viernes, junio 29, 2018

Micrografías

Es espléndido este libro de Irene Sánchez Carrón, Micrografías (Madrid, Visor Libros, 2018), XVI Premio Emilio Alarcos. Espléndido en su micrografía —que es la descripción de lo que casi no se ve sin el refuerzo de una lente de aumento— y en apariencia sencillo y claro. Me alegro de haber leído en una temprana reseña —como todas las suyas— de Santos Domínguez lo que comparto: que esta poesía de Irene es meditativa «en su enfoque y conversacional en su tono» y «que bajo la transparencia verbal propone un sentido profundo y sugiere un itinerario de lectura que va de lo exterior a lo interior, de lo concreto a lo abstracto, de lo decible a lo indecible, de la rutina al misterio». Hay lecturas que reconfortan y son amables, y la de este libro es eso y más, porque me pareció tan grata como la conversación con un vecino afectuoso que llega a tu casa para arreglarte el día. Escribo sobre lo aparentemente sencillo de la poesía de Irene Sánchez Carrón porque tiene que ser muy difícil escribir con tanta naturalidad incorporando al texto jugosas referencias literarias, musicales y cinematográficas, como en el poema «Fiesta de despedida» (págs. 38-39) en donde hay —además de la única errata que he visto—, toda una exaltación de la experiencia sobre la evocación de un momento memorable de El apartamento (1960) de Billy Wilder. O, simplemente, introducir, sin que rechine, en un gran poema la palabra poliespán. O proponer sonetos como «Caligrafías» y poemas en alejandrinos como «La mañana siguiente». También me alegra, cómo no, coincidir con un lector como Álvaro Valverde en que el poema «Apartamento con una habitación» (págs. 44-45) es un relato perfecto, que yo anoté a lápiz en mi lectura: «Muy buena la forma, sí», quizá por esa manera de puntuar lo narrativo con una justificación que estructura el texto: «por eso te lo cuento». Micrografías es un libro de poemas que, como todos los de esta escritora que no hace ruido ni se promociona, que parece estar fuera del medio literario, volverá a mostrarse el día de mañana por contener textos que hay que tener en cuenta.

jueves, junio 21, 2018

En torno a Torres Naharro


Aprovechando la representación de esta noche (22:30 en el Palacio de las Veletas) de la Comedia Aquilana, de Bartolomé de Torres Naharro, por la Compañía Nao d'amores y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en el XXIX Festival de Teatro Clásico de Cáceres, se celebra esta tarde un encuentro «Resucitar a Torres Naharro», en el que participarán los actores y músicos que participan en el montaje, junto a su directora, Ana Zamora, y al profesor de la Universidad de Extremadura, Miguel Ángel Teijeiro Fuentes, que fue el director del Congreso «Bartolomé de Torres Naharro en los orígenes del teatro renacentista español», celebrado en Torre de Miguel Sesmero y Cáceres en octubre del año pasado. Hace unos años, en 2012, celebramos un encuentro parecido en torno a la representación de las Farsas y églogas de Lucas Fernández, en el mismo espacio, el patio de la Biblioteca Alonso Zamora Vicente, y el formato y los contenidos resultaron muy atractivos, como esta tarde ocurrirá igualmente. Será a las 19:00 horas (Biblioteca Zamora Vicente. C/ Cuesta de Aldana, 5. Cáceres) y la entrada libre hasta completar aforo.

miércoles, junio 20, 2018

Oeste XXI en el Congreso de la Asociación Hispánica de Humanidades

Participo hoy en una mesa redonda en el IX Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Humanidades, que ha comenzado esta mañana en Cáceres (en el Instituto de Lenguas Modernas) y que durará hasta el viernes 22, cuando se clausure tras una conferencia plenaria de Malcolm Compitello, de la Universidad de Arizona, sobre «Cartografías culturales españolas modernas». El programa es nutridísimo —el libro editado con todos sus contenidos tiene ciento sesenta y cinco páginas, casi tantas como congresistas participantes— y es todo un acontecimiento que la ciudad de Cáceres acoja esta reunión científica que ha adoptado el título de Aportaciones y retos de la tradición cultural hispánica en una sociedad global. La mesa de esta tarde (19:30 horas) tiene el epígrafe «Oeste XXI», para tratar las artes y las letras en la Extremadura contemporánea, sobre cómo se ha superado la noción localista de una cultura «extremeña» para incorporar Extremadura como espacio de referencia de una creación artística de calidad, y referente en un ámbito internacional. Las obras de quienes intervienen en la mesa de debate lo muestran. Dos poetas —Ada Salas y Álvaro Valverde—, un artista plástico —Hilario Bravo— y una cineasta —Irene Cardona.

