lunes, octubre 19, 2015

El Alcalde de Zalamea


El sábado vimos en el reformado Teatro de la Comedia de Madrid El Alcalde de Zalamea de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) dirigido por Helena Pimenta. Reabre tras catorce años por obras de rehabilitación y me trae a la memoria el último montaje que vi allí, en la calle del Príncipe. Fue La vida es sueño dirigida por Calixto Bieito para la CNTC con Joaquín Notario como Segismundo y Nuria Gallardo como Rosaura. Temporada 2000-2001. Notario y Gallardo son, precisamente, dos de los actores principales de este nuevo Alcalde de Zalamea —el último de la CNTC fue el dirigido en 2010 por Eduardo Vasco con Joaquín Notario (nuevamente) como Pedro Crespo—, en los papeles de Don Lope de Figueroa y de Isabel, la hija del alcalde, encarnado por un excelso y admirable Carmelo Gómez. Cómo juega el tiempo sus cartas con nosotros y cómo el teatro quiere también jugar con él rejuveneciendo al labrador, viejo Pedro Crespo, al «anciano padre mío», al abrigo de cuyas «canas» su hija prometió sus años (jornada III, escenas i y ii). El alcalde Carmelo Gómez tiene el vigor necesario en el cuerpo y en la voz para reforzar la razón de su argumento sobre el honor como patrimonio del alma. Así lo ha querido Helena Pimenta, para afirmar —quiero yo— ese grito de justicia del drama de Calderón que denuncia el abuso del poderoso. Dos bancadas enfrentadas y un muro que es al principio de la obra el escenario de lo cotidiano —el juego de pelota— y que luego será el espacio sobre el que los personajes dejen un nombre, un signo de violencia, la huella de un tumulto..., los signos de su paso perturbador por la quietud de la villa extremeña de Zalamea, son los fundamentos escenográficos de una propuesta muy atractiva que envuelve el texto —muy bien dicho— de Calderón. Alguien podrá decir que los versos del poeta no necesitan envoltorios; pero si son como la música y los números cantados por Rita Barber —¡qué voz!— y las adaptaciones razonables de Álvaro Tato en su versión, entonces, el resultado es sobresaliente. Tanto como para hacer de esta vuelta al Teatro de la Comedia de la calle del Príncipe una fecha memorable. La sala estaba llena. Un vivo y prolongado aplauso al final. Casi unánime. Y es que desde la última fila de las impares se escuchó vociferar cuando acabaron las palmas: «—¡¡No me he enterado de nada!! ¡Lo único que han hecho es gritar!» El señor, mayor, con canas afianzadas, protestaba; mientras a su lado su mujer le tiraba de la manga como diciéndole: «—Cállate, cariño, calla».

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