domingo, febrero 28, 2021

Mujer

En una personalísima crónica publicada hoy en El País Semanal, Juan José Millás ha vuelto a escribir sobre Nevenka Fernández y aquel caso de acoso sexual —o violación, aunque los términos en materia legal sigan siendo distintos. «Esta es la historia de una mujer sensata que cuando se dio cuenta de que todo lo que le habían contado era mentira, fue al juzgado, denunció los hechos y lo puso todo patas arriba», dice Millás, que ya publicó en 2004 el libro Hay algo que no es como me dicen sobre la experiencia de la joven concejala de Hacienda y Comercio del Ayuntamiento de Ponferrada que, en marzo de 2001, denunció al alcalde del Partido Popular, Ismael Álvarez, por acoso sexual y laboral. Dicen los medios que el caso Nevenka es la historia de una mujer que estuvo en entredicho y la de un acosador que, a pesar de la condena, no perdió en ningún momento el apoyo de su partido —Ana Botella, la esposa del presidente Aznar, entre otras destacadas personas— y de una sociedad que sigue considerando a la mujer como un objeto al servicio del hombre. Yo he estado hoy con una mujer admirable, y al llegar a casa, cuando he leído la crónica de Millás, he vuelto a acordarme de mujeres que conozco y de otras muchas que no conozco. A pocos metros de donde vivo, con esa misma persona admirable tomé una cerveza hace ya bastantes semanas —pasa el tiempo—, cuando también aquí leí otra crónica de Álex Vicente sobre una conversación con el autor de Hombres justos, Ivan Jablonka (Anagrama/Libros del Zorzal, 2020), en la que se hablaba de la masculinidad descarriada, del patriarcalismo del que algunos hombres queremos estar al margen, y de cómo se puede refundar la virilidad para hacerla compatible con la igualdad de género. A aquel bar llegó un individuo con una mirada insultante. Era uno de esos tipejos feos y barrigones que llenan el lugar que invaden con su autoridad y displicencia, y su mirada obscena y guarra hacia una mujer atractiva, a la que no se atrevió a decir nada porque estaba conmigo. Fue el 5 de diciembre del año pasado, y hoy me he acordado al leer el texto de Juan José Millás, a quien también escucho las mañanas de mis domingos en A vivir que son dos días (Cadena SER). Qué cosas. Qué lamentable.

sábado, febrero 27, 2021

Centroeuropa (y III)


«Con el descubrimiento del cuerpo del primer soldado comenzó la historia, pero lo que deseo escribir no se entenderá bien a menos que retroceda unas horas y me remonte a mi angustiosa entrevista con el alcalde Altmayer. ¿O quizá debería ir más allá y recuperar los tristes días de Maguncia? Ruego al posible lector que perdone mis titubeos al exponer, pues estos recuerdos constituyen el primer texto largo que me he propuesto redactar, y el pasado es tan ancho, largo y profundo que escoger como punto de partida cualquiera de sus partes constituye, en cierta manera, una impostura. Nada empieza en un punto exacto. Nuestra vida no comienza del todo en nuestro nacimiento.» (pág. 11). No es el comienzo de la novela —que ya transcribí aquí abajo—; pero también está en su primera página, que me parece memorable. (Qué importancia tienen los principios de las novelas importantes). Desde ese momento hasta la última voluntad de quien nos habla durante todo el relato, el lector empatiza con esa voz y se convierte en uno más de la comunidad a la que llega el personaje y que lo acoge. No sé cómo se consigue eso, pero Vicente Luis Mora en Centroeuropa lo ha logrado. Puede ser por la elección de esa primera persona que, sin aparentes pretensiones, nos atrae de tal modo que lo único que deseamos desde las primeras líneas es que a Redo Hauptshammer le vaya todo bien en sus empeños. Simpatiza uno con quien cuenta y con quien contabiliza (págs. 171-181), pues esta novela, entre otras cosas, contiene el relato de un recuento, de una enumeración, de una numeración incluso, de una disposición de elementos en la que se basa su significado, como se pondrá de manifiesto en su final. Quiero decir que en el texto de Centroeuropa la noción de lo creciente es esencial para sostener su sentido. Por eso, con el descubrimiento del primer soldado comienza la historia, y no será el único. Claro. Yo, después de lo mucho leído y conocido, considero que la singular preocupación de Redo, y su tarea, es una transposición de lo que representa la dedicación del autor en su intención de construir un relato bien pensado, y que sugiere tanto. Intentar cavar primero y luego labrar un terreno como el que se afana en sacar de la página en blanco algo que acaba siendo tan impensado como provocativo para seguir en el afán de vivir. De escribir. Así, los personajes y las situaciones —nada pues, de novela histórica—, se ponen al servicio de expresar cómo una narración —creo que de ese modo ha venido siendo siempre en las novelas con vocación inconsciente de ser grandes— lo contiene todo, lo real y lo fantástico, como si cada uno de los personajes nos llevase a un lado o a otro, los que conforman la realidad fantástica de la lectura. Será esta una manera torpe de recomendar un libro así, que me ha incitado a conocer las casi mil quinientas páginas de Antes de la tormenta, de Theodor Fontane (Pre-Textos, 2017), en traducción de la germanista Helena Cortés Gabaudan, a quien va dedicada Centroeuropa. Y «Para Virginia», escribe Vicente Luis Mora antes de las citas —también una de Fontane— y de lo de «Varón, prusiano, soldado húsar y congelado». He disfrutado y he aprendido. Qué más se puede pedir.