miércoles, junio 13, 2018

La de San Antonio de 1823

Hoy se cumplen ciento noventa y cinco años de aquel desastre. Fue otro 13 de junio. Absolutistas contra liberales —«las dos Españas»— en aquella segunda invasión francesa que aniquiló el Trienio y aquel saqueo terrible que el pueblo de Sevilla hizo de los bienes de la comitiva liberal que embarcaba en el Guadalquivir y huía hacia Cádiz. Muchas víctimas respetables e ilustres; pero, sobre todas ellas, a una, la del extremeño Bartolomé José Gallardo, le ocurrió un suceso que sigue clamando al cielo. Cinco serones, un cajón, una maleta negra con dos candados, una escribanía de palo rosa y un gran baúl patente inglés negro, con dos candados y una chapa de bronce con las iniciales B.J.G. Muchos de sus papeles manuscritos e impresos desaparecidos en las oscuras aguas del río. Una Historia crítica del ingenio español, un Romancero y un Cancionero, un Teatro antiguo español y su Historia crítica, una Filosofía de la Lengua Castellana, un Diccionario autorizado de la lengua castellana..., proyectos todos de Gallardo, junto a casi dos centenares de libros, se perdieron en La de San Antonio de 1823, que es como subtituló —gran hallazgo parentético— esa otra cumbre de la historia cultural de Extremadura, que fue don Antonio Rodríguez-Moñino, su libro Historia de una infamia bibliográfica (Editorial Castalia, 1965), el brillantísimo estudio bibliográfico sobre la realidad y la leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de Bartolomé José Gallardo aquel día de junio de hace ahora ciento noventa y cinco años.

martes, junio 12, 2018

Autobiografía (I)

Siempre que veo el estuche de un reloj antiguo me acuerdo de mi padre (1915-1992), que guardaba el de un Omega de oro que estimaba mucho y que luego llevó puesto mi madre (1923-2016) hasta sus últimos años. Son como pequeños féretros de un lujo doméstico, con el interior acolchado y de limpio y blanco raso, que no sé por qué guardo; como si quisiese enfrascar el tiempo con ese reloj parado que yace ahí desde hace años. Lo bueno es que algunas de esas cajas están vacías. He hurgado hoy en el nicho en que guardo esos desechos, que es un cajón que contiene también un par de tarjeteros con un montón de tarjetas de visita. Tienen, la verdad, algo de funesto por el negro del escay y el dorado de sus letras y esquinas, como si esos tarjeteros estuviesen pensados para las últimas voluntades. Tienen ambos —solo tengo dos— veinte fundas cada uno de ellos y en cada una hay cuatro bolsitas que pueden contener dos tarjetas visibles, y como hay otras tarjetas sueltas y hay más de dos en cada receptáculo, creo que tengo a la vista doscientas y pico de tarjetas, varios papelitos con notas y el boletín de la inyección del tétanos de diciembre de 1996 que solo repetí en dos ocasiones más —hasta septiembre de 1997— y no cumplí, como era preceptivo, diez años después. Por fortuna, vivo sin secuelas de aquello. Se ve en la imagen el pasquín que me dieron en el hospital después de ponerme Anaxotal junto a la tarjeta de Miguel Murillo cuando era director de la Editora Regional de Extremadura (1993-1995). Tengo ahora presente uno de los poemas visuales de Antonio Gómez; el que cerró su libro De acá para allá (León, 2007), compuesto por veintiuna tarjetas personales, desde las bancarias o las sanitarias hasta las solidarias. Las mías son de otros: hay una de una empresa de diseño de muebles auxiliares de hierro al lado de la de un restaurante de Cáceres que ya no existe; hay otra de una carpintería del polígono de la Charca Musia frente a una de la casa que me puso las primeras persianas de esta casa. Tengo la tarjeta del director de un Máster de Edición de la Universidad de Salamanca, otra del director gerente de los Transportes Urbanos de Mérida, otra del jefe técnico de Canon en Cáceres, otra del que fue jefe de prensa y protocolo del Ayuntamiento del Real Sitio y Villa de Aranjuez, al lado de las de escritores como Rafael Courtoisie, Luis Javier Moreno (1945-2015), Antonio Onetti, Olvido García Valdés y Miguel Casado. Tengo también una tarjeta del Consejero Cultural de la Embajada de Egipto, el profesor Soliman El Altar, que lamento no recordar cómo ha llegado hasta aquí. Sí me acuerdo de Manuel Rodríguez Cancho con su tarjeta de la oficina de la candidatura de Cáceres 2016 cuando acepté colaborar en el proyecto antes de que se fuese al traste y de todas esas empresas aquí representadas de clima para el hogar, montaje de armarios, instalación de suelos que representan, cada una a su modo, la época en que dispuse el espacio en el que ahora vivo. No sé por cuánto tiempo, como dijo el otro.

