No me veo paseando por un ATC, siglas que esconden —y ya es esconder— el eufemismo de Almacén Temporal Centralizado. Podría ser un economato; pero es un cementerio nuclear. No, no me veo paseando por un cementerio nuclear un domingo de mañana. Como el otro domingo, que, de vuelta del paseo, entramos en el cementerio de Cáceres. Hacía tiempo que no entraba por el gusto de entrar y recorrer ese espacio que siempre me ha fascinado. No he despreciado nunca la oportunidad de conocer los cementerios de las ciudades que he visitado. No sólo los que se han convertido en un lugar de interés turístico por estar allí enterrada una figura histórica. Con Manolo Peláez (q.e.p.d.) visité en Deià la tumba discreta de Robert Graves, y en Roma, con Carmen y sin María —que no pisa los cementerios— la tumba de Keats. Me gustó mucho el de Reykjavik, que no tiene ningún muerto conocido. Del cementerio alemán de Yuste me gustaría hacer una antología de poemas de poetas conocidos, éstos sí. Igual se me adelanta alguien. En el de Soria estuvimos también con Leonor, que no tiene pérdida, con sus flechitas indicadoras...
En Cáceres volví a ver las tumbas adosadas de los mortales y las exentas de los ricos, también mortales, para su desgracia. Es un lugar apacible y distinto. No lo quiero para mí; más que para mi disfrute en vida. Para pasear un domingo, y no para estar allí eternamente. Fue un rato agradable...
Por cierto, la basura nuclear se tira en tu contenedor; y no en el del vecino. Así que la almacene el que la consume, y que no compren a los más necesitados con esa mierda tan limpia y tan segura. Cementerios, ay.
viernes, febrero 05, 2010
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5 comentarios:
Concluir el domingo un paseo con la novia, en el cementerio de Cáceres... uf, qué yuyu, Miguel.
(Tiene que haber gente pa tó).
Un beso
Mi padre, en sus viajes desde Don Benito -donde vivíamos- a su pueblo, Valencia de Alcántara, algunas veces paraba y me mostró siendo yo niño el cementerio de Mérida. Algunos cementerios son un lugar hermoso y recogido para pasear a solas. La tumba de Robert Graves en Deià es todo un ejemplo: un cuadradito de cemento al que con un punzón se le ha puesto a mano el nombre del autor, sus fechas y una sola indicación: poeta, y alrededor un reborde. Mínimos signos para volver a todo un mundo escrito. ¿Quién -o quienes- hablaba de que su biblioteca era un diálogo constante con los muertos? Me suena desde el barroco a nuestra poesía de postguerra.
Pero hay cementerios sin ninguna singularidad, con la falta de encanto de las ciudades dormitorios, y donde es difícil honrar al ser querido (nunca he entendido el apego al difunto sobre el que se edifica esos absurdos monumentos y ritos en torno a no saber dejarlos en paz) o reencontrarse con esa dimensión y resonancia de todo lo vivido, de ellos y de nosotros.
Creo que hoy en día la muerte sigue siendo un tabú no superado, cuando no es más que un momento decisivo de la vida, incluso hermoso, que al ser inevitable deberíamos saber afrontar. La muerte nos define en nuestra existencia temporal y física, y -creamos o no en una transcendencia- merece ser vivida y sentida en paz. Los miedos atávicos hay que resolverlos aunque vengan de siglos. (y casi nada de esto se enseña en las escuelas, porque lo que se llama hoy en día curriculum no tiene nada que ver con entender y disfrutar de la vida)
Querido Miguel Ángel, permíteme que te recomiendo dos cementerios magníficos: el de Loumarin, donde está enterrado Camus; y uno de los cementerios de Berlín, donde anda aún Brecht. Las dos lápidas, por cierto, son muy similares.
Espero, por eso, que no prospere la idea de Sarkozy.
Gracias por los comentarios. Gracias, Carlos. Ojalá pueda visitar los cementerios en los que están Camus y Brecht. Gracias, Alex.
Siento una especial atracción hacia los cementerios. No sé por qué, ni desde cuando, sólo sé que irremediablemente cuando llego a una ciudad o a un pueblo siempre termino o empiezo visitando el cementerio. La mayoría de las veces sola. El cementerio de los ingleses en San Sebastián (Donosti) es uno por los que más me gusta pasear, te sientas y la vista es espectacular, el mar y el monte Igueldo..., allí me puedo quedar ni se sabe el tiempo. Una vista parecida, pero con otro tono, la tiene el cementerio de Isla (Santander), adoro este pueblo, a veces en invierno cuando ando cansada, recuerdo los paseos entre castaños y eucaliptos y es como si pudiera descansar despierta y de pie. Por supuesto siempre regreso a donde está enterrada mi madre, allí converso con ella y nos contamos, es algo especial que desde luego no pretendo que nadie entienda.
Saludos
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