martes, febrero 23, 2021

La llama

Reviví el domingo lo vivido el viernes 19. Sigo con vocación de encierro hasta que esto no termine de pasar del todo. Casi siempre salgo solo, como solo estoy en casa. A veces, muchas veces, pesa mucho este estar solo sin nadie; aunque todas las semanas viene P., con el que como y hablo, sobre todo, de lo que le preocupa. Otras, disfruta uno con dejarse envolver por la música a un volumen que, sin ser exagerado, resultaría inconveniente a cualquiera; o ensimismarse en la lectura de un libro que cautiva. A cualquiera también, estoy seguro. Lo del viernes fue curioso. Estaba escribiendo sobre los poemas de Julián Rodríguez que se publicaron en Nevada (Sevilla, Renacimiento, 2000) para un libro en homenaje que se editará aquí, en Extremadura, y con uno de ellos delante, «Maximilian Kolbe», que remite al del mismo título del poeta Dick Davis sobre el fraile franciscano polaco que quiso morir en Auschwitz, donde estaba prisionero —«que no me venzan / el dolor, la ansiedad, el desconsuelo», del poema de Julián— para ponerse en el lugar de un desconocido. En eso estaba cuando escuché en la radio el nombre de Maximiliam Kolbe dicho por Jorge Barriuso en su programa La llama, de Radio Clásica —las noches de los viernes, de once a doce, con Andrés Romero en los controles. Hasta ese momento no me había percatado de lo que estaba escuchando —prueba de que estaba concentrado y de que también el medio ambiente sirve para algo cuando se sale del ensimismamiento—; pero anoté el momento para recuperarlo entre las grabaciones prodigiosas del archivo casi inmediato de la radio. Fue el domingo. Barriuso entrevistaba a un escritor guatemalteco del que no he leído nada: Eduardo Halfon (1971). Es autor de un buen número de obras y ha publicado en Libros del Asteroide novelas como, entre otras, El boxeador polaco (2008), Monasterio (2014), Duelo (2017) o Canción (2021), que es la que más ocupó la entrevista del programa. Leo que la obra de Halfon ha sido traducida al inglés, alemán, francés, italiano, serbio, portugués, holandés, japonés, noruego, croata y turco; que en 2007 fue nombrado uno de los treinta y nueve mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá; que en 2011 recibió la beca Guggenheim; que en 2015 se le otorgó en Francia el Premio Roger Caillois de Literatura Latinoamericana; y que en 2018 recibió el Premio Nacional de Literatura de Guatemala, el mayor galardón literario de su país natal. Jorge Barriuso conversó con él, que hablaba desde Francia, donde actualmente reside. Y fue casi al final de la entrevista cuando culminó el corte musical con la referencia a la banda sonora de la película Maximilian Kolbe, del polaco Krzysztof Zanussi (1991), que vi, a golpe de tecla, ese domingo, y en la que el personaje de un fugado del campo de exterminio lo interpreta el Christoph Waltz que fuera luego nazi caza judíos en Malditos bastardos de Tarantino. Casi al terminar la película alguien dice que «no existe amor más inmenso que el de aquel que da su vida por otros», y yo me quedé pensando en lo cómodo que es escribir sobre estas coincidencias. Nuevamente.

Marchena

No es habitual encontrar en la prensa diaria noticia o mención de algo relacionado con la materia de mis clases cuando estas atienden a la literatura española del siglo XVIII. El primer sábado de este mes leí con gusto en Babelia un texto de Juan Francisco Fuentes titulado «Abate Marchena, fama y leyenda», con dedicatoria a la memoria del hispanista Jean-René Aymes; pero dedicado a recordar la singular figura del escritor y político revolucionario José Marchena (Utrera, 1768-Madrid, 1821), de cuya muerte se han cumplido —el pasado 31 de enero— doscientos años. El artículo de Fuentes no solo volvió a traerme uno de esos nombres destacados de un período tan sugerente como el que va desde el reinado de Carlos III hasta el Trienio Liberal. Me trajo el recuerdo de uno de mis primeros congresos como meritorio, en el que estaba alguien que yo consideré en ese momento discípulo de Antonio Elorza, que también estuvo en aquella reunión, y que poco después publicó un libro en la Serie General de Temas Hispánicos de Editorial Crítica, con cuya cubierta ilustro esta entrada. También vino ese sábado el recuerdo de cuando no existía Google Books y tuve que encargar fotocopias de las Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia o Colección de los trozos selectos de Poesía, Elocuencia, Historia, Religión y Filosofía moral y política de los mejores Autores Castellanos… (Burdeos, Pedro Baume, 1820), de Marchena, cuyos dos volúmenes resultaron seis, encuadernados en cartulina a tamaño folio, y que conservo. A una cara. Y también el recuerdo de mi participación en la publicación del libro de Jesús Cañas Murillo La obra poética de José Marchena. Entre la teoría y la práctica (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2010), introducción a un apéndice con los poemas del autor y una bibliografía selecta. Escribe Fuentes sobre el mal llamado «abate» Marchena —para confundir y zaherir por su relación con el pensador Enmanuel-Joseph Sièyes— que su «pensamiento político, económico y filosófico tuvo más matices y recovecos de lo que podría sugerir su fama revolucionaria». Sí, por eso debería ser leído y estudiado. Yo sé de su liberalismo económico; pero me encanta su anticlericalismo hasta que dejó de serlo. Ayer me acordé de esta entrada pendiente cuando leí un artículo sobre el 23-F del estudioso de Marchena, de Juan Francisco Fuentes, y autor del libro 23 febrero 1981. El golpe que acabó con todos los golpes (Taurus, 2020). Menuda barbaridad aquella de hace cuarenta años que hay que recordar. Y hoy también he pensado a propósito de lo que sucede en la calle en que no se puede meter en la cárcel a nadie por ser gilipollas.

viernes, febrero 12, 2021

Cosas impresas

Sigo fascinado y casi sin palabras desde que tengo un ejemplar de las Felicitaciones japonesas. Surimono: pintura y poesía. Edición de Javier Alcaíns. Traducción de Eiko Tomita (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2020), que se presentaron en Cáceres el pasado 16 de diciembre. El formato es imponente (32 x 30 cm.) y la edición fastuosa, impresa con esmero por Tecnigraf Artes Gráficas de Badajoz con los rasgos del gusto editorial —letra Ibarra, papel ahuesado de alto gramaje…— del Javier Martín Santos editor que está detrás, que vuelve a ofrecernos una sublime demostración de su amor por la palabra y la imagen juntas sobre el precioso objeto que es el libro. Ojalá llegase algo así a las altas esferas que convocan premios nacionales de edición. He mirado en las anteriores convocatorias y una editorial institucional puede presentarse, como cualquier otra, a una de las que se publican todos los años. En este caso, es admirable que un sello público, regional, haya llevado a cabo un producto impreso de esta calidad y con este primor, y a un precio tan coherente con el sentir no lucrativo de los bienes públicos. Treinta y ocho euros por una joya que suma a su realización formal un contenido soberbio. Ya transcribí aquí la nota de edición en la que se decía que estos surimonos son cosas impresas llevadas a un alto nivel de arte. En aquel momento, yo no tenía el libro delante; y ahora estoy deslumbrado con él, con la primera monografía en español que cataloga, muestra, traduce y comenta imágenes y textos tan atractivos para un lector de hoy y de aquí. El trabajo es admirable, por la filiación precisa de los autores, por la localización de las piezas —Rijksmuseum de Ámsterdam, Chester Beatty Library de Dublín, Metropolitan Museum of Arts de Nueva York, Museum of Fine Arts de Boston, Harvard Arts Museum de Cambridge, Massachusetts, y Museum für Gestaltung de Zurich—, por los textos preliminares sobre el contexto histórico en el que se produjeron los grabados, las estampas, los calendarios, los surimonos como tarjetas de felicitación del Año Nuevo, sobre la expresión verbal del kyoka, el poema loco —tankas y haikús—, sobre la ilustración o los temas de este festín para los ojos. Me parece otra de las genialidades salidas del magín y de la pasión de Javier Alcaíns, que escribe sobre una de las ilustraciones de Katsushika Hokusai (1760-1849): «Uno de los temas más recurrentes de Hokusai fue el monte Fuji. En esta ocasión, la vista está tomada desde el lago Ashinoko, del que se ve una parte, con algunas casas cerca de la orilla. Realizado después de 1830, cuando empezó a importarse el azul de Prusia presente en la falda del monte y en otra elevación más lejana, este grabado puede ser contemporáneo de su famosa serie Treinta y seis visitas del monte Fuji. Aunque la estrofa habitual en los surimonos es la tanka, de treinta y una sílabas, en esta ocasión los poetas han preferido el haiku, de diecisiete». La alondra canta / en lo alto del cielo quiere / competir con la cima del monte (Keika). El Fuji en primavera: / su falda brumosa impresionante, / como envuelta en una tela de rayas (Nikyo)». La pongo aquí abajo. En estas notas, como en la que Alcaíns escribe sobre uno de los mejores creadores de surimonos, Ryuryukyo Shinsai (1799-1823), alumno de Hokusai, se aprecia cómo disfruta el artista y escritor extremeño con lo que hace. Dice para rematar la reseña de ese autor: «Registros oficiales de la época nos informan de que fue padre de familia». Ojalá puedan hacerse con un ejemplar de esta delicia, que espero llegue cuanto antes a muchos, porque merece la pena. Yo ya he regalado uno, y estoy tardando en regalar más.



jueves, febrero 11, 2021

Inspiración

Esta noche he apurado entre piedras la hora del toque de queda. Solo he visto a una pareja intramuros, y fuera, muy pocas personas, recogiéndose como yo. Todo cobra una apariencia distinta en este tiempo que estamos viviendo. A través de las cristaleras de la cafetería de mi hotel vecino he visto a dos clientes sentados tomando algo y me ha parecido que aquello era una pecera de la que no podían salir y que yo solo podía contemplar desde la calle, como un turista que se asoma a una atracción de acuario. La fotografía de la salida hacia el Arco de la Estrella me ha llevado a escribir esta entrada. No sé por qué. Quizá por esta conciencia de tener la inspiración vicaria de otras fuentes. De una imagen que expresa bien lo que yo siento por esta ciudad que piso, o de un texto que dice mucho mejor que yo lo que quiero escribir. Hoy, como tantos días, debo a la prensa mi falta de inspiración. No se me ocurre nada porque todo me lo traen las páginas diarias. El otro día, el sábado, fue un artículo sobre un autor del siglo XVIII al que quiero dedicar un próximo apunte, y hoy la columna de Luz Sánchez-Mellado (‘PCRacia’); que sí, por fin, me ha parecido importante porque fotografía una realidad sin burla disimulada.

martes, febrero 02, 2021

Literatura actual

Hoy en clase ha surgido el nombre del escritor nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942). Lo mencionaba Juan Cruz en una reseña que se publicó el sábado pasado en Babelia del libro de Michi Strausfeld Mariposas amarillas y los señores dictadores. América Latina narra su historia (Debate, 2021), y que he compartido con mis alumnas. Porque hablaba de los grandes del boom y de algunos autores que vamos a leer este cuatrimestre (Octavio Paz, Juan Rulfo o Carlos Fuentes), y porque me ha gustado que Strausfeld reivindique los nombres de las mujeres que también contribuyeron a dibujar el mapa literario iberoamericano, como Elena Garro, Rosario Castellanos o Elena Poniatowska, entre otras de generaciones posteriores, y que yo todavía no he programado en mis cursos. Ya he pedido el libro para nuestra biblioteca. Al mencionar el nombre de Sergio Ramírez he dicho que fue uno de los impulsores del Frente Sandinista que derrocó al dictador Anastasio Somoza, y que llegó a ser vicepresidente de Nicaragua (de 1985 a 1990), que ganó el Premio Alfaguara de novela por Margarita, está linda la mar (1998), y se me ha olvidado decir que en 2017 se le concedió el Premio Cervantes. Pero me he detenido en su actividad política y en cómo ha sido víctima de la persecución y represión de su antaño amigo Daniel Ortega, un revolucionario convertido en monarca absoluto, en caudillo, junto a su esposa, vicepresidenta de un país que tienen sumido en la pobreza y en el desvarío de una propuesta que hoy he leído en la prensa después de salir de clase: la creación de una Secretaría Nacional para Asuntos del Espacio Ultraterrestre, la Luna y otros Cuerpos Celestes. Así se lee en la crónica firmada en El País de hoy por Carlos Salinas Maldonado, que escribe: «Con la violencia del Gobierno contra cualquier voz crítica, un paro galopante, el golpe de los huracanes Iota y Eta y los estragos de la pandemia del coronavirus (cuya letalidad Ortega negó), los nicaragüenses luchan por sobrevivir en una economía de miseria, mientras en El Carmen, la residencia en Managua de Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, sueñan a lo grande». También he hablado esta mañana de las novelas de dictadores, y mira por dónde aparece hoy en la última de El País este delirio. Después de haber hablado también hoy sobre lo real maravilloso. Pura actualidad.

lunes, febrero 01, 2021

Por ti, febrero


 No he hecho una comprobación rigurosa; pero creo que los primeros días de mes suelo publicar una nota como para abrir lo antes posible su espacio aquí al nuevo tramo del año. He mirado que por ahí abajo hay varios primeros de febrero con nota, como esta, que quizá hoy esté más justificada por ser mi vuelta a clase casi después de un año. Tenía ganas. Sobre todo, porque ha sido presencial y segura. Ojalá todo vaya bien. He presentado la asignatura y he hablado de César Vallejo, con el que nos pondremos en las próximas horas. De sus Poemas humanos viene el título de esta entrada, del poema que empieza «Calor, cansado voy con mi oro, a donde / acaba mi enemigo de quererme». Hace un par de años estuve «Considerando en frío, imparcialmente», por parecido motivo, y ahora quiero escribir «pero me sale espuma, / quiero decir muchísimo y me atollo», y siento que de «disturbio en disturbio / subes a acompañarme a estar solo». No he sabido decir nada de esto en clase esta mañana. O quizá sí.

