El miércoles, tras el desastre ocurrido en el único aeropuerto de Madrid y cuando en la radio ya daban alguna información más precisa —siete muertos y cuarenta heridos— sobre la tragedia, mi madre ya echaba la siesta. Al levantarse, nos dio la noticia:
—Qué accidente tan tremendo de un avión. Lo han dicho por la radio. (Ella tiene un pequeño receptor de radio al lado de la cama por el que se entera, principalmente, de la hora, sí, y de alguna noticia).
Ayer, mi madre se extrañó por no ver imágenes por televisión de SS. MM. los Reyes de España expresando sus condolencias a los familiares de las víctimas. Le dije que no está bien la escenificación del dolor de la gente, y que la zona a la que SS. MM. habían acudido estaba restringida, y, con mi razonamiento sobre la obscenidad de la manera de informar de algunos medios, le conté que, además, un juez prohibió la difusión de imágenes de los cadáveres —si las hubiere, que las habrá.
El miércoles escribí unas notas sobre el tratamiento de la información sobre la catástrofe. Pensé en publicarlas aquí, pero me pareció que no hacían justicia con una profesión tan digna como la de periodista. Ayer leí en El País una columna de Enric González que era más fuerte de lo que yo había escrito, y tampoco es que E.G. se excediese; pero sí que decía que “el reportero ejerce de bestia carroñera” y que “Da lo mismo que alguien esté en una camilla: si se pone a tiro, se le acerca el micrófono”. En la misma página del periódico se denunciaba el tratamiento de la noticia de la catástrofe por TVE, para la que tuvo más importancia el fútbol. Así fue, y lo cierto es que ni en La 2 se alteró la retransmisión de pruebas, en diferido, de los Juegos de Pekín.
El pasado y negro miércoles, y ayer, se ha impuesto otra ‘escuela’ de periodismo: la del ejercicio de la profesión al servicio del consumidor de la información; no del escuchante ni del lector. Antiguamente, cuando no había nada que decir, se ponía la carta de ajuste, es decir, no se emitía. Hoy, hay que emitir a toda costa, y por eso hay que informar sobre los litros de queroseno que lleva un avión, sobre el mensaje que envió una mujer que iba en el avión poco antes del accidente, sobre el ánimo con el que viajaban los pasajeros de otros vuelos que salieron después de la tragedia... Anteayer el televisor mostraba en directo desde el aeropuerto de Madrid a una periodista y detrás a varias personas hablando por el teléfono, llamando a sus familiares y amigos porque estaban saliendo en la tele. Luego, la misma periodista, a la caza de la información, entrevistaba a uno de esos individuos que llevaban un rato saludando con la mano y le preguntaba si se había visto afectado por el accidente. Claro. Y es que, también, cuando un periodista acude al aeropuerto de Las Palmas a entrevistar a algún familiar de alguno de los pasajeros del avión siniestrado lo hace con absoluto respeto a las víctimas. Así son las cosas. Y así las están contando. Una pena.
Igual algún periodista me llama para entrevistarme por haber sido uno de los ciudadanos españoles que ‘se han hecho eco’ en su blog de la tragedia —“La catástrofe de Barajas en la red”, podría ser el título de la sección— y que se solidarizan con los familiares de las víctimas; o, quién sabe, por haber tomado un vuelo hacia Las Palmas hace años en la misma compañía, en Spanair. O por haber estado en la T-4 hace poco más de un mes y despegar desde la misma pista. Qué sé yo.
A todos los que no subieron al cielo hace dos días.
2 comentarios:
Yo me había propuesto no escribir del avión. Ni del avión, ni de los muertos, ni del tratamiento de la información, que he seguido a cuentagotas y cuando no me ha quedado otro remedio.
Cubrí otro accidente de avión. Hubo cuatro fallecidos. No sé en qué han cambiado las cosas, pero yo sólo le enchufé la cámara de televisión a la jefa de prensa de Binter Mediterráneo. Bueno, sí: sé en qué han cambiado las cosas. Qué coño no lo voy a saber.
Primero, entra en juego la disposición del periodista. Como yo estaba en un trabajo de mierda que no me gustaba absolutamente nada, me daba exactamente igual perderlo. Y como yo no tengo estómago para entrevistar a ningún familiar, dije que no lo iba a hacer. Tampoco insistieron más. Porque era una agencia de prensa. Si llega a ser cualquier otro programa de televisión, no es que insistan: es que el despido es procedente.
(Siempre personalizo, pero esto se puede aplicar a cualquier periodista).
Cuando un jefe de emisiones decide levantar una programación, el problema es que hay que rellenar. Y se rellena con lo que haya. Las historias de todos y cada uno de los muertos, de sus familias, de quienes cogieron un avión más tarde, de quienes cogieron el mismo avión antes o después, el pueblo del último quemado y las historias de los niños y el club al que iban a nadar y la parroquia en la que reza la abuela. Porque hay unas horas de programación que cumplir. Y se despliega "un amplio dispositivo" (que con lo del amplio dispositivo me pasa como con las armas de destrucción masivas: que no me entero de lo que son) en cada pedanía donde haya un abuelo del tío del primo de un fallecido para que nos cuente lo consternado que está.
Y se especula. Hostias que si se especula. Que si el avión estalló antes, que si estalló después, que estaba mal, que no estaba mal. Se saca la opinión de un ingeniero aeronáutico y se dice: "los expertos opinan". Toma ya. Se dan noticias sin citar las fuentes. Se dice "fuentes próximas a la investigación" -no hay "fuentes próximas a la investigación": o se investiga o no se investiga, pero no puedes dar por válido un testimonio del amigo de un poli que investiga los hechos-, se dan como verdades absolutas suposiciones de familiares rotos de dolor y la gente allí. Pegada a la tele. Porque si no se hace eso, luego se critica que TVE pusiera el partido de turno de las Olimpiadas. Que vamos a ver en qué quedamos.
Cuando uno va a entrevistar a las víctimas, eso sí te lo digo yo, a no ser que sea un morboso hijo de puta, va obligado. Que no digo yo que no haya periodistas a los que les ponga, oye, meterle la cámara hasta la última lágrima y montar una pieza así. Pero, a poco que tenga uno algo de empatía, que es indispensable para una profesión en la que, en teoría, tienes que adoptar un punto de vista -que suele ser, y mejor que sea así, el del débil y el de las víctimas, aunque esto a muchos se les olvida-; a poco que tenga uno algo de empatía, digo, lo que tiene ganas de hacer es dar un abrazo a un desconocido y dejar que llore. Pero hay un espacio por rellenar y, lo más importante, esas imágenes y esas declaraciones LAS VA A TENER TODO EL MUNDO, así que tu jefe considerará que eres un mal profesional si no haces tu trabajo y le metes el micro hasta la campanilla a quienes acaban de perder a sus hijos o a sus padres o a sus mejores amigos. Y mientras más lloren, para que se vea la magnitud de la tragedia, mejor. Y si no lo haces, puerta, porque estás en una productora y hay tropecientos mil más esperando.
Porque hace mucho tiempo que el periodismo, la tele, o no sé quién, acabó con la maravillosa frontera entre lo público y lo privado. Ésa es una de las causas, yo creo que la más importante.
Ahora, lo bueno es cuando interrumpen las noticias del avión para poner un anuncio de Coca-Cola. Happy happy. Chapeau.
Y ea, que ya he escrito sobre el avión lo suficiente.
Un beso, niño.
Gracias por tu comentario. Sólo por tener aquí la opinión de alguien desde dentro de la profesión, y con un sentimiento de ella distinto a lo común, ha merecido la pena hablar de lo del avión.
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