Mi modesto homenaje al recién fallecido Henning Mankell (1948-2015) está en este libro; o, mejor, está en que este libro esté. Me explico. Lo compré para regalarlo a una fiel lectora de las novelas de la serie protagonizada por el inspector Kurt Wallander, ese personaje indeleble de «una humanidad desarmante», como escribe hoy en El País Juan Cerezo, editor de Mankell en Tusquets. Que Arenas movedizas sean las emocionantes memorias de alguien a quien se le diagnostica un cáncer en enero de 2014 fue determinante para decidir que aquel libro no era un buen regalo para alguien que esperaba leer una nueva entrega de las historias de Wallander. Pensé en devolverlo y descambiarlo por otro; pero me quedé con él. No me arrepiento, claro; y no descarto —además de comprar otro libro de regalo— la idea de que su primera destinataria haga una lectura gozosa y liberadora de este texto sereno y conmovedor —más hoy—, que termina con un capítulo titulado «Que no nos quiten la alegría».
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