domingo, enero 31, 2021

confía en la gracia


No puede uno afirmar que ha terminado de leer un libro así. Todavía queda mucho. Entre otras razones, porque si me detengo en un poema como «enumera amenazas, todas probables, antes / que en pared rocosa estrelle el vuelo […]» podría quedarme a vivir en él —«el poema es en sí mismo soledad»—. Lo he leído, sí; pero nunca cerraré mi lectura. Siempre vuelvo sobre lo que importa. Cada uno de los poemas de este libro es una inmersión en el lenguaje poético más exigente. Su autora los llama «mecanismos verbales complejos atravesados por la vida y depurados por su propia materia y por el tiempo» en un texto «Liminar» en el que dice que «Escribir es agradecer. Envejecer es bueno.» Aunque no haya numerado esta entrada, ni que decir tiene que no he terminado de escribir sobre este libro. Ya dije aquí: «Ya habrá ocasión de seguir hablando de la palabra de Olvido García Valdés».

sábado, enero 30, 2021

Centroeuropa (II)


Aunque esta novela ha tenido un eco considerable —textos críticos en forma de reseñas, entrevistas y conversaciones en diferentes medios a los que seguiré aludiendo aquí sin pretensión de ser exhaustivo—, creo que es de esas obras discretas y modestas —como el personaje protagonista que se dirige sin petulancia a quien llegue a leer lo escrito, y como este volumen comedido de ciento ochenta y una páginas— que suscitan fuentes secundarias a manera de ensayos como las grandes obras maestras. Pienso en las exiguas fuentes primarias que han resultado ser los textos de Rulfo y las comparo con la ingente producción crítica que han propiciado. Centroeuropa como narración, como artefacto literario, merece un análisis profundo de todos sus elementos, desde la recreación de un territorio —Oderbruch, junto al río Oder testigo de todo— que se estratifica en su superficie textual, hasta la construcción de un personaje —Redo, cuyo nombre remonta el del río— que sabe por dónde quiere llevar la escritura de su testimonio, en una historia en la que «los números y los detalles son relevantes» (pág. 22). Y mucho más. Con facilidad podrían escribirse con esfuerzo muchas más páginas que esas menos de doscientas de Centroeuropa en su exégesis, su comentario; simplemente en el intento de expresar la impresión de su lectura. Ojalá que esa llegue por el reclamo de la cuarta de cubierta con la que ilustro esta segunda entrada. Está muy bien. Y ojalá que esta novela siga generando el interés que han mostrado lectores como Pepe Jurado en Onda Cádiz desde la Fundación Carlos Edmundo de Ory, que nos brindó esta conversación sobre la historia de Redo Hauptshammer, «nacido en un burdel de Viena en algún momento de la agonía del siglo XVIII» (pág. 13). Me gusta que un texto leído sin casi ningún referente se haya convertido en el núcleo desde el que han surgido otros muy diversos textos. Entre ellos, uno de Vicente Luis Mora en su blog —que recomiendo no leer antes de la lectura de la novela; como hago con mis alumnos cuando tienen delante cualquier edición con su introducción y con sus notas—, que clarifica una parte de lo que es Centroeuropa y mucho de la manera de escribirla su autor, alguien con una capacidad de trabajo asombrosa y que se toma muy en serio todo lo que hace. Es un escritor que incluso tiene en cuenta a lectores «obsesivos y académicos» como yo, a quienes nos regala con ese «Cómo está escrita Centroeuropa». En esa declaración sobre su propia obra enumera las constricciones que se impuso: la compositiva, la lingüística, y la estructural.  Centroeuropa es un relato aparentemente realista pero lleno de imaginación, simbolismo y fantasía, y sobre él desvela su autor en su anotación que al «seguir la ley de complejidad creciente, las tramas secundarias se entreveran y los recursos estilísticos y temporales se diversifican. Estas reglas numéricas y/o de progresión geométrica afectan a otros elementos de la novela», y ahí es cuando dice que prefiere dejar eso para lectores como yo. Y luego pone un ejemplo del capítulo segundo: «el primer enunciado (entendiendo por tal, con el lingüista Teudiselo Chacón, el «segmento más o menos largo de la cadena hablada entre dos pausas de la comunicación») tiene una sola cláusula o periodo sintáctico; el segundo enunciado, dos; el tercero, tres; el cuarto, cuatro, y así hasta los 18 periodos, frases (si tienen estructura oracional) o cláusulas, flexiblemente entendidos, que componen la parataxis del último párrafo/enunciado. He dejado pistas numéricas en los 18 para facilitar al lector la sospecha». Por eso, espero que nadie se pare mucho en esto si no ha leído novela tan admirable para los obsesivos como Centroeuropa. 

miércoles, enero 27, 2021

Centroeuropa (I)

Sabía que como no escribiese a su debido tiempo sobre esta novela se me iba a venir encima un aluvión. Suele pasarme. Entre otras cosas, porque no tengo ninguna necesidad de ser el primero en nada. Debí escribir aquí inmediatamente después de releer Centroeuropa, de Vicente Luis Mora (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2020). Digo releer porque la leí antes de su publicación y tuve que ser uno de sus primeros lectores, después del jurado del Premio Málaga de Novela, que la premió en diciembre de 2019, y del círculo más cercano a su autor, cuya confianza agradezco. La distancia que hay entre el gusto por la lectura en un volumen como el que Galaxia Gutenberg lanzó —confinamiento mediante— en el verano de 2020, y el mecanoscrito con el título Oderbuch [sic] y el lema «Meister», es grande, en favor del placer de tener entre las manos el libro hecho. Desde que lo tengo, a finales de agosto, hasta ahora, han pasado muchas cosas, y una de las últimas es que el viernes 22 de esta cuesta de enero de verdad volvía a leer algunos pasajes de la novela de Vicente Luis Mora para escribir aquí con la columna al lado de Juan José Millás que ese día publicó El País. Son cosas mías, porque casi seguro que Millás no ha leído Centroeuropa, que comienza así: «Varón, prusiano, soldado húsar y congelado. Ése fue el primer cadáver que hallé al excavar la tierra helada para dar sepultura a mi esposa». La pala, la nieve, el hielo y los muertos de Centroeuropa se me vinieron a la mente cuando leí la columna consuetudinaria del consuetudinario Millás. A estas alturas, de Centroeuropa, y con mucha razón y fundamento, se ha dicho mucho. Carlos Zanón publicó en Babelia una reseña (31 de octubre de 2020) en la que decía que la «única posibilidad de que Centroeuropa no esté entre lo mejor del año es que quien confecciona esas listas, lisa y llanamente, no se haya leído este libro fascinante y loco». Antes, Guillermo Busutil había escrito en La Opinión de Málaga que la novela era «una sobresaliente metáfora sobre la identidad individual frente al destino natal; la imposibilidad de hacer invisible el horror y los cambios que propiciaron las revoluciones que dieron lugar al absolutismo ilustrado de la obediencia civil, promulgado por Carl Gottlies Svarez, y al despotismo económico burgués. De fondo, la madre María de Europa y el romanticismo de Schiller y Goethe». Son para mí muchas referencias a la vez para un texto de extraordinaria sencillez aparente y de sutil hondura, cuya esencia es otra, muy distinta a todo lo que tenga que ver con lo que se conoce como novela histórica. Es una gran novela contemporánea que se apoya en la emulación de un lenguaje de otro siglo —el XIX— sin que se note. De otro sitio, tengo que Centroeuropa es una «novela perfecta, redonda, exquisita. Con la fuerza de la tradición oral y la arquitectura ficcional a la que este autor ya nos tiene acostumbradas. Una novela hermosísima […]». Soy partidario, y no puedo estar más de acuerdo. Me considero un lector predispuesto. Soy de esa especie que lo primero en lo que piensa cuando lee es en el esfuerzo que habrá llevado lo escrito, sin parar mientes —hasta poco después— en su calidad. Eso limita mucho mi capacidad para hacer una crítica cabal de lo que leo, dado que, en el caso de verme obligado por encargo a escribir sobre lo escrito, tiendo a disculpar los errores más que a fustigar a quien los comete. Así que escribir mi admiración por lo leído yo creo que no tiene el efecto benéfico y admirado que al autor le llega cuando el que lee es crítico feroz o, al menos, crítico e inteligente.

