sábado, junio 24, 2023

Las muertas

Era una edición de la novela que publicó la editorial Mondadori en 1987 y que llevaba en la sobrecubierta la reproducción del autorretrato de Frida Kahlo «Árbol de la esperanza, mantente firme». Debió de ser en los primeros meses de 1990, cuando Ignacio y yo empezamos a organizar el simposio de «Lo real maravilloso en Iberoamérica» (19-22 de noviembre de 1990) y él propuso que fuese aquel cuadro el motivo principal del cartel. Recuerdo que escribimos a la editorial para pedir permiso por la reproducción y nunca recibimos respuesta. Aquella reunión en Cáceres propició mi conocimiento de escritores como Elena Poniatowska y Daniel Moyano, y de profesores como Julio Ortega y Juana Martínez, entre otros, y parece ahora que me predestinó para no despegarme de la literatura iberoamericana en todos estos años, hasta hacerme cargo de una parte de su docencia en mi departamento.  Desde aquel entonces ha sido aquella novela, Las muertas (1977), de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), uno de los títulos de referencia de mi biblioteca americana. Encontrarla ahora en el catálogo de la colección Letras Hispánicas me ha parecido una novedad estupenda: Jorge Ibargüengoitia, Las muertas. Edición de Antonio Sánchez Jiménez. Madrid, Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 879), 2023. La presentación del autor, de sus intenciones, del mensaje estético de su novela y de su precedente real, entre otros aspectos, es razonable de extensión, muy clara y completa en la introducción de Sánchez Jiménez (págs. 11-87), que sorprende a muchos con esta edición, dado su brillante y conocido perfil de especialista en el Siglo de Oro español. Son muy útiles las páginas en las que analiza la estructura y el tono de la novela, y su mosaico temporal, para el que ofrece un esquema ilustrativo, el análisis de su humor; y, sobre todo, es muy interesante la lectura que hace de Las muertas como tragicomedia y cómo pone el énfasis en el uso que hace el autor de los símbolos patrios más representativos de México en su condición también de sátira. La edición de Sánchez Jiménez es ya una guía excelente para el profesor universitario que quiera tratar este texto en sus clases. En esto, siempre planteo el dilema metodológico de afrontar la lectura de un texto sin apoyo, o, por el contrario, leer antes la introducción crítica y otros materiales, como las notas y la bibliografía, que aportan estas ediciones. Hay opiniones dispares. Yo siempre invito a leer sin muletas la primera vez, y así se obligan a volver sobre el texto cuando ya tienen a su alcance una información selectiva y razonada sobre él. Hace muchos años escribí un texto («Estrategias») que tocaba esto y en el que mencionaba a una alumna que me pidió permiso para salir del aula antes de que yo comentase los últimos capítulos de La Regenta. Puede ocurrir con ciertos textos narrativos o dramáticos, cuyas tramas motivan más al lector para descubrir por sí mismo la sucesión de los acontecimientos. En estos casos, el comentarista, por lógica necesidad, tiene que destripar o anticipar —hacer spoiler— algún episodio o el desenlace de la obra. Antonio Sánchez Jiménez tiene que aludir en su estudio a ciertos sucesos; así que el lector que quiera conocerlos autónomamente debería ir directamente al texto de la novela. Pero ojo, aviso que también hay notas al texto, como la 142 y la 159, en las que se nos adelanta lo que va a ocurrir. Las muertas, calificada aquí como «obra maestra», es una novela singular y fascinante, otra de las cumbres de una literatura, la mexicana, vasta y riquísima en el inmenso e inabarcable campo que hemos dado en llamar literatura iberoamericana, latinoamericana o hispanoamericana. (Tal vez algún día escriba sobre mi recurrencia en clase en otros nombres como Octavio Paz, Elena Poniatowska, Juan Rulfo, Elena Garro, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco o Fernando del Paso). Diré por último que la tabla de variantes que incluye Sánchez Jiménez en sus apuntes de «Esta edición» es demasiado notoria (págs. 72-79) para resultar tan insustancial y superflua, pues la inmensa mayoría de las que relaciona son errores o descuidos evidentes, erratas o minucias que nada aportan a los modos de escritura del autor —que sí se ven en otros interesantes vestigios textuales— en esta novela, de la que hay un borrador mecanoscrito —al que se llama «manuscrito a máquina con correcciones a mano del propio Ibargüengoitia» (pág. 71)— que se conserva en la Universidad de Princeton, que aquí es cotejado con las dos primeras ediciones de la obra, la de 1977 y la de 1978. Más útil es, en mi opinión, avisar ahora a la editorial en previsión de nuevas impresiones sobre las erratas de las páginas 117, nota 58 («Acalpuco»), 134 («El cliente pude regresar»), 176 («cinto cincuenta»), 178 («para para conectar») o 243 («estaba llenado»).

martes, junio 20, 2023

Glorias de Zafra (XXVII)

«Grandísimo historiador del que leo todo de lo que llega a mis manos. […]  Escribe de tal manera que cuesta trabajo separar la vista del escrito e interrumpir la lectura. No he conocido un historiador más fluido en contar la historia, sobre todo la cargada de historiografía», me escribía esta semana un señor muy amable a propósito de mi hermano José María. Le respondí que no le faltaba razón, y ahora espero que llegue a su conocimiento este comentario sobre otra prueba de su opinión en uno de los más recientes trabajos de investigación y divulgación de mi querido hermano: la edición facsimilar de la Memoria del Instituto Libre de Zafra (1873-1874) leída el 1 de octubre de 1873 en la sesión de apertura. Es un folleto que se conserva en el legado de Rodríguez-Moñino de la Real Academia Española, que ha autorizado su reproducción. Se publicó en Zafra, en la Imprenta de J. Lima Olalla en 1873 y consta de diez páginas de texto del discurso (3-12) y un apéndice con cuadros de cifras de alumnos matriculados y examinados, y de asignaturas impartidas y profesores encargados. La memoria fue leída por el camerano Antonino García Izquierdo, director del primer centro público de segunda enseñanza de Zafra, tercero de este tipo en Extremadura, después de los de Don Benito y Jerez de los Caballeros, fundados poco antes. De todo esto se nos da información cabal en el estudio de José María que precede a la edición del texto y que da título al conjunto: El Instituto Libre de Zafra (1873-1874). I República y Educación Secundaria (págs. 3-41). La crónica de ese primer día de octubre de 1873, el contexto de los convulsos inicios de la Primera República en Zafra y su entorno, la experiencia y la política educativas republicanas y el perfil de García Izquierdo como fundador y del claustro de los primeros profesores del centro son algunos de los aspectos que se exponen y analizan en estas páginas, que abordan también la educación secundaria privada y que constituyen una parte fundamental de la historia sobre la educación secundaria en Zafra. Una historia que, con el manejo de importantes fuentes hemerográficas y de archivo, viene haciendo José María Lama desde hace años; labor de la que se da alguna referencia en la relación bibliográfica que cierra la introducción al texto. La publicación es iniciativa de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica «José González Barrero», y está patrocinada por el IES «Suárez de Figueroa», el IES «Cristo del Rosario» —herederos de aquel pilar de hace ciento cincuenta años— y la Secretaría General de Educación de la Consejería de Educación y Empleo de la Junta de Extremadura. A mi afectuoso corresponsal diré que yo también leo todo lo que llega a mis manos de este «grandísimo historiador»; incluso antes de que se publique. Y que cuando se publica, me gusta difundir esta manera admirable de contar la historia. 