miércoles, junio 06, 2018

Nimio

Es fascinante cómo han campado algunas palabras por los vastos  y a veces tornadizos territorios del uso lingüístico. Es el caso de nimio. Significa «Demasiado, excesivo, prolijo», como recogió el tomo cuarto del primer diccionario académico (1734), que ya avisaba, después de definir nimiedad como «exceso o demasía», que esta palabra, en el estilo familiar «se usa por poquedad o cortedad; y se debe corregir, pues significa esta voz totalmente lo contrario». Poco cuajó la advertencia, porque creo que, aunque en el diccionario actual convivan acepciones opuestas —«insignificante, sin importancia» junto a «excesivo, exagerado»—, todos consideramos que una nimiedad es algo que no tiene importancia y que algo nimio es insignificante. En latín no hay duda: nimius es «excesivo, abundante». Sin embargo, como se lee en el Diccionario crítico etimológico de Corominas-Pascual —en la imagen— «hoy esto no tiene remedio». Sea.

miércoles, mayo 30, 2018

La Pradera

Aula 30. Examen con tan solo tres alumnas de mi curso de Textos de la Literatura Española Contemporánea. Pronto darán las siete de la tarde de un miércoles de feria en esta ciudad que parece que ahora vive para eso, como siempre, a rachas, vive para algo siempre festivo. Qué alegría. «—Hay que reconocer —me ha dicho alguien— que la feria mueve mucho dinero». Y he dicho que sí. Eso ha sido esta mañana. En cuanto pueda, me marcho a casa. Ayer, poco antes de esta hora, eran las cinco y diez de la tarde, y como tantas, yo escuchaba Radio 3, Disco Grande, el magnífico programa que dirige y presenta Julio Ruiz. Me gusta esta emisora que frecuento —o esta frecuencia que emisoro— desde que arrancó en 1979 («Me dormía con Tris, tras, tres y me despertaba con Jack el despertador», me parece que dijo un oyente. Lo suscribo); porque abrieron, al lado de la extremeña de Campanario Cristina Martínez y los «Boss Hog», con el recuerdo en homenaje a María Dolores Pradera (1926-2018), que murió el lunes. Escuchar en Disco Grande «El rosario de mi madre» no deja de ser un acontecimiento muy significativo, una demostración de que gente como Julio Ruiz sabe lo que es dedicarse a la divulgación musical con la elegancia y el respeto de quien ama la música como una de las bellas artes. Belleza y arte estaban asociadas a María Dolores Pradera. Aula 30. Examen. Segunda tarde de feria. 

miércoles, mayo 23, 2018

Algo así

El pasado viernes estuve en Badajoz, en la inauguración de la Feria del Libro. Al recoger el coche para volver a Cáceres escuché y vi, en el interior de una cafetería que estaba echando el cierre cercana al Parque de San Francisco, a una camarera llorando. Me fijé después en que en la pared de la barra en la que recogía —aferrada con las dos manos al palo de una fregona— había un rótulo con una de esas frases sobre la felicidad que te invitan a que valores la vida, algo así como «La felicidad suele colarse por una puerta que no sabías que habías dejado abierta». Algo así. Me resultó tan extraño que me quedé allí parado y anduve un rato por la acera hasta la esquina que esa cafetería tiene con otra calle a la que da por las traseras el almacén del local. Y allí otra vez la chica llorando desconsoladamente, con un cigarrillo en los dedos y un pañuelo que se llevaba a los ojos y la nariz con la cabeza gacha como el que mira al suelo porque ha perdido algo. Me quedé allí un momento como si esperase a alguien que vendría a decirme que todo puede dar un giro de repente. Y regresé a la puerta principal para volver a leer la frase feliz, algo así como «La felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía». Algo así. Pero ya el compañero de la joven, que me pareció demasiado tibio con el disgusto de ella y que había terminado de recoger las sillas de la terraza, había bajado la persiana metálica y cerrado ruidosamente la noche de ese pasado viernes y la racha de pena y de desolación de esa chica desconsolada. Fue algo así.