domingo, enero 24, 2021

El quiosco reductible

Mi reiteración no es más que un lastimoso veredicto y pone fecha a la inconcreción de lo que escribí sobre que los quioscos «pronto serán tan solo un recuerdo». Mi quiosco irreductible ha cerrado por voluntad propia. No pudieron con él en noviembre y en los primeros días de enero se vio venir lo peor después de veinticuatro años —de los que he vivido dieciocho— que han terminado con un motivo falaz que me hizo creer que este final no era más que un merecido descanso. Aunque hace más de una semana tanto B. como G. me contaron que la situación era insostenible, y que habían decidido cerrar y jubilarse, la constatación de todo la viví esta mañana en una escena distópica. Al volver del paseo con mi hijo y sus perros cerca del Olivar Chico de los Frailes y de comprar mis periódicos a mi nuevo proveedor (P.), en una plaza vacía y espectral, un conocido vecino recogía en algunas bolsas junto a G. lo que B. les daba desde el interior del quiosco. Estaban sacándole las entrañas. Me saludaron todos como el que pide ayuda y me acerqué a preguntar. Entonces, G. me dijo algo que yo voy a traducir como «Alea iacta est», y, mientras hablaba enigmático de dos colores y de la Guerra Civil, comenzó a pasarme libros y deuvedés de colecciones como El franquismo año a año. Lo que se contaba y ocultaba durante la dictadura, de la «Biblioteca El Mundo», o como «Grandes Autores. Biblioteca de Literatura Universal» de El Periódico (Steinbeck, Cabrera Infante, Vázquez Montalbán, Delibes, Truman Capote…), algunos con un trocito de papel pegado con el precio (1 €). Ahora me duele la espalda por haber recorrido la poca distancia desde el quiosco hasta casa con tanto peso en los brazos. Al poner sobre la mesa del salón parte del botín me pareció estar ante las vísceras de un cadáver todavía caliente; y ahora creo que es justo que yo las tenga aquí para consumo propio. Mañana le contaré a P. lo de B. y G.
 


domingo, enero 17, 2021

P.C. (x 3)

«A lo largo de medio siglo la trayectoria poética de Pureza Canelo desde Celda verde hasta Retirada está presidida por un motivo: la autocrítica de la poesía y de la existencia». Así comenzaba el prólogo que escribió José Teruel para la antología Habitable (Antología poética, 1971-2018). Edición de José Teruel. Sevilla, Renacimiento, 2019 (pág. 7). Es así, y sigue siendo así. Conservo en una nota manuscrita en tinta azul la valoración de la autora de ese prólogo «magnífico, de referencia», y, en mi ejemplar una dedicatoria en la que Pureza Canelo me hace llegar con generosidad «el recorrido de una fe en la creación». La poeta de Moraleja siempre insiste en apuntar o llamar la atención sobre aquello que le importa sobre su escritura, y que yo creo que el lector, como no puede ser de otro modo, percibe y exalta. Lo hace algunas veces con paratextos que no están incluidos en el texto —¿serán exotextos?—, como el pequeño pósit que en mi ejemplar de Habitable me avisaba de que la sección inédita de «Aire donde estuvo una casa» hablaba sobre la casa familiar del pueblo, demolida. Se comprende. Se siente. El texto de Teruel es una síntesis muy bien hecha y muy difícil de hacer de una trayectoria poética tan dilatada como la de Pureza Canelo, una antesala de una selección muy incitativa a la lectura completa de otros libros. Ojalá volúmenes tan atractivos como el editado por Renacimiento puedan llegar a lectores que quieran ir más allá, a la lectura completa de obras capitales como Oeste (2013) o Retirada (2018). Algo de esa voluntad sumaria o recapitulativa, de una suerte de mirada hacia atrás con afán de hacerse presente y de proyectarse hacia lo venidero, o hacia los que vendrán, está en las otras dos novedades editoriales que con la firma de esta autora han aparecido el recién pasado año 2020, el que debería compartir con 2021 el marbete de «los años de la pandemia». Y que alguien me lo niegue. Lo de la casa de Moraleja no es baladí. Si la sección final de la antología de Renacimiento terminaba mirando hacia ella, el libro siguiente la lleva a sus primeras páginas en la imagen de una fotografía de Luis Méndez coloreada por José Mª Muñoz Reig, que, junto a Luis Canelo y a su hermana Pureza, componen un libro precioso, Poemas y otros nidos (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2020), una delicia nostálgica, sobre un tiempo pasado. Pero una delicia presente para quien quiera ver y leer, porque, en realidad, es otra recuperación de textos anteriores. Como Palabra naturaleza, otra espléndida edición a costa de la Fundación Ortega Muñoz, en la que, en mi ejemplar, también hay dedicatoria declarativa —«esta reordenación o nueva entrega fiel a una poética»— y también pósit —«Contextualizar lo imposible. P.»—. Es decir, que también sigue esa autocrítica de la poesía y de la existencia de la que hablaba José Teruel en su prólogo. En este caso, sobre una clave que une lírica y territorio en textos que van desde Celda verde (1971) hasta el citado Retirada y los últimos poemas dados como inéditos de ese Habitable (Antología poética, 1971-2018), en un libro bien cuidado de una colección supervisada por otros dos poetas, Jordi Doce y Álvaro Valverde. Este último ha escrito con mucho conocimiento sobre estas novedades de P.C., que yo triplico en estas líneas que espero que sirvan de eco justificado. Gracias sean dadas por estas lecturas. 