domingo, junio 18, 2023

Pablo Guerrero, Poesía Completa

Supe de la inminente publicación de la Poesía completa (1999-2022) de Pablo Guerrero (Madrid, Abada Editores, 2023) por un mensaje que me envió el mes pasado Carlos Medrano («Está al caer. 900 páginas. Muy bella la portada»). 919 páginas, para ser exactos, y sí, está muy bien la cubierta, con una fotografía de Bernardo Pérez, de El País. En ese periódico, en conversación con Fernando Neira en la que se constataba su despedida de los escenarios y de la música tras la salida de su último disco, Y volvimos a abrazarnos, dijo que tenía cinco libros de poemas inéditos y que esperaba publicarlos en un único tomo. Están aquí, sí; y a palo seco, en este libro de Abada, que publica en la cuarta de cubierta lo siguiente: «El presente volumen recoge toda la poesía de Pablo Guerrero, tanto la publicada a lo largo de más de veinte años como su obra hasta ahora inédita: cinco de los dieciocho libros que la componen. De estilo sobrio pero evocador, su poesía discurre por el filo armónico de una realidad que se antoja misteriosa pero gozosa, llena de sutileza y de tiempo. Pablo Guerrero es cantautor y poeta. Su extensa y reconocida carrera musical siempre ha ido acompañada de una constante labor poética». Nada más. A esas líneas se reduce toda la mano editorial puesta en esta Poesía completa. Es más que probable que por voluntad del autor, nada dado a alharacas, siempre austero; pero su gesto de reunir todos sus libros bien merece un comentario más detenido. No, por supuesto, una edición crítica, y sí, quizá, un preliminar —no han faltado quienes han escrito sobre el poeta, como Serafín Portillo, Santos Domínguez, o José Ignacio Eguizábal, que prologó un libro—; una nota interior orientativa, más explícita e informativa, una relación bibliográfica en orden cronológico de toda su producción poética y su primera publicación, que no llevaría tanto hacer; y subrayar cómo el autor ha dialogado con otras voces poéticas, con otras propuestas artísticas, con su propia producción para cantar, por donde comenzó todo. Estrictamente, su primer libro de versos fue Canciones y poemas, que publicó la Editora Regional de Extremadura en 1988. Aquí, en su tierra, aparecieron también, en Cicón Ediciones y de nuevo en la ERE, respectivamente, Los dioses hablan por boca de los vecinos (1999) y Tiempo que espera (2002), con fotos de Antonio Covarsí.  Los rastros esparcidos (2003), se publicó en Ellago Ediciones y Escrito en una piedra (2008) en la colección Visor de poesía. Además, Maia Ediciones, cuya matriz es precisamente Abada, fue quien publicó varias entregas poéticas de Pablo Guerrero, como Los cielos tan solos (con la Diputación Provincial de Badajoz, 2010), ¿No son copos de nieve? (2012) o Variaciones sobre ritmos de barcas (2021). Son datos, sí. No pido más que al lector al que se le ofrece toda la producción de un autor tan destacado se le facilite un poco de información, la que aportó su hermana Mª Josefa Guerrero Cabanillas en Pablo Guerrero, un poeta que canta (Editorial Verbum, 2004); solo una tarjeta de presentación —nada de la tan denostada crítica académica— que sea más generosa que un texto de solapa, y que contextualice la escritura de tantos textos inéditos en un tiempo reducido y terrible en el que el poeta sufrió la pérdida de seres tan queridos como su madre, su hermana y su mujer o en el que tuvo que superar graves problemas de salud.  No sé, los lugares de Extremadura y de otros sitios de Cualquier viento nos lleva, los poemas que se vuelven hacia el origen, o aquellos en los que «…dejo que se vaya el tiempo sin lamentarme por pérdidas» (pág. 858) pueden situarse en su marco. En fin, una notita de situación para toda una obra completa.

martes, junio 13, 2023

La de San Antonio de 1823

Hoy, día de San Antonio, se cumplen doscientos años de aquel desastre que don Antonio Rodríguez-Moñino (Historia de una infamia bibliográfica. La de San Antonio de 1823. Realidad y leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de don Bartolomé José Gallardo. Estudio bibliográfico. Editorial Castalia, 1965) llamó así. Absolutistas contra liberales en aquella segunda invasión francesa que aniquiló el Trienio y aquel saqueo terrible que el pueblo de Sevilla hizo de los enseres de la comitiva liberal, que los embarcaba en el Guadalquivir, y huía hacia Cádiz. Muchas víctimas respetables e ilustres; pero, sobre todas ellas, a una, el extremeño Bartolomé José Gallardo (1776-1852), le ocurrió un suceso que sigue clamando al cielo. Cinco serones, un cajón, una maleta negra con dos candados, una escribanía de palo rosa y un gran baúl patente inglés negro, con dos candados y una chapa de bronce con las iniciales B.J.G. Muchos de sus papeles manuscritos e impresos desaparecidos en las oscuras aguas del río. Una Historia crítica del ingenio español, un Romancero y un Cancionero, un Teatro antiguo español y su Historia crítica, una Filosofía de la Lengua Castellana, un Diccionario autorizado de la lengua castellana..., proyectos todos de Gallardo, junto a casi dos centenares de libros, se perdieron en «La de San Antonio de 1823», que es el título del artículo que hoy me publica el diario HOY como, también, anuncio del Curso de Verano de la Universidad de Extremadura que se celebrará entre el 12 y el 14 de julio de 2023 entre Cáceres y Campanario, la ciudad que vio nacer a tan insigne polígrafo.

domingo, junio 11, 2023

Alice Sebold

© Elinor Carucci para The New Yorker

Ayer me llamó la atención el artículo de Antonio Muñoz Molina, «Una tercera sombra», en su serie sabatina «Las otras vidas» de El País, en el que se hacía eco de un reportaje de Rachel Aviv en The New Yorker, enaltecido por el español como «una muestra de esa forma suprema de literatura que puede ser el periodismo», en el que se narraba el tremendo caso de la escritora Alice Sebold (1963), violada a los dieciocho años por un hombre negro dos años mayor, Anthony Broadwater, que fue condenado a veinte años tras una identificación dudosa de la víctima y que, tras cumplir dieciséis de condena, hace dos logró que se reconociera su inocencia y que se anulara formalmente aquella resolución judicial. Es una historia terrible. Y cercana, por eso llamó mi atención encontrármela en ese artículo. Alice es una de las dos hijas del eminente profesor e hispanista Russell P. Sebold, del que, por mi estrecha relación, he hablado en varias ocasiones en este blog. Todo lo que supe de aquel episodio y de la publicación de Lucky (New York, Scribner, 2000), el libro en el que Alice relató la violación que sufrió en 1981 y que se convirtió en un éxito de ventas —en España se publicó en Mondadori en 2004 bajo el título de Afortunada (traducción de Aurora Echevarría Pérez), lo supe por su padre. Por eso conservo la reseña que publicó Germán Gullón en el ABC Cultural del 16 de septiembre de 2000 sobre la edición americana y los recuerdos de lo que Bud Sebold me contaba orgulloso sobre los progresos de su hija en el campo de la literatura, su fama allí y su presencia en traducciones en España —su primera novela, Desde mi cielo, apareció en Debolsillo en 2005; luego Casi la luna, en Mondadori, en 2008… Vagamente lo recuerda Muñoz Molina, que lo sitúa en Virginia —vivió en Malvern, Pensilvania— y lo retrata como «un hombre absorto y amable, con los ojos muy claros y las gafas caídas hacia el filo de la nariz», como un gran experto en la literatura española del siglo XVIII y en particular en la obra de Cadalso. Es curioso cómo un largo reportaje sobre unas circunstancias atroces y su eco en un periódico español me han concernido de este modo.

