Desde casa, en mi estudio, frente a la pantalla de este ordenador en el que escribo, escucho pasar las tardes por mi calle los días laborables y también la mayor parte de los fines de semana. Tienen esas tardes la voz desinhibida de mis vecinas mayores. Hay varias; pero mi vecina mayor y medianera es el caso de mi calle. Se entretiene a sus años —muchos— como antaño, asomándose al balcón. Habla con todos, conocidos y sin conocer. “—Es menester que nos pongamos buenos” quizá sea su frase favorita. “—Vaya usted con Dios” es su saludo de siempre. Y “—Tirando” es su respuesta resignada a tanto saludo de compromiso. Algunas tardes parece que se aposta en su balcón para espetar a otras señoras: “—Ustedes son forasteras”, les suelta; y ellas, heridas, lanzan a su altura que “—No” y largan, mientras mi vecina sonríe, el domicilio completo, filiación, número, letra, escalera y enigmas.
De vez en cuando me sorprende cuando habla sola, y lo hace mucho, cuando comenta lo que pasa en la calle: un perro que ladra —sabe hablar a los perros y éstos la escuchan—, el sonido de una sirena, una voz más alta que otra, una nube cargada de sueños que mira nuestra calle o una conversación en el bar de la esquina. Entonces, en el silencio de la tarde, ella dice “—Ahí hay una que se llama Amparo”.
sábado, mayo 12, 2007
Calle Gallegos
Publicado por Miguel A. Lama en sábado, mayo 12, 2007
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4 comentarios:
Vecinas de esa edad y perfil las tenemos todos... pero no todos nos paramos a escucharlas...
Imagino que hay tardes (sobretodo si uno está decidido a escribir algo decente) que resuena más en nuestras sienes lo que ellas dicen que lo que intentamos escribir.
Un abrazo, Miguel Ángel.
Miguel Ángel: acabo de enterarme de que eres profesor.
¿Sería mucho preguntar de qué?
Sí: soy discreta en mis investigaciones...
De literatura, claro.
Sonrisa de oreja a oreja a las 06:53 de la mañana.
Qué buenos despertares.
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