sábado, enero 16, 2021

Nueva ola

NOMEGUSTÓCUANDOVINOELCALORDEPRONTOCASISINQUERERLOYESTUVOBIENQUELAGENTEDISFRUTASEDELOQUELLAMANBUENTIEMPOCUANDOYAPODÍAMOSSALIRUNASHORASALDIALAVERDADESQUEESTÁBIENNOSÉESCRIBÍAQUÍUNTEXTOPARAUNAENTRADAASÍCOMOSIFUESEUNEJERCICIOTIPOGRÁFICODELILOUIPOPERECYESAGENTEPEROCUANDOESTÁBAMOSTODAVÍAENLAFASEDURAENLADELAINSISTENCIADEQUÉDATEENCASAQUÉDATEENCASAENAQUELLOSDÍASESTABALLOVIENDOMUCHOYSINEMBARGOAHORAHACEMUCHOCALORCREOQUEHAYDEMASIADAGENTEENLACALLEYYONOQUIEROQUEVOLVAMOSATRÁSNUEVANORMALIDADNUEVAHACEMUCHOCALORYLAGENTENOSABELOQUESEJUEGACONTODOESTOESTABIENTODOENTENDIDONOPASANADAYAHORAESTAMOSCOMOESTAMOSYLOQUEVENDRÁENENEROYYAENEROHAVENIDOYRECUERDOESTASLETRASJUNTASQUEESCRIBÍCUANDOPENSABAENUNANUEVAOLAQUELLEGÓCONELFRÍOQUEVINODEPRONTOYNOMEGUSTÓ.

lunes, enero 11, 2021

Viaje al sur con Marsé

Compré este libro el mismo día que se puso a la venta, el 27 de agosto de 2020. De modo que ninguna de las alusiones que hice blog abajo a esta obra póstuma de Juan Marsé se escribió con el libro delante, como hago ahora. Aquel día de agosto, El País dedicó una página con tres fotografías extraídas del libro firmada desde Barcelona por Laura Fernández, sobre la escritura y publicación de Viaje al sur. Fotografías de Albert Ripoll Guspi. Edición e introducción de Andreu Jaume. Barcelona, Lumen, 2020. «30 días en tren con Pijoaparte. Viaje al sur, el testamento literario de Juan Marsé, que se publica hoy, narra un periplo en 1962 que el escritor firmó con el nombre de su personaje más célebre» tituló y subtituló el periódico un texto que se apoyaba en una conversación con la hija del novelista, con Berta Marsé. No es tanto el apodo del inmortal personaje que se lleva al titular, sino su nombre verdadero el que lo justifica, pues el mecanoscrito de ciento cincuenta y cuatro hojas a una cara que Marsé envió a la editorial Ruedo Ibérico con el título de Andalucía, perdido amor, y que estuvo perdido durante años, llevaba como firma el seudónimo «Manolo Reyes». La «Historia de un libro casi perdido» la escribe Andreu Jaume, responsable de esta edición, en una introducción esclarecedora y deliciosa para los marsistas como yo. Jaume cuenta muy bien las circunstancias y azares felices que explican la recuperación de un libro así, que culminan en la consulta del archivo de Ruedo Ibérico adquirido por el Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, y en una conversación con el propio Marsé que es quien le puso en la pista de aquel título de Andalucía, perdido amor que finalmente resultó ser el libro que ahora se ha recuperado, como «la nerviosa historia de un rápido viaje, de una ilusión cumplida a medias, y, sobre todo, de un intento de comprensión para con un paisaje y unos hombres», en palabras del autor en su «Prólogo de 1963» (pág. 74). Me ha fascinado encontrarme con este Marsé inédito. Y me encanta leer cómo un investigador y profesor indaga, viaja, lee, envía cartas, visita archivos y pide favores para construir un libro así de importante. Eso es Viaje al sur. El viaje comenzó —y el texto de Marsé arranca ahí— el 29 de septiembre de 1962 en Sevilla y concluyó en Málaga el 26 de octubre de ese año. Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda, Rota, El Puerto de Santa María, Cádiz, Chiclana de la Frontera, Vejer de la Frontera, Barbate de Franco —«¿Acaso pensarán, como en la época medieval, que el simple nombre sirve para ahuyentar el mal y la miseria?» (págs. 207-208)—, Tarifa, Algeciras, Ronda, Marbella, Fuengirola, y Torremolinos son los otros lugares visitados. En todas estas estaciones se encuentran los rasgos característicos del Marsé reconocible en sus novelas posteriores, incluso el germen de lo que va a ser su gran creación Últimas tardes con Teresa (1966). En todas esas estaciones está la crónica sobre una España atrasada recogida en un blanco y negro muy familiar para los que la vivieron —y también todavía para los que nacimos en aquel año de aquel viaje—, y es una delicia leer este relato real enmarcado en una edición muy bien pensada, y complementada con un apéndice que contiene la «Correspondencia de Juan Marsé con los responsables de Ruedo Ibérico a propósito de Viaje al sur». Es un gusto. Me ocurre muchas veces cuando escribo aquí. Me entusiasmo tanto con lo leído que quito tiempo a otras tareas para escribir, aunque sea de esta manera atropellada y torpe, sobre lo que creo que merece la pena. La prueba clara de que necesito contar a alguien lo bueno que pasa. Naturalmente.

