martes, junio 30, 2015

Diez años


«Tesoros escondidos» fue el primer texto que publiqué aquí, hace hoy diez años. Fue aquel un pretexto para inaugurar un blog en cuya creación conté con la ayuda de Santos Domínguez, un pionero de los cuadernos de notas de lectura y que hoy dispone de un espacio de referencia mundial, en términos blogoesféricos. De él fue la elección de la plataforma y de la contraseña para crear mi blog. Luego todo fue saliendo según sentencia del tiempo. Es verdad lo que decía Álvaro Valverde cuando recordó, como yo ahora, el décimo aniversario de su blog, que era su libro (inédito) más voluminoso. También el mío; aunque menos extenso. En más de una decena de documentos tengo unas novecientas treinta páginas escritas y publicadas en Pura tura, que nació con esa vocación cortazariana desde el capítulo 73 de Rayuela. «Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas». Pura apacible ventana de mis quehaceres y sentires que me ha dado más satisfacciones que disgustos. Éstos, los disgustos, fueron todos los dicterios que llegaron como anónimos que no publiqué; y alguno que me arrepentí de haber publicado. Aquellas, las satisfacciones, fueron muchas, medidas también por todos los que dejaron unas palabras debajo de mis buenas intenciones; y por esas cifras que ahora, pasados los años, veo en las estadísticas que me dicen que hay más de nueve mil visitas —que nadie se sonría— en aquella entrada sobre los créditos de las películas en TVE; o cuatro mil en mi recuerdo de la profesora Carmen Pérez Romero. Prefiero no imaginar los motivos de quien busca en internet y llega a estas notas; pero en alguna ocasión la casualidad me ha deparado más de una alegría o un grato encuentro inesperado. En fin, por ahora Pura tura dura.

domingo, junio 21, 2015

Tontología


En coedición de la Librería Rafael Alberti de Madrid, que celebra sus cuarenta años (1975-2015), y de la Fundación Gerardo Diego, acaba de aparecer esta deliciosa edición facsimilar de la Tontología. Versos malos de poetas buenos que ideó Gerardo Diego en 1928 como último número de la revista Lola, «amiga y suplemento de Carmen». El ejemplar de 22 x 16 cms. viene en el interior del sobre de la imagen acompañado de una suelta de cuatro páginas impresas con una nota introductoria de Francisco Javier Díez de Revenga, que fue la que acompañó también la edición de la Tontología que publicó el Centro Cultural de la Generación del 27 en 2009 en la colección «Cazador de nubes» de la Antigua imprenta Sur de Málaga. Unos años antes, la Fundación y Ollero & Ramos Editores publicaron un nuevo facsímil de Carmen-Lola que incluyó, claro está, la Tontología en un pliego sin cortar de dieciséis páginas. Díez de Revenga explica muy bien la intención, el contenido y la significación de esta curiosa antología que era también, desde la broma, una declaración estética de la nueva poesía. Rafael Alberti, Dámaso Alonso —bajo cuya autoría se escondieron dos coplitas del innombrable poeta gafe Juan Chabás—, Manuel Altolaguirre, Enrique Díez-Canedo, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez —que se quejó por verse difundido con versos muy tempranos, con «poesías espantosas»— Antonio y Manuel Machado, Ramón Pérez de Ayala, Pedro Salinas y el propio Gerardo Diego fueron los buenos poetas que conformaron la antología que ahora se difunde en esta edición al cuidado de Andrea Puente —bibliotecaria de la Fundación Gerardo Diego— y dedicada a «los lectores, amigos y colaboradores de la Librería Rafael Alberti de Madrid, que aman los libros y la vida que hay en ellos de la misma manera que hacemos nosotros, en la calle Tutor, 57, desde 1975. Y que juntos miramos hacia el futuro».

