Me espoleó el jueves 15 de agosto la entrevista que Patricia Gosálvez hizo a Santiago Lorenzo para cerrar
El País. Y me puse a rescatar mis notas sobre el deslumbramiento de la lectura del de Portugalete, casi de mi quinta. Me gustó mucho lo de los
mochufas y el punto de vista del que en primera persona habla de Manuel en
Los asquerosos (Barcelona, Blackie Books, 2018); pero como el mismo autor en carne mortal dice en la entrevista, es mejor novela
Las ganas (Barcelona, Blackie Books, 2015).
Las ganas es una novela que me prestó Carmen Galán —
ya lo dije— y que leí después que
Los asquerosos —que yo había recomendado a Carmen Galán—; y creo que sí, que es mejor que la última. Dejé un domingo de avanzar en un compromiso pendiente y aquel lunes prolongué la sobremesa y no hubo siesta por seguir leyendo esta novela sorprendente. Nada, que me dejé llevar por lo que decía la faja de
Los asquerosos: «Huye de todo. Lee esta novela», que más de un reseñista habrá utilizado como yo, dos veces ya, para llamar la atención sobre su lectura. Es más, luego leí en un blog algo parecido y se me quitaron
Las ganas de ser tan
original. La prosa de Lorenzo tiene una
personalidad envolvente, un tono zumbón y un uso procaz de la lengua. Se me ocurre este adjetivo invariable adosado al sustantivo
prosa. Prosa procaz. Una marca de la manera de escribir de quien tiene una zeta en su apellido. Yo, la verdad, es que a veces no sé escribir sobre lo que me gusta. Está mal que yo lo diga; pero prefiero transcribir aquí unas líneas de
Las ganas, por ver si valen: «Tiempo tuvo Benito de entender que su problema no eran las morfologías de su novia y de su hermana, sino las morfologías de sus moliendas cerebrales y de sus reticencias a entregarse a válvula entera. Las mismas que le llevaban a esquivar a quien le quería, las que le llevaban a estar en el mundo con una piedra siempre en el zapato, como si viniera de fábrica insertada entre la plantilla y las tapas. Otro hombre con menos murciélagos se habría dejado de cotejos en falso y se habría abierto a María como un paraguas. A Benito le faltaron varillas» (pág. 211).
Creo que el fragmento merece atención. No sé, en Santiago Lorenzo hasta los anacolutos quedan curiosos, por ejemplo, este de
Los asquerosos: «Lo claro era que el dueño, los libros ni los abrió, porque no presentaban ni puta la mácula» (pág. 40). Y no digamos cuando se viene arriba con las aliteraciones: «Benito no sabía ni cómo contenerse, tras un trienio de tremendo
tremedal tremolándole entre las tripas» (pág. 146 de
Las ganas). Me espoleó la entrevista chorra de la última de
El País; pero, hablando
en serio, ha habido comentarios que han puesto el dedo en lo importante, que es el lenguaje, la puta forma —que valdría como errata de la «pura forma». Ojalá yo haya sabido llamar la atención sobre ello. Me he probado las dos novelas de Santiago Lorenzo y me quedan muy bien, así que no me importaría ponerme algunas de sus otras prendas; porque con ellas me cae genial quien las ha hecho. Aunque esto no tenga nada que ver con la literatura. Me caen bien el tipo y sus personajes. Por algo será.