viernes, junio 09, 2023

Cirlot celeste

Celebro el cincuentenario de la muerte del poeta, crítico de arte y simbólogo Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) con este espléndido regalo que me ha hecho mi querido Javier Alcaíns. La difusión de la plaquete publicada en Barcelona en 1943 Seis sonetos y un poema del amor celeste, que recogió los primeros versos del escritor, tuvo que ser ya en su momento muy restringida. Aquel mismo año vio publicado su libro La muerte de Gerión, también de tirada corta —trescientos ejemplares de los cuales diez, impresos en papel especial y firmados por el autor, se encuadernaron en piel. Datos de primera mano sobre estas raras ediciones de la escritura temprana de un autor tan singular como Cirlot tiene el escritor, bibliógrafo y bibliófilo José Manuel Fuentes, responsable de esta joya de esmerada reproducción moderna de un clásico contemporáneo. Ilustrada por Javier Alcaíns con dos dibujos acabados a mano en las tintas metálicas por él mismo, se terminó de imprimir en Cáceres, en casa del editor Javier Martín Santos, en septiembre de 2019. La tirada fue de diecinueve ejemplares, numerados y firmados por el ilustrador, y se reservó el ejemplar número 1 para las ilustraciones originales. Recoge la primera el motivo del soneto quinto («Sobre el bárbaro hervor del mar lejano») y su Doncella de barro sonrosado que «tiene un pájaro azul entre los senos». La segunda cierra el conjunto para iluminar el Poema del amor celeste como oración en un «huerto sin manzanas, con olivos / sarmentosos, sin luz, / sólo tormento / antiguo de la carne que creaste / para el llanto y los besos destruidos», y ofrece la imagen bajo un cielo estrellado del tronco retorcido del olivo escenario de la súplica: «¡Padre! ¿Por qué me has abandonado, / a este turbio dolor de barro y viento, / a esta atmósfera de pájaros perdidos / sobre el mar de su eterno errar incierto?», en los versos clasicistas del vanguardista Cirlot.

domingo, junio 04, 2023

Junio

¿A quién puede interesar saber la hora (11:36) a la que voté el pasado domingo? Sin embargo, «En el castillo de Luna / tenéis al anciano preso» es el principio del romance de Bernardo del Carpio que tengo asociado a la voz de Jaime Gil de Biedma en una grabación antigua, y que recordé hace días al pasar por Alburquerque, viniendo de San Vicente de Alcántara, y camino de Zafra. Pongo el mismo grado de interés en el quiebro adversativo que en la nota al sesgo de un viaje. Me acordé el martes con agrado, a más de quinientos kilómetros de casa, sin lograr escribir nada que mereciese en ese momento el plácet tan costoso cuando uno está inseguro, y duda si sabrá escribir sobre lo visto, si sabrá decir —más difícil— lo pensado. En trance así, la lectura abre los poros predispuestos de la sensibilidad y nos empuja a discurrir, a imaginar y a poner por escrito en forma de anotaciones, esparcidas entre citas literales de un hallazgo ajeno o entre un dato cualquiera, una certeza, un sentimiento, o aquello que ni siquiera todavía es confidencia. Siente uno el privilegio de convivir con las palabras ajenas, que motivan tantas veces las palabras propias en una torpe tentativa de una emulación que implica un esfuerzo mayúsculo. Escribo ahora como el que copia de un borrador mal escrito que mejora muy poco en el texto resultante. Aspira uno a tener la misma precaución y el mismo esmero en la conversación íntima entre dos, con un café de por medio y unos cuantos anhelos por delante. Pensaba en ello mientras recorría en el mapa de carreteras la Vía de la Plata hasta casi arriba del todo. La rapidez con la que va quedando atrás el paisaje, y por la que desaparece el asfalto por los bajos de un vehículo durante cinco horas, es una exacerbación de la vertiginosa rutina de los días. Parar en una zona de descanso durante unos minutos es una buena manera de contemplar desde fuera el arrebato de lo cotidiano que representa el agresivo paso de los coches y camiones por una autovía. Con todo, es un momento de serenidad y de sosiego, tan reconfortante como la lectura y la escritura, extrañas a cualquier clase de urgencia. Y al que añado siempre el raro privilegio de leer para trasmitirlo a otros, compartir el alimento. Renuncio a hacer más crónica que unos apuntes en el cuaderno de una excursión a un paisaje de mi juventud: la Albuera del Castellar —en la fotografía—, y me excuso por haber trasladado aquí tan torpemente una parte de lo anotado por mirar a mayo desde los primeros días de junio. Sin más.

viernes, mayo 26, 2023

Elogio del latín

No creo que extrañe a quien haya leído esta deliciosa novela de Ivan Doig que titule así esta nota de lectura. No, si recuerda cómo el maestro de escuela Morris Morgan sumergió en el estudio del latín al protagonista-narrador, Paul Milliron, cuando este tenía doce años: «como se introduce la mecha de una vela en la cera» (pág. 185). Cómo vive el personaje el aprender una lengua que proporcionaba a su mente «un lugar adonde ir, donde podía instalarse y explayarse largo rato» (pág. 185), a pesar del peligro de resultar pedante, compensado con ser un pedante mucho mejor. Y cómo lo vive ese maestro que, fuera de horario, sigue enseñando «pese a que debía de preferir descansar en su casa con los pies en alto» (pág. 220), y que escribe en la pizarra una frase de Copérnico (Lux desiderium universitatis) para que su pupilo la traduzca, con la recomendación de que no lo haga necesariamente en tres palabras, y que tampoco amontone verbos pasivos, pues la frase tiene «un equilibrio encantador» (pág. 222). «—Todo quiere que haya luz», dice el discípulo; que vacila: «—Todo desea…», «—Todo ansía la luz». El maestro le dice: «—Estudias latín, Paul, no adivinación», y le anima a que siga trabajando en la frase, pues cuando uno trabaja con una lengua un principio rector es hacerlo desde el interior de la palabra hacia el exterior, para encontrar el equivalente, incluso aplicando en la frase otros sentidos parecidos, para apropiársela, para hacer propio el significado. En lugar de traducir Caesar omnia memoria tenebat como «César tenía todas las cosas en la memoria», atreverse con algo más fuerte: «César lo recordaba» (pág. 332). En ese momento crucial de la novela y del proceso de formación del personaje junto a sus hermanos, el latín se convierte en un asidero, en algo tan deseado como para presentarse en la escuela muy temprano comiéndose las uñas por las ganas de aprender, en el regocijo de debatirse «con la selva de preposiciones que se añadían a los pronombres pero nunca a los nombres» (pág. 253) o de avanzar «a un paso tan apremiante que el vocabulario que iba aprendiendo siempre quedaba atrás, mordiendo el polvo» (pág. 221). Una temporada para silbar (Traducción de Juan Tafur. Barcelona, Libros del Asteroide, 2011) es una novela que envuelve por la manera en que se evocan desde la edad adulta los recuerdos de niño, que nos gana por su homenaje a la escuela pública y rural, que atrae por la construcción de los personajes, y que tiene innegables valores. Y, además, el hallazgo memorable de una sutil segunda acción en forma de elogio de una lengua clásica. Una amiga cercana y querida, que conoce mis lagunas en novela extranjera, acertó con su regalo y se lo agradezco.

