Desde que salí de clase el viernes a las once de la mañana, después de casi dos horas con versos —monumentales en su ligereza— como «Viendo el Amor un día / que mil lindas zagalas / huían de él medrosas / por mirarle con armas, / dicen que de picado / les juró la venganza / y una burla les hizo, / como suya, extremada. / Tornóse en mariposa, […]», de Meléndez Valdés; poco más imponente me ocurrió. A la tarde, sí, acudí a la defensa de la tesis doctoral de Pepe Hinojosa El Partido Comunista de España en Extremadura durante el Frente Popular: República y Guerra (1936-1939), que resultó un hito —no por su merecido cum laude, algo consuetudinario en la universidad española— por provocar el caos en una Facultad que llenó su salón de actos y su cafetería con todos los que no cupimos en el sitio de la convocatoria. No pude quedarme y me alegré mucho luego del dictamen; y qué razón tiene el nuevo doctor en que la Facultad debería programar más actos en un horario al que puedan acudir los profesores que trabajan por la mañana. Cené en casa ajena y amiga una ensalada de berenjenas que creo que se llama zaalouk, y caminé de vuelta por la noche cacereña pensando en que sería el calentamiento para el paseo matutino del sábado, feliz, por el parque apacible, antes de comprar la prensa que me exaspera, me somete, me llena y me cautiva. Me sorprende tanto lo que leo; por previsible, sobre todo. Terminé y envié algo pendiente —otro encargo gratis— y me alegré de haber dedicado semanas a una edición personal de la poesía hispanoamericana del siglo XX con la que quiero empezar a trabajar en mis clases. No estoy convencido y voy a ponerla a prueba en los próximos días, cuando terminemos con la obra de Juan Rulfo. Es la primera edición limitada en mi ámbito de la poesía de Idea Vilariño, de Julia de Burgos, de Ida Vitale, de Alejandra Pizarnik, de Cristina Peri Rossi, y de otros. Como no me encuentro con nadie en mi escalera, a ratos libres, escribo estas notas para contárselo a alguien. El sábado, ay. Por fin, tuve en mis manos el libro de Rozas —quedé frente a mi quiosco con su hijo José Luis, que me regaló un ejemplar. Me gustó mucho tenerlo ya. Y por la noche —portentoso—, la primera vez que acudía, después de treinta años, a una gala del Festival [Solidario] de Cine Español de Cáceres, y me abuchearon al entrar algunos de mis amigos contrarios como yo a la mina en el paraje de Valdeflores. Pasó. Bien. Lo mejor fue estar con mi hijo, encontrarme con un alumno –José S.— de hace años —muchos, ay—, y saludar a algunas personas muy apreciadas. Nada más y nada menos. Otro paseo dominguero y un mensaje de una persona que ha acabado de enterarse, después de seis años, de la muerte de un amigo, un profesor que le dio clase. He hablado esta mañana con mi hija y me ha dicho que si yo no pude departir con David Trueba —al que me invitaron a no acercarme— quizá fuese porque el escritor y cineasta habría pensado en lo mismo que yo cuando tuve que estar todo el tiempo con mi antiguo y sabio alumno que me dijo cosas muy agradables. Fue un placer. Así quedamos. Ya domingo, otro mensaje, de una actriz y directora, que me ha pedido hoy un certificado de cuando estuvo en Cáceres. Se lo he enviado. Y una tarde y noche de domingo estupenda leyendo y escribiendo. Música de Rossini.
domingo, marzo 05, 2023
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1 comentario:
Me ha gustado ver en el mismo texto a Meléndez Valdés y Pepe Hinojosa, si señor
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