En el recibidor de Pintores 10, donde la Diputación Provincial de Cáceres tiene su Archivo-Biblioteca y otras dependencias, hay una esquinita en la que desde hace años se expone bajo el título de Hablan nuestros documentos algo de lo que se custodia allí —que no en vano ese edificio fue un banco. Demasiadas veces, esa mínima muestra tiene mucho más interés que la exposición de la sala interior, tan poco visitada como este pequeño rincón en el que casi nadie repara. Uno de mis más cercanos informantes de estas cosas es Javier Alcaíns —que atiende funcionarialmente como Javier Martín Santos—, y al equipo del Archivo-Biblioteca debemos la difusión de documentos sobre el origen del ferrocarril en la provincia de Cáceres o los antecedentes del Hospital Provincial en las fotografías de Javier García Téllez del Instituto de Maternología y Puericultura cacereño, la Casa Cuna. Portentoso, verdaderamente, lo expuesto en los últimos años, y que he tenido la oportunidad de ver como el que visita un sitio de un barrio compartido. Desde hace pocos días, ocupa ese rincón un pedacito de uno de los muchos tesoros documentales y bibliográficos que alberga la ciudad de Cáceres en sus archivos y bibliotecas: el fondo de la revista Índice (1945-1976) o archivo personal de Juan Fernández Figueroa (Ruanes. Cáceres, 1919-Madrid, 1996), su director. Hay en él correspondencia con más de quinientas personalidades políticas y literarias —desde Salvador Allende o Fidel Castro hasta Lezama Lima o Julio Cortázar—, ocho mil fotografías, la colección completa de la revista, incluyendo su segunda etapa —Nuevo Índice— de 1981 a 1983, los diez mil volúmenes de la biblioteca personal de Fernández Figueroa, y otras revistas españolas y extranjeras de aquella época. Un tesoro que puede propiciar estudios, tesis, proyectos de investigación sobre nuestra historia contemporánea, nuestra literatura u otros aspectos de nuestro pasado siglo. Insisto en llamar la atención sobre la posibilidad de ver un poema manuscrito de Vicente Aleixandre, una carta de Ramón Gómez de la Serna de 1955, otra de Carmen Laforet de 1961, la de Lezama Lima, o un mecanoscrito de Luis Cernuda de 1959 enviado desde el mismo México que Max Aub mandó sus escritos a Juan Fernández Figueroa, una figura de tantas extraordinarias que no acabamos de reivindicar debidamente. Gestos así van en lo suyo. En ese recibidor de Pintores 10 disfruté hace pocos días con el privilegio de las explicaciones de Javier Alcaíns y de Juan Domingo Fernández, eximio periodista de Hoy —y de siempre—, y sobrino del fundador de Índice, de este pequeño gran tesoro que tenemos tan a la mano.
jueves, abril 28, 2022
martes, abril 19, 2022
Con Olvido García Valdés en la UNED
«Ya habrá ocasión de seguir hablando de la palabra de Olvido García Valdés», publiqué aquí un viernes de octubre de 2020. No sé si cerré aquella nota con ese deseo inseguro pero sincero que expresamos a las personas muy queridas con el consabido «A ver si quedamos». Lo aproveché cuando comencé a leer confía en la gracia (Tusquets Editores), su impresionante libro de poemas de aquel mismo 2020, su reaparición en el panorama poético, ocho años después de su último título. O, realmente, aquello era una llamada ante la imposibilidad en esos momentos —de dificultades por la crisis sanitaria— de reunirnos y presentar aquella antología dentro del animal la voz (Antología 1982-2012) (Madrid, Ediciones Cátedra. Letras Hispánicas, 838, 2020). Y es que —ahora que caigo— no hubo ocasión desde su salida de presentar esa edición de alguien tan indispensable en el panorama poético español como Olvido García Valdés. Y sé que Olvido también se acordó cuando propuso a la dirección de la Biblioteca de la UNED —que quería organizar un acto con ella para el Día del Libro— que Vicente Luis Mora y yo la acompañásemos en el acto de este jueves 21, a las 12:00, en la Sala A de la Facultad de Derecho, para hablar, con Ana Isabel Zamorano y Antonio Ortega, sobre su poesía. Una gran idea para volver a vernos. Será un placer participar en una jornada preparada con mucho esmero por el personal de la Biblioteca de la UNED con motivo del Día del Libro, que se completará con un concierto poético a cargo de Carlos de Abuin, Eva Estebas, Enrique García Requena y José Manuel Maillo, y la exposición de la obra de Rebeka Elezegi, dedicada a las mujeres de la generación beat y una selección de obras de poesía del fondo bibliográfico de la Biblioteca de la UNED.
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domingo, abril 17, 2022
Vera
Es saludable que personas muy jóvenes te recomienden lecturas, y que te den las claves de algunos hechos editoriales. Más si se trata de novedades que tienen cien años. A M., una joven guionista extremeña con la que coincidí hace semanas en la librería La Puerta de Tannhäuser de Cáceres, le había recomendado R., una de las libreras que atienden al público, una novela de Elisabeth Von Arnim, Vera (Traducción de Clàudia Gispert Codina. Andorra la Vella, Trotalibros, 2021). Se la llevó. Anoté el título y la autora, y días después, volví donde R. y compré mi ejemplar. Yo no sabía quién era Jan Arimany, el editor. Cuando hablé con mi hija de lo que estaba leyendo, me dijo que sabía de Trotalibros, que le gustaba mucho el cuidado que ponían en sus ediciones, y que Arimany era un conocido bloguero —¿booktuber?— que recomendaba libros y que había decidido crear su propio sello. Sus recomendaciones ahora, en sus ediciones, se incluyen —me dijo— como «Nota del editor» al final del texto y antes del índice. Bien —y esto lo digo yo después de leer este relato de «suspense psicológico»—; pero ojo con estos paratextos, que recomiendo no leer si no se ha hecho con la novela entera y vera. Ni siquiera la faja vertical; ni, si me apuran, la noticia de «La autora», que aporta datos de situación como que nació en 1866 en Sidney, que fue prima de la escritora Katherine Mansfield y que se casó con un viudo barón alemán, Henning August von Arnim, que, a su muerte, tuvo relación con H. G. Wells, y luego matrimonió con el hermano de Bertrand Russell… Murió en Estados Unidos en 1941. Algo así, incompleto, funcionaría mejor para el lector que la información e insinuaciones que la editorial aporta en todos sus paratextos, que recomiendo no leer, insisto, sin haber leído la novela entera y Vera. Recomendable. Incluso los paratextos, el cuidado que el editor pone en cuidar incluso la visibilidad de la traductora, de la que se incluye reseña. Animo a meterse de lleno en este estupendo relato sobre el que, dado su final abierto e inquietante, nadie debería dar ninguna pista. Cuidado, pues, con la promoción de una editorial tan ardorosa.
