Rafael Ximeno y Planes
A lo mejor en otro momento, si me vaga, me explayo sobre los motivos por los que compré y leí las Memorias de una mujer libre, de Nuria Amat (Madrid, La Esfera de los Libros, 2022). Uno de sus capítulos se titula «Escribe mucho y lee mucho» y coincidió su lectura con una clase en la que hablamos de escribir y de leer. Me acordé aquel día de que hacía años, mi colega —y entonces compañero de Facultad— Luigi Giuliani, a quien invité a mi curso para que hablase de crítica textual, preguntó a mis alumnos si tocaban algún instrumento. Lo hizo porque un poco antes había preguntado de quién era el verso «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada», final del soneto «Mientras por competir por tu cabello» de Góngora, y nadie supo responder. De las chicas y chicos presentes, J. había dicho que sí, que tocaba la viola; y Luigi le preguntó cuántas horas al día: «—Dos» —respondió. Entonces mi colega dijo que un profesional de la música puede tocar entre cuatro y seis horas diarias, y que quien quisiera dedicarse profesionalmente a la literatura debería leer algo equivalente, parecido número de horas. Aquello me pareció muy bien llevado al aula y una aproximación cercana a un ideal que un joven con pretensiones literarias no debería despreciar. Y ojalá que el leer mucho lleve a escribir mucho, aunque lo escrito no germine en nada perdurable. Pero habrá merecido la pena, como constaté el sábado 16 del mes pasado en Badajoz, en el encuentro de la Escuela de Letras organizado por la Asociación de Universidades Populares de Extremadura (Aupex), la Editora Regional y la Asociación de Escritores y Escritoras de Extremadura, en la Biblioteca de Extremadura, y en el que varias alumnas y menos alumnos de los talleres del pasado curso leyeron sus textos en público, con vocación sobrada y pudor disimulado. El que superó Víctor Valadés Paredes al preguntarme si yo era yo y presentarse. Me regaló su libro de poemas Conversaciones con Mariel (Amargord Ediciones, 2022), y supe que tenía ya dos libros más publicados en la colección Alcazaba de la Diputación de Badajoz, avalados por Manuel Simón Viola, su valedor desde sus estudios en el Claret de Don Benito, de donde es natural Valadés. Leí el libro condicionado positivamente por el gesto de su autor, y sobre sus «conversaciones» con alguien no explícito me reservo unos comentarios que le haré llegar. Fue otra de esas experiencias en torno a la literatura más satisfactoria y humana, que no siempre coincide con la más culta y cualificada, y que aporta una autenticidad a lo que uno lee muy de agradecer. De lectura van unas palabras de Cervantes que hace años fotocopié y pegué en un cartón que tengo en una estantería de mi despacho: «[…] que el ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres.» Son de las que dice Auristela a Sinforosa en el capítulo sexto del libro segundo del Persiles; que es la misma idea que está en la segunda parte del Quijote, en el capítulo XXV: «Ahora digo […] que el que lee mucho y anda mucho vee mucho y sabe mucho.», capítulo por el que volví a pasar la otra noche. Viajar es leer y leer es viajar, o algo parecido, creo que se atribuye a Victor Hugo; y me gusta lo que leí en una novela que ya mencioné aquí, Tres luces, de Claire Keegan, cuando el personaje de la niña recuerda cómo leía con ayuda: «Al principio, me costaban las palabras más largas, pero Kinsella mantenía la uña debajo de cada una, pacientemente, hasta que la adivinaba y entonces hice eso yo sola hasta no necesitar más adivinar y seguí leyendo. Fue como aprender a andar en bici; sentí cómo arrancaba, y la libertad de ir a lugares a los que no había podido ir antes, y resultó fácil.» (págs. 70-71). Leí y anoté, con voluntad de volver a compartir este placer asequible que da la afición a la lectura.
martes, octubre 03, 2023
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