sábado, mayo 19, 2018

Trieste

Impresiona lo que la vida te da, incluso cuando te extravía o te arrincona en un lugar del que temes que no vas a salir nunca. Pero siempre, o casi siempre, se sale. Más de veinte años después de escribir a un novelista —hoy de mucha fama— sobre lo que dijo Pavese de que la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida, porque él lo recordó en una novela en la que al personaje le ocurría lo que a mí me ocurría, eso de que cuando alguien se siente de aquella manera —allí se decía «desgraciado»— indefectiblemente percibe que todas las cosas aluden a su situación o a su estado, he vuelto a sentir algo parecido. Perdón por el estrépito sintáctico; pero casi viene al caso. El caso es que leí hace más de dos meses Trieste (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2017), de Urbano Pérez Sánchez (Hervás, 1981) y anoté «levedad» y «profundidad» como palabras relevantes, como sugerencias de lectura, de una primera lectura que quedó en aquel tiempo y a la que se le han sobrepuesto la que hago ahora y la que hice cuando el propio Urbano presentó el libro en la Feria del Libro de Cáceres el miércoles 25 de abril, cuando él habló de que su texto alude a otro de sus textos, su primer libro de poemas, Del tiempo los cambios (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2010). Porque Trieste es un libro deliberada y afortunadamente autorreferencial, ensimismado, que tiene una ciudad italiana mitificada, tiene libros, tiene lecturas, y tiene, sobre todo, vida. Una vida en cuyas páginas hay tan solo una línea para escribir la vida. Desde «Salgo a comprar algunas cosas», «Creo que soy feliz. Trato de convencerme de ello», «Entonces me he despertado», «Me conocen todos. No me conoce nadie», hasta romper esa intención para demorarse en momentos tan introspectivos y sugerentes como el que dice, tan prolijo, «Como si fuera la conciencia de otra persona me digo: dile a tu cliente que la tristeza no se convierta en costumbre, que sea solo la elección de ciertas noches en las que no pasa nada y es suficiente. | Dile, mejor susúrrale: tu gloria, por diminuta que sea, por breve el momento en el que tenga lugar, es real». Quizá alguien pensará en que esta levedad tan breve no es comparable con el principio —y el final— de La comedia humana de Balzac, o con el combustible que tuvo que consumir Galdós para escribir lo que escribió. Me da igual como lector. Urbano Pérez ha dado con uno al que le caen bien estas maneras de hacer literatura de mimbres tan visibles. Por cierto, el novelista era Javier Cercas y la novela El vientre de la ballena (Barcelona, Tusquets Editores, 1997).

miércoles, mayo 16, 2018

Pedro


Cuando nació su hermana no pude comprar los periódicos del día porque cayó en Sábado Santo; pero cuando él nació sí. Mis ejemplares han amarilleado; y, sin embargo, el papel mantiene su prestancia, y diríase que es de mejor calidad que el actual. Tal día como hoy, aquel 16 de mayo de 1995, el diario Hoy traía en portada una fotografía de la confluencia de la calle Gil Cordero de Cáceres con Plaza de América llena de ovejas en un acto divulgativo de la tradición trashumante. Era alcalde de Cáceres Carlos Sánchez Polo y el músico Rades interpretó un concierto de cencerros con un instrumento que él llamó «tintinábulo». Fue cuando Carlos Ménem volvió a ganar las elecciones en Argentina y estaba secuestrado por ETA el empresario guipuzcoano José María Aldaya, para cuya localización Francia reforzó su ayuda al gobierno español, como llevó a portada El País de ese martes. Es curiosa la coincidencia; y es que Francisco Umbral tituló aquella mañana su columna de la última de El Mundo «La oveja», una tremenda alegoría en el contexto de las elecciones municipales sobre el episodio que sufrió el ministro de Agricultura Atienza, a quien lanzaron unos manifestantes una oveja al coche oficial. Entre los sucesos, «Tres menores de edad matan a palos a un anciano en Valencia». Lo que no recogieron aquellos periódicos fue el gran acontecimiento del día: la muerte de Lola Flores. Qué curioso también que ahora repare en que la abuela Justa de Pedro, mi madre, naciese el mismo año que «La Faraona» (1923). Nació Pedro ese día dieciséis de mayo de hace veintitrés años y hoy es una felicidad celebrarlo, aunque nos separen más de novecientos kilómetros; lo que hay de aquí a Barcelona, en donde vive un año crucial en su vida. La gente que lo conoce sabe que es especial. Podría poner nombres de muchos de sus amigos, de antiguos compañeros de clase en Cáceres o en Salamanca, de amigos míos, de familiares..., muchos. El de Gaby, una compañera actual de estudios, es el último que tengo. Le pide que se anime a ser él el que grabe la locución para un acto memorable de su promoción de máster. Una delicia. Cuando cumplió once años escribí también aquí. Ya era hora de volver a hacerlo. Felicidades.

