El cuaderno tiene más de diecisiete años y las pastas verdes. Lo he consultado para buscar un dato sobre un libro de Antonio Gómez, El peso de la ausencia, del que he estado escribiendo no hace mucho. Yo quería saber desde cuándo tengo mi ejemplar de la edición que hizo de aquel libro-objeto de Antonio Gómez Luis Felipe Comendador en sus Libros del Consuelo en 2001. He logrado averiguarlo gracias a esa memoria exenta que está en mis cuadernos. Fue el 12 de mayo de ese año, sábado. Yo había comido con mi madre en Zafra y por la noche asistí a una obra de teatro —El pan de la vida—, de Honorio Blasco, en la Sala Trajano de Mérida, y fue Elías Moro quien me dio, de parte de A. G., aquel libro, que es una joya y, ya, una rareza. Solo tres meses y diez días me duró aquel cuaderno verde. Escribí mucho en poco tiempo; porque suelen durarme más de medio año, o un año los que tienen el doble de páginas. Hay entre las hojas de aquel de hace tantos una servilleta de un Restaurante-Cafetería con el nombre de «Mejorana», cuyo local sigue existiendo en la Plaza de San Juan y que puedo ver desde mi balcón. Ahora es la casa de «José Márquez». En ese cuaderno hay una anotación que dice: «He terminado de leer Soldados de Salamina». Hay un recorte de El País, de una brevísima carta al director, firmada por Fernando Savater, en la que escribe: «¿por qué no se va usted de una santa vez al cuerno, señor Haro Tecglen?» (8-4-2001). Y hay cosas sobre mi hijo Pedro que me gustan, como cuando con cinco años vino a enseñarme un libro que había leído entero: Éste es Milo (Montena, Grijalbo Mondadori, 2000). Por aquel tiempo leía lo que venía en las cajas de los cereales; como ahora, que es más raro verlo leer en libros, y sí, y mucho, en otros soportes. Él y su hermana Julia están muy presentes en aquellas páginas, que, curiosamente, ya evoqué aquí. Lecturas sobrevenidas. Retales.
lunes, noviembre 19, 2018
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