viernes, junio 19, 2015

Heterónima


Saludo con alborozo la publicación de esta revista de mi Facultad: Heterónima. Revista de creación y crítica (núm. 1, primavera de 2015). Nace dirigida por Antonio Rivero Machina —que acaba de ganar el XVII Premio de Poesía  «García de la Huerta» y que pronto publicará nuevo libro poético, Contrafacta, como finalista en el Premio de Poesía Joven «Antonio Colinas» promovido por Ediciones de la Isla de Siltolá— y con un elenco de colaboradores distinguido y cercano —conozco a la mayoría que ha estado vinculada, o sigue estando, con la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres. La «Salutación» del director introduce cuatro secciones tituladas «Heterográficas», «Alteridades», «Creación» y «Crítica», y está claro que las dos primeras necesitan explicación; y por eso llevan sendos textos introductorios que se supone que están redactados por Antonio Rivero desde su mismísima «alteridad», pues él en la primera escribe sobre otro grande —además del Pessoa que está en esta revista de la mano de Antonio Sáez Delgado— como António Ramos Rosa. El afán de mostrar unas señas de nacimiento que tiendan a la heterogeneidad y a la heteronimia y la vocación fronteriza con Portugal colorean este número; pero también rebajan el sentido de las dos secciones de «Creación» y «Crítica», ya que en las anteriores hay tanto crítica como creación. De hecho, poetas como Ben Clark, Martha Asunción Alonso, Silvia Gallego, Sandra Eisenheim y José Manuel Díez no escriben en «Creación», pues lo hacen en «Alteridades», y sí Javier Pérez Walias con su poema anotado —se me hace presente la intrapoesía, la poesía crítica, la poesía didáctica con la que en los últimos tiempos recala Julio César Galán, otro hijo de esta Facultad—, o Jorge Luis Pérez Reyes, y Alberto Escalante con un relato-diálogo de sabor antiguo. Un consejo muy personal: que se dé aire a la poesía en la página. Quedan los poemas como en una corrala. En términos editoriales nunca fue despilfarro el poema por página. Con este número de Heterónima en las manos no puedo evitar hacer recuento de las revistas que he conocido en la casa —algo hace Antonio Rivero en su salutación, en la que cita Luar y Laurel, que no fue de la Facultad; pero que agradezco en la mención—; y me acuerdo de El gayinero —años 79 y 80—, con algún texto de César Nicolás o de Ricardo Senabre sobre Blas de Otero; de Residencia —que nació en la «San José» de su cabecera y que hicimos en la Facultad hasta 1989 y su número 15—; de La Nueva Letra —¡ay!, Antonio Maqueda, Diego Fernández Sosa, Laly Martínez Zamora, Manuel Remedios Gil, José Antonio Llera (Lleru)—, de la que solo encuentro ahora el número 1, de diciembre de 1991; de Baciyelmo, que impulsó Laura Puerto Moro, hoy filóloga y editora de Rodrigo de Reynosa, y de la que solo salió el primer número de 1998, que publicó textos de Álvaro Valverde, de Javier Rodríguez Marcos y de Basilio Sánchez, entre otros; o de Luar, la revista —también salió solo un número, el cero— de Fernando de las Heras, ya en 2004. Ojalá que de estos últimos precedentes comparta Heterónima el ímpetu y las ganas, y no la vida editorial, y que esta iniciativa se sostenga. Son otros tiempos, sí; y por eso esta revista de Letras nace en la red —con sus ejemplares en papel—, con más difusión y con voluntad de perdurar. Son otros tiempos; pero las circunstancias han propiciado una vinculación entre la revista de Filosofía y Letras más reciente y la más antigua, entre Heterónima y El gayinero, por la presencia en el recuerdo de Ricardo Senabre —fallecido el pasado febrero— en el texto firmado por José Luis Bernal Salgado, actualmente decano de la Facultad que fundó el primero —nunca mejor dicho—, y que se puede leer en la última sección de «Crítica», en la que además escriben Alberto Venegas sobre La estetización del mundo, de Lipovetsky y Serroy, y José Manuel Sánchez Moro sobre el Fernando Aramburu poeta. Y nota bene: dice Sánchez Moro sobre Ricardo Senabre que «no recuerdo quién, valorando su labor rigurosa, de pocos parabienes, como crítico literario, se acordaba de él aludiendo a que igual bregaba por el medievo que por el último libro de Fernando Aramburu». Se lo digo yo.

