jueves, noviembre 08, 2007

Obras raras de Luzán

El vasto mundo editorial está lleno de contrastes. En él es compatible un manual de autoayuda con una novela sobre San Ignacio de Loyola, un libro de cocina con otro de poemas de tirada para bibliófilos, una enciclopedia en diez tomos con la edición facsimilar de un opúsculo del siglo XIX, también para bibliófilos. Las librerías son ese pequeño agujero a través del cual uno puede contemplar tan vario cielo.
La publicación del tercer volumen de las Obras raras y desconocidas del escritor y preceptista Ignacio de Luzán (Zaragoza, 1702-Madrid, 1754) me lleva a esta reflexión que constata, en este caso, la reducida recepción de este tipo de libros para especialistas. Una vez instalados en este 'nicho de mercado', como se dice ahora, uno no puede más que felicitarse por tener —gracias a su estudioso y editor— los tres volúmenes hasta el momento publicados de estas obras que no han conocido más edición moderna.
En 1990, publicadas por la Institución Fernando el Católico de la Diputación de Zaragoza, aparecieron la Traducción de los Epigramas latinos de C. Wiegel, la Carta latina de Ignacio Philalethes, el Plan de una Academia de Ciencias y Artes, el Informe sobre Casas de Moneda y el Informe sobre las Cartas de Van Hoey.
En 2003, la misma institución aragonesa y la Universidad de Alicante editaban el Discurso apologético de Don Íñigo de Lanuza, un texto de 1741, que es como una gran nota sobre la Poética (1737) a raíz de la reseña sobre esta obra en el Diario de los literatos de España.
Cuatro años después aparece este volumen tercero, ahora publicado por las Prensas Universitarias de Zaragoza en su cuidada y nutrida colección “Larumbe” de Clásicos Aragoneses, y con el patrocinio de la ya citada Institución Fernando el Católico, el Instituto de Estudios Altoaragoneses, el de Estudios Turolenses y el Gobierno de Aragón. Quizá sea el más complejo de los volúmenes de todo el proyecto —el cuarto contendrá las Memorias literarias de París—, por la diversidad y el número de obras que contiene (oraciones gratulatorias para Academias como la de la Historia, la de las Bellas Letras de Barcelona, disertaciones, observaciones sobre la Ortografía de la Academia, cartas, censuras de libros...), y por ello también en el que concurren diversas responsabilidades de autoría, como Margarita Vallejo, Álvaro Soler del Campo, Joaquín Álvarez Barrientos o Giovanni Battista de Cesare, que, al lado del coordinador de todo, se reparten el trabajo, además de otras personas como María Angulo Egea.
El artífice de todo esto es Guillermo Carnero, el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante, el poeta, el estudioso de nuestro siglo XVIII, quien desde hace muchos años viene dando a conocer los escritos menos divulgados de una de las figuras más determinantes, si vale el término —quizá hoy sí— del Setecientos, Ignacio de Luzán. Por primera vez leo lo que el propio Guillermo Carnero me contó en Alicante hace ya algunos años, las circunstancias de un accidente de automóvil que explican grosso modo la dilatada historia editorial de estos volúmenes. El relato de Guillermo Carnero en su “Prólogo y justificación”, lo que dice de las cajas que quedaron en el maletero de un coche totalmente destruido con los materiales acopiados a lo largo de los años y destinados a esta edición, me ha recordado a El primer hombre, el libro póstumo de Albert Camus, cuyo manuscrito fue encontrado entre los restos del vehículo en el que se topó con la muerte en 1960. Carnero, por fortuna, nos lo ha contado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

NESITO QUE A LA VUETA PONGAN LAS OBRAS DE IGNASIO LUZÁN NO LAS RARAS