Diré de modo algo hiperbólico que las reacciones de quienes supieron que me iba a tomar mis primeros días de vacaciones entre Zafra y Sevilla, del 12 al 16 de agosto, fueron de desconcierto y casi de condolencia. La reacción lógica de quien solo piensa en el tiempo que hace sin reparar ni en la compañía ni en las esencias de la vida verdadera. Ahora me sonrío de tanta conmiseración por tan breve estancia en Sevilla la Chica y en la Sevilla de Adriano y de Machado. Y es que es difícil encontrar tanto discreto disfrute en lugares tan hermosos, tan buen trato, alimentos para el cuerpo tan suculentos y —que se fastidien los meteorólogos de pacotilla— tan buena temperatura. El baño de sevillanía a orillas del Guadalquivir tuvo el lunes su arranque en el concierto nocturno en el Real Alcázar de Antonia Fernández al cante y Riki Rivera al toque de una guitarra que sonó portentosa. Lleno absoluto en un jardín de ensueño. Salida por los Jardines de Murillo. Plaza de los Refinadores. Estatua de don Juan Tenorio. Callejeo nocturno por el barrio de Santa Cruz y fotografía —que todavía no he revelado— en el número 24 de la calle Ximénez de Enciso, donde nació mi abuela Laura Mejías Padilla (1903-1978). Arenal de Sevilla. Desde la terraza de mi sitio en la casa de R. y M., mis amigos, mi familia, que me acogen, la Giralda se asoma por el día y ha vigilado señorial las dos noches templadas que he pasado en una ciudad tan amable.
jueves, agosto 16, 2018
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario