lado cómodo. No sé si eso le quitará emoción a Vd., espero que no. El corazón es el mismo en todo el mundo y la ilusión, la fe. La decepción, cada cual en su esfera la siente lo mismo. Sólo el trabajo diario, necesario y aburrido, tal como Vd. y yo lo conocemos, queda fuera de la experiencia de una novela como Guerra y paz. A decir verdad, no es poco.» Es un extracto de una carta de Crusat a Marsé, de enero de 1958, que se transcribe en la excelente obra de Josep Maria Cuenca Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé (Barcelona, Anagrama, 2015, págs. 142-144). Siempre quise saber cómo había sido realmente esa inducción literaria en Marsé hacia la novela del ruso; y ahora, verdaderamente, me fascina. Como me fascinó la presencia de Guerra y paz en Rabos de lagartija (2000). En esta otra cumbre de la novelística de Juan Marsé, un ejemplar de Guerra y paz en manos de alguien que raramente lee un libro se convierte en elemento fundamental para construir la biografía del protagonista —y para remirar la de Marsé. Ese ejemplar sobre la mesa camilla, junto al cenicero de la pelirroja, que servirá para terminar la novela en boca del narrador coprotagonista que, en otro cierre genial de Marsé, confiesa que todavía le cuesta hacerse entender: «cázame guerripa». Alcánzame Guerra y paz. Así me voy curando de las secuelas de una mala traducción.

sábado, septiembre 12, 2015

Tolstói (I)


Mi calendario de Impedimenta decía el miércoles pasado que el 9 de septiembre de 1828 nació «Lev Tolstói. Su manuscrito de Guerra y Paz fue copiado siete veces por su esposa Sofia Bers a medida que él corregía». Precisamente, ha sido mi lectura de este verano, sin terminar aún. Guerra y paz, naturalmente; no el verano (el miércoles di mi primera clase del nuevo curso). La singularidad de esta edición de Penguin Clásicos es que toma como base la primera versión (?) que Tolstói escribió en 1866, y no la edición canónica de 1873; pero realmente la elegí porque era un único tomo —1.175 páginas— fácil de leer en cualquier sitio. No es Guerra y paz. Me equivoqué, y ya continúo por la edición que anduvo hace años por casa, la del tomo I de las Obras completas de Aguilar (1955), en traducción de Irene y Laura Andresco. No soy ningún experto; pero —además— la traducción de Gala Arias Rubio en Penguin —y también en otros formatos de sus sellos: Debolsillo y Grandes Clásicos Mondadori— deja mucho que desear. Conocerá bien el ruso, seguro que habrá corregido errores de versiones anteriores y que habrá resuelto problemas de traducción; pero no sabe escribir en la lengua de llegada, el español. Y es una pena, porque deshace toda la grandeza en la lectura que puede sentirse con esta novela que —escribía el otro domingo Vargas Llosa— «es uno de esos raros milagros que, de siglo en siglo, ocurren en el universo de la literatura». Sé que algunos lectores ya protestaron y calificaron como pésima esta traducción, causa de que alguno dejase de leer. Una pena. Y es que, por ejemplo, resulta insoportable el abuso del gerundio, cuando no su uso incorrecto en posterioridad, como en el capítulo X de la segunda parte, en donde en ocho líneas y con esta puntuación, perseguido por el ejército francés y «encontrándose con la actitud hostil de los habitantes de la zona, sin confiar ya en sus aliados y padeciendo falta de víveres, obligado a actuar alejándose de todas las condiciones previstas para la guerra, el ejército ruso compuesto por treinta y cinco mil hombres bajo el mando de Kutúzov descendía apresuradamente por el Danubio, deteniéndose cuando le alcanzaba el enemigo y defendiéndose con acciones de retaguardia […]» (pág. 265) Lo que en la edición de Aguilar de toda la vida viene así: «Perseguido por un ejército francés de cien mil hombres, mandados por Bonaparte, mal acogido por los habitantes hostiles por no confiar ya en sus aliados, falto de provisiones y obligado a actuar fuera de las condiciones previstas de la guerra, el ejército ruso, compuesto de treinta mil hombres al mando de Kutuzov, retrocedía rápidamente Danubio abajo. Se detenía donde lo cercaba el enemigo y defendía en la retaguardia […]» (pág. 628, I). Solo en dos páginas (206-207), «enrojeciendo», «sujetando», «conteniendo», «tintineando», «agitándose», «estirándose», «encogiéndose», «inclinándose», «conteniendo», «brincando», «inclinándose», «sonriendo», «mostrándole», «deteniéndose»,  «diciéndoles», «hablando». No menor enojo provocan las torpes construcciones condicionales —o no— con pluscuamperfecto de subjuntivo y condicional —que alguna hay buena, como «Si hubieran sabido […] se habría aplazado» (pág. 16)—; pero hay muchas malas, como «la princesa se hubiera sentido ofendida si hubiera podido verlo» (pág. 59); o «—Si hubieras tenido fe en Dios te hubieras dirigido a Él para rogarle que ofrendara el amor que no sientes y tu ruego hubiera sido escuchado» (pág. 190);  y así más. O esta perla con el asunto del tema: «A pesar de ello en el tema de la princesa Drubetskáia...» (pág. 39). O este curioso régimen preposicional: «toda su energía en este momento la estaba dedicando en sostener derecho el vaso y en decir exactamente lo que quería decir» (pág. 70). Y «el oso nadando con el policía encima suyo» (pág. 79), o «estaba sentada enfrente suyo» (pág. 119), o «mirando delante suyo», o «se están reuniendo en contra suya» (pág. 182), en latoso maridaje de adverbios y posesivos. Duele, la verdad.