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viernes, abril 15, 2022
Cartas peninsulares
En dos ocasiones de su Por tierras de Portugal y de España (1911) escribió Unamuno, casi con las mismas palabras, que no le parecía Joaquim Pedro de Oliveira Martins (Lisboa, 1845-1894) «el historiador más artista que dio en el pasado siglo la península ibérica», como dijo Menéndez Pelayo, «sino el único historiador de ella que merece tal nombre» (Madrid, Renacimiento, 1911, pág. 49). Los elogios de don Miguel a «aquel poderosísimo entendimiento —acaso el más robusto que tuvo en el pasado siglo Portugal—» (pág. 39) fueron por sus obras históricas (História de Portugal, História da civilização ibérica, entre otras), más conocidas que estas póstumas Cartas peninsulares (1895) que se editan y traducen exentas e íntegras por primera vez en España en esta magnífica edición del profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura César Rina Simón. Me hace feliz que este libro tan bien hecho se haya publicado, con el apoyo de la Fundação Calouste Gulbenkian, en coedición entre los sellos del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura y la Editorial La Umbría y la Solana, con su extraordinario catálogo de difusión en España de las letras y la cultura portuguesas. El estudio de César Rina que sirve de prólogo («El viaje peninsular de Oliveira Martins») es una brillante síntesis de la personalidad intelectual de un «historiador, articulista, político, gestor de minas, de ferrocarril, etc.», que no «tiene estudios superiores y no es un profesional del conocimiento en términos académicos» (pág. 22), y también una excelente presentación de las ideas con respecto al estudio de la historia de alguien que, precisamente, emprende su viaje a Castilla para empaparse del paisaje del pasado que quería historiar, y nos ofrece una obra «inclasificable», como subraya Rina, «a medio camino entre la historia documental, la divulgación y el análisis sociológico, económico y de la psicología de los pueblos y los personajes» (pág. 27). En cualquier caso, estamos ante un iberista que en la indagación castellana de su relato de viaje se separa de ese iberismo incluso por el empleo del adjetivo peninsulares de sus cartas y, en ellas, según César Rina, «insistió en señalar las diferencias paisajísticas, culturales y caracterológicas de ambos pueblos» (pág. 51). La lectura de estas Cartas peninsulares permite disfrutar de la visión de las tierras castellanas de un vecino buen conocedor de España, de la prosa diarística en ruta de una gran personalidad intelectual como Oliveira Martins; pero esta edición muestra igualmente el rigor y la sensibilidad de un estudioso sobre su objeto de estudio, y posibilita a los lectores un conocimiento preciso del autor y de su texto. El manejo de los precedentes bibliográficos es muy bueno y cuando Rina se hace eco, como yo vicariamente en esta nota, de la consideración que Unamuno tenía de Oliveira Martins, el investigador nos ofrece muy oportunamente una ojeada a la biblioteca del bilbaíno para constatar que las Cartas peninsulares no estaban en ella y que es probable que nunca las leyera. Del mismo modo, es indicativo de la pulcritud investigadora del traductor y editor la selección de fotografías, todas tomadas del fondo de la Biblioteca Nacional de España y todas de época, entre 1870 y 1892 las de Salamanca, entre 1864 y 1870 las de Zamora capital y de Toro, y de 1864, la de Medina del Campo, encabezadas por la reproducción de un mapa ferroviario portugués de 1895. En total, una docena. Es una aportación extraordinaria, que, además, me ha permitido conocer algo muy reseñable: la propuesta de convertir las Cartas peninsulares en un recurso didáctico para la enseñanza del español a estudiantes portugueses de María Concepción López Jambrina y David Mota Álvarez, en su «Oliveira Martins y As Cartas Peninsulares: una propuesta de viaje cultural por Castilla y León como herramienta didáctica para la enseñanza del español entre el alumnado portugués», en España y Portugal, tierras de encuentro y de proyección cultural. Lisboa, AEPE, 2014, págs. 149-161. En las primeras líneas de sus Cartas, Oliveira subraya dos motivaciones de su viaje: la necesidad de pisar el terreno sobre el que va a escribir en su proyecto de historiar en O Príncipe Perfeito al rey João II y su tiempo, y reponerse en el clima cálido del junio castellano de una enfermedad que le llevó a la muerte. Una lectura transfronteriza muy recomendable.
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martes, abril 12, 2022
Las primas
Es un relato impactante. Es un golpe en la garganta que te deja sin habla y repercute como un mazazo en la mano que intenta anotar la experiencia, si acaso por compartirla, con una dificultad parecida a la de la narradora que sufre la diferencia entre lo que se le ocurre y «la palabra hablada» (págs. 62, 65, 77…). Es, por eso, un texto que incorpora su propio proceso de creación a su discurso. A los argumentos y circunstancias de su personaje, diría; pues a medida que ella va aprendiendo a escribir —Yuna, una discapacitada de diecinueve años, que se hace talentosa pintora—, el lector va avanzando en su lectura. Lo impactante es siempre la forma, esa manera de fijar en el lenguaje y en la estructura artística la base de todo, el énfasis de la literatura que es la sutileza verbal. No tanto el maltrato, la miseria, el asco, la prostitución, el asesinato, los hombres babosos y pederastas, el vómito, el sexo brutal, la mentira social, la perversión…, que serían unos cuantos puntos —unos cuantos solo—, insignificantes puntos que el lector encontrará en este relato sobrecogedor. Una «tragicomedia inmunda» (pág. 209) que me recomendó no hace mucho mi cuñada E., buena lectora, con cuyos libros de juventud, muchos en francés, convivo cuando me quedo en su casa. Su recomendación fue esta novela: Las primas (Tusquets Editores, 2021), de Aurora Venturini (La Plata, 1921-Buenos Aires, 2015), que me ha absorbido. No es, sin embargo, ninguna novedad, pues, editada en Argentina en 2007 por Página/12 y luego por Mondadori, se publicó en España por Caballo de Troya en 2009. Había sido reconocida allí con el Premio Página/12, «que la convirtió, después de cuarenta libros y seis décadas de anonimato, en la voz más singular de la literatura argentina de los últimos tiempos», escribió Leila Guerriero en una larga entrevista en Gatopardo tan fascinante como la novela de Venturini, que te vuela la cabeza, como dicen por allá. Las primas está llena de hallazgos en el modo de la narración. Uno no ha terminado de sorprenderse por la concisión de una relación sintética de casi toda la obra en treinta y siete palabras (págs. 178-179), cuando se topa con la eficacia del microrrelato de una muerte importante en treinta (pág. 180). O cae en la trampa de creer en la futura vida novelesca de un personaje que sale en la primera página —Rubén Fiorlandi, el hijo del almacenero— y que no volverá a aparecer. Una excepcional novela de una autora genialmente excéntrica, con la que, como con la narradora Yuna, el lector simpatiza por impacto.