martes, mayo 15, 2018

Pies

Esta tarde he leído en la consulta del podólogo un folletito satinado y en color con una docena de cuidados para el pie diabético. Todas las recomendaciones eran razonables, incluso —diría— de una obviedad obvia; desde la de usar un calzado cómodo hasta la de lavarse los pies todos los días. Así, hasta doce consejos, como el de consultar al podólogo si uno aprecia cualquier cosita mala en los pinreles. Lo que me ha llamado la atención de este dodecálogo que lleva la firma del Colegio Oficial de Podólogos de Extremadura ha sido la falta de cuidado con la lengua en la que está escrito. Como estoy acostumbrado a que algunas personas duden sobre estas reconvenciones, indicaré en cursiva dónde están los yerros: «Sequese los pies con cuidado»; «no olvidar sercar entre los dedos»; «si tiene problemas para mirarselos»; «las probabilidades de que surgan heridas»; «no fume y realize deporte sino está contraindicado». Estoy tan convencido de que hay que cuidar la salud del pie como un podólogo lo estará de expresarse bien por escrito. Así que lo uno por lo otro. A mí me arreglan los pies y yo les arreglo el folleto. Eso sí, gratis; porque yo pagué treinta y cinco euros por la consulta y ciento cincuenta por unas plantillas y todavía estoy esperando que alguien me envíe una factura con los impuestos debidamente recogidos. 

jueves, mayo 10, 2018

Ángel Campos Pámpano

Hoy habría cumplido años Ángel Campos Pámpano (1957-2008). Mañana, en su pueblo, en San Vicente de Alcántara, entregaremos el IV Premio de Poesía Joven que lleva su nombre a Isabel Maria Jaló Alexandre, de Grândola, una de las pocas estudiantes que de todos los institutos de Extremadura, del Alentejo y del Instituto Español de Lisboa ha respondido a este ofrecimiento en recuerdo de un poeta y profesor que lo dio todo por gestos como el que nos mueve desde que tenemos uso de razón literaria y desde cuatro ediciones por la memoria del poeta y del amigo. No comprendo por qué tantos profesores que conocieron a Ángel, que se dicen sus amigos, o tantos otros que no lo conocieron, y que dan clases en centros de enseñanza secundaria de Portugal y de Extremadura, no son capaces de motivar a sus estudiantes con inquietud por la literatura para que envíen sus poemas a un premio tan modesto como sentido. Dicho esto, produce sonrojo escribir que a la ganadora se le entregarán seiscientos euros, una obra original del pintor Javier Fernández de Molina y un ejemplar de la poesía reunida (La vida de otro modo) de Ángel Campos Pámpano. Como si esto fuese el reclamo.

martes, mayo 08, 2018

Lenguaje

Ayer publicó Álex Grijelmo en El País un artículo —«Un lenguaje que lo contaminó todo»— sobre la manera de expresarse en comunicados y declaraciones de la banda terrorista ETA, cuya obsesión «plasmada en su léxico consistía en verse como un ejército que defendía un hipotético Estado vasco y que hacía la guerra de igual a igual contra el Estado español y sus fuerzas armadas». Glosa el periodista palabras y sintagmas como grupo armado, prisioneros, conflicto vasco, activista o ejecuciones. Sin duda alguna, esa nomenclatura bien pensada para contaminarlo todo fue así; pero Grijelmo no se ha referido a cómo ha sido la respuesta del Estado español a ese lenguaje. Y solo voy a poner un ejemplo, con una palabra: derrota. En declaraciones de políticos, en editoriales o en artículos de opinantes se repite lo de la derrota de ETA. Ayer mismo, páginas atrás del artículo referido, publicaba Eduardo Madina otro, convencido y convincente, aunque no por su estilo —«A las personas dignas en aquella noche»—, en el que hablaba de «victoria» y escribía «derrota» tres veces. Dan por hecho que esto ha sido una guerra, un combate, o un conflicto, como siempre repitieron los terroristas. Y no. Cuando a un violador, a un secuestrador, a un extorsionador o a un asesino se les detiene nadie dice que han sido derrotados por la policía. ¿Entonces? Tendrá razón Álex Grijelmo: un lenguaje que lo ha contaminado todo.