miércoles, mayo 24, 2023

Valor, agravio y mujer

Gusta encontrar en la prensa general el nombre de una escritora «olvidada» de nuestro Siglo de Oro voceado como noticia. Lo fue el de Ana Caro de Mallén (1601-1646) cuando se anunció en abril el estreno de Valor, agravio y mujer en el Teatro de la Comedia de Madrid, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. En el ámbito más especializado de los estudios sobre el teatro áureo, Ana Caro es una figura conocida y son abundantes los trabajos en los que se ha analizado su producción, sobre todo en el siglo XX. De 1903 son los Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833 (1903), de Manuel Serrano y Sanz, en donde se editó esta comedia, que luego conoció otras ediciones en la década de los noventa y, más recientemente, la publicada por el Instituto Cervantes en 2020 de Ana M. Rodríguez Rodríguez, que no he visto citada en la más reciente de Juana Escabias, editora del Teatro completo este mismo año de 2023 en la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra. Es esta investigadora y directora teatral, y también dramaturga —en esa misma colección ha publicado tres piezas: Cartas de amor… después de una paliza, La puta de las mil noches y WhatsApp, en edición de Francisco Gutiérrez Carbajo—, Juana Escabias, quien ha realizado la versión de la obra que vimos el sábado 20 en Madrid bajo la dirección de Beatriz Argüello. A la salida del teatro vendían —a tres euros— el texto de la comedia, que coincide en sus 2.757 versos con los editados por Cátedra, y que, si no estoy equivocado, fueron todos, sin mengua, los que se dijeron en escena durante los 110 minutos que duró la representación. Doña Leonor de Ribera, bajo la identidad de don Leonardo, llega a Flandes, para vengarse de su antiguo amante don Juan de Córdoba, que la abandonó en España. Allí seduce a doña Estela, la prometida de don Juan, y reta a este a batirse a espadas. El juego de las simulaciones conduce al triunfo del amor y la reparación de los agravios, después de una acción dramática entretenida y una variedad métrica —romances, redondillas, octavas, décimas, alguna silva…— que la hace agradable. La Compañía Nacional ofrece un montaje muy atractivo a partir de dos tramos de escaleras que se desplazan y demarcan el espacio escénico para representar diferentes elementos, desde una galería a un balcón, y que delimitan un movimiento muy bien orquestado de los personajes, que tiene su más vistoso apogeo en las escenas de esgrima, con una demostración de destreza y físico por parte de unos actores adiestrados por un experto como Jesús Esperanza. En esto se desenvuelven bien la actriz principal Julia Piera (Leonor/Leonardo), Pablo Gómez-Pando (don Juan) e Ignacio Jiménez (Ludovico). Pero es el buen hacer de Julia Piera el que sostiene buena parte de la notable ejecución general, pues a lo físico hay que añadir el decir de un verso que debe combinar el registro femenino con el masculino. Me fijé en que don Juan dice «’Más merece quien más ama’ / dijo un ingenio divino» (vv. 1233-1234, II), que en la edición no se anota como comedia de Hurtado de Mendoza. Y que Leonor dice luego «disteis al deseo alcance» y me acordé de la copla a lo divino de San Juan de la Cruz. Me fijé también en las miradas de mujer sobre un clásico de mujer con ropajes de hombre, y en detalles como las pecheras rojas del vestuario de ellos como gallos peleones por sus damas, un ejemplo entre muchos del cuidado puesto en todos los elementos sígnicos del montaje, como la solución del retrato de Leonor en la tercera jornada con su reflejo sobre el metal de un trozo de armadura. Todo confluye finalmente en una propuesta muy sólida que sabe sacar partido a un texto —para Escabias, inspirado en el Don Gil de las calzas verdes de Tirso— que debe tenerse en cuenta para ensanchar nuestro repertorio clásico, y para el solaz de un público como el de la otra noche, que salió muy satisfecho del local de la calle del Príncipe. 

miércoles, mayo 17, 2023

Jornada sobre Olvido García Valdés

En el Aula Miguel de Unamuno del Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca tendrá lugar mañana jueves 18 de mayo una «Jornada de Estudio en Honor a la poeta Olvido García Valdés», coordinada por Amelia Gamoneda Lanza y organizada por Patrimonio Nacional y la Universidad salmantina, convocantes del Premio Internacional Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que obtuvo, en su XXXI edición, la poeta asturiana, la autora de confía en la gracia (Tusquets Editores, 2022), su más reciente libro poético. Amelia Gamoneda ha sido la editora de la antología conmemorativa de ese premio este año, La caída de Ícaro (Selección de Olvido García Valdés. Introducción y edición de Amelia Gamoneda. Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca. Biblioteca de América, 65, 2022), y ha escrito una introducción luminosa bajo el título «Extrañeza y analogía. La poética biológica de Olvido García Valdés». Tras la inauguración oficial a las 11 de la mañana, presidida por el Rector de la USAL y la presidenta de Patrimonio Nacional, dirá su conferencia el escritor y profesor de la Universidad de Málaga Vicente Luis Mora: «Inestabilidad y fijeza. Pensamiento subterráneo en Olvido García Valdés». Después, participarán en una mesa redonda Ariana García-González, autora de una tesis sobre Olvido García Valdés leída el pasado año en la Universidad de La Coruña (Olvido García Valdés: poesía y poética), el crítico y poeta Antonio Ortega, y la profesora de la Universidad Clermont Auvergne Bénédicte Mathios. Por la tarde, una conferencia de Virginia Trueba (Universidad de Barcelona) —«Tocar hueso / tocar hueco (o vamos cayendo como moscas»— abrirá la sesión, en la que también habrá otra mesa de reflexión en torno a la obra poética de Olvido García Valdés, que compartiré con el poeta, traductor, editor y crítico Jordi Doce, y la profesora de la USAL y poeta Mª Ángeles Pérez López. Finalizada esta, Olvido García Valdés hará una lectura de sus poemas. Porque oyendo «leer poemas a Olvido García Valdés, una teoría poética que por momentos pudiera parecer demasiado inconcreta se ancla en la experiencia de lo sonoro y en las intuitivas verificaciones que de ella se derivan. Pues hablar del cuerpo o de la realidad dentro de los dominios del lenguaje no es proyecto sin riesgo. Y para ello la voz de la poeta es un hilo de Ariadna» (Amelia Gamoneda, Del animal poema. Olvido García-Valdés y la poética de lo vivo, Oviedo, KRK ediciones, 2016, pág. 14).

