DESPEDIDA
Miro crecer la noche
la cebada y el lúpulo duermen,
los alfabetos de la sombra,
la dignidad del hombre sosegado.
Miro crecer los templos de la perversa vanidad.
De ojos abiertos miro
los dibujos del alma, las flores del silencio,
la majestad serena de la hembra dormida.
Destierro de mi frente
el sigilo cuajado de los años,
y de mi lengua quito las tentaciones vanas de la prosa.
Hurgo en los arrabales
las veleidades de la pena
y la intensa pobreza de las manos,
el caracol sagrado de la concupiscencia,
el ojo del delirio.
Miro mi desteñida soledad,
mi soledad de no estar solo,
mi vacua estupidez de larga data,
mas no me compadezco
y no me encuentro aborrecible.
Entonces bebo mi coñac favorito
y digo adiós, adiós a la miseria.
—José Viñals—
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