lunes, mayo 07, 2018

Alonso Guerrero en el Aula HOY


Ayer supe que Alonso Guerrero viene a Cáceres, al Aula HOY (C/ Clavellinas, 7. 20:15 horas), a hablar sobre su reciente novela El amor de Penny Robinson (Córdoba, Berenice, 2018). Se dice en la promoción que la obra «es una ficción que pudo convertirse en realidad, pero también una realidad que necesita la ficción para parecer creíble», y también que es «una epopeya moderna». Todavía no la he leído. Si lo mediático no se impone sobre lo literario, pasaré a saludar a Alonso y a escuchar su intervención. El día de San Isidoro de hace ya once años vino a la Facultad de Filosofía y Letras a dar una conferencia y lo presenté recordando cómo respondió al cuestionario de la antología de nuevos y novísimos narradores extremeños Alquimia, de Moisés Cayetano Rosado (Editora Regional de Extremadura, 1985): «Mi obra es una bomba de relojería que me explota en las manos. Soy un escritor manco, escribo con la boca en los períodos de convalecencia. […] Escribir es una fecundación, una mitosis, convertir dos vivencias en una sola vivencia artística, personal, lo más inverosímil posible, ya que la literatura no es una cuestión de verosimilitud, sino de creatividad. […] Los libros me han ayudado a ver la vida y el mundo de otra manera, esa es la manera en que escribo. Mi corto curriculum literario, que ha sido mi obsesión por escribir, no ha sufrido nunca desánimos». En 2004 publicó una colección de cuentos en Del Oeste Ediciones bajo el título De la indigencia a la literatura, que aquel día yo recordé para aludir a un texto, «Cada uno por su zurra”, que representaba bien las virtudes literarias de Alonso Guerrero. El cuento está escrito en primera persona, y en él, el protagonista, un chico de doce años,  cuenta cómo acude con su abuelo al rebusco de la uva, con el objeto de sacarse unas trescientas pesetas, las necesarias para comprarse dos tomos en rústica que llevaba admirando varias semanas en el escaparate de una librería: Crimen y Castigo, de un tal Dostoievski. El botín de diez arrobas de uva lo cargan en una bicicleta y sufren lo indecible por un tremendo aguacero que intentan combatir bajo un paraguas portugués, grande como una carpa de circo, atado a la barra de la bici. «Deja que la uva se moje, así pesa más», le decía el abuelo al protagonista. La anécdota del relato, llena de contratiempos hasta que logran llegar a la bodega a pesar la uva, se convierte en una espléndida evocación del camino elegido hace tanto tiempo por Alonso Guerrero de dedicarse a la escritura, en la evocación del día de un descubrimiento, una revelación: haber nacido escritor.

sábado, mayo 05, 2018

Literatura

Es verdad que el Diccionario de la Lengua Española, el de la Academia, trae como sexta acepción de la palabra «literatura», en uso coloquial, la remisión al artículo «palabrería», que es «f. Abundancia de palabras vanas y ociosas», y que la declaración que he leído hoy en HOY de José Antonio Monago («Los ganaderos necesitan menos literatura y más ayudas») es conforme con ese significado; pero tengo que reconocer que la he sentido, como escribió Lorca, como una uña que aprieta en el tallo de mi vocación y de mi vida. ¿Qué se le habrá pasado por el magín al expresidente de la Junta de Extremadura para contraponer tan negativamente una palabra tan cargada de belleza a la necesidad imperiosa de los ganaderos extremeños? Ni siquiera el excelso Diccionario del español actual, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, es tan desfavorable con «literatura» como lo es la RAE desde, más o menos, creo, los años ochenta, pues añade al arte que consiste en la utilización estética del lenguaje, especialmente escrito, otras definiciones como palabras dichas con arte o artificio para disimular una realidad poco grata (como cuando en Anillos de oro (1985), Ana Diosdado escribe: «Para decirme que te has cansado de mí, no hace falta que le eches tanta literatura»). Y luego está el uso que algunos le dan como prospecto o texto explicativo que se incluye en el envase de un producto farmacéutico. Pues eso, que si hay otros sinónimos de palabrería, qué necesidad habrá de apoyar a los ganaderos con la cara más sucia de una palabra tan hermosa como literatura.

