Hace días que anoté en mi agenda una de esas actividades del Festival de Teatro Clásico de Cáceres que quedan menos visibles en el programa. La verdad es que no sé cómo llegué a ella, porque ahora no encuentro por ningún sitio una noticia sobre su programación. Lo más probable es que no tuviese ninguna relación con el cartel, y que fuese una de las que me llegan al ordenador o al teléfono y que esta ciudad ofrece a un paso de casa y gratuitamente. Me alegro de haber anotado algo así. Fue en la sala de Maltravieso Teatro, este jueves, a las 20:00 horas —casi puntual—, con aforo reducido, controlado (te ponen una pistola en la cabeza y amagan el tiro solo cuando comprueban que estás degradado). El grupo del Aula de Teatro de la Universidad de Extremadura representó su Romeo y Julieta. Una tragicomedia musical, bajo la dirección de Raquel Bravo. No voy a escribir (!) la estupidez de que rejuvenecí —por muy figurado que sea— casi treinta años; pero sí que me transporté a 1992, a cuando colaboré en la revitalización del Aula de Teatro de la UEX, junto a alguien que tiene mucho que ver con lo que vi: Isidro Timón. Vimos algo que sigue emocionándome. Algo tan elemental y verdadero como que un grupo de estudiantes representen su afición, sus ganas y sus inquietudes, sean cuales sean los textos o dramaturgias que les sirvan de base. Tengo delante las palabras que publicó en 1932 el extremeño Enrique Díez-Canedo sobre la agrupación universitaria «La Barraca». Decía que sus estudiantes no aspiraban a ser gente de teatro y que su cuadro dramático no era un plantel de actores, que en estos grupos aficionados el teatro era un medio, no un fin; y que eran «sembradores de un gusto, despertadores de una afición, cuyo provecho irá a recaer en el teatro regular a poco que éste sea digno de su misión de cultura» (El Sol, 20-XII-1932, que cito por la selección de artículos de crítica teatral de Díez-Canedo que publicó Gregorio Torres Nebrera en la Editora Regional de Extremadura en 2008, El teatro y sus enemigos. El teatro español de su tiempo…). Tal cual el jueves con los estudiantes del Aula de Teatro de la UEX y su propuesta sobre Romeo y Julieta, que algunos recordarán como una experiencia única en las que se vieron un poco a sí mismos, y otros quizá lleguen con el tiempo a interpretar, a ser actores, lo que significará que habrán logrado ser irreconocibles, personajes absolutamente enajenados de sus identidades civiles. Porque de estas experiencias siempre sale algo que lleva a la profesión teatral. Allí mismo, con Isidro, hablamos de esa mágica manera de hacer grupo que motivan actividades así. Todavía —me decía él— quedan para verse aquellos con los que trabajamos hace tantos años, y de esta piña brotará algo seguro. Una piña de doce estudiantes que consiguió cautivarnos con su trabajo, con el mérito de hacer teatro bajo la dirección de alguien como Raquel Bravo, formada en la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura, que supo sacar lo mejor de un elenco del que destaca quien interpretó a Julieta, y que demostró saber aprovechar recursos escasos —y no por precariedad sino por talento— para hacer una propuesta atractiva con movimientos corales, con detalles como un palo que hace de barandal o una pañoleta que caracteriza a un personaje de notable significación secundaria. En otros tiempos también hacíamos lo que podíamos y me entusiasma reconocer estas vocaciones que, como decía Díez-Canedo, serán misión de cultura.
sábado, junio 19, 2021
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