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domingo, abril 03, 2022
José Hierro, 100 años
Fue en el curso 96-97. Programé en clase la lectura de Poeta en Nueva York, del libro de los primeros exilios de Luis Cernuda, Las nubes, y en estricto orden cronológico, de Espacio de Juan Ramón Jiménez, del Libro de las alucinaciones de José Hierro y de Sepulcro en Tarquinia, de Antonio Colinas, donde cerramos el recorrido por una parte de la poesía contemporánea en uno de aquellos cursos monográficos variables que se daban en los planes de antaño que ya ensayaban asignaturas cuatrimestrales. Continué con ella dos cursos más, hasta 1999. El libro de Hierro lo leímos por la edición de Dionisio Cañas (Ediciones Cátedra. Letras Hispánicas, 243, 1986). Hoy, que se cumplen los cien años del nacimiento del poeta, recuerdo aquellas clases con mucho gusto, y cómo el crítico y poeta de Tomelloso, en su introducción, al comentar el concepto de alucinación —luego estaba el de reportaje— en el autor de Cuanto sé de mí (1957) nos vino de perlas para enlazar la lectura que íbamos a hacer con la del último Juan Ramón Jiménez que ya habíamos hecho. Cañas decía que, junto con Antonio Machado, uno de los autores que más influyeron en la formulación de la teoría y la práctica de la alucinación de José Hierro fue el Juan Ramón Jiménez de Espacio, y aludía a que desde mucho antes de que Octavio Paz lo pusiera de moda en España ya Hierro elogiaba ese poema con fervor. Aquel curso 96-97 ocurrió algo muy especial para un profesor de literatura española como yo, ocupado en comentar en clase obras contemporáneas. José Hierro vino a Cáceres, para participar en las lecturas del Aula Literaria José María Valverde. Fue en noviembre de 1996; y tuve la oportunidad de contarle que tenía que hablar del Libro de las alucinaciones en el segundo cuatrimestre; y se alegró al tiempo que me sugirió que programase igualmente su libro Agenda (1991), que tanto apreciaba. La vitalidad, la energía, el humor y la lucidez del poeta llenaron todos los momentos de su estadía cacereña. Leyó en público su espléndido poema «Lope. La noche. Marta», bromeó en privado con la preparación de su «cóctel del 27», que ya era el «cóctel de Hierro», y nos dijo que José Luis Hidalgo, su amigo, el autor de Los muertos, era un chistoso. Fueron horas escasas pero intensas con uno de los grandes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX. Hace casi seis años, aquí en Cáceres, Dionisio Cañas me regaló de palabra una iluminadora nota al pie de la dedicatoria de Cuaderno de Nueva York (1998): «A José Olivio Jiménez porque en su casa fraterna —West Side, 90 Street— cercana al Hudson se me apareció mágicamente la ciudad de New York». Me dio la clave de las circunstancias de escritura de aquel libro tan vendido de Hierro, clave que me he guardado. Hasta que hoy en La Lectura, el suplemento cultural de El Mundo —mi quiosquero siempre me lo vende dos días después de su salida—, he leído el artículo de Manuel Llorente «El secreto neoyorquino de Hierro», que precisa, con imágenes también, aquella clave, y que anuncia, algo sensacionalista, que el propio Dionisio Cañas hará público este «secreto» el próximo 27 de abril «en un debate en Espacio Mercado de Getafe». En «Elementos para un poema», de Agenda, escribe José Hierro algo que merece reproducirse este domingo en su recuerdo, a los cien años de su nacimiento: «La poesía es dar nombre a las cosas: el nombre nuevo por el que serán, en adelante, conocidas. Es descubrir el nombre verdadero, tapado por los nombres falsos que ostentaban». Una nueva manera de nombrar las cosas que ya estaba en su primer libro de poemas, Tierra sin nosotros (1947).
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sábado, abril 02, 2022
El académico Jesús García Calderón
El orden de las imágenes es cronológico: el acto, el librino con el discurso y la vuelta por la iglesia de Santa María la Mayor antes de bajar por la Puerta de San Andrés y regresar a Cáceres. Lo principal fue lo que no sale en las fotografías. Yo había llegado a Trujillo con más de hora y media de antelación para visitar a una entrañable pareja: Margarita Corrales y Antonio Jiménez. Fueron, hace treinta años, las personas con las que más nos relacionamos durante nuestra breve residencia —doce meses— allí. Ella cuidó a nuestra hija Julia todos los días de aquel curso y él, ya guardiacivil jubilado, fue mi contertulio en lugares para mí insospechados: un cuartel todoporlapatria y un mesón lleno de cazadores en 1992, el último año, si no recuerdo mal, que se celebró el Día de Extremadura en Trujillo, cuando cantó Julio Iglesias en aquella Plaza abarrotada. Antonio me dijo esta mañana que dejase el coche por la cuesta de San Andrés, y me vino muy bien, porque hoy había una carrera popular por el casco histórico, e iban a cerrarlo a las cuatro de la tarde. A esa hora yo ya estaba camino de casa y pensando en lo mejor del día. Y que me perdone mi querido Jesús García Calderón, que tomó posesión por la mañana de su medalla como Académico de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura —el motivo de mi viaje—, con un discurso brillante sobre Una frontera invertida. La Raya de Portugal como antítesis de la frontera, contestado por su amigo el arquitecto y pintor Gerardo Ayala, que leyó dos poemas de Jesús de un libro aún inédito —La espalda de mi padre— en uno de esos actos de representación y disfraz en los que uno se alegra de estar por la alegría de los que están; aunque siempre que he asistido alguien se ha quejado de aquellos —demasiados— académicos que no van, como si con ellos no fuese la función. Qué placer volver a estar en Trujillo y saludar a muchos y charlar con C., con B., con J.J., con M., con J., con M., y más… Con Juan Ricardo Montaña, al que siempre encuentro con sentimientos compartidos. Con Antonio y Margarita.
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viernes, abril 01, 2022
Destrucción
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domingo, marzo 27, 2022
Día Mundial del Teatro
«Queridos amigos:
Mientras el mundo pende, cada hora y cada minuto, de un goteo diario de noticias, me gustaría lanzar una invitación para que nosotros, como creadores, nos adentremos en nuestro ámbito y nuestra esfera y en la perspectiva de un tiempo que se vislumbra épico, con cambios y conciencia épica, con una reflexión y una visión épicas. Vivimos un período épico en la historia de la humanidad, y las consecuencias y profundos cambios que estamos experimentando en las relaciones entre los seres humanos y con otras esferas no humanas están al límite de nuestra capacidad de comprender, de articular y expresar. No estamos viviendo en un tiempo de noticias durante las 24 horas, sino que estamos viviendo al borde del tiempo. Los medios de comunicación se encuentran completamente desbordados e incapaces de hacer frente a lo que estamos viviendo. ¿Dónde está el lenguaje? ¿Cuáles son los movimientos y cuáles son las imágenes que podrían permitirnos comprender los profundos cambios y rupturas que estamos experimentando? ¿Y cómo podemos transmitir el contenido de nuestras vidas actualmente no como un reportaje sino como una experiencia? Porque el teatro es la forma de arte de la experiencia. En un mundo abrumado por vastas campañas de prensa, experiencias simuladas y pronósticos terribles, ¿cómo podemos ir más allá de la repetición interminable de números para experimentar la santidad y la infinidad de una sola vida, un solo ecosistema, una amistad, o la calidad que nos aporta la luz de un cielo inusualmente extraño? Dos años de covid han atenuado los sentidos de las personas, reducido sus vidas, roto las conexiones y nos han colocado en una zona cero de la morada humana. ¿Qué semillas debemos plantar una y otra vez en estos años, y cuáles son las especies invasoras y de crecimiento descontrolado que deben ser totalmente erradicadas? Mucha gente está al límite. Tanta violencia está estallando, irracional o inesperadamente. Tantos sistemas establecidos se han revelado como estructuras de crueldad continua.¿Dónde están nuestras ceremonias de recuerdo? ¿Qué necesitamos recordar? ¿Cuáles son los rituales que nos permiten finalmente reimaginar y comenzar a ensayar pasos que nunca antes habíamos dado? El teatro de la visión épica, el propósito, la recuperación, la reparación y el cuidado necesita nuevos rituales. No necesitamos que nos entretengan. Necesitamos compartir el espacio, y necesitamos cultivar ese espacio compartido. Necesitamos espacios protegidos de escucha profunda e igualdad. El teatro es la creación en la tierra de un espacio de igualdad entre humanos, dioses, plantas, animales, gotas de lluvia, lágrimas y regeneración. El espacio de la igualdad y de la escucha profunda está iluminado por una belleza oculta, que se mantiene viva en una profunda interacción de peligro, ecuanimidad, sabiduría, acción y paciencia.En el Sutra de la guirnalda, Buda enumera diez tipos de gran paciencia en la vida humana. Uno de los más poderosos se llama «Paciencia para Percibir Todo como Espejismos». El teatro siempre ha presentado la vida de este mundo como un espejismo, permitiéndonos ver a través de la ilusión humana, el engaño, la ceguera y la negación, con claridad y fuerza liberadoras. Estamos tan seguros de lo que miramos y de la forma en que lo miramos que somos incapaces de ver y sentir realidades alternativas, nuevas posibilidades, diferentes enfoques, relaciones invisibles y conexiones atemporales. Este es un tiempo para un profundo refrescar de nuestras mentes, de nuestros sentidos, de nuestra imaginación, de nuestras historias y de nuestro futuro. Este trabajo no puede ser realizado por personas aisladas trabajando solas. Este es un trabajo que necesitamos hacer juntos. El teatro es la invitación a hacer este trabajo juntos. Muchas gracias de corazón por vuestro trabajo»
Peter Sellars (Pittsburgh, 1957), director teatral.