viernes, mayo 04, 2018

Hartzenbusch


No nos conocíamos mucho; pero este hombre se ha venido a vivir a mi casa y parece que no quiere irse. Yo, encantado.

jueves, mayo 03, 2018

ETA


© Reuters. Susana Vera
No sé cómo titular esta entrada así: ETA. En mis apuntaciones para el blog hay varias que esperan, todavía en fárfara, para abrir este mes de mayo; y me alegro de que la noticia de hoy haya sido, desde la hora de la comida, la disolución de la banda asesina ETA, y que se anteponga a todo. Me he acordado de las veces que aquí he escrito sobre ello, y de cómo me alegré de aquel «alto el fuego permanente» de marzo de 2006 y cómo todo se deshizo con sangre y dolor por la bomba en Barajas a finales de diciembre de ese año. Luego vino el «alto el fuego permanente y verificable» y meses más tarde el abandono de las armas, en octubre de 2011. Hoy escribía en la mesa de mi cocina, como siempre escuchando la radio, y pensaba en esta jornada histórica, aunque solo fuese por el cambio de la programación de todos los días, por no haber escuchado el telegrama de Miguel Ángel Aguilar, ni la intervención de Juan Cruz, ni las conexiones locales en «Hora 14», que se ha comido —afortunadamente— la estentórea información deportiva. Para celebrar. Sin más ambages sobre víctimas de una u otra categoría. Qué terrible inutilidad todo, qué disparatada estupidez, qué estremecimiento pensar en todos los muertos, aunque los haya más notorios o más espantosos, desde el extremeño Wenceslao Maya (1987), el padre de una alumna mía, Francisco Tomás y Valiente (1996) o  Miguel Ángel Blanco (1997), hasta Ernest Lluch (2000). Qué tremendo todo. Me da igual que ETA haya desaparecido para seguir defendiendo el acercamiento de los presos al País Vasco. Lo único que espero es no confundirme, como en aquel brindis de 2006.

jueves, abril 26, 2018

Día de Letras en Cáceres


Con motivo de la festividad de San Isidoro de Sevilla, patrón de mi Facultad, se celebra mañana viernes 27 de abril el Día de Letras en Cáceres. En el Instituto de Lenguas Modernas (Avda. de la Montaña, 14), por la mañana, desde las diez hasta la una, un grupo de profesores ofrecerán unas microconferencias de quince minutos cada una sobre asuntos de nuestro ámbito de estudio dirigidas a alumnos de los institutos de Enseñanza Secundaria de la región. Felipe Leco Berrocal («Geograficando tu piel»); Moisés Bazán de Huerta («Inspirarte»); Encarnación Pérez («False friends o los falsos ¿amigos?»); Pilar Galán («De Cicerón a la sordera de Beethoven. Razones de una pasión por la enseñanza»); Pedro E. López («Pasear la ciudad para aprehenderla: pasear por Cáceres»); Atilana Guerrero («Las Etimologías de San Isidoro de Sevilla»); Sigfrido Vázquez («¿Qué ha hecho América por nosotros?»); Carmen Galán («Del bisonte al whatsApp») e Isabelle Moreels («Amor en París: el señuelo del cine francés traducido al español»). Por la tarde, a las 20:30, y tras la entrega de reconocimientos a personas especialmente destacadas de la Facultad, el catedrático de Historia Contemporánea de la UEX Enrique Moradiellos dará una conferencia titulada «La sombra de Franco es alargada». Es la quinta edición, desde 2013, de este Día de Letras en Cáceres y doy fe de que en estos años ha resultado muy atractivo para los chavales de los institutos que se forman y divierten por la mañana con estas píldoras de formación muy digeribles, y para el público en general que a la caída de la tarde acude a este ejemplo de extensión universitaria en el centro de la ciudad. Se clausurará la jornada con una actuación musical de mi compañera del área de Lingüística General Maribel Rodríguez Ponce, del grupo vocal Son del Rosel. La entrada será libre, hasta completar el aforo del salón de actos del Instituto de Lenguas Modernas.

