viernes, julio 11, 2014

Emilio Gañán


El miércoles fui con otra disposición de ánimo. Resulta que la Sala de Arte El Brocense de Cáceres cae enfrente de la consulta de mi dentista, y en lugar de esperar ahí hojeando revistas del corazón o boletines del ramo odontológico, estuve disfrutando de la exposición Seguro azar, de Emilio Gañán (Plasencia, 1971), que lleva casi un mes en ese espacio privilegiado que tenemos en el centro más transitado de Cáceres. No sé cuántos visitantes habrán pasado por allí; pero me da la sensación de que sus cifras no se corresponden con el intenso tránsito que todos los días tiene la calle San Antón y con la facilidad de acceso para un viandante que, insisto, creo que pasa diariamente de largo. Quizá sea otro de esos valiosos espacios de cultura que no sabemos apreciar. El caso es que disfruté un buen rato contemplando yo solo la colección distribuida en las dos plantas de la sala. Es probable que haya sido la ocasión en la que he visto más obra junta de la abstracción geométrica de Emilio Gañán. Desconozco qué grado de relación consciente hay entre el título de la exposición y el del libro de Pedro Salinas, Seguro azar (1929); pero yo encuentro un impulso análogo entre el conocido poema «Vocación» de ese libro, con su propuesta de buscar —cerrar los ojos— otra realidad, la que no se ve, la que no está acabada; y la invitación de Emilio Gañán para encontrar esa realidad en el simbolismo geométrico de sus piezas. En el interesante diálogo («Desde la armonía de las formas a la música de la geometría») que el artista mantiene con la profesora Mª del Mar Lozano Bartolozzi en el texto que abre el modesto catálogo de la exposición, dice Gañán que siempre ha tenido dificultades con el color. Sería la luminosidad de la sala a esa hora o aquel plácido aislamiento; pero allí no se apreciaba ninguna dificultad, sino una armonía notable. Otra sensación fue la de profundidad, casi en el mismo sentido del Seguro azar saliniano con el que uno rehace la composición de una realidad en dimensión distinta. No tuve que cerrar los ojos para ver —enfrente, desde la planta de arriba— el sillón de mi dentista. Esperándome. Con otra disposición de ánimo.

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