Aunque no haya sido el primer día que he vuelto a mi entorno de trabajo —todavía en vacaciones de agosto pasé por allí para recoger el correo y regar una planta que pronto cumplirá veinte años—, la sensación ha sido de reencuentro, con muchos saludos y muchas preguntas repetidas sobre cómo ha ido el verano. Todo bien. Descanso, pieles morenas, fuerzas renovadas, la casita de la playa, grandes viajes y la boda de una hija, por ejemplo. Todo muy bien. Y ha habido pésames, pues también ocurre lo peor en estos períodos que queremos inventarnos como si fuesen estupendos. Qué digo. Somos tan estúpidos que calificamos la muerte según fecha señalada, como si fuese más trágico morirse cuando la gente está de fiesta. Ayer fui a un entierro y hoy a la Facultad. Lo normal. No sé por qué me he acordado hoy del comentario que hizo un tipo sobre la trilogía de Los sonámbulos, de Hermann Broch: «Sin duda, un libro muy muy bueno, pero dudo que alguien pueda entender el alcance del libro sin antes haber leído a Oswald Spengler». Demasiado alienante para empezar el curso. Yo no he leído esta obra que es una de las cumbres de la literatura europea (sic), aunque sí (sic) La muerte de Virgilio (1945), que me parece excepcional. De Splenger, por supuesto, no tengo noticia directa. Así que me he dicho: «Sin duda, el Quijote es un libro muy bueno, pero dudo que alguien pueda entender su alcance sin haberlo leído». Para ti la perra gorda. Bueno estará.
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