jueves, septiembre 10, 2015

Maltravieso Teatro


Mi amigo Isidro Timón me envía ya la información que materializa la buena noticia que me anunció hace semanas: la creación en Cáceres de una escuela de artes escénicas. «Maltravieso Teatro» ya es una realidad y comenzará el curso el lunes 5 de octubre con talleres infantiles y uno de interpretación destinado a adultos. La actriz y bailarina Amelia David, titulada en Interpretación, en Antropología Social y maestra en Educación Física, le acompaña en este apasionado proyecto educativo que, me parece, supera lo meramente formativo y estoy seguro de que puede llegar a ser un referente importante de dinamización social en una ciudad que la necesita, y mucho, en este ámbito del teatro. Estoy convencido de esto porque conozco a Isidro Timón y sé que concibe la práctica teatral como una representación condensada y artística de lo real, de lo que nos pasa. Así que una propuesta de educación teatral será mucho más que eso en nuestro entorno. Lo de la condensación de la realidad se lo leí al actor José Luis Gómez en su discurso de ingreso en la RAE, Breviario de teatro para espectadores activos (2014), en donde escribió palabras que ahora creo pertinentes para saludar la iniciativa de Maltravieso Teatro: «El trayecto del actor tiene que ver con el camino de construcción personal en el que el hombre va concretando quién quiere ser, acepta su propio nombre y se define como persona; o lo intenta, al menos». De teatro hablamos, sí; pero también de personas. Así que una iniciativa para la formación de actores es más que eso. Ya saben.

