Me envía la sección de Seguros de mi banco una carta con fecha de 26 de septiembre en la que me agradecen la confianza que deposito en ellos —«para seguir protegiendo a sus [mis] seres queridos»— y me detallan el importe de cada uno de los recibos que me cargarán desde julio de 2019 hasta junio de 2020. Me ha llamado la atención la ambigüedad de la primera de las coberturas que indican en un cuadrito con mi nombre. Es tan elocuente como esos versos finales de un poema de Quevedo: «Corto suspiro, último y amargo, / es la muerte forzosa y heredada; /mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?». No me aflijo, qué remedio; pero resulta llamativo por venir de quien quiere que vivas hasta que te mueras. Tampoco hay que insistir tanto, digo yo, en decirnos que tenemos la muerte asegurada y la vida mortal. Por cierto, como yo, habrán recibido esa carta miles de personas que son clientes del mismo banco; y, como todo el mundo sabe, no hace falta ser cliente de mi banco para sentirse concernido por el sintagma. A disfrutar, y ojalá sigamos durante más tiempo recibiendo estas misivas que casi son las únicas que llegan a casa en un sobre blanco y con membrete, como debe de ser la muerte cuando venga, en un sobre blanco y con membrete al que cada uno de nosotros tendremos que poner el contenido.
martes, octubre 02, 2018
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