La buena dicha de volver a tener un rato de charla con Santos Domínguez —en el nuevo doméstico lugar ameno del poeta— quitó peso a la tardanza; pues había pasado demasiado tiempo desde nuestro último encuentro. Retirado con sus libros y sus versos, Santos no participa desde hace mucho en la vida literaria de su ciudad —Cáceres—, que es también la mía. No se lo alabo; al contrario. Él se lo pierde, otros se lo pierden y todos perdemos. Desde hace años, su presencia es otra: la de un lector notarial que, diariamente, sin tregua, escribe en su blog sobre una parte de lo mucho que se publica; y la de un poeta que con frecuencia aparece en los medios como el beneficiario del primer premio de un certamen poético. Cuando estuve con él, hace ya tres meses, me regaló un nuevo libro de poemas, otro premio de poesía: El agua de los mapas (Talavera de la Reina, Colección Melibea CXX, 2012), Premio Rafael Morales 2011 en su XXXVII convocatoria (¡y parece que última!). Lleva años Santos Domínguez instalado en este modo de publicar su obra, que, sin embargo, no la hace luego fácilmente localizable para un lector de poesía que muchas veces mira con cierta prevención al autor que acumula premios de innegable valía y de injustificado poco glamour. Sea como sea, en muchos casos, es incomprensible que libros de extraordinaria calidad queden semiolvidados tras la primera foto en la prensa del premiado o del jurado. Es el caso de libros espléndidos como En un bosque extranjero (Premio Tardor, Aguaclara, 2006) o Las sílabas del tiempo (Premio Barcarola, Nausícaä, 2007). Y también de El agua de los mapas, del que no conozco ninguna reseña. En esta obra, Santos vuelve a demostrar que su mirada poética ha de ser tenida en cuenta. El mar es desde hace tiempo y en buena parte el escenario principal de su inspiración poética y parece que El agua de los mapas es una constatación celebrativa en el conjunto de su obra. Si «La tarde navegable», primera sección del libro, es la que mejor expresa el afán contemplativo y litoral del poeta, «Un rostro sucesivo», la última y más breve a manera de colofón, es una especie de compendio de la poética de Santos Domínguez que toma como símbolo el mar y su eterna sucesión. Es un libro de recomendable lectura en el que volvemos a encontrar al poeta adjetival y preciso en la expresión y en la construcción del poema, en el que uno vuelve a sentirse llevado por el mismo ritmo familiar ya conocido en otros libros de Santos; pero que —sabiduría de orfebre— no suena en ningún momento a gastado y reiterativo. Reiterativo como su mar de olas y palabras.
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