miércoles, mayo 10, 2023

El Cancionero de Cossío

Cuando la reciente edición del libro de Rozas Conversaciones y semblanzas de hispanistas (Renacimiento, 2023) todavía estaba en fárfara, algunos conocimos su contenido gracias a José Luis Rozas, su editor. En su momento, compartí el original con mi hermano Josemari, que me llamó la atención sobre la alusión que Juan Manuel Rozas hacía, en su semblanza de Cossío («José María de Cossío y el 27», págs. 76-83), a que un «poeta que no recuerdo, autor en el Cancionero de una elegía a Lorca, le pintó en él un plano del lugar donde lo mataron» (pág. 79); algo que Cossío contó a Rozas en enero de 1970 en la tertulia del Lion de Madrid. Con ese apunte viajamos en agosto de 2019 a la Casona de Tudanca para conocer su valioso fondo —que incluye un manuscrito del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías— y allí vimos el lugar y los libros, los cuadros y objetos expuestos; y, en esos días, en Santander, tuvimos la suerte de encontrarnos con quien mejor conoce el archivo de manuscritos poéticos —el Cancionero— que Cossío fue recopilando durante años, el profesor Mario Crespo López, autor del catálogo-antología El Cancionero de José María de Cossío. Una memoria poética del siglo XX (Madrid, Visor Libros, 2016). En efecto, en ese libro puede leerse que fue el escritor y cineasta Edgar Neville (1899-1967), que envió a Cossío una «Oda a Federico García Lorca» en cuatro partes, quien le hizo «un dibujo del lugar donde asesinaron a Lorca, con indicación de los pueblos de Viznar y Alfatar» (pág. 218). Vimos el dibujo; pero Mario Crespo no lo publicó en sus páginas, en las que sí transcribió la primera parte de la oda de Neville, «Su último paisaje» (págs. 219-221), sobre el entorno granadino que vio morir al poeta. Lo interesante de la compilación de Mario Crespo es que por vez primera se da cuenta cabal del listado de poetas —que el propio investigador ya había publicado en su biografía de Cossío hasta la Guerra Civil (2010)— y del contenido de los cuatro tomos que fueron obra directa de Cossío, más un quinto, «facticio, realizado con material reunido por quien fuera director de la Casona de Tudanca, Rafael Gómez» (pág. 41). La introducción de Mario Crespo contiene un acercamiento bio-biobliográfico de José María de Cossío (1892-1977), una valoración sobre la importancia del Cancionero, con su cronología, el número y la variedad estética de los poetas, el carácter de la obra como un capricho personal del editor e historiador castellano: «Manifestación evidente de su amor por la poesía y excusa para la delectación y el recreo en diferentes voces expresivas del siglo XX» (pág. 29), y la descripción de los aspectos formales de los volúmenes. Consultar el repertorio lleno de información elaborado por el investigador cántabro es recorrer, en clave de versos, gran parte de la cultura española del siglo XX, en un corpus de más de doscientos ochenta autores, sin parangón en la poesía española. En él hay poetas reconocidos de la generación de Cossío, como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, de la del 36, como Miguel Hernández o Luis Rosales, y otros más secretos, como Rodríguez-Moñino (tomo I); a los que se irán sumando con sus autógrafos Jorge Guillén, León Felipe, José Hierro, Luis Jiménez Martos, Francisco Umbral, Eladio Cabañero, alguna mujer como María Victoria Atencia (Tomo II), Gabriel Celaya, Francisco Pino, Corredor-Matheos, Ángel González (Tomo III), Josefina de la Torre, Luis Álvarez Piñer, la extremeña taurófila «Mahiz Flor», Marcos Ricardo Barnatán (tomo IV)…, por espigar, sin más criterio que representar la diversidad del censo, unos cuantos nombres. Además de la localización de los textos en los diferentes tomos, de la fecha de copia, del modo de entrega a Cossío, de los títulos de los poemas —algunos editados en la antología— y de las notas bio-bibliográficas, es una aportación sensacional lo que se extrae y se extracta del copioso y valioso epistolario del archivo de la Casa de Tudanca, y que complementa algunos registros. Desde nuestro encuentro del verano de 2019, me sentía en deuda con Mario Crespo por su afecto y por su generosidad al dedicarme un ejemplar de su edición «En Santander a 8 de agosto de 2019 (y en presencia de su hno. José María)». Quede por él esta nota como testimonio del valor de una obra que merece más difusión y consulta.

sábado, mayo 06, 2023

Si esto fuera una novela

En la condicional de los conocidos versos de Pedro Salinas «¡Si me llamaras, sí; / si me llamaras!», el grado de improbabilidad puede depender del día del amante; pero la firmeza de su deseo es tan grande como su determinación en caso de cumplirse: «Lo dejaría todo». En el título Si esto fuera una novela (Mérida, De la luna libros, 2023) no se apreciaría deseo alguno si la apódosis fuese algo así como «no estaría en esta sección de la librería». Sin embargo, el título de este libro testimonial e íntimo de Pilar Galán no es más que un deseo irrealizable, el que cabría formular como Ojalá esto fuera una novela. De serlo, sus componentes, desde los espacios a los personajes, podrían ser ficticios, y los acontecimientos deseablemente no vividos. Sin embargo, no. La contundente realidad de la madre muerta convierte la expresión del deseo en un intenso lamento. Por eso, leemos: «Si esto fuera una novela de verdad y no un río o un arroyo cuajado de margaritas o un charco convertido en espejo de hielo, o un regalo en el que un palo o un junco caprichoso dibuja ondas una siesta aburrida de agosto, podría mentir y revestir este capítulo con el halo sobrenatural de un amanecer en el que, como los amantes de la película, el lobo y el halcón, por fin pueden encontrarse una madre y su hija» (pág. 138). «Podría mentir», dice la narradora con toda claridad. La película es Lady Halcón (1985), que merece un capítulo del libro con ese título (págs. 135-141), que evoca la leyenda medieval de los amantes condenados al amor imposible de ser ella halcón de día y él un lobo por la noche y a verse tan solo un instante al amanecer, como metáfora muy sugerente de lo fugaz que es el momento en que confluyen la madre necesitada convertida en niña y la hija ya adulta encargada de los cuidados de su otra. Pilar Galán ha escrito un libro emocionante. Estuve de acuerdo con uno de sus personajes —la hermana mayor—, que me dijo que es de lo mejor que ha publicado. Y no por el puro y descarnado sentimiento del recuerdo de una pérdida («Por eso escribo. Por eso duele tanto lo que escribo, porque cada palabra sostiene el peso de las que no están, porque cada palabra trata de llenar un vacío y al mismo tiempo, dejar en blanco el recuerdo de una ausencia que no puede leerse entre líneas», pág. 145), ni por la función que la escritura tiene como «tabla de salvación» (pág. 212), ni por la cercanía de lo real vivido y de unos personajes identificables y conocidos por tantos lectores («Para qué la ficción si la realidad siempre está por encima de la literatura», pág. 69). No. Si esto fuera una novela es brillante por la naturalidad y la sencillez puestas en lo que con sigilo se hace grande, como quien teje una labor de punto que va creciendo o una colcha de lana sin que se le noten las costuras (pág. 213); por la constante autorreferencialidad al texto, a la escritura que va avanzando por tanteo («Este libro avanza solo, pero no en línea recta», pág. 109), con muchas dudas, como un devaneo de la memoria y sobre la figura principal evocada, a costa, sí, de un padre secundario. Es brillante porque no da puntada sin hilo sobre un texto que es un entramado de piezas, sabiamente conectadas, a través de motivos recurrentes o hilvanes —los cuchillos que escondía la hermana mediana y que aparecen desde el principio hasta el final— o por el eje que es un capítulo como «Balance», único encabezado por un lema —de Michi Panero—, vigésimo de cuarenta y tres, y fundamental por sus conexiones con otros momentos del texto y para el sentido de todo. Un extraordinario libro de familia. P.S.: propongo a Pilar taka-taka como nombre de aquel juego de las bolas que no logró recordar (pág. 135); y la expresión que escuché de Elena Vilariño sobre su tía Idea, la escritora uruguaya, para decir que se le daban bien las plantas, como al don Alfonso de los últimos años: «tenía mano verde». 

lunes, mayo 01, 2023

Glorias de Zafra (XXVI)

El otro día me preguntó un amigo si me sentía cacereño. Para más señas, me lo preguntaba alguien de Zafra que lleva viviendo en Cáceres treinta años. Le dije que sí, que me considero integrado en esta ciudad en la que vivo desde hace más de cuatro décadas, aunque el gentilicio me parezca un préstamo tan casual como de larga duración. Sin embargo, todo es natural, como el apego que sigo sintiendo por el lugar en que nací y que justifica la etiqueta genuina de zafreño o zafrense, a pesar de que allí solo sea ya un visitante. «—Tú, tranquila, que seguro que alguien, si te pierdes, te devuelve a casa», se decía ayer domingo la actriz Carme Elías al hablar en una entrevista con Lourdes Lancho y Javier del Pino de cómo convive con su alzhéimer, y de la familiaridad y el afecto que siente en su barrio barcelonés. Emocionante. Si hubiese escuchado eso antes que la pregunta de mi amigo y paisano, le habría dicho algo parecido. Me siento cacereño porque sé que, si me pierdo por el centro de esta ciudad, alguien me reconocerá y me llevará a casa. Si me pasase en Zafra, lo único que necesitaría sería dar mi apellido; y estoy seguro de que, en cualquier calle, alguien me ayudaría. Qué digo; me acogería en su casa hasta que uno de mis hermanos mayores fuese a recogerme. No sé si respondo así a una pregunta que no me hago casi nunca. Con todo, que la vida no me haya dado más elección no me impide creer en el arraigo en otros lugares, y en medir en poco el tiempo necesario para sentirme de un sitio. Encajar en él. Ser cliente habitual. Un rostro familiar. Un par de meses.

sábado, abril 29, 2023

Unamuno en el Ateneo

Con mucha antelación, me pidió mi compañero y amigo Enrique Santos Unamuno si podía presentarle en el Ateneo de Cáceres en su conferencia «Mientras dure la guerra (de papel): Miguel de Unamuno y la anécdota del Paraninfo». Le dije inmediatamente que sí porque me apetece mucho servirle de introductor en un foro ciudadano, fuera del ámbito universitario, más allá del campus en el que los dos trabajamos. Enrique es una eminencia en su área de estudios de teoría de la literatura y literatura comparada, y lleva dando clases en nuestra Facultad de Filosofía y Letras casi veintitrés años. Será, pues, una satisfacción hablar en un foro como el Ateneo cacereño de quién es y de lo que ha escrito, como un preludio a sus palabras sobre el enfrentamiento de su bisabuelo Miguel de Unamuno con el general Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, que —como explica en un avance— «se ha convertido casi en un mito, una especie de parábola o apólogo moral sustraído muchas veces a las ambigüedades del transcurso histórico y a la radical alteridad del pasado. ¿Qué circunstancias y elementos contextuales precedieron y siguieron a esos hechos y a su configuración en un relato quizá demasiado ejemplar? ¿Cómo se ha ido fraguando esa anécdota hasta cristalizar en el Unamuno cinematográfico de Alejandro Amenábar (implícito en el título que proponemos), ensalzado por unos y rechazado por otros? Esas serán algunas de las preguntas a las que esta charla tratará de dar respuestas provisionales, pues la historia, como la tela de Penélope, siempre está tejiéndose y destejiéndose». Será el próximo jueves 4 de mayo, a las 20:00 horas, en el Salón de Actos del Ateneo de Cáceres (C/ General Ezponda, 9).

martes, abril 25, 2023

Gris en claro

Pronto hará un año que tengo este libro, del que leí en su día algunos de los documentos y de las cartas que incluye, y del que no hace mucho terminé el estudio principal o primera parte sobre «Juan Gris y la vanguardia literaria hispánica», que es el título general: Gabriele Morelli, Juan Gris y la vanguardia literaria hispánica. Prólogo de Juan Manuel Bonet. Madrid, Ediciones Cátedra (Col. Crítica y Estudios Literarios), 2022. Me lo regaló mi compañero y vecino de despacho José Luis Bernal Salgado, por el que supe que el profesor italiano, expertísimo en la Vanguardia española, iba a visitar nuestra Facultad para dar una conferencia el próximo jueves 27 de abril (Aula 11, 10:00 horas), motivo por el cual publico estas líneas, que podrían haber salido en otro momento. El ensayo de Morelli es una exhaustiva aproximación a la relación que el pintor español tuvo con los escritores españoles e hispanoamericanos de vanguardia. Comienza con la recepción de Gris en España a su muerte el 11 de mayo de 1927, y otros ecos de escritores y críticos que lo difundieron con un retraso quizá motivado por la mayor fama y reconocimiento de otro artista español en Francia: Pablo Picasso. «Frente a frente» los aborda Morelli en uno de los capítulos de esa primera parte, que completa con numerosos datos y consideraciones la imagen de Gris en su contexto artístico, antes de tratar la relación del pintor con parte de lo más granado de la literatura vanguardista, como Guillermo de Torre, Vicente Huidobro, Gerardo Diego o Juan Larrea. El relato de esta relación lo hace el profesor italiano con el acopio de documentos poco conocidos o inéditos para revisar episodios como el supuesto secuestro de Huidobro, o la pasión de Juan Gris por el baile y la musical de Diego, que los acercó activamente. Las cartas (a Josep Maria Junoy, y a los literatos citados) y un conjunto de artículos, ensayos y entrevistas («Documentación literaria») sobre Gris y su obra, conforman la segunda parte de este volumen lleno de noticias y de datos para la historia de la vanguardia hispánica y que da una imagen muy completa de Gris y de sus principios artísticos, que entendían íntimamente ligadas la plástica y la poesía. Después de un artículo-conferencia de Guillermo de Torre sobre las reminiscencias personales entre Juan Gris y el pintor parisino Robert Delaunay, la joyita que cierra el libro es un texto de Rafael Alberti traducido al italiano y publicado en el Corriere della Sera en 1985 con motivo de la exposición Juan Gris (1887-1927) de ese año en la Biblioteca Nacional de Madrid, y en el que el poeta español evoca el envío que le llegó de Gris para la revista Litoral en el homenaje a Góngora en 1927, el mismo año de la muerte del pintor, al que Alberti —dice— no conoció. Terminaba estas líneas para recibir al profesor Morelli cuando mi colega José Luis Bernal me ha comunicado que por razones de salud no ha podido volar a España y que su conferencia «Neruda y Lorca frente a frente» —no sé si iba a ser el título exacto— se suspende hasta una nueva fecha. Ya habrá ocasión. Hasta pronto de escucharle, remedando alguna despedida de Juan Gris en sus cartas. 

domingo, abril 23, 2023

Leila

Los domingos, sobre las nueve menos cuarto, entra en casa la escritora y periodista Leila Guerriero (Junín, 1967). Su «Hola, soy Leila Guerriero, soy periodista, vivo en Buenos Aires» abre esas mañanas su píldora de la SER en el programa de Javier del Pino A vivir que son dos días y me habla en el desayuno, como anoté hace casi un año. Quizá lleve tres haciéndolo, como sus colaboraciones en El País en la columna de los miércoles, mi preferida de las siete que se publican cada semana. Lo escribo porque es una familiaridad que proviene de la escucha o la lectura periódica de alguien que sabe contar lo que observa y siente, y llega a hacerse una costumbre muy placentera que no decrece. Es un trato con el mundo gracias a lo escrito por alguien estimulante que comienza a llenarse de apariciones y referencias, como cuando, tras la lectura de la novela de Aurora Venturini, leí una larga entrevista que Leila Guerriero hizo a su compatriota en 2012, tres años antes de morir. Otras han sido las ocasiones en las que he topado con la periodista argentina fuera de la costumbre semanal de leerla y escucharla. No hace mucho vi la edición en España de la antología de Pedro Mairal Maniobras de evasión (Libros del Asteroide, 2019), hecha por Leila Guerriero, que también firma el prólogo. Antes, en 2015, se publicó en Santiago de Chile por las Ediciones de la Universidad Diego Portales. La penúltima vez que me he encontrado con la periodista argentina ha sido el sábado primero de este abril. Mi antiguo alumno y hoy amigo Javier Rodríguez Marcos, con el que también acostumbro a pasear por Cáceres cuando viene a visitar a su madre, me trajo un libro ignoto: Javier Cercas, Formas de ocultarse. Edición de Leila Guerriero. Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego Portales, 2016. Su regalo, tantos años después, parece un símbolo del viejo gesto que tuvo conmigo cuando me enviaba desde Barcelona recortes de las columnas de Cercas publicadas en la edición de El País de allí, desde enero de 1998 hasta diciembre de 1999. Curioso; hasta casi justo antes de la fecha que puede tomarse como punto de partida de la escritura de los textos recopilados entonces por Leila Guerriero y ahora por Juan Cerezo, Josep Maria Ventosa y el propio Cercas en su reciente No callar. Crónicas, ensayos y artículos 2000-2022 (Barcelona, Tusquets Editores, 2023). De manera que la relectura de muchos de los casi doscientos textos de ahora me lleva a los ciento veintitrés de la antología chilena, que, como esta, recoge no solo artículos publicados en El País, sino relatos reales, prólogos, epílogos, artículos de mayor extensión de otros lugares, algún inédito, discursos…, etc. Igual que Leila Guerriero, en «El proceso» de cómo montó Formas de ocultarse, dice que ella ve todas las semanas a Cercas leyéndolo, yo puedo decir lo mismo sobre la escritora argentina a la que me encuentro —leo— en todas partes. La última, hace nada, en el muy recomendable y reciente libro de Pilar Galán, Si esto fuera una novela (Mérida, De la luna libros, 2023), que se abre con una primera cita de Leila: «Y por un momento entendí. ¿Qué? Todo. Entre otras cosas, que hay que escribir para que cada palabra soporte el peso de las que no están. Para vaciar la página de peso» (El País, 4.09.2021). Eso. 