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jueves, marzo 24, 2022
El porrazo del consonante
Suelo repetir, al analizar textos poéticos con mis estudiantes, una idea que le escuché en clase a Juan Manuel Rozas hace muchos años y que él puso por escrito en un excelente artículo sobre un poema de Bécquer: cómo la asonancia del texto favorece una sugerencia de vuelo o fuga que no se lograría con las ligaduras sonoras de la rima consonante. La rima consonante ata más que la asonante, repito en clase. Y no digamos ya en relación con el verso blanco o suelto. Estoy leyendo sobre asonancias por ver si saco adelante un articulino sobre un texto del siglo XVIII. No hace mucho que leí un extraordinario trabajo de Rodrigo Olay Valdés: El endecasílabo blanco: la apuesta por la renovación poética de G. M. de Jovellanos (Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 2020), y ando —sigo— sensible en asuntos de métrica. Lo mejor que he visto ha sido gracias al primer Discurso sobre las tragedias españolas (1750) de Montiano y Luyando, que para justificar el verso suelto con el que escribió su tragedia Virginia, dijo que bien sabía él que lo que gusta siempre es la consonancia, por lo que «ata». Y empleó este verbo. Y lo mejor lo he buscado en donde Montiano me dijo, en la dedicatoria de la traducción de la Aminta de Tasso que hizo Juan de Jáuregui (Roma, Esteban Paulino, 1607) mayoritariamente en versos blancos: «Bien creo que algunos se agradarán poco de los versos libres y desiguales; y sé que hay orejas que, si no sienten a ciertas distancias el porrazo del consonante, pierden la paciencia y queda el lector con desabrido paladar, como si en aquello consistiere la sustancia de la poesía». Qué hallazgo lo del «porrazo del consonante» fechado el 15 de julio de 1607, que tan bien vendría a los que no ven la sustancia poética en versos como «¿Y si nos vamos anticipando /de sonrisa en sonrisa / hasta la última esperanza?», de Alejandra Pizarnik, del principio de un poema que se titula «Mucho más allá». Bueno todo.
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domingo, marzo 20, 2022
El peso de la ausencia (y II)
También cuesta imaginar lo sufrido por otro notable extremeño como Bartolomé José Gallardo (Campanario, 1776-Alcoy, 1852), al que Rodríguez-Moñino dedicó un libro extraordinario: La de San Antonio de 1823. Historia de una infamia bibliográfica, que ocupó aquí por alusiones una entrada, y que debería ocupar un puesto principal el próximo año si recordamos aquello que ocurrió hará cien. En un artículo en El Restaurador, en enero de 1824, tuvo que despertar su tragedia: «Hablemos claros: yo, aún llevando la cosa hasta el último cabo, no tengo qe temer, porque no tengo qe perder. Todo cuanto mio valía algo lo perdí en Sevilla: en Sevilla perdí todos mis trabajos literarios, perdí el fruto de 20 años de afan i vijilias, testimonio irrecusable de mi perseverante aplicazion a las letras: perdí la parte mas preziosa de la vida, la sobre-vida, la vida póstuma, la vida de la memoria honrosa a qe aspiran los amantes del saber cuando enprenden obras qe piden tantos años de tarea como ellos pueden contar de existenzia. En unas horas perdí los años de muchas vidas, qe sienpre se las promete felizes i largas, i tales se las antizipa en idea el amor ziego de padre para los hijos del entendimiento.—Buen desengaño de la nonada de los bienes humanos!!!». Conservo también la singular grafía tan identificativa de Gallardo —grande e ilustre personaje— en la trascripción de sus cuitas al pedir en 1845 al bibliotecario de la Colombina un valiosísimo manuscrito que era suyo, cuando volvió a evocar aquel episodio: «Hoi día de S. Antonio haze años q. el Populacho de Sevilla gritando ¡viva el Rei! robó á S. M. hasta su propio equipaje. En los barcos q. iban los de la Real familia, iban también los efectos de las Cortes, y á vuelta de éstos, con los de la Biblioteca, Bibliotecario yo á la sazón, mis más preziosos libros y papeles, señaladamente los trabajos literarios de toda mi vida. Todo lo perdí. De lo perdido parte fué barbaramente despedazado y roto; y tal cual cosa ha ido después deparándoseme por fortuna, ó pareziendo á fuerza de las mas esquisitas diligenzias. De todo obran hoi aqui algunos artículos curiosos en mi poder, los cuales me han sido devueltos por las personas á cuyas manos habían venido á dar.» Cuesta imaginar algo así.
