viernes, noviembre 28, 2008

"Estación Rozas-Pámpano", por Carlos Medrano

"Querido y recordado Miguel Ángel, la misma voz y persona que hace años me avisó de la muerte de Juan Manuel Rozas, el 25 de noviembre pasado, desde su sencillo rincón de Badajoz, me hace llegar el impacto de esta otra inesperada pérdida. He estado informado por tu blog (hermosa página de ese mismo día), el de Álvaro Valverde, las noticias de la prensa extremeña que saltaban a la red, alguna conversación repentina y sobrecogida con amigos comunes como Tomás S. Santiago o Santiago Castelo, o, tras el funeral, con Luis Arroyo...

De 1994 al 97 en que di clases en Jaraíz antes de volver a Mallorca —donde tan alejada quedó en lo físico Extremadura—, conviví con vosotros en varios encuentros literarios y en la Asociación de Escritores, donde me llamasteis como vocal muy generosamente. Ángel era un amigo y escritor cruzado en mi vida desde el año en que María Rosa Vicente ganó el accésit de Adonais y, en Don Benito, me hablaba de él por entonces en Salamanca, y poco después cruzamos cartas y poemas, conversaciones y generosos gestos llenos por su parte siempre de invitaciones para publicar y escribir. En su vorágine literaria de tantos proyectos y pasión lectora, era también accesible, sencillo, insobornablemente cariñoso, espléndido, familiar, grande, entre puntuales momentos también ensimismados, abismales y para mí inalcanzables. Toda su posible tensión interior se traducía en una vibración de voz y gesto tranquilo, con el calor de un padre. Dios le guarde y hoy nos permita a los que le queremos (la muerte claro que está, pero a la vez no existe) llamarnos en su nombre también Ángel. Aprendimos no en vano en Física que nada se pierde sino que se transforma. Hoy quiero ser desde lo que de él me quedó resonando en sus textos. Seguro que en su voz están todas sus claves con el deseo y la urgencia de que en cada lectura las desvelemos para nosotros vital e intuitivamente. Pertenece a los seres que buscaron desentrañar la transparencia del aire. La nostalgia y mansedumbre de su palabra tienen la tensión declinante (como los ocasos lisboetas) de lo que al aspirarlo está casi al alcance y aún nos falta, y la palabra lo incorpora a nuestros pasos siguientes: la alquimia que inaugura el sentido profundo de la vida, que en Ángel da la mano a la dimensión de lo sencillo. Entonces, el poeta crea y descubre sin importarle ya que el tiempo pase. Ése es su derroche, el de los escritores que nos dejaron las marcas de la pasión por encontrarse (o perderse). Hoy su partida, tan idéntica a la de Juan Manuel Rozas hace años: en ambos la palabra poética, el magisterio creativo, la renovación de la literatura en nuestra tierra de otra manera, el afecto invasivo de su trato... interrumpidos. Y casi igual la estación, al borde del invierno.
(Gracias, Fulgencio, como siempre)

(Gracias, también, a ti y a todos, Miguel Ángel) Es la hora del consuelo amigo y el refugio, oyendo aún su voz, en sus versos."

Difundo este texto que hoy me ha enviado Carlos Medrano, y que completa y reescribe su comentario a mi entrada del martes. En su carta electrónica me dice también:

“Paradójico tener que retomar el contacto conmovidos todavía por la despedida de este gran amigo al que casi me lo imagino deambulando con su gran corpachón en zapatillas y dando sentido humano a cualquier contacto personal suyo, a esa suerte de habernos cruzado con él, en estos años y estas latitudes del Guadiana: Guareña, Mérida, Badajoz […] Gracias por todo. A veces estas pérdidas irreparables nos unen más a los que seguimos vivos y nos devuelve una dimensión más profunda del sentido que tuvieron estos seres sin duda excepcionales. Pudimos disfrutar lo que hicieron y que en nosotros no estaba el poder hacerlo ¡Cuánto nos enriquecieron!”


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