sábado, mayo 12, 2007

Calle Gallegos

Desde casa, en mi estudio, frente a la pantalla de este ordenador en el que escribo, escucho pasar las tardes por mi calle los días laborables y también la mayor parte de los fines de semana. Tienen esas tardes la voz desinhibida de mis vecinas mayores. Hay varias; pero mi vecina mayor y medianera es el caso de mi calle. Se entretiene a sus años —muchos— como antaño, asomándose al balcón. Habla con todos, conocidos y sin conocer. “—Es menester que nos pongamos buenos” quizá sea su frase favorita. “—Vaya usted con Dios” es su saludo de siempre. Y “—Tirando” es su respuesta resignada a tanto saludo de compromiso. Algunas tardes parece que se aposta en su balcón para espetar a otras señoras: “—Ustedes son forasteras”, les suelta; y ellas, heridas, lanzan a su altura que “—No” y largan, mientras mi vecina sonríe, el domicilio completo, filiación, número, letra, escalera y enigmas.
De vez en cuando me sorprende cuando habla sola, y lo hace mucho, cuando comenta lo que pasa en la calle: un perro que ladra —sabe hablar a los perros y éstos la escuchan—, el sonido de una sirena, una voz más alta que otra, una nube cargada de sueños que mira nuestra calle o una conversación en el bar de la esquina. Entonces, en el silencio de la tarde, ella dice “—Ahí hay una que se llama Amparo”.

4 comentarios:

José Manuel Díez dijo...

Vecinas de esa edad y perfil las tenemos todos... pero no todos nos paramos a escucharlas...

Imagino que hay tardes (sobretodo si uno está decidido a escribir algo decente) que resuena más en nuestras sienes lo que ellas dicen que lo que intentamos escribir.

Un abrazo, Miguel Ángel.

UnaExcusa dijo...

Miguel Ángel: acabo de enterarme de que eres profesor.
¿Sería mucho preguntar de qué?
Sí: soy discreta en mis investigaciones...

Miguel A. Lama dijo...

De literatura, claro.

UnaExcusa dijo...

Sonrisa de oreja a oreja a las 06:53 de la mañana.
Qué buenos despertares.