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viernes, marzo 18, 2022
El peso de la ausencia (I)
La última vez que escribí sobre El peso de la ausencia de Antonio Gómez fue para el homenaje a Víctor Infantes, que publicó Visor en una espléndida edición cuidada por Ana Martínez Pereira: El arte de la memoria. Homenaje a Víctor Infantes. Ed. de Ana Martínez Pereira (Madrid, Visor Libros, 2020, 434 págs.). La obra de Antonio Gómez mueve a pensar en los libros no leídos; pero el otro día me la traje también a los libros perdidos. Quizá porque estaba terminando de leer Micronesia. Fractales sobre literatura (1997-2021). Valladolid, Ediciones Universidad de Valladolid (Colección Fractales, 2), 2021, de Vicente Luis Mora, que en la primera parte alude a los textos huecos que dicen por lo que esconden, por lo que no dicen. Ese vacío, que recomiendo llenar con la lectura de Micronesia, es parangonable al vacío real y no metafórico de los libros perdidos (pág. 19). Creo que todo surgió después de una clase; y quizá estas líneas sean una manera de intentar explicarme no sé qué. Fue a propósito de unos versos del poeta Nicasio Álvarez de Cienfuegos —el de «Mi paseo solitario de primavera». Insistí en lo verdadero que yo considero que había en la poesía que escribió, en la alma sinceridad de su sentimentalismo poético. Por atraer a la lectura, propuse ponernos en su lugar cuando escribió algunos versos, precisamente aquellos de los que podría deducirse que sufría cuando los escribió. Me ha ocurrido con él y con Meléndez Valdés, de quien he recordado cómo relató la experiencia de perder casi todos sus papeles y libros al tener que exiliarse. Lo copio aquí una vez que he vuelto con un reducido grupo de mis estudiantes de Tercero de Filología Hispánica de la excursión a Ribera del Fresno, patria chica del poeta y magistrado, después de visitar la Casa-Museo creada como espacio de interpretación y de documentación sobre esta eminente figura de la época ilustrada. El 13 de marzo de 2020 tuvimos que cancelar la visita por lo que nos cayó encima, y hoy ha sido la revancha por goleada. Lo hemos pasado bien. No tanto el Meléndez Valdés que dejó escrito en Nîmes en octubre de 1815, dos años antes de morir, algo que verdaderamente sigue estremeciéndome, y que llegó a publicarse en la edición póstuma de sus poemas de 1820: «con dolor, tan deshecha y horrible tempestad, después de haberme aniquilado con el robo y la llama cuanto tenía, y la biblioteca más escogida y varia que vi hasta ahora en ningún particular, en cuya formación había gastado gran parte de mi patrimonio y toda mi vida literaria, también acabó con las copias en limpio de mis mejores poesías en el género sublime y filosófico, un poema didáctico, El magistrado, una traducción muy adelantada de la Eneida, y otros trabajos en prosa sobre la legislación, la economía civil, las leyes criminales, cárceles, mendiguez y casas de misericordia, que trataba de imprimir, y me hubieran sido de más honor, y al público de más provecho, que los versos y cantos de esta colección. Los frutos de diez y más años de aplicación constante en mi retiro, de vigilias continuas, y la meditación más grave y detenida, todo despareció y ha perecido para siempre, sin la esperanza aun más remota de poderlo ni descubrir ni recobrar. Mis libros, mis reflexiones y trabajos me han enseñado a llevar mis desgracias con un ánimo igual, sin abatirme ni desmayar en ellas; y si la lectura y el estudio no me pagasen hoy con este dulce premio, de nada ciertamente hubieran conducido a mi felicidad y mi aprovechamiento». Cuesta imaginar algo así.
Publicado por Miguel A. Lama en viernes, marzo 18, 2022 0 comentarios
miércoles, marzo 09, 2022
Las letras del bosque
«Hablar con ella esponja la mente», escribió hace año y pico el escritor Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968) sobre la ilustradora Leticia Ruifernández, que es quien aporta varios espléndidos dibujos para su libro Las letras del bosque. Textos sobre naturaleza, animales y libros (Madrid, Sílex, 2021), que se presenta este viernes en Cáceres. Yo lo aplico a la lectura de esta obra que también esponja la mente, que la predispone para estar más sensible y receptiva a mucho de lo que le viene de fuera. No creo, del mismo modo que lo que escribe Javier Morales en el primer texto de su libro, que la lectura nos haga mejores personas; pero sí que nos infunde un sentimiento y una nueva conciencia en según qué cosas. En este juego de correspondencias, lo que el autor dice sobre El diario del naturalista (Madrid, Errata Naturae, 2018), de Nathaniel T. Wheelwright y Bernd Heinrich —una guía, como reza el subtítulo, de observación y anotación para seguir los cambios de la naturaleza que te rodea—, es atribuible a Las letras del bosque, en donde se lee, a propósito de ese título citado: «Confieso que después de leer este libro, de consultarlo, me he marcado el objetivo de mirar de otra manera las calles y la ciudad en la que vivo, de buscar aún con más empeño la complicidad de los animales no humanos que la pueblan» (pág. 40). Así ocurre cuando uno lee estas páginas sobre naturaleza, animales y libros que recomiendo como si esto fuese una prolongación de uno de sus rasgos: la reseña de otros libros. Me dirán que es deformación profesional. O peor —para ellos—, que son ademanes académicos; pero yo creo que, tan evidente uno de los valores de esta obra, habría ayudado una lista para común utilidad: Edward O. Wilson, Biofilia. Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara. Errata Naturae, 2021. Jean Giono, Las riquezas verdaderas. Errata Naturae, 2016. Nathaniel Wheelwright y Bernd Heinrich, El diario del naturalista. Una guía de observación y anotación para seguir los cambios de la naturaleza que te rodea. Traducción de David Muñoz. Errata Naturae, 2018. Joaquín Araújo, Laudatio Naturae. Línea del Horizonte, 2019. David Le Breton, Elogio del caminar. Traducción de Hugo Castigliani. Siruela, 2015. Ruth Toledano y Marta Navarro García (Eds.), Naciendo en otra especie. Antología de poesía Capital Animal. Plaza y Valdés, 2016. Elisabeth Tova, El sonido de un caracol salvaje al comer. Traducción de Violeta Arranz. Capitán Swing, 2010. Y así decenas de referencias que los lectores agradecemos. Dicho queda, y repetido, que presentaremos Las letras del bosque en la sede cacereña de la Librería La Puerta de Tannhäuser este viernes 11 de marzo a las siete y media de la tarde.
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lunes, marzo 07, 2022
Bioy
Una de mis alumnas de Perugia me escribió hace unos días para preguntarme si debería leer para su tesi di laurea magistrale las Memorias de Adolfo Bioy Casares, autor sobre el que trabaja. Concretamente, sobre La invención de Morel. Le respondí que sí, que no es fuente documental fiable —la fecha más precisa que ABC da siempre es el año —«En el 49, en el 51, y en el 54, estuve en Europa»— y a veces «En el 73 o en el 75 […]»; pero que le servirá para su estudio. Cómo no. Aquellas Memorias. Infancia, adolescencia y cómo se hace un escritor (Tusquets Editores, Col. Andanzas, 210, 1994), se anunciaron como un primer volumen que yo creo que no tuvo otro. En aquel comedido relato autobiográfico, Bioy cuenta, después de un montón de alusiones y de casi cien páginas, dónde —en casa de Victoria Ocampo— y cuándo —en 1932— conoció a Borges; y quizá abunde en el lugar común de asociársele vicariamente a tan genial dupla literaria, que resulta uno de los asuntos principales de estas memorias. Contienen también otros capítulos, tras una jugosa «Miscelánea de recuerdos», como «Historia de mi familia» e «Historia de mis libros», hasta las menos de doscientas páginas. Pero lo que más me llamó la atención de la carta de mi alumna A. es que me dijo que le costaría comprarlo entre 150 y 300 euros; aunque quizá por cincuenta podría adquirir un ejemplar de segunda mano. En la página de Tusquets Editores se anuncia el libro a 12 € como si fuese un dato histórico sin significado comercial alguno; y cuando se busca disponibilidad, en efecto, los enlaces llevan a sitios en los que el precio se dispara. He encontrado ejemplares a 23 y a 30 euros, algunos en librerías de Chile o Argentina, que incrementarían su precio por el envío hasta ciento y pico, en algún caso, o por el mismo importe del ejemplar en otros. Pero también hay algunos en librerías españolas que tienen un precio muy asumible para una estudiante que compagina sus estudios con un trabajo en Senigallia, en la costa adriática, y que demuestra un interés admirable por el asunto de su tesi, hasta llevarme a este ojeo sin fin en que se ha convertido la antigua y limitada costumbre de escudriñar en los estantes de una librería en busca de una buena pieza. No lo he podido evitar y he echado mano del libro del genial José Luis Melero Lecturas y pasiones (Zaragoza, Xordica Editorial, 2021), que ya he leído. Un lector buscador de libros y un buscador lector que quizá caiga demasiado en que cualquier tiempo pasado fue mejor. Mejor o anterior. Y siempre la irrefrenable pasión por lo que atesora. Compré su libro en la misma librería madrileña «Rafael Alberti» en la que tres días antes lo había presentado junto a Jesús Marchamalo en una velada que nos consta divertida con amigos comunes. Qué personalidades tan afines habitan este mundo y qué cantidad de gustos compartidos. Me gustaría conocer a alguien como José Luis Melero. Por el momento, doy las gracias a mi alumna A., que me ha llevado al escritor descendiente de estancieros Bioy, y hoy, y como tantos días, a la literatura.
