Me faltaba escribir aquí sobre el último de los «Tres extremeños en Hiperión», como tituló su artículo de Hoy Irene Sánchez Carrón —otra poeta de la misma casa— el domingo 12 del pasado mes de mayo. Desde que supimos que había logrado el Premio de Poesía Hiperión hasta que lo recogió el jueves 23 en Madrid, José Manuel Díez (Zafra, 1978) ha hecho todo lo posible para que su Baile de máscaras se difunda. Lo será próximamente en Cáceres. Y ojalá que aquí pueda ser el reunir en el mismo acto a los «Tres extremeños en Hiperión»: a José Manuel Díez —inapelable—, a Antonio Rivero Machina y a Basilio Sánchez. Ayer mismo el zafreño firmó ejemplares en la Feria del Libro de Madrid. Ahora que he leído Baile de máscaras en su formato definitivo como número 648 de la colección Poesía Hiperión, echo en falta algo: la sonrisa de José Manuel Díez. Me refiero a la fotografía de Laura Covarsí. Es la única muestra que hay del rostro del poeta; pero de su persona hablan mucho las «Acotaciones» finales en donde se ve la manera de ser de José Manuel Díez y esa sonrisa que le define, ese exultante dinamismo. Esa capacidad de relación, añado. Y es que en este Baile están convocadas muchas personas. Parece una obviedad en una obra compuesta por treinta y nueve poemas en los que se expresan voces —máscaras— muy distintas de la historia desde el siglo XIII hasta 2011. «El Altísimo Juan Sforza compone unos loores a su dama mientras César Borgia marcha sobre Pésaro» o «El Serenísimo Príncipe Ludovico Manin contempla el apogeo de la primavera» fueron y son poemas de un Guillermo Carnero que escribió y fundamentó el culturalismo como un procedimiento literario que él mismo ejerció en su poesía («Reflexiones egocéntricas. Cuatro formas de culturalismo», en la revista Laurel, 1, primavera de 2000). «Grabado de un palacio de Venecia que J. B. regaló a A. M. S.» reza el título de un poema del Museo de cera de José María Álvarez, en cuyo índice todos los poemas llevan la marca de lugar y fecha que en Baile de máscaras ha querido José Manuel Díez dejar como un tributo a ciertos poetas leídos. «La joven Elsa Brosnan defiende su belleza legítima frente al espejo de una habitación de hotel», «El cineasta René Clair y el fotógrafo Man Ray conversan sobre el ready-made frente a la tumba de Marcel Duchamp», «El jardinero Antonio Porchia descubre al poeta Roger Caillois una nueva forma de hablar con uno mismo», son títulos de algunos de los poemas del libro de José Manuel Díez. Son, los títulos, una evocación de aquel culturalismo; el homenaje a unas lecturas. Dichos así, serían ejemplos suficientes para adscribir los textos que titulan al culturalismo duro del que escribió Carnero —que distinguió también un culturalismo de baja intensidad, un criptoculturalismo y un culturalismo ficticio. Pero en el caso de José Manuel Díez no hay la voluntad de ruptura que hubo en su día en la generación novísima, por ejemplo. Al contrario. La voluntad del poeta es enormemente constructiva, incitativa, diría yo, a la lectura y evocación de situaciones —analógicas, sí— que van del poema amoroso al metapoético, de la confesión íntima hasta el alegato social. Un sugerente baile de máscaras convocadas con arte, sentido poético y entusiasmo.
1 comentario:
Magnífico libro de un magnífico poeta, a quien tuve el placer de saludar durante la presentación del poemario en Madrid. Las palabras de esta crónica, por supuesto, son de justicia.
Saludos.
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