Sabía que como no escribiese a su debido tiempo sobre esta novela se me iba a venir encima un aluvión. Suele pasarme. Entre otras cosas, porque no tengo ninguna necesidad de ser el primero en nada. Debí escribir aquí inmediatamente después de releer Centroeuropa, de Vicente Luis Mora (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2020). Digo releer porque la leí antes de su publicación y tuve que ser uno de sus primeros lectores, después del jurado del Premio Málaga de Novela, que la premió en diciembre de 2019, y del círculo más cercano a su autor, cuya confianza agradezco. La distancia que hay entre el gusto por la lectura en un volumen como el que Galaxia Gutenberg lanzó —confinamiento mediante— en el verano de 2020, y el mecanoscrito con el título Oderbuch [sic] y el lema «Meister», es grande, en favor del placer de tener entre las manos el libro hecho. Desde que lo tengo, a finales de agosto, hasta ahora, han pasado muchas cosas, y una de las últimas es que el viernes 22 de esta cuesta de enero de verdad volvía a leer algunos pasajes de la novela de Vicente Luis Mora para escribir aquí con la columna al lado de Juan José Millás que ese día publicó El País. Son cosas mías, porque casi seguro que Millás no ha leído Centroeuropa, que comienza así: «Varón, prusiano, soldado húsar y congelado. Ése fue el primer cadáver que hallé al excavar la tierra helada para dar sepultura a mi esposa». La pala, la nieve, el hielo y los muertos de Centroeuropa se me vinieron a la mente cuando leí la columna consuetudinaria del consuetudinario Millás. A estas alturas, de Centroeuropa, y con mucha razón y fundamento, se ha dicho mucho. Carlos Zanón publicó en Babelia una reseña (31 de octubre de 2020) en la que decía que la «única posibilidad de que Centroeuropa no esté entre lo mejor del año es que quien confecciona esas listas, lisa y llanamente, no se haya leído este libro fascinante y loco». Antes, Guillermo Busutil había escrito en La Opinión de Málaga que la novela era «una sobresaliente metáfora sobre la identidad individual frente al destino natal; la imposibilidad de hacer invisible el horror y los cambios que propiciaron las revoluciones que dieron lugar al absolutismo ilustrado de la obediencia civil, promulgado por Carl Gottlies Svarez, y al despotismo económico burgués. De fondo, la madre María de Europa y el romanticismo de Schiller y Goethe». Son para mí muchas referencias a la vez para un texto de extraordinaria sencillez aparente y de sutil hondura, cuya esencia es otra, muy distinta a todo lo que tenga que ver con lo que se conoce como novela histórica. Es una gran novela contemporánea que se apoya en la emulación de un lenguaje de otro siglo —el XIX— sin que se note. De otro sitio, tengo que Centroeuropa es una «novela perfecta, redonda, exquisita. Con la fuerza de la tradición oral y la arquitectura ficcional a la que este autor ya nos tiene acostumbradas. Una novela hermosísima […]». Soy partidario, y no puedo estar más de acuerdo. Me considero un lector predispuesto. Soy de esa especie que lo primero en lo que piensa cuando lee es en el esfuerzo que habrá llevado lo escrito, sin parar mientes —hasta poco después— en su calidad. Eso limita mucho mi capacidad para hacer una crítica cabal de lo que leo, dado que, en el caso de verme obligado por encargo a escribir sobre lo escrito, tiendo a disculpar los errores más que a fustigar a quien los comete. Así que escribir mi admiración por lo leído yo creo que no tiene el efecto benéfico y admirado que al autor le llega cuando el que lee es crítico feroz o, al menos, crítico e inteligente.
miércoles, enero 27, 2021
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1 comentario:
La buena literatura, como es el caso, sabe esperar el tiempo que haga falta.
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