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sábado, marzo 05, 2022
Los nombres impares
Cuando Álex Chico (Plasencia, 1980) intervino en una sesión online —del viernes 26 de noviembre del año pasado— del Taller de Escritura Creativa de la Universidad de Extremadura que imparte desde el curso 2019-2020 el también escritor placentino Javier Morales Ortiz, uno de los participantes, ya en el coloquio, le preguntó por el título de su novela Los nombres impares (Barcelona, Editorial Candaya, 2021), y no recuerdo la respuesta exacta; pero sí que mencionó los números impares como analogía. Desde luego no habló de un número entero que es impar cuando solo existe otro número natural, etc.; sino que tuvo que aludir a lo que luego —yo en ese momento no había leído la novela—, en el corte 21 y último de la segunda parte, el personaje de Ida propone sobre el título. Lo explica como «un número que queda fuera de todo, un nombre que se desplaza también al margen…» (pág. 218). Un nombre que forma parte de la historia pero que no se deja ver a primera vista, que solo «aparece si lo lees con una atención enfermiza. Superlativa. Descomunal. Damián es una persona invisible, como los nombres impares» (pág. 219). Ese Damián, de apellido Gallego, es el que activa todo el relato de Álex Chico en Los nombres impares, que vuelve a plantearse cuáles son las motivaciones de la escritura, cuáles sus límites y qué hay en el baile de identidades que concurren en un texto con voluntad de narración ficticia. A Álex Chico le gusta moverse en unos terrenos fronterizos y mestizos en términos literarios, y su propia obra, que está compuesta por libros de poemas y ensayos que, si se puede decir así, han cristalizado en unas novelas en las que convive el relato de ficción con la realidad documentable. Su obra es una interesante propuesta de teoría literaria, de particular teoría de la visión; o igualmente atractiva declaración de lector. En esta última vertiente, la de la lectura, la novela de Chico muestra su cercanía a los modos metaficcionales de Roberto Bolaño, que poco tarda en aparecer (pág. 24 de doscientas cincuenta) en la pesquisa puesta en marcha por una pareja detectivesca. Dichos estos escasos ingredientes fácilmente reconocibles, la novela arranca con una frase de tan pertinente intención como «Igual tengo una historia para ti», y muy desde el principio remite al mundo de la literatura, de la narración o de la escritura como medio de ensanchar la vida que vivimos. Cuidada en su estructura —no sé si la «Nota final» debería ser distinguida tipográficamente para separarla de las tres secciones principales— es una novela extraordinariamente sugerente, que concita la actualidad literaria con la alusión cómplice a nombres como Basilio Sánchez o Gonzalo Hidalgo Bayal, a Mª Ángeles Pérez López o Francisca Noguerol, y que convoca lo mejor de la literatura, también por el referente real del infrarrealista Darío Galicia —Ernesto San Epifanio en el universo Bolaño— para construir la esencia de este relato que no esconde una valoración moral sobre los límites de la realidad y la ficción: «Cualquier vida merece ser rescatada. Aunque nos parezca banal e insignificante, debe tener la oportunidad de volver a nosotros, camuflada a través del recuerdo y el lenguaje. Cualquier persona, además, tiene derecho a narrarla. El problema surge cuando nos preguntamos hasta dónde queremos llegar para que esa historia no se detenga. O peor aún: si estamos dispuestos a traspasar el límite y ni siquiera seamos conscientes de que vamos a avanzar cueste lo que cueste. Que seguiremos una pista a pesar de todo, aunque eso implique hacer estallar lo que nos rodea. Por otra parte, qué historia no se narra así, gracias a equívocos menores, faltas inconscientes o mentiras deliberadas. Si el propio lenguaje lleva implícito el engaño. Si la propia escritura es ya un artificio y, por tanto, una ficción sin concesiones» (págs. 70-71). Se agradece este afán especulativo de Álex Chico —presente en casi todas sus obras—, y que lo haga con tanta solvencia en la disposición de los materiales de su narración, en cómo presenta los detalles de una historia que avanza a partir de una investigación, o en cómo resuelve un testimonio —el del personaje investigado— en forma de entrevista, que es uno de los pilares argumentales del relato. Los nombres impares está dedicada in memoriam a Julián Rodríguez, cuyos nombre y apellidos, a partir de este lunes 7 —a las 10:30, a propuesta del Ayuntamiento— serán los que denominen a la Biblioteca Municipal de Cáceres.
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domingo, febrero 27, 2022
Guerra y tanques
Será síntoma de la incapacidad de abstraerse de este ambiente terrible por lo que sucede lejos de aquí —o cerca, quién sabe. «Ucrania planta cara a Putin» titula a toda plana hoy El País sobre una fotografía de un niño aupado por su madre a la ventanilla de un tren en el que huyen de Kiev hacia la frontera con Polonia. El otro día tratamos en clase algunos poemas del libro de guerra de César Vallejo, España, aparta de mí este cáliz (1939), con los que dejamos cerrada la lectura de la obra del poeta peruano de Santiago de Chuco. Nos paramos en el sobrecogedor «Masa»; pero también en el extenso «Himno a los voluntarios de la República», por algunas referencias históricas y literarias. Vallejo menciona en su poema a Coll («el paladín en cuyo asalto cartesiano/tuvo un sudor de nube el paso llano»), el mallorquín Antonio Coll, el «cazador de tanques» —destruyó con granadas de mano varios blindados durante la defensa de Madrid en noviembre de 1936—, un militante de las juventudes de Esquerra Republicana voluntario de las Milicias Populares al comenzar la Guerra Civil; y cuyas acciones individuales contra los inexpugnables tanques que le dieron fama me recordaron algunas imágenes de películas bélicas. Pero ese día no puse en pie una que recordaba haber visto hacía algunos años. Fue antes de que Rusia lanzase su ofensiva contra Ucrania, y ayer, por una columna de Jacinto Antón en El País, «Guerra de tanques en la sala de exposiciones», en la que reseñaba la exposición Brothers in Arms en el National Army Museum de Londres (Chelsea), di con la referencia precisa que yo quería recordar. La película Corazones de acero, dirigida por David Ayer en 2014 con Brad Pitt como protagonista. Espero que ya no se me olvide ampliar mi nota al pie sobre Coll en el poema de Vallejo con la alusión a la escena en la que un soldado alemán logra colar dos granadas en el interior de un Sherman M4A3E8 llamado «Fury», que fue el título original de aquella película. En otra ocasión comentaré los versos «(Todo acto o voz genial viene del pueblo/y va hacia él, de frente o transmitidos/por incesantes briznas, por el humo rosado/de amargas contraseñas sin fortuna)». De alguien que representa a todos aquellos que aún tienen vigentes sus creencias personales, Vallejo.