miércoles, abril 25, 2018

Cáceres, moderna y cosmopolita


© Jorge Rey. Diario HOY
«La regla de la creencia del vulgo es la posesión. Sus ascendientes son sus oráculos; y mira como una especie de impiedad, no creer lo que creyeron aquellos. No cuida de examinar qué origen tiene la noticia: bástale saber, que es algo antigua para venerarla, a manera de los egipcios que adoraban el Nilo, ignorando dónde o cómo nacía, y sin otro conocimiento que el que venía de lejos. […] ¡Qué quimeras, qué extravagancias no se conservan en los pueblos a la sombra del vano pero ostentoso título de tradición! ¿No es cosa para perderse de risa el oír en este, en aquel, y en el otro país, no sólo a rústicos y niños; pero aun a venerados sacerdotes, que en tal o tal parte hay una mora encantada, la cual se ha aparecido diferentes veces? Así se lo oyeron a sus padres y abuelos, y no es menester más. Si los apuran, alegarán testigos vivos que la vieron; pues en ningún país faltan embusteros que se complacen en confirmar tales patrañas. […] Esto es lo que siempre sucedió; esto es lo que siempre sucederá; y esto es lo que eterniza las tradiciones más mal fundadas, por más que para algunos sabios sea su falsedad visible. Una especie de tiranía intolerable ejerce la turba ignorante sobre lo poco que hay de gente entendida, que es precisarla a aprobar aquellas vanas creencias que recibieron de sus mayores, especialmente si tocan en materia de religión. Es ídolo del vulgo el error hereditario. Cualquiera que pretende derribarle, incurre, sobre el odio público, la nota de sacrílego. En el que con razón disiente a mal tejidas fábulas, se llama impiedad la discreción; y en el que simplemente cree, obtiene nombre de religión la necedad. Dícese, que piadosamente se cree tal o tal cosa. Es menester para que se crea piadosamente, el que se crea prudentemente; porque es imposible verdadera piedad, así como otra cualquiera especie de virtud que no esté acompañada de prudencia». Discurso XVI del tomo V del Teatro crítico universal, de Benito Jerónimo Feijoo —«Tradiciones populares» lo tituló, en 1733, hace doscientos ochenta y cinco años. Ahí es nada. La foto de Jorge Rey que veo en la edición digital de su periódico, el HOY, es de esta tarde, en el momento, según dice el pie, de la entrega «del bastón de mando de la ciudad a la Patrona, a su llegada a Fuente Concejo». El bastón de mando, sí. Otra metáfora.

martes, abril 24, 2018

En el día siguiente del Día del Libro


El caso es como sigue. I, que viene todas las semanas a casa para salvarme de la plancha y de la limpieza menos rutinaria, me ha traído este libro para que yo lo devuelva a la Biblioteca de la Facultad de Derecho de Cáceres. Quien lo recibió en préstamo fue una estudiante mexicana que tenía que haberlo devuelto antes del 19 de enero de 2015. El marido de I acaba de traspasar el bar que tenía en La Madrila cacereña y el libro ha aparecido entre decenas de objetos al recoger la trastienda. No sé si es habitual dejar libros en los bares; pero me imagino que este ha estado unos años rodeado de llaveros con llaves, de fundas de gafas, de sudores sin fruto después de un baile, de la carcasa de un teléfono móvil, de bufandas y de guantes, o de los restos de un anhelo en la noche. El marido de X debe de saber de esto y ha contado que aquella chica encomendó la devolución del manual a un amigo que terminó muy borracho una noche de farra y olvidó el encargo. Allí estuvo hasta ahora, que está a buen recaudo para ser devuelto mañana a su estante. Debe de ser un libro útil, aunque no está bien escrito, por ese mal entendido lenguaje espeso de los textos legales, con gerundios inoperantes, puntuación incorrecta y redundancias. Escribe un lego —yo— en estas materias, que reconoce que este Manual sobre protección de consumidores y usuarios de Carlos Lasarte Álvarez, cuya cuarta edición revisada y actualizada es la de la imagen, la que se llevó la estudiante mexicana que igual algún día me lee, va ya por la novena edición según la página de su especializada editorial Dykinson. No he podido evitar reseñar el asunto, con permiso de I.