Y en el centro José Vicente Moirón (Áyax). Portentoso, nuevamente. Es el mejor actor que tenemos. El talento más destacado de una reunión de talentos y de aciertos que parte de la sabiduría de un lector de la tradición teatral como Miguel Murillo y culmina en la sabia dirección de Denis Rafter, tan vinculado siempre a Teatro del Noctámbulo. Y la distinta perspectiva que el espectador disfruta en este tipo de espacios para el teatro permite percibir mejor esa conjunción en la que también están una música espléndida, la de Roque Baños, que marca el movimiento de los actores; unos efectos especiales —otra concesión impagable que nos da el espacio al aire libre romano de Mérida— que se reservan sin ostentación para el final; y una interpretación notable. Aquí es donde yo veo el único desequilibrio de este montaje; pues es muy difícil que cuando se ponen en escena a veintiséis actores —si no he contado mal— no haya altibajos. La altura y fuerza de la actuación de José Vicente Moirón acentúa la distancia entre principal y secundarios; y aunque a alguno le venga grande el ropaje trágico, es de justicia destacar la manera de interpretar de Elena Sánchez, en el papel de Tecmesa, o de Gabriel Moreno en el de Teucro. Ayer domingo fue la cuarta y última función. Lástima que estos trabajos ímprobos sean flor de un día —o de cuatro—; se preparan y estrenan con motivo de un festival y luego desaparecen. Ahora bien, ¿cuántas funciones tendría que hacer una compañía en salas convencionales para llegar a los miles de espectadores a los que ha llegado este Áyax? El Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Teatro del Noctámbulo, coproductores del espectáculo, pueden sentirse satisfechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario