sábado, julio 05, 2025

De la belleza en León

Va de confluencias. Acababa de tomar notas por la lectura de La belleza de la escritura, de Miguel Casado, y en León, en la galería Ármaga, tenían varios números a la venta de la colección «De la belleza» (Eolas Ediciones). También había algunos ejemplares de la amarilla colección de Dilema Editorial de la poesía reunida de Víctor M. Díez A un amanecer, otro crepúsculo (Dilema Editorial, 2025). Este poeta, como dije, intervino en el acto de presentación de la exposición de Antonio Gamoneda y Javier Fernández de Molina El hospital y el sinsonte, aprender a volar, con la lectura de un texto que glosaba la propuesta conjunta del pintor y del escritor; pero también participó en el acto el poeta Ildefonso Rodríguez, que fue el encargado de leer el poema de Gamoneda en su ausencia. Hacía mucho que no veía al escritor y saxofonista leonés que también publicó su obra reunida en Dilema (Escondido y visible 1971-2006, 2008), y me presenté recordándole un lejanísimo encuentro en Lisboa en febrero de 1997 por una de nuestras reuniones del proyecto de Hablar/Falar de Poesia, y al que acudieron, en representación de El signo del gorrión, él, Miguel Suárez, Esperanza Ortega, Luis Marigómez y Tomás Salvador. Le agradó mucho la evocación de aquello y, expansivo, me habló de su libro, precisamente, Pliegue a pliegue. El libro de Tomás. Con Tomás Salvador González (1952-2019), publicado el año pasado en Libros de la Resistencia, que lamentaba no tener allí para regalármelo. Sí, empero, acudió a la mesita en la que estaban los tomitos de «De la belleza», tomó el suyo (La belleza de los muertos) —el número 1 que abrió la colección en 2022—, me lo dedicó y me lo dio como brindis con gentileza de cómplice en aventuras antiguas. Fue el día de San Antonio. Y el sábado leí en algún sitio que esa mañana, en la librería Tula Varona, muy cerca de mi hotel, se presentaba La belleza de lo trágico, de la poeta, profesora, dramaturga y actriz Maru Bernal, número 26 de la misma colección en la que confluyen mis querencias. Poco antes de la una del mediodía, que era la hora anunciada del acto, estaba sentado en una de las mesitas de la librería-café, con un expreso, un vaso de agua y mi ejemplar del libro de Maru Bernal, que, tras los inevitables minutos de retraso por cortesía a los impuntuales y desconsideración a los presentes, hizo una lectura interpretada —dramatizada— de fragmentos del recorrido de La belleza de lo trágico por los diferentes linajes de los personajes principales de la tragedia griega, preferentemente femeninos, desde Clitemnestra y Electra, o la Andrómaca de Príamo y Hécuba, hasta Sémele, hija de Cadmo, rey de Tebas, que ocupa el «Panegírico al vino» de la última parte y remata el último de los cuatro cuadros genealógicos del libro, como un rasgo didáctico de quien lo escribió durante su último año de docencia como profesora de latín y griego. Al terminar aquello, no más de una hora después de haber llegado, sentí que había estado en un espacio de acogida, por el atentísimo trato de las libreras del sitio, que compartieron mi entusiasmo por encontrar allí también otra entrega (16) de la misma colección con la que ando, La belleza de la materia, de María Ángeles Pérez López (Eolas, 2024), y por añadir a mi conocimiento de Maru Bernal una reedición en Reino de Cordelia de su libro No todos volvimos de Troya, que fue XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, y cuyos versos me llevaron también a la emoción poética de La belleza de lo trágico, en donde, para culminar esta crónica de concurrencias, hay dos exergos de apertura, uno de John Keats y otro, ay, de Tomás Salvador González.