Que una revista como Versión Original esté pasando por las dificultades a las que alude en sus editoriales desde hace un tiempo es ignominioso. No hay razón alguna para que la publicación cultural de periodicidad mensual más longeva que conocemos por estos pagos, que ha demostrado y demuestra su solvencia con la mera lectura de sus contenidos, tenga que pasar por esto. La Fundación ReBross que la sostiene, cuyos fines son la promoción de la cultura, especialmente del cine, y la ayuda humanitaria, no tiene ánimo de lucro; pero parece que aquí algo así mueve suspicacias. Es incomprensible. Cabría, pues, sustituir el controvertido adagio de «Ladran, luego cabalgamos» en una especie de «Callan, luego seguimos adelante», que vale como lema de este tiempo en el que la cultura ha resultado ser una de las primeras víctimas de recortes y reconvenciones. Quienes callan son instituciones públicas, empresas y particulares que, si uno tiene la paciencia de consultar los dos centenares y pico de entregas de esta publicación, saltarán a la vista, si vale la paradoja, por ausentes sin excusas. Ahí están los datos; y aquí los veinte años de Versión Original.
En efecto, no es fácil que una revista salga, sin falta, durante más de doscientos números y durante veinte años. Fue en diciembre de 1993. Al final de un año en que Bill Clinton tomó posesión como presidente de EE.UU., que murieron para el cine Cantinflas y Federico Fellini, que Sergi Bruguera ganó el Roland Garros, que Mérida fue declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad y era alcalde de Cáceres Carlos Sánchez Polo. En aquel entonces, Versión Original anunciaba en su presentación su esperanza de durar veinte años más, y lo ha cumplido. «Ahora renacemos en Cáceres, y aunque en principio venimos para un año, nuestra esperanza es que se sucedan tras él veinte años más», se leía en el primer número de una revista en la que inusitadamente se daba —y sigue dándose, aunque en menor medida— una relación muy especial entre un producto editorial de carácter cultural y sus consumidores más próximos, que la incorporan al escenario urbano de la ciudad en la que se distribuye primeramente. No como antaño; pero todavía hoy puede uno recorrer algunos lugares —un hotel, un café-bar, un restaurante...— en los que los ejemplares de Versión Original están depositados para su lectura o para fidelizar al lector que acude todos los meses a recoger su número. Se trata, por así decirlo, de una especie de topografía de afinidades electivas que une y atrae a un colectivo de personas vinculadas por su amor al cine. Portentoso.
Junto a una larga vida, el carácter temático de la revista es otro de sus valores y uno de sus aspectos más identificativos y agradables. Me parece un acierto. Lo que podría ser entendido como una limitación, publicar los números con el pie forzado de un tema, se ha convertido en uno de los rasgos mejor resueltos de Versión Original. Los géneros quizá se agoten, y así puede entenderse en los primeros números —sobre el western, la comedia, el melodrama, el cine erótico, el cine bélico, etc.—; pero la propuesta, la combinación y la serie de los temas que han ido marcando los artículos de los colaboradores, es para descubrirse, dados los peligros de reiteración. Por ejemplo, entre números como el 39 sobre «La religión» y el 99 sobre «Sacerdotes»; o entre el 101 dedicado a «Infidelidades» y el 129 dedicado al «Adulterio». El círculo se cierra, tras veinte años, cuando los responsables de la revista han decidido retomar —repetir— el mismo asunto o pie forzado de su primera entrega: el cine negro. Escribo estas líneas sin conocer el contenido —tan solo el sumario— de este número especial; pero estoy convencido de que será como tantos otros anteriores, solvente y expresivo de la buena voluntad de sus colaboradores que sin cobrar un euro por sus escritos, fielmente y con una demostrada pasión por el séptimo arte, hacen todos los meses esta publicación modélica.
Con el sinsabor de una desazón moral, recuerdo que en la presentación del número 200 de esta revista, eché mano de unas palabras de un crítico de cine. Vuelvo a recordar, a costa de Versión Original, lo que escribió Javier Ocaña en El País, en una crítica de la película de Alex de la Iglesia La chispa de la vida (2011). La tituló, parafraseando al genio de Wilder, «El señor y la señora España», y empezaba diciendo lo siguiente: «Durante el derrumbe de la mina chilena de San José, antes de que las labores de rescate dieran sus frutos, varios de los trabajadores atrapados ya habían firmado contratos de exclusividad con las televisiones para grabar su odisea. El presunto asesino de Marta del Castillo ha recibido en la cárcel cartas de amor de diversas adolescentes seducidas por su figura. Una mujer denunció al rey Baltasar de una cabalgata porque al parecer lanzaba los caramelos con demasiada fuerza y uno de ellos le causó una lesión en el ojo. Nos vamos a pique y además nos lo merecemos. Y aunque las acusaciones siempre recaigan sobre políticos, jueces, periodistas y demás instituciones más o menos públicas, la culpa también es nuestra, de la masa, incapaz de mantener eso tan ilusorio llamado dignidad.» Creo que tenía razón y conviene que desde nuestra parcela, la de cada uno de nosotros, contribuyamos a no perder esa dignidad colectiva. Y creo que celebraciones como ésta, la del vigésimo aniversario de la publicación de una revista de cine son los gestos importantes en un mundo demasiado lleno de impostura. La única verdad —y tiene gracia que tengamos que defenderla desde el arte de la ficción— es la de los veinte años de una revista como Versión original cuyos contenidos han venido contribuyendo durante todo este tiempo a que seamos algo mejores. Feliz cumpleaños.
[Editorial del núm. 221, de diciembre de 2013]