sábado, abril 22, 2023

Las mujeres felices son una quimera

No soy lector de novela negra o policíaca, y quizá ya esté confundiendo los conceptos; pero no tengo prejuicios sobre ella, más allá de una tibia antipatía por etiquetas como esas o como «novela histórica», que no deben distraer de lo que verdaderamente importa: el valor literario, que es lo que distingue una obra entre otras del mismo color. Me desoriento más si existe una novela «jurídica». Esta de Alonso Guerrero (Las mujeres felices son una quimera, Córdoba, Editorial Almuzara, 2022) debe de serlo, pues logró el I Premio Internacional de Novela Jurídica del Ilustre Colegio de Abogados de Granada, una iniciativa que declara su propósito de dignificar la profesión con elementos de diversos géneros, como la novela histórica, género negro o policíaco, o «cualquiera de sus posibles combinaciones». Debe de ser que el texto de Alonso Guerrero cumple con ese fin y por eso hay en él algún abogado y un juez de apellido Corcovado. Un apremio dirigido a un autor que ha de ajustarse a un patrón que exige un muerto en la primera página, un policía —por ejemplo— solitario e independiente, descreído y algo canalla, que investiga; y una trama llena de incertezas y giros que conducen a un desenlace que no se puede desvelar, que es otro de los imperativos del género, ya del lado del lector. Someterse a una poética con sus constituyentes no tiene que considerarse nunca un demérito o una suerte de traición a la libertad creadora; y cuando un escritor que se ha movido con soltura por otros territorios lo hace, se generan muchas expectativas, que, como es el caso de esta novela de Alonso Guerrero, se colman sobradamente. Sin embargo, intuyo que hay una contención estudiada en escritores de fuste —así llamó Enrique García Fuentes a Alonso Guerrero en una certera reseña de esta novela publicada en el diario Hoy el 11 de febrero de 2023— cuando se las ven —lo buscan, claro— con un género así; como si hiciesen el esfuerzo de que no se les note que saben escribir de sobra. En esto sí que me pongo a la defensiva y soy prejuicioso ante quien se pliega o se contiene en exceso. Sin duda, aparte de los aspectos de una trama y unos personajes bien llevados, el autor es consciente del terreno que pisa y me gana cuando se permite alguna autorreferencia irónica por boca del policía: «Si no vamos a seguir los cánones de la reciente novela negra, en la que la comida es tan importante como los móviles del crimen, lo mejor es que comamos sólo para no morir. De niño me gustaba la mortadela italiana. Además, no leía novela negra» (págs. 143-144). La travesura de un título llamativo —en algún momento se equipara a las mujeres con las novelas— y el desenfado irónico son actitudes muy personales para un relato muy bien escrito y que liga los diálogos como forma preeminente. En los dos niveles deja el narrador sus guiños al cine o a la literatura, sobre todo a esta, desde una primera alusión a El clavo de Pedro Antonio de Alarcón (pág. 12), a La Eneida (pág. 24) o a Shakespeare (págs. 33 y 217), hasta la lectura de unos versos de John Donne filiado por el personaje mítico y literario de Asterión por su habilidad para moverse «por la historia de la literatura como hay que moverse, con las manos atadas a un teclado» (pág. 121), o las menciones de autores del género como James Ellroy, Dennis Lehane o Raymond Chandler (pág. 158). Alonso Guerrero se empeña por fortuna en esta novela en envolver su trama de sugestivos referentes que uno agradece casi desde la misma postura que el protagonista cuando le dice a un editor del género: «Soy un mal lector de novelas de policía» (pág. 162). Y de policía se trata; aunque no solo, como es natural.

viernes, abril 14, 2023

El baile de los pájaros

«Ayer recogí […] el mecanoscrito de El baile de los pájaros, de Basilio Sánchez, que surge de su colaboración en Conclausa […]», leo en una anotación de 19 de noviembre de 2021. Compartí que aquella colaboración durante el confinamiento había adelantado en forma de aforismos en prosa el título del nuevo libro y que siete de las diez breves teselas que se publicaron armaban en su orden el poema del mismo título, «El baile de los pájaros», primero de la segunda sección del poemario: «En mi parte más sola crece un árbol / y yo escucho sus hojas. // Como ellas, / con un temblor idéntico, / respiran las palabras, y es su aliento / el que vuelve de pronto incandescente / lo que ya se ha extinguido. // El poema es el baile de los pájaros frente a la comitiva de la boda. […]» Pocos días después, en su casa, Basilio y yo conversamos sobre su libro, sobre el que hizo, como siempre, precisos comentarios de intención y circunstancias. Hoy, 14 de abril de 2023, hemos quedado porque quería darme El baile de los pájaros (Pre-Textos, Col. La Cruz del Sur, 2023), que acaba de salir. Como siempre, me ha regalado y dedicado uno de los primeros ejemplares recibidos. He llegado a casa cuando acababa la tarde —un poema la nombra así— y, con mi libro abierto, me ha parecido que comenzaba el día, que la luz era otra, que todo… Y aquí el golpe de la noticia inicua con su viento terrible que me ha cerrado el libro y ha espantado a los pájaros. Acabo de enterarme, tan tarde, de que ayer murió la poeta Marta Agudo (Madrid, 1971). Cuánto lo siento.