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sábado, febrero 26, 2022
Diarios de Zweig
Dejo lo que estoy leyendo y encuentro este hueco para escribir sobre un libro —los Diarios de Stefan Zweig— que me regaló por mi cumpleaños M. Lo abordé por los tramos en que está compuesta la magnífica edición de Knut Beck, con el prefacio de Mauricio Wiesenthal («Memorial Zweig») y la traducción de Teresa Ruiz Rosas (Barcelona, Acantilado, 2021): el diario de septiembre de 1912 a la primavera de 1914, luego el de los dos primeros años de la Gran Guerra (1914 y 1915), y a continuación su estadía en Suiza con una licencia del servicio militar hasta justo el final de esa guerra en noviembre de 1918 que percibió, en lugar de con alegría, con «esta inquietud sofocante, el horror ante todo lo que se avecina» (pág. 381), sobre lo que insistió en su última anotación de ese tramo: «Ya han pasado tantas cosas y quedan tantas por pasar… Uno ya no da más de sí. Al menos yo consumo la mitad de mis fuerzas pensando en los espantosos escenarios que se avecinan, en que el odio entre clases y estamentos inundará el mundo» (pág. 382). Después, el volumen sigue con las anotaciones de diario de los primeros años treinta, con los apuntes de Nueva York, sus viajes a Londres (1935) o a Brasil (1936), llenos de señales de fascinación. Todo acaba en otro desastre, la Segunda Guerra Mundial, con los cuadernos de 1939 y 1940, en los que es cronista de la tragedia desde la ciudad inglesa de Bath, desde donde anota las penalidades de Freud, ya muy enfermo, y su muerte, junto a su lamento por una situación en la que «están en juego acontecimientos de un alcance impredecible» (pág. 494). Son las páginas —el libro entero de quien vivió dos guerras mundiales— que recuerdo ahora por culpa de lo que trae la prensa del día: «La batalla de Kiev. Las tropas rusas asedian la capital ucrania […]». Stefan Zweig escribió el jueves 23 de mayo de 1940: «Los alemanes siguen avanzando y ya están en las puertas de Boulogne» (pág. 493). Qué turbadoras son siempre las comparaciones de resultas de la historia.
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miércoles, febrero 23, 2022
Sacrificios humanos
Volví al número doble 859-860 de la revista Ínsula de julio-agosto de 2018, dedicado a «La novísima literatura latinoamericana (2001-2015)», para volver a preguntarme cómo es posible abarcar en poco más de medio centenar de páginas, aunque sea a dos columnas, algo tan vasto y tan complejo como la producción literaria en español de tantos países del ámbito iberoamericano. No comprendí muy bien, por tantas referencias a estudios teóricos que no he leído, lo que escribió en la presentación Ana Gallego Cuiñas, que basó su método en campos regionales que en ese momento excluyeron a Ecuador, Bolivia y Panamá. Como si tuviesen que ver sus literaturas con las de Cuba o Argentina, con las de Venezuela o Colombia. Tenía razón Ana Gallego Cuiñas cuando anotaba sobre la «(sobre)exposición del escritor, la performance permanente, la extensión de su espacio virtual, etc., que pareciera suplantar a la obra. Los escritores devienen en franquicias en las que deben (re)producir, de manera más o menos sostenida, obra y espectáculo» (pág. 4a). Nada de literatura real, pues; y nada específico de lo latinoamericano. Todo lo contrario a lo que me movió a releer ese monográfico de tan amplio espectro, por fijarme en un minúsculo caso de una literatura más novísima aún que aquella «novísima literatura latinoamericana (2001-2015)». Una manera de llamar la atención sobre lo que realmente hace la historia literaria, el ejemplo pequeño, el texto sin excesiva exposición, sin más performance que la lectura que uno hace en su casa cuando le llega recomendado —o no— un libro a las manos. Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1971), publicado por Páginas de Espuma en marzo de 2021. Son doce relatos, algunos muy breves, que orbitan sobre la violencia, que es lo que se destaca de una más de «las voces imprescindibles de la literatura latinoamericana actual», en ese lenguaje tan de solapa de promoción que de tanto repetir la excelencia y lo superlativo hace dudar. Es casi inevitable que la notoriedad de un libro nos venga por su argumento o los asuntos que trata. Así son las etiquetas de novela histórica, feminista o gótica. O tantas otras. Encasillan de un modo tan estricto que se oculta la verdadera singularidad de todo texto con la intención artística de un acto de lenguaje. En el caso de este volumen, es cierto que se impone una historia digna por tremenda para formar parte de un libro; pero conviene llamar la atención sobre la manera en que están escritas esas historias tan fuertes. Rotundamente cierta es la violencia y el terror que contienen los relatos de la humillación de una mujer inmigrante, de la brutalidad de un marido, de la vivencia cotidiana de las débiles… «¿Cuánto tiempo hay que fingir que todo está bien hasta reconocer que estás infinitamente jodida y que lo sabes? ¿Cuánto debes esperar hasta intentar alcanzar un cenicero, un atizador, un florero para estampárselo en la cabeza? ¿Cuánto de prudencia puede demostrar un animal amenazado? ¿Y una mujer?» (pág. 21). Desde ese primer relato, «Biografía», fui subrayando lo que me conmovió, que fue cómo lo expresaba Ampuero, y no lo que decía. Otro testimonio más de lo tremendo: «Una mujer no debería de llorar de miedo cada vez que su hombre se mete en la cama» (pág. 133). A esas alturas, en el penúltimo relato —«Lorena»—, el lector ya está inmerso en una atmósfera terrorífica; sin embargo, lo verdaderamente destacable es la brillantez con la que la autora narra el terror, el terror cotidiano de las miserables, de las débiles. María Fernanda Ampuero, que merece figurar en cualquier vacua por urgente revisión de la ultimísima literatura latinoamericana, logra esto con una suerte de lenguaje admirable, en donde los afanes formales, desde la estructura del cuento hasta la selección de palabras y, por supuesto, su colocación en la frase, explican que al lector le afecten asuntos tan brutales servidos en una prosa tajante y cautivadora. Provocar en el lector un estremecimiento tiene su técnica; y María Fernanda Ampuero demuestra conocerla.
