Conocí a Antonio Méndez Rubio gracias a un artículo de Diego Doncel en la revista vizcaína Zurgai, en un número dedicado a la poesía extremeña (diciembre de 1997). En aquel trabajo ("Memoria de la poesía extremeña última") en el que yo me sentí malparado, Diego Doncel decía que Méndez Rubio era, entre los últimos poetas surgidos en aquellos momentos, el que tal vez había que tener más en cuenta, y hablaba del hecho poético y su transcendencia ideológica en los planteamientos estéticos del poeta pacense de Fuente del Arco (1967). Era —creo— la primera vez que alguien incluía en una nómina de poetas de Extremadura a Antonio Méndez Rubio, que desde aquel entonces quedó incorporado, al menos para mí, como uno más, sin reparar en su grado de relación con Extremadura, en el panorama de la poesía última de autores extremeños. Uno más en la diáspora, como muchos. Como algunos que siguen manifestando, a pesar de la distancia, su quehacer; como Carlos Medrano, reaparecido felizmente por las muestras notables con las que nos ha venido regalando en su blog; como Juan María Calles, que hace poco publicó su libro La música del aire (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2012) como Premio de Poesía Fundación Ecoem. Pero vuelvo a Antonio Méndez Rubio. Porque ha publicado un nuevo libro de poemas, Siempre y cuando (Madrid, Abada Editores, 2011), que merece atención. Entre otras cosas, porque insiste —consonante con la poética de su autor— en la necesidad de llegar a un espacio ideológico y ético a través de la poesía. Desde el título, se activa una noción temporal que se explicita de manera evidente en el primer texto, "No hay más (La columna de los ocho mil)" y en el poema que da título al libro (pág. 59) y que evoca con la levedad de dos iniciales (M. N.) al cronista de la matanza de Badajoz (1936) Mário Neves. Ambas circunstancias representan dos de los episodios más trágicos de la represión franquista durante la guerra civil en Extremadura y, en cierto modo, señalizan el viaje en el tiempo que propone Méndez Rubio en Siempre y cuando, un tiempo localizado en el pasado del espacio preciso de la infancia; pero un espacio cargado de sentido ético. "No es verdad / que esa rama / desnuda al sol / no le deba nada a nadie" (pág. 65). Es solo una muestra de la esencialidad poética de este libro, en el que siempre y cuando representan una especie de justicia adverbial para la expresión necesaria de un sitio para la memoria. La propia poesía de Méndez Rubio, su palabra, ya logra tener esa condición memorable.
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