lunes, junio 15, 2015

Gil y Carrasco


Me ha alegrado la primera hora de la mañana leer el recuerdo escrito por Julio Llamazares en su columna de El País de hoy del escritor de Villafranca del Bierzo Enrique Gil y Carrasco (1815-1846), del que celebramos este año el segundo centenario de su nacimiento. Con ese motivo, el Consejo Comarcal de El Bierzo y el Centro Internacional de Estudios sobre el Romanticismo «Ermanno Caldera» han organizado el Congreso Internacional «Enrique Gil y Carrasco y el Romanticismo», promovido y coordinado por Valentín Carrera —director de la Biblioteca Gil y Carrasco—, que tendrá lugar en El Bierzo entre el 15 y el 18 de julio. Tiene razón Julio Llamazares en llamar la atención —no es la primera vez— sobre este extraordinario escritor de su tierra; pero habría que superar los tópicos de su adscripción al romanticismo —publica su gran novela en 1844, dos años antes de morir— y subrayar cómo supera la escuela y demuestra una modernidad admirable en los procedimientos narrativos que utiliza para escribir algo así como un testamento literario en el que se transmuta en el personaje de Beatriz Ossorio. Sí. El señor de Bembibre contiene en su línea argumental y en el perfil de su personaje femenino referencias fundamentales al acto de la escritura y al de la lectura que realiza su amante Álvaro Yáñez —y al soporte en el que se escribe y se lee—, y convierte un aparente relato histórico ambientado en el siglo XIV en un texto narrativo que reflexiona sobre sus límites e intereses. Una novela que habla sobre el propio texto y sobre el autor del texto, enfermo de tuberculosis como el personaje femenino protagonista, un personaje que escribe, como el mismísimo autor protagonista. Es estupendo que uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX ocupe la primera plana —casi— de un periódico de gran tirada; y es estupendo que hoy mismo me haya llegado desde el Museo Romántico de Madrid el anuncio de la conferencia de Valentín Carrera «Enrique Gil y Carrasco, heterodoxo y visionario», que pronunciará en el auditorio del Museo (acceso por C/ Beneficencia, 14) este miércoles 17 a las siete de la tarde. 

viernes, junio 12, 2015

El mirador de la memoria

© CMD
Cuando uno llega en coche a las inmediaciones de El Torno (Cáceres), en el Valle del Jerte, al salir de una curva se encuentra con este monumento excepcional. Nos lo topamos sorpresivamente el último viernes de mayo —el día que murió Santiago Castelo— en una excursión fallida que hicimos a la Garganta de la Puria, pues no creíamos que este recordatorio tan visible estuviese a ese lado del pueblo. Sabíamos de él; pero no de su lugar preciso. Sorprende, conturba y emociona, en este orden. Sorprende y  conturba por encontrar en aquel paraje una presencia así. Emociona por el significado que tiene este recuerdo dedicado «A los olvidados de la guerra civil y la dictadura» que promovió a finales de 2008 la Asociación de Jóvenes Comarca del Jerte y que a poco de su inauguración en enero de 2009 fue tiroteado por algún furioso intolerante. En un lugar con vistas tan admirables emociona también por reivindicar una memoria histórica que en esta España de todos los demonios todavía sigue siendo una carrera de obstáculos, como este lunes recordaba Almudena Grandes, para los descendientes de quienes hicieron nuestra más digna intrahistoria y que se sienten despreciados por los que gobiernan el país en el que viven. Esto, como recordaba la escritora, mientras los Reyes de España homenajeaban en París a los españoles de «La Nueve» que liberó la capital francesa de la ocupación nazi. Puro grumo, sí. Hay que pararse un rato apacible en este mirador de la memoria.

jueves, junio 11, 2015

Sin gafas

En ¡Hola!, página 13. En casa de mi madre, que ya no lee. El 6 de mayo sobre una foto de la Reina Letizia: «vestía una camiseta dorada con original manga asimétrica, a juego con su carácter». Así estuve un par de horas, hasta que encontré las gafas: «vestía una camiseta dorada con original manga asimétrica, a juego con su cartera».

Oído en mi calle

—Llevamos todo el puñetero día discutiendo y al final siempre la culpa la tengo yo. Vale.

Rutina

Harto ya de hacer todos los días lo mismo, decidió cambiar de urtina.