sábado, enero 09, 2021

La nueva Edad Media

En una entrada de mi diario del confinamiento, aún en el mes de marzo, recordé la lectura hace años —gracias a la recomendación de mi amigo Honorio Blasco— de un ensayo de Umberto Eco recogido junto a otros textos de Furio Colombo, de Francesco Alberoni y de Giuseppe Sacco— en el tomito titulado La nueva Edad Media (Alianza Editorial, 1974), traducido por Carlos Manzano. La pandemia y los millares de muertos, los toques de queda, los camiones atrapados en el puerto de Dover en Reino Unido sin poder volver a casa, la revuelta del trumpismo y el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, y el colapso provocado por la ola de frío, con personas aisladas ayer y hoy sábado por la nieve y servicios de emergencia sanitaria inmovilizados sin poder atender las urgencias, me han llevado a ponerme apocalíptico y a recordar aquel ensayito perspicaz y ameno del autor de El nombre de la rosa. Como dije, Eco alude a un libro de Roberto Vacca, Il Medioevo prossimo venturo (Una Edad Media en un futuro próximo), de 1971, y resume un tremendo «escenario» o «proyecto» de Apocalipsis: «Un día, en Estados Unidos, la coincidencia de un atasco en la carretera y de una parálisis del tráfico ferroviario impedirá que el personal de relevo llegue a un gran aeropuerto. Los interventores, sin relevar, vencidos por la tensión mental, provocan la colisión entre dos aviones a reacción, que se precipitan sobre una línea eléctrica de alta tensión, cuya carga, repartida por otras líneas ya sobrecargadas, provoca un apagón como el que ya conoció Nueva York hace unos años. Sólo que esta vez es más grave y dura varios días. Como nieva y las calles permanecen bloqueadas, los automóviles crean desórdenes monstruosos; los empleados de oficinas encienden fuegos para calentarse y se declaran incendios que los bomberos no pueden sofocar porque no pueden llegar hasta ellos. La red telefónica queda bloqueada a consecuencia del impacto de cincuenta millones de aislados que intentan comunicarse telefónicamente unos con otros. Inician marchas por las calles nevadas y llenas de muertos» (pág. 10). Umberto Eco continúa el relato de lo escrito por Vacca sobre un espacio urbano en el que los ciudadanos, a quienes faltan suministros, saquean tiendas y hacen uso de los millones de armas que hay en las casas americanas. «Cuando se restablezca la normalidad trabajosamente algunas semanas después, millones de cadáveres dispersos por la ciudad y el campo comenzarán a difundir epidemias y a producir nuevos azotes de proporciones semejantes a las de la peste negra que en el siglo XIV acabó con las dos terceras partes de la población europea» (pág. 10). La hecatombe será tal que el poder político y la justicia derivarán en sistemas autónomos, casi domésticos, las leyes y la propiedad tal y como las entendemos irán desapareciendo y transformándose de tal modo que lleguemos —sostiene Vacca— a una estructura feudal, en donde —escribe Eco— «las alianzas entre los poderes locales se apoyarán en el compromiso y no en la ley, las relaciones individuales se basarán en la agresión, en la alianza por amistad o comunidad de intereses» (pág. 11). No es mi propósito entrar en el análisis de las tesis de aquellos ensayos sobre los que ya han caído cuarenta y ocho años de divulgación, críticas y opiniones, un cambio de milenio y muchos hechos históricos de especial trascendencia; solo intento compartir la estupefacción por la suma de infortunios y la inquietud sobre un estado de las cosas que nos afecta a todos estos días en muchos puntos del planeta. Y, eso sí, aunque parezca extraño, desear una buena tarde de sábado al plácido abrigo de la casa frente a la intemperie.

jueves, enero 07, 2021

Postal de enero

Vuelvo a sacar la basura y a demorarme un rato en una plaza así antes del toque de queda. Como los bares están cerrados, hay mucha menos gente en la calle que estos días atrás. Quizá como señal de un próximo retiro, mi quiosco de prensa, después de años, ha cerrado en los primeros días de enero. La primera mañana me alarmé, por si hubiese ocurrido algo grave; pero la siguiente ya vi un folio impreso pegado en el cristal del frente con un «Cerrado por vacaciones» que me tranquilizó. Acudí al quiosco más cercano —hace años que cerró el de Maestro Sánchez Garrido, que vertía en la calle Pintores, y no hace mucho el de Obispo Galarza—, que está en el inicio del Paseo de Cánovas, en esa especie de parterre al que casi nadie echa cuentas del antiguo «Requeté» —aquel comercio tan propio ya desaparecido—, y la señora me dijo que pronto iba a jubilarse y que ya no vendía prensa. Tuve que ir a otro más alejado, aunque en esta ciudad no hay distancias inabarcables a pie. Supongo que mi nuevo quiosquero estará sorprendido por recibir la visita de un cliente insólito que le compra dos periódicos al día. Cada vez que voy pienso en ello. En que quizá pronto ni siquiera tenga la posibilidad de buscar, aunque sea lejos, un lugar para esta rutina añeja de recibir las noticias en papel. Hay muchos menos quioscos de prensa en esta ciudad desde que lo escribió José Ramón Alonso de la Torre hace un par de años. Ya no está el de la Avenida de Portugal y hace tiempo que desapareció el de Aurelio, en Rodríguez de Ledesma. No sé si el de la barriada de Pinilla pervive; pero no deja de ser inquietante que uno escriba sobre esto.

miércoles, enero 06, 2021

Día de Reyes

Una academia, decía Covarrubias, es —también— «la escuela o casa donde se juntan algunos buenos ingenios a conferir», lo que vale igualmente como junta o congreso de personas eruditas, como luego añadió el Diccionario de Autoridades. En academias o reuniones diarias desde la víspera de Navidad hasta el día de Reyes quiso organizar un tipo del siglo XVII, Antonio Sánchez Tórtoles, su conocida miscelánea El entretenido (1673), que recogió Bartolomé José Gallardo en su Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos. Desconozco por qué El entretenido. Primera parte. Repartido en catorce noches, desde la de la víspera de Navidad hasta la del día de los Reyes. Celebradas en metáfora de academias de verso y prosa, en que se obstentan varios asuntos muy provechosos y entretenidos se quedó en el día 2 de enero y no tuvo continuación hasta que en el siglo XVIII apareció, en la imprenta de Gabriel Ramírez en 1741, una segunda parte que se cerraba el día de Reyes, hecha por el escribano José P. Moraleja y Navarro. Estas misceláneas eran consideradas como «libros de diversión» y contenían artículos sobre muy diferentes materias. En la de Sánchez Tórtoles, junto a loas, fábulas, romances y relaciones en verso, pueden leerse textos sobre letanías o rogaciones, remedios para malcasadas y malcasados, recomendaciones sobre lo que debe hacerse con las criaturas luego que nacen, artículos sobre la gula y sus males, o una selección de citas de sabios como Plinio o Hipócrates presentadas como maravillas de la Naturaleza tocantes a la mujer. Me he entretenido en El entretenido dieciochesco, en la segunda parte, porque se cierra tal día como hoy, en la academia celebrada el 6 de enero, que comienza: «Las cinco serían, con corta diferencia, de la tarde seis de enero, cuando en la posada de don Ricardo no cabía la gente, que había concurrido a la fama de las Academias. Llegaron el presidente y los minérvicos caballeros; y estando dentro, y tomando cada uno su asiento, empezaron los músicos con un gustoso minuet, y al dejarlo, suplicaron dos madamas a doña Isabel cantase algunas seguidillas, acompañándose con el clavicordio y dos violines, porque querían bailar. Y habiendo obedecido aquella y salido las señoras con dos caballeros, cantó doña Isabel estas Seguidillas de adagios» que comienzan con «No te creo, aunque dices / mi bien te adoro, / porque dice un adagio: / No es todo oro.» Un juego de versificación que es lo más habitual en esta continuación de aquella miscelánea del XVII, que tenía más curiosidades de historia natural; un juego en el que insisten ejercicios como las «Redondillas con dos ecos» del final. Curiosidades  de ingenio literario. «Dice el sol de tu cabello, / bello, ello, ¿qué es lo que aguardo? / guardo, ardo, pues sin desdoro, / doro, oro para mis rayos». El autor cierra la crónica de la academia con lo siguiente: «Diole muchos agradecimientos la señorita a D. Crisanto por haber cantado tan diestramente, y por la extraña idea de los ecos de las redondillas, con lo cual se despidieron todos muy cansados del trabajo de aquella noche. Y yo también me despido por ahora, hasta que, dándome el Altísimo salud, y teniendo este libro buen despacho, te saque a luz otras muchas curiosidades entretenidas, que fueron asuntos en las siguientes Academias, que los referidos prosiguieron, que este es mi FIN». Lectura de un día de Reyes, entre otras.