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martes, febrero 15, 2022
Hervaciana
Cuando leí en el capítulo 12 de este libro «un ejercicio de la memoria» (pág. 236), ya tenía anotado algo casi igual para un posible título de una entrada aquí. Exactamente, «un brillante ejercicio de memoria» es como se me ocurrió calificar las narraciones reunidas por Gonzalo Hidalgo Bayal en su nuevo título, Hervaciana (Barcelona, Tusquets Editores. Colección Andanzas, 996. 2021). Como quizá tendría que explicar que no es estrictamente eso —aunque sí estrictamente «brillante»—, y por si el lector interpretaba que el yo narrador es el del autor histórico, propongo un rótulo referencial sin nada especulativo. «Hervaciana», pues. De esta manera me reafirmo en lo que dije hace un tiempo sobre que «cada vez me preocupa menos saber si en sus novelas hay un hecho biográfico o no lo hay; pues lo que vale es la pura ficción y el afán narrativo […]. La verdad es que lo que más me interesa como lector es cómo envaina o blanquea un novelista la experiencia vivida en el hueco o en el líquido, según sea, de su escritura libérrima y suprema.» Y ahora es cuando toca irme por la rama tonta de fijarme en el número por el que anda la colección en la que se publicó esta obra de Gonzalo Hidalgo Bayal, y que, ya puestos —y como el número 1000 se ha reservado para un autor tan relevante como Haruki Murakami—, digo yo que a Gonzalo no le habría importado ocupar el 969, tan inclinado como es a las correspondencias especulares y capicúas, a la cábala humana y sencilla del cómputo y de la cifra. Desde que leí la dedicatoria («A Felipe Hernández Jiménez»…) y las primeras líneas de estos relatos sabiamente trenzados en los que salen la poesía de Juan Ramón Jiménez y Mientras agonizo, de William Faulkner, sentí como un vínculo íntimo con lo escrito. No porque los nombres y títulos comprobables hiciesen más biográfica y referencial la narración, sino por la confirmación de la importancia que tiene en la escritura de este autor —y de tantos— la rebusca en la memoria para tejer una red de sutiles claves que se han venido repitiendo casi desde el principio de su trayectoria literaria. Por eso quizá el narrador de Hervaciana alude tanto a que ya ha hablado en otros sitios de determinado asunto, o se siente incómodo por hablar «a estas alturas». Es solo que quiero subrayar la importancia que —por hache o por be—, en la narrativa de GHB, tiene la memoria o la conciencia sobre el ejercicio de la memoria, sea el relato en tercera persona o en primera, que es expresión al parecer más grata al autor en los tiempos que corren. En tiempos, preciso, en los que el autor mira desde más lejos hacia lo vivido, desde La sed de sal (2013) —Travel mediante—, Nemo (2016) o «Las lágrimas de Miguel Strogoff» (Turia, núms. 137-138, marzo-mayo 2021, págs. 240-250), que es un yo más yo, como diría Luis Landero, sin llegar a «yoyear». Aunque yo, sin categorizar nada, tengo mi punto de partida en aquel cuento de Gonzalo titulado «Luz de agosto» y publicado en El País el sábado 2 de agosto de 2008 en la página 9 de la Revista de Verano de su edición en papel. Habría que tratar con tiempo esta manera de abordar la ficción, y que tiene en Hervaciana la penúltima muestra brillante. En el recomendable racimo compacto de trece retratos en los que el narrador es el verdadero protagonista, y convierte como quiere atisbos de recuerdos en personajes de novela, en dramatis personae de un pasado hecho aquí presente. «A estas alturas», no dice nada uno por recomendar la lectura de unas páginas —este presente— que procuran sin pausa tanto disfrute.
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martes, febrero 08, 2022
Neoclásicos y románticos
Más de treinta años he tardado en incorporar a mis anotaciones sobre la poesía del siglo XVIII una importante referencia bibliográfica que ignoré en mi añeja tesis doctoral, en la edición de la poesía de Vicente García de la Huerta (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1997) y en la de los Ocios de mi juventud de José de Cadalso (Madrid, Ediciones Cátedra, 2013), entre otros trabajos. A pesar de que Guillermo Carnero, en su Antología de los poetas prerrománticos españoles (Barcelona, Barral Editores, 1970), que ya tiene más de cincuenta años, la mencionó, luego no la tuvimos en cuenta en casi ningún estudio o recopilación de la poesía del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Se trata de Neoclásicos y románticos. Selección y prólogo de Félix Ros. Madrid, Editorial Emporyon (Col. Poesía Española. Antología), 1940; y es una de las más destacables y amplias colectáneas de versos del siglo ilustrado y de la primera mitad del XIX. Si no he contado mal, son ciento uno los autores recogidos, entre los que solo hay cinco mujeres, y qué mujeres (Margarita Hickey, la reina María Amalia de Sajonia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Robustiana Armiño de Cuesta y Carolina Coronado). Más recientemente, Carnero volvió sobre ella en su lección salmantina El poeta subterráneo, o mis tres criptomanifiestos (Salamanca, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas, 2010), en el primero de sus «manifiestos encubiertos» en sus primeros trabajos de investigación. Cuenta el poeta y sabio dieciochista que cuando comentó con Carlos Barral lo de aquella antología «fue como si hubiera mentado a la bicha, ya que Ros era personaje de ominosa memoria en Barcelona, como miembro de la Falange catalana, y acaso porque se lo confundía con el valenciano Samuel Ros, por la amistad de este último con Juan Ramón Masoliver. Samuel, también falangista, había publicado en 1940 una Historia del traslado de los restos de José Antonio, y no importaba que hubiera sido un estimable vanguardista, autor de El ventrílocuo y la muda (1930), El hombre de los medios abrazos (1932) e Historia de las dos lechugas enamoradas (1939). Y cuando para mayor inri se me ocurrió decir que Félix Ros había publicado uno de los mejores libros de poemas de los años treinta, Verde voz (1934), el escándalo ideológico llegó a su paroxismo. Se me propuso que, a cambio de lo que despertaba asociaciones tan inquietantes, preparase una antología de poesía romántica; y la solución de compromiso —estando yo entonces engolfado en el estudio del origen dieciochesco del Romanticismo— fue lo que apareció con el discutido y discutible título de Antología de los poetas prerrománticos españoles, donde con todo conseguí meter de tapadillo —como venganza filológica contra la confusión debida a la intransigencia— el nombre de Félix Ros» (pág. 3). La palinodia de Carnero es de agradecer por lo que explica sobre lo que muchos lectores, que en los años ochenta teníamos pocas antologías dieciochescas a las que agarrarnos, no comprendimos nunca sobre una lista de «prerrománticos» que abrían Feijoo y Diego de Torres Villarroel, y cerraban Estanislao de Cosca Vayo y Manuel de Cabanyes (1808-1833), «el más puro poeta neoclásico español», como lo calificó un estudioso como Joaquín Arce. Lo cierto es que la antología de Félix Ros de 1940 es realmente estimable —incluye a García de la Huerta, a Cadalso, a Francisco Gregorio de Salas, a Bartolomé José Gallardo—, que hay que incorporar a la historia de la difusión moderna de la poesía dieciochesca, y que pude adquirir con el nuevo año al módico precio de diez euros en un ejemplar primorosamente conservado en su encuadernación en piel.
Publicado por Miguel A. Lama en martes, febrero 08, 2022 0 comentarios