sábado, abril 08, 2023

Beethoven y Tomás Pulido


«Se podría definir a Tomás Pulido como un hombre que siempre anduvo buscando las huellas de otras huellas y en ese caminar, en ese escudriñar, fue dejando sin querer las suyas propias, a veces en forma de cartas, de fichas y apuntes, y otras de libros o artículos de prensa. Con esa letra cuidada, estética, artísticamente hilada, que era una prolongación de sus ojos lo dejaba todo escrito. Así, empezaba elaborando un artículo y se le caía un libro de las manos. Por eso mismo, esas huellas son incontables y su legado, aun hoy, es difícil de acometer» (pág. 44). Lo ha hecho magníficamente su nieta Beatriz en esta edición de un libro sorprendente: Tomás Pulido y Pulido (José de Hinjos), Beethoven (Sugestiones) Ensayo íntimo. Edición, introducción y notas de Beatriz Pulido Flores. Mérida, Editora Regional de Extremadura (Serie Rescate, 65), 2022, de donde procede el fragmento citado. La edición original de 1927 —primer centenario de la muerte del genio alemán— apareció bajo el seudónimo de José de Hinjos, con el que el historiador cacereño firmó muchos de sus artículos y alguna más de sus obras, como El Divino Morales. Ensayo íntimo (1926), y en ella cristalizaron algunos de los textos sobre Beethoven que fue publicando en la prensa local desde 1919. Es sorprendente este libro —para mí, una de las principales aportaciones editoriales de la Editora Regional de Extremadura desde el último trimestre del pasado año— por su primera publicación esquinada en una capital de provincia como Cáceres, en un contexto social y cultural poco propicio —Tomás Pulido lo llama «ambiente hostilmente cerrado» (pág. 91); por su espontaneidad y sinceridad en tanto que panegírico de un artista inmortal; y, también, por los rasgos de su contenido. Porque, a mi parecer, el ensayo de Tomás Pulido (1896-1978) es más una reflexión íntima, modesta y sincera sobre el arte que un acercamiento crítico a Beethoven, que es algo lejos de su pretensión. Es la obra de un hombre sensible que enmudece ante la grandeza de su objeto y se desvía hacia consideraciones íntimas. La evitación del análisis erudito le lleva a retardar mucho la referencia concreta a la obra de Beethoven, hasta la página 119, cuando alude a una décima sinfonía, que, si no estoy confundido, es la única obra del músico que cita Pulido. En realidad, el ensayo del cacereño tiene un motivo o tema, que es Beethoven, pero que abandona a cada tramo para desarrollar sus especulaciones sobre asuntos de especial enjundia como el arte, la crítica o la filosofía. Son constantes las digresiones o paradas reflexivas, a manera de algo más que escolios, que se cierran con la recuperación del hilo de Beethoven, que es retomado así en muchos momentos, como en el tercer apartado del capítulo X («El Dolor de la Ciencia y del Arte. ¿Dónde está la verdadera sabiduría?»), o en el sexto de XII («El Dolor de la Ciencia y del Arte. El drama de nuestra ignorancia»), o los capítulos XV, XVI y XVII con respecto a los que los preceden y siguen… Así, en este libro Beethoven es como su música mientras escribo estas líneas, un fondo sublime y venerado que me ambienta (la «Pastoral») para cavilar sobre el pensamiento de Tomás Pulido, que es el principal objeto de interés —y que me perdonen los beethovenianos— de esto que, significativamente, también se subtitula Ensayo íntimo. Por eso el autor llama a su trabajo Sugestiones, porque es inútil para él pretender analizar la creación del músico, por el que siente una devoción que roza la «predisposición fanática» y «la más irrazonable sugestión», hasta el punto de que puede ser considerada una «alucinación» que constituye —y esto es importantísimo para atisbar el talante intelectual y el espíritu sensible del escritor cacereño— «el motivo de una vida más plena de realidad vital» (pág. 87). El trabajo introductorio de su nieta Beatriz Pulido Flores es sobresaliente. Con buen criterio, se antepone a la «Introducción» un «A modo de prólogo» en el que escuchamos a la nieta antes de escuchar a la estudiosa privilegiada que ha tenido acceso a los libros y papeles del erudito, sobre los que se nos dan noticias muy valiosas en cuanto a materiales inéditos; y sobre alguno, entre esos, se nos extracta algo: de una carta de Tomás Pulido al periodista Ramón Quiles en la que se refiere a su gran amistad con Eulogio Blasco (págs. 64 y 66), a la sazón, autor de los dibujos de la primera edición de Beethoven, y que en esta se nos ofrecen en un apéndice de ilustraciones (págs. 267 y 274), quizá no incompatible con la reproducción en sus lugares originales en el cuerpo del texto. «Tomás Pulido y su época» y «Estudio de Beethoven: Ensayo íntimo» son las dos partes principales del estudio preliminar que es una excelente puerta de entrada a la personalidad y obras del protagonista y a los aspectos esenciales del escrito en cuestión. La unificación y completitud de algunas referencias bibliográficas, la corrección de alguna errata —en el apellido de Leocadio Mejías (pág. 35), «se consideraba así mismo» (pág. 38); «Antonio Rodríguez Sánchez» por el nombre del profesor de Historia Ángel Rodríguez (pág. 43), bien citado más adelante (pág. 49); «smilar» por «similar» (pág. 74)—, y la cuestionable oportunidad de la única «nota de edición» (pág. 132) son algunas minucias susceptibles de ser revisadas en el futuro. Insignificancias al lado de la importancia de este «rescate», que me suscita un montón de consideraciones afines sobre el concepto que Tomás Pulido tenía de la creación artística, de la vida humana, del arte y de esa capacidad que algunos pretendemos tener de servir de buenos conductores de la emoción que nos produce lo que sentimos artísticamente, como dice el autor en una de esas impagables notas a su ensayo y que merecerían detenerse aquí más despacio y más por extenso. Puedo decir que no he sabido nada nuevo de la grandeza «inaprehendible» del músico; pero sí mucho, gozosa y profundamente, de la personalidad de un cacereño como Tomás Pulido y Pulido o José de Hinjos y de su legado. 

jueves, abril 06, 2023

Cuaderno español, de JA Cáceres

Creo que esta edición del Cuaderno español, del poeta José Antonio Cáceres (Zarza de Granadilla, 1941), es una feliz y notoria consecuencia del fervoroso tesón de la poeta y ensayista Emilia Oliva (Malpartida de Plasencia, 1957), que durante muchos años ha bregado para que se publique, se lea y se reconozca como es debido la obra de este poeta visual, que es como lo presenta en su introducción David Pavo Cuadrado (Ermua, 1987), profesor de Escultura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco —se doctoró con una tesis sobre Jorge Oteiza y el arte jondo— y escultor. A su gentileza debo mi ejemplar, que me llegó desde la Oficina de Correos de Gévora (Badajoz). Del origen del interés de David Pavo por José Antonio Cáceres hay prueba documental en la web dedicada al autor extremeño —otra aspiración lograda por Emilia Oliva—, en la que se publicaron sus reacciones al visitar la exposición Unidad del mundo en el MEIAC desde junio a diciembre de 2019. Imagino que fue el comienzo de la captación de un estudioso más de la obra de Cáceres y que nos ha deparado esta elegante publicación salida de las prensas de Luces de Gálibo con el buen hacer de Ferran Fernández. La nota justificativa con la que se cierra la presentación es muy explícita en su información: «La edición de Luces de Gálibo es la primera que se realiza de Cuaderno español. Reproduce los diecisiete poemas que configuran la obra en el documento original. El libro tiene el mismo formato (15,5 x 21,5 cm) que el cuaderno original. Asimismo, los poemas están reproducidos respetando el tamaño y la disposición originales. La edición se complementa con una «Nota autobiográfica» escrita por José Antonio Cáceres y una «Entrevista a José Antonio Cáceres sobre Cuaderno español, o el Cuaderno de Zarza», realizadas ex profeso para la edición. También con un apartado bibliográfico centrado en los libros de poesía visual de José Antonio Cáceres. La edición se complementa con fotografías de Urtzi Canto Combarro realizadas a José Antonio Cáceres en Hervás en 2021». En abril de 2021 ya hubo un intento de publicación del Cuaderno español a partir de una campaña de apoyo —impulsada, cómo no, por Emilia Oliva— que solicitaba aportaciones privadas; pero, creo que por falta de la suficiente respuesta, el proyecto se malogró. Ahora, felizmente, se publica esta obra de 1972 hasta el momento inédita, una creación de José Antonio Cáceres dentro de los presupuestos de la poesía concreta y espacialista y compuesta con letraset de diferentes tamaños y con intención de figuración letrista y sígnica, y con un total de diecisiete poemas visuales, que, como indica David Pavo en su estudio introductorio, «mediante estos signos y elementos plásticos, se trabajan bajo la clave de figura-fondo, y al interior de esta clave, tensionados a través de la articulación propia (figura-negro) y con respecto a la página (fondo-blanco). Podrían, además, concebirse figura y fondo invertidos. La operación estructurante de cada poema pasa por la organización de los elementos respecto del papel, con su límite, y producción de constante relación, espacialización y contexto» (pág. 12). Así, la disposición de las letras siempre queda alterada con respecto a su norma, pues se nos presentan inclinadas, vinculadas, enfrentadas, sugiriendo en su combinación por acople o empalme formas muy sugerentes, de enorme potencia estética, como concluye Pavo. La entrevista a José Antonio Cáceres —hecha por David Pavo en Hervás en octubre de 2021— y la «Nota biográfica» redactada por Cáceres en febrero de ese mismo año son dos aportaciones muy acertadas de esta edición, que suma un considerable hito a la interesante historia de la poesía experimental en Extremadura, ya que esta obra también podría haber llevado el título de Cuaderno de Zarza (David Pavo).