martes, enero 05, 2021

Jacinto García Alonso

Triste noticia la que he recibido de un texto publicado por Isidro Timón en su muro de Facebook. Jacinto García Alonso (1934-2021) ha muerto. Robo, con su permiso, a Isidro la entrañable semblanza que ha publicado: «Se nos ha ido Jacinto García Alonso, duele. Jacinto fue empresario, pastelero –el mejor—, actor, escritor, representante de productos novedosos…, pero sobre todo un hombre culto, jovial, activo, generoso y buena persona, un buen amigo. Conservo regalos que me hizo a lo largo de los años: un tastevin de sommelier, un libro de su compañera de reparto Rosario Charro y el recuerdo de aquel roscón de reyes que me llevó a casa por sorpresa hace unos años, hecho por él y, por supuesto, el mejor que he comido en mi vida. En nuestra última conversación larga y presencial, después del confinamiento, me habló de su vida y peripecias. Recordó a su amigo Juan Margallo, que se fue a Madrid, a estudiar interpretación y trabajar como actor, el sueño de ambos, mientras él se quedaba aquí, en la pastelería a la que dedicó su vida y saber…, pero Jacinto era un hombre alegre y nunca abandonó su amor por el teatro, cuando iba a Madrid, con tareas comerciales, siempre asistía a los ensayos de sus amigos. En cuanto se jubiló, Jacinto fue habitual en los montajes de la ESAD Extremadura, como actor colaborador en los distintos proyectos de los alumnos. Yo disfruté mucho trabajando con él en una pequeña pieza en 2013. En esa conversación me contó cómo Juan Margallo le llamó, en cuanto supo de su jubilación, para hacer una sustitución en una compañía de Valladolid que Juan dirigía. Recuperó a su amigo y le regaló vivir su pasión desde lo profesional. Ese encuentro, la dedicatoria del libro que me regaló ese día, sin yo saberlo, eran una despedida […]» Y añado mi recuerdo admirado por alguien tan especial como Jacinto, a quien, por culpa de su ánimo y su pasión he tenido cerca en unos poquitos años —desgraciadamente— de mi vida. Todavía en las escurrajas del confinamiento, y gracias a ese ánimo y esa pasión por todo, le escribí con la complicidad y veneración con la que ahora me despido de un gran hombre.

lunes, enero 04, 2021

Patio en sombra


De un patio a otro. Que los beneficios de la venta de este libro vayan a parar a una oenegé como «Sonrisas en acción» dice algo de su autora. Que esta autora naciese y jugase en la Plaza de San Juan de Cáceres también. Pilar Bacas es una de esas personalidades de la sociedad civil cacereña que es imprescindible, y cuyas aportaciones a lo largo de muchos años al bienestar común han sido numerosas y de gran valor. Profesora, escritora, divulgadora, activista, historiadora, perteneciente a una familia de Cáceres notable e influyente en su configuración social en años cruciales del siglo pasado, Pilar ha dejado en esta novela, Patio en sombra (Madrid, Editorial Catriel, 2020), buenas porciones de su perfil, variado y rico. Está, por supuesto, la escritora; pero también la investigadora en documentación histórica, en este caso familiar —como cuando escribió con su tía sobre su abuelo León Leal (1881-1959) o cuando nos mostró quién fue el ingeniero naval Darío Bacas (1845-1913). Un pasado familiar que desempolva para montar en este libro una ficción basada en los hechos reales protagonizados por personas de su familia paterna, un sobrino de su padre que había estado en la cárcel por un turbio asunto relacionado con el estraperlo de harina en la posguerra. Patio en sombra es una especie de crónica o de transcripción íntima, de los adentros mentales de una burguesía acomodada en el franquismo. Los personajes toman la palabra para decir lo que no se atreverían a decir en público. Pilar Bacas, pues, les da voz y compone un carrusel que es la base técnica de su obra. Aquí está lo que a mí me interesa, sin menospreciar el relato de unos hechos de un tiempo tantas veces narrado y también desde vivencias cercanas. Pilar ha construido su historia en cuatro partes (I. A media voz. II. Presagios. III. En la línea quebrada. IV. Tiempo para la memoria.), en las que ha recogido cinco registros principales: Ventura Castro, que es un anciano de ochenta y cinco años ingresado en un hospital —ocupa el eje temporal de 1985— y que estuvo afectado por la historia remota de un inspector de Abastos, Alfonso Madrigal, casado con Madela López de Ribera, y con dos hijos, Moncho y Luchi, que se llevan unos cuatro años, y que son quienes intentan explicar sus vidas, desde su niñez y juventud, 1935 o 1939, 1940 o 1942, hasta los años noventa del siglo pasado. Así, el índice de esta novela sirve como una trama de fechas y nombres que se echa sobre la historia. Creo que Pilar Bacas resuelve bien, en general, lo que pretende; pero el gran escollo es un juego de voces que a veces no se distinguen estilísticamente ni por la edad ni por la personalidad, y en las que se nota mucho la presencia de un narrador omnisciente que se superpone a las diferentes primeras personas que van componiendo este interesante relato. Admirable, en cualquier caso, el empeño; y muy sugerente el patrón del personaje de la esposa y madre, de Madela, uno de los mejores entre todos; y muy sutiles algunas presencias —Delia, la criada, sí—, como la de Lorenzo. El patio en esta novela, triste y húmedo, y siempre en sombra (pág. 235), es el lugar del que parten los recuerdos de alguno de los personajes, y es el espacio en el que Pilar Bacas ha querido fijar esta manera suya tan personal de escribir sobre la memoria de lo suyo.