domingo, octubre 15, 2017

Retalillos


Tengo anotado que Meléndez Valdés escribió en octubre de 1815 que «el modo mejor de responder, así a los elogios como a las críticas, es el de esmerarse en los trabajos, fijos siempre los ojos en la posteridad, que nada disimula». Me gustaría escribir un texto contenido —que no sea demasiado sentimental— sobre el hueco que dejan las personas que se van definitivamente. Vamos, que se mueren. Vivimos con esos agujeros como si fuese una tarea que tenemos que llevar hasta el final de nuestros días. Es un legado obligado que se convierte finalmente en algo placentero, contradictoriamente; porque alguien nos ha confiado la preservación de su recuerdo. Y nos gusta recordar y revivir. También tengo anotada una palabra a la que le amputé una vocal intermedia para expresar ese vacío: «elgía». Algo así como un texto con el que expresar ese hueco que deja la persona que se va. Lo puse junto al apunte del enlace de una sentida necrología de Manuel Vicent sobre un amigo muerto joven. Más: mi compañero I vino a mi despacho un lunes, que es el día que yo escucho saludos alusivos a los resultados de la jornada de fútbol que comienza el sábado y concluye el domingo. Mi amigo no vino a verme para eso, y tampoco para hablar de los graves acontecimientos ocurridos en Cataluña el 1-O; ni de la porra de medir que determinadas fuerzas utilizaron por la mañana y no utilizaron por la tarde. Me disculpé con él por no dejar de teclear lo que estaba haciendo. «—Es algo mecánico, no te preocupes; te escucho», le dije cuando él iba a levantarse para no molestarme y volver en otro momento. Se quedó y me habló de lo que le gustó lo que había leído de Juan Goytisolo sobre La Celestina en un prólogo de una edición conmemorativa del V Centenario publicada por el Museo de la Puebla de Montalbán con ilustraciones de Teo Puebla que me dejó en fotocopias encima de la mesa y que he leído con el gusto de siempre. Así, sin comas. Y más: al bajar del paseo el otro día, ya de noche, vi a una chica que subía y sostenía su móvil sonriente antes de que al otro lado alguien atendiese. Ella, radiante, esperaba que le contestase la persona a la que llamaba. Lo que me llamó la atención fue su semblante. Más cerca ya, alguien tuvo que responder, y ella, más alegre aún, dijo: «—Que tengo trabajo». Se refería —fue suficiente el contexto— a que había conseguido el puesto que había solicitado. Me pareció guapa desde lejos. Al pasar a su lado y escuchar su satisfacción, ya era una belleza.

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