sábado, septiembre 05, 2015

La novela de nuestro tiempo


Algunos de los comentarios publicados sobre Rafael Chirbes con motivo de su muerte me recordaron ciertas ideas sobre la novela que había dejado anotadas para mejor ocasión. Las ciertas ideas vuelven sobre Balzac y aquello de que la novela consiste en narrar la vida privada de las naciones, una definición aplicable por algunos a la novelística del autor de Crematorio. Galdós ya escribió —en 1870, en la Revista España— que la «grande aspiración del arte literario de nuestro tiempo es dar forma a todo esto», y yo interpreto «esto» como la realidad, su realidad de su tiempo hecha materia novelable. Algo así —sin negar la riqueza de géneros y modalidades— espero yo de la novela de mis días. Algo como Absolución de Luis Landero. No tiene por qué aludir al pelotazo inmobiliario y a la corrupción; basta con que la novela trate de lo que trate con tal de que sus personajes coman lo que yo como, como ocurre en Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas, a la que algunos siguen considerando una novela sobre la guerra civil española. Y todo esto es porque me he preguntado muchas veces qué novelas serán los ejemplos de nuestro tiempo cuando hayan pasado cientos de años. ¿Lo será Misterioso asesinato en casa de Cervantes, de Juan Eslava Galán, reciente Premio Primavera de Novela? No lo creo. La lectura de un libro ya comentado aquí de Ricardo Senabre me llevó a unas palabras de Julián Marías en una obra antigua pero vigente sobre Literatura y educación en donde escribió que la literatura «ha sido el gran instrumento de interpretación de las formas de la vida humana, y por tanto la base de la inteligibilidad de la historia. […] Entendemos los pueblos o las épocas en la medida en que nos han dejado una ficción adecuada». El propio Senabre, en una crítica a Temblad villanos (2014), de Luis Manuel Ruiz, dijo que la actualidad de una historia no se plasma en una novela con alusiones a la actualidad de programas televisivos ni a personajillos efímeros, «sino haciendo que la época proyecte sobre cada página las ideas y creencias de una comunidad». Por eso lamento que algunas novelas que leo con interés de escritores cercanos y capaces no me sirvan para añadirlas como ejemplos de la narración de mi tiempo. Me ocurrió con la penúltima novela de Eugenio Fuentes, Si mañana muero (Barcelona, Tusquets Editores, 2013) —todavía no he leído Mistralia (Barcelona, Tusquets Editores, 2015)— y con Amantes en el tiempo de la infamia (Madrid, Siruela, 2013), de Diego Doncel, Premio Café Gijón. Son novelas estimables y alguna, como la de Fuentes, tiene momentos brillantes; pero, a pesar de todo, no acaban de llenarme, no terminan de convencerme como propuestas narrativas de mi tiempo ofrecidas por gente de mi generación. Y ambos autores no son sospechosos de eludir la realidad que viven. Fuentes lo hace con notable éxito en su serie de novelas de género negro —fuera de la novela histórica, de la ciencia ficción o de la novela fantástica, seguirá siendo este el género que habla de lo que se bebe hoy en un bar de Segovia o en una terraza de Cáceres— y Doncel lo ha demostrado en su interesante Mujeres que dicen adiós con la mano (Barcelona, DVD Ediciones, 2010). Por eso, cuando autores que tienen esa capacidad y están dotados de lenguaje novelesco se vuelcan en un tiempo no vivido como la guerra española o la segunda mundial —Diego Doncel tuvo que documentarse para averiguar si los soldados nazis fumaban o si bebían Coca-Cola por aquellos años—, a mí me parece que están desaprovechando la oportunidad de escribir su época. Y lo dice un afecto de la novela literaria, del buen experimentalismo y el metalenguaje. De la buena novela, en fin, la bien escrita.

viernes, septiembre 04, 2015

Septiembre


«La imagen del cadáver diminuto de un niño sirio al que las olas depositan en las costas turcas se clavó ayer en la retina de los europeos como símbolo del drama migratorio» (El País). Y la imagen de la Playa de las Tres Piedras (Chipiona) la saqué yo el martes. Muestro solo la mía, que es la más limpia, la que más interesa. Hemos sobrevivido, además, en el viaje de vuelta por carretera —tan peligrosa en España—, con parada en Monesterio para comprar un par de bocadillos de jamón. El pan regular, el jamón pasable. Y el niño muerto. Y todo igual.