Mañana viernes se presenta en Badajoz, en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), este relato largo que un formato reducido lo ha convertido en el centenar de páginas de una novela corta. Es más que eso. La edición de una obra póstuma de Carlos Lencero (1951-2006). Se titula La casa del Tardío, y lo ha publicado la editorial Libros de Mesa, de Badajoz, la ciudad que aúna al autor y al libro. Los editores alternativos y entusiastas llevan siempre una bolsa de la que suelen sacar alguna novedad. Fue el caso de Julián Mesa el pasado martes 11, en Badajoz, en el MEIAC, cuando se inauguró la exposición de José Antonio Cáceres, de su libro excepcional Corriente alterna; cuando me anunció la presentación de mañana y, a instancia mía, me vendió —15 €— un ejemplar del libro de Lencero que he leído casi de un tirón. Yo creo que un relato así, de caer en uno de esos medios de difusión nacionales que son tan mediáticos y que condicionan tanta opinión vicaria, se haría justificadamente visible por su calidad, por su encanto y por su arte. Rescato ahora unas palabras que están en la cuarta de cubierta de la reedición de Retablo de Morales escrito por él mismo (Calambur, 2002; y antes, De la Luna Libros, 1994), de Carlos Lencero, que sobre él escribió Ángel Campos Pámpano (1957-2008): «un escritor oculto para la mayoría de sus paisanos porque es un tipo de escritor de los que ya no abundan, un escritor al que simplemente le gusta escribir, un escritor que disfruta y ama su oficio. Él no se impacienta por publicar porque sabe —como aseguraba el viejo dicho— que «el papel todo lo aguanta, o no tiene vergüenza o no tiene empacho», pero sobre todo porque entiende que la literatura no es un escaparate sino un arduo camino transitado en silencio entre la devoración y la depuración». La casa del Tardío es una galería de personajes retratados con la chispa que va de Julio Camba a Manuel Vicent, y un nuevo texto que toma la ciudad de Badajoz —Plaza de San Andrés que es de Cervantes y tiene una estatua de Zurbarán; Catedral, calle de San Blas, Parque de San Francisco...— como escenario de un tiempo que es el de la rancia dictadura. Estupendo el cuadro del afeitado del personaje valleinclanesco del General, que me ha traído a la memoria la memorable escena de la novela de Eugenio Fuentes Si mañana muero (Tusquets Editores, 2013) del barbero que afeita a Franco. Escribe Carlos Lencero para rematar el pasaje: «A Frutos le corría el sudor espaldas abajo y le pegaba los calzoncillos al culo. Cuando llegaba de vuelta a la barbería, después de una de aquellas sesiones, se tenía que sentar un buen rato y tomarse una tila calentita» (pág. 67). Pero aunque la prosa de Carlos Lencero atrape al lector por una forma casi conversacional de hablar —un hablar de aquí— es la construcción de su relato lo que lo hace espléndido, desde su comienzo «...¡van a tirar la casa del Tardío!...», y cómo «tirar», «casa» y «Tardío» son los ejes de un discurso narrativo admirablemente articulado. Y bien sencillo. Mañana se presenta esta delicia —a la que hay que quitar alguna errata y descuido— en el salón de actos del MEIAC, a las ocho de la tarde, con la participación de Miguel Murillo, que bien sabe de Lencero, y del editor.
jueves, diciembre 13, 2018
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