jueves, agosto 29, 2019

De librería


Si no dijese que ha sido esta mañana en la librería cacereña El Buscón no sería comprobable y, además, tampoco creíble. Me interesa más lo primero que lo otro; aunque solo sea por saber si mi conjetura tiene algún fundamento. Acudí allí, como suele pasar, buscando algo y salí con un botín distinto. Hacía tiempo que no me demoraba tanto en la conversación con A., que regenta la única librería de fondo que hay en esta ciudad. Habíamos hablado ya de las vacaciones de este verano y de la visita con su familia a una, a dos y a más catedrales castellanas y de cómo los hijos han sobrellevado una, dos y más catedrales —en un expositor sonreí luego al ver un libro de la serie de H. Blume sobre Cómo leer iglesias. Hablamos sobre la revista Laurel, de la que todavía tiene algunos números en los estantes, de Julián Rodríguez, de José María de Cossío, de la Casona de Tudanca y de Mario Crespo López… Por ahí fue cuando llegó una joven clienta para recoger un libro de o sobre Antonio Machado —no lo recuerdo— y que preguntó a A. si le podría recomendar algo sobre poesía de la generación del 27 para regalar a una gran lectora de poesía. Yo estaba digitalizando en la mesa de novedades volúmenes varios. Libros de Periférica, algunos ejemplares de la colección «Baroja & yo» (Ipso Ediciones), entregas poéticas de la plantilla de Pre-Textos, algún título de la Editorial Delirio o La huida de la imaginación, el ensayo de Vicente Luis Mora (Pre-Textos, 2019. Premio «Celia Amorós» de los XXXVI Premios «Ciutat de València»), que me he traído a casa y ya estoy leyendo. No podía evitar escuchar lo que hablaban A. y X. Estábamos los tres solos. Ella le mencionaba a Gil de Biedma y a T. S. Eliot, y A. le decía que entonces no era solo la generación del 27. Y que si Vicente Aleixandre o si Pedro Salinas —no los conoce, decía ella después de enviar un mensaje por el teléfono a alguien. Yo estaba leyendo otra solapa cuando A. me interpeló sobre si Cernuda y Salinas no se llevaban bien, y yo les dije —miraba a X— que no, que Salinas fue profesor de Cernuda en la Facultad de Derecho de Sevilla, y que luego Cernuda se enfadó con muchos de su grupo. Le dije la nota  —aprobado— que Salinas le puso a Cernuda en la asignatura de «Lengua y Literatura españolas», porque en el álbum Luis Cernuda que la Residencia de Estudiantes publicó en 2002, con motivo del centenario, yo había visto la certificación académica personal del poeta (pág. 45). Con Lorca no se llevó mal, a quien dedicó una elegía memorable que publicó en Las nubes. En fin, que la chica no se decidía y el librero, amable, hacía todo lo posible para agradar a la que yo, sin duda, creía que era una amiga de una amiga que a otra amiga quería hacer un regalo. Otra vez Lorca. Porque A. le mostró la edición de Poeta en Nueva York publicada por La Moderna el año pasado: «—Uf —dice X a A.—, si es que de Poeta en Nueva York lo tiene todo». Y luego A. le dijo que si leía tanta poesía que igual conocía a los poetas de Instagram. Y la chica dijo que no: «No, para nada; para ella eso no es poesía». Y entonces fue cuando, yo, ya metido en el Tiziano: ninfa y pastor, de John y Katya Berger (Árdora Ediciones, 1999), que yo leí y que creía tener —y ya tengo—, pensé en que la chica que con tanto afán buscaba un libro para regalar pudiese estar haciéndolo para alguien que yo conozco. Cuadraba todo: afición a la poesía, Eliot, Gil de Biedma, Cernuda, Lorca, nada de parapoesía… Y me fui de la librería pensando en que A. le había vendido unos libros a alguien destinados como regalo a una alumna mía muy reciente cuyo nombre es I.. Si me equivoco, no pasa nada; pero si es así, resulta fantástico. Pero tan creíble como que vivimos en una ciudad pequeña y en la que es posible que pasen estas cosas. No sé. No sé nada. Últimamente, no sé explicarme nada de nada. 

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