Qué coraje —como dice mi madre— me da que libros como este no ocupen los escaparates, se difundan, y salgan en los programas de televisión y de radio —aunque solo fuese (ojalá) en los programas culturales de televisión y de radio. Ya ha habido, sin embargo, quien ha difundido justamente los efectos benéficos que la lectura de esta obra puede tener en quienes la lean; así Álvaro Valverde, que
dijo que está escrita en «un castellano purísimo, en el mejor y más natural sentido del término» y que «nos traslada a los reinos de la perplejidad y del asombro, tan cerca de nosotros casi siempre».
La vida mitigada (León, Eolas Ediciones, 2014), de Tomás Sánchez Santiago es un libro misceláneo, de un acarreo ilustre y luminoso. El acarreo —dice T.S.S. o «tosansan»— «es uno de los más nobles fenómenos de la escritura. Es una de esas tareas jamás sospechadas en cátedras ilustradas ni en gabinetes de obsesión literaria profesional. Eso de ir transportando viejas palabras asentadas en libretas, cuadernos y papeles repentinos se parece mucho a la manipulación meticulosa y llena de dulce credulidad de los niños en las playas.» (pág. 9). Es verdad que si un texto así tuviese eco tan saludable dejaría de ser un ejemplo de esa «vida mitigada» que se localiza en las inmediaciones y afueras del ruido del mundo; pero da igual, al menos, a mí me da igual, con tal de que se conozca esta manera de escribir la vida. «Estos textos nacen de esa manía temeraria de apuntarlo todo o casi todo según va llegando», escribe Tomás Sánchez Santiago en la misma página de las que presentan este volumen («La escritura temeraria», págs. 9-14). ¿Cómo no sentirse identificado?
La vida mitigada es de esas obras que deberían nacer con un índice de materias, lugares o motivos. Se prolongaría mucho esta entrada si aquí pusiese una décima parte de ese índice, que contendría el vecindario, los profesionales de la opinión en las tertulias radiofónicas, la enfermedad, un paisaje de cigüeñas, dar clases, la escritura, un hotel, las bibliotecas monográficas, un museo... Y el tratamiento de la mayoría de estos ítems es para mí asumible, como cuando A. dice a Tomás en la manifestación contra la reforma laboral lo mismo que C. me dijo no recuerdo en qué otra manifestación: «ni un joven menor de treinta años» (pág. 199). Ay, cómo no repetir que siempre me ha fascinado lo que escribe Tomás: su poesía —aquel espléndido
En familia—, su novela —
Calle Feria, que en
este blog quedó dicha— o cualquier ocasión de su escritura, como sus cartas. En una de ellas me dijo que
La vida mitigada es un «devocionario laico». Eso, un libro para uso de los fieles lectores, añado yo. Y qué decir de esta anotación sobre la madre: «Ella dice 'que sí, hijo, que sí'. Y en sus palabras hay condescendencia y, tal vez, miedo, un miedo irremediable que yo no sé hacer desaparecer. Contra lo que oigo a menudo, los viejos no son egoístas; están indefensos, me repito una vez más. Que ella sufra así me hace también sufrir a mí de cierta manera inconcreta y extraña» (págs. 109-110). Apuntes cotidianos sobre la vida, sobre lecturas, atisbos sobre la realidad en un libro hecho con el tiempo que ahora ha quedado construido sobre cinco secciones: «Visto y oído», «Cuaderno sin norma», que contienen textos publicados en periódicos digitales como
Tam Tam Press y
Peatom, «Historias naturales», «En manos de los días», que recogen apuntes de diarios que marcan el día, la hora y también la temperatura y «Solo los mudos saben pronunciar la hache», un sugerente relato que es también ensayo sobre la voz y la palabra y que termina en la misma calle Feria de Zamora que espero pisar mañana. «Ya sabes tú cómo traiciona a la intensidad el tiempo». «Mi vida... Doy las clases, leo, escribo, paseo por el barrio, charlo con el vecindario... Vida de diario, para mí tan luminosa»... Seguiré releyendo, sí.