lunes, junio 08, 2015

Alfredo Gómez


Se me ha muerto un amigo. Casi diez años llevo escribiendo en este blog y los amigos y colegas que he traído aquí por razón de muerte son muchos —demasiados siempre—, entre profesores, hispanistas, literatos... Nunca imaginé la situación de escribir sobre Alfredo Gómez (Zafra, 1958), que murió este sábado y no era profesor, no era hispanista, no era literato. Era un amigo sin aparente notoriedad pública. Y la merece. Era veterinario, de una de esas promociones anteriores a la creación de la Facultad de Veterinaria de Cáceres que tanto la nutrieron, provenientes de la Facultad de Córdoba. Si no me equivoco, Ignacio Navarrete López-Cózar, que fue el fundador de la Facultad cacereña, Ángel Robina Blanco-Morales, que fue su decano, Segundo Píriz Durán, que ahora es Rector, Juan Cotrina, veterinario en Valencia de Alcántara, y otros, venían de allí. Alfredo también. Alfredo logró una plaza de veterinario en la administración autonómica y uno de sus destinos fue Cáceres, vinculado al Parque Nacional —en aquellos años Parque Natural— de Monfragüe. Viví con él sus preocupaciones de trabajo y sus tribulaciones sobre la explotación de una propiedad familiar que incluía piezas de ganado para la que su habilitación profesional era una garantía. Una, al menos; para un hombre que no valía solo para los negocios, y que dedicaba la mayor parte de su tiempo laborable a la función pública. Otra parte, a su afición a la historia; a su voluntad por formarse académicamente hasta que llegó a titularse en la licenciatura de Historia, y a ser un veterinario escritor, autor de artículos sobre la veterinaria en la selección del caballo español del siglo XVI, sobre cómo se veía la albeitería en ese siglo por algún personaje religioso o sobre el caso de un gran albéitar como Hernando Calvo, trabajos que fue publicando en la revista Información Veterinaria entre 2006 y 2009. Poco después, esas investigaciones que le traían a Cáceres subrepticiamente —casi nunca me llamaba para no molestarme— dieron forma a un libro que estuvimos a punto de publicar en la Universidad de Extremadura hasta que se cruzó el reconocimiento de un premio del Colegio Oficial de Veterinarios de Valladolid en 2010, que tuvo el acierto de destacar el libro de Alfredo Gómez Martínez, y de publicarlo —para mí, precipitadamente y sin el debido cuidado— bajo el título de Luis de Cáceres y el castigamiento de la cola en el caballo. Un albéitar vallisoletano de la Corte de los Reyes Católicos (Valladolid, Ilustre Colegio Oficial de Veterinarios de Valladolid, 2010). Lo que Alfredo estudió con documentos era un procedimiento quirúrgico que evitaba que estos animales rabeasen con la cola —lo que hoy resulta tan atractivo y útil en las faenas de toreo a caballo— cuando se disponían a ser usados para combatir. Para esto Alfredo consultó manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, de la Biblioteca Nacional de Francia y de archivos provinciales como el cacereño, del que me facilitó los datos de un poeta vecino de Plasencia que otorgó en 1580 una obligación sobre un auto en verso castellano que ojalá, dada su rareza, haya quedado recogido en alguno de los repertorios bibliográficos que conozco. Alfredo Gómez era una excelente persona con la que compartí piso en mis primeros años como profesor. En noviembre de 1987 me prestó su coche, un Citroën BX beige, para que yo pudiese mejorar la intendencia de aquel congreso sobre nuestro paisano García de la Huerta al que acudieron personalidades como Russell P. Sebold, René Andioc, Francisco Aguilar Piñal, José Caso González o Jesús Aguirre, que, en nombre de la Academia Española, quemó con su cigarrillo la tapicería del coche de Alfredo. No sé cuándo lo vendió o traspasó; pero sí sé que nunca arregló el desperfecto y que siempre se jactaba entre risas de que aquella quemadura se la había hecho el Duque de Alba. Alfredo Gómez era delicado y correcto, tímido y temperamental, tan caballeroso como para disculparse un día —hace muchos años— con un amigo por salir con su antigua novia. Me parece que fue Plinio el que dijo que el hombre debe al vino ser el único animal que bebe sin sed, y se me hace familiar el dicho cuando pienso en Alfredo, tan amante del vino, tan veterinario y tan buen lector. Me gustaba verle saborear un buen caldo y también conformarse con cualquier copita que le sirviesen en un bar siempre que fuese vino. Aquí escribo evocaciones y lecturas, y aquí también escribo un beso para Teresa y Elisa, sus hijas, y para Carmen, su mujer, mi amiga desde nuestra más jubilosa adolescencia y un motivo más para dar firmeza a mi íntimo parentesco con Alfredo durante todos estos años.

viernes, junio 05, 2015

Juego de damas, de Isidro Timón


Después de haberse abierto el martes 2 de junio el XXVI Festival de Teatro Clásico de Cáceres con la estupenda obra de Juan Mayorga El chico de la última fila, con uno de los montajes de la Escuela de Arte Dramático de Extremadura (ESAD), la sección «oficial» arrancó el miércoles con Juego de damas, una obra escrita y dirigida por Isidro Timón, basada en la que Marcel Bataillon llamó «novela cortesana» de materia picaresca La hija de Celestina, de Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo. Esto es lo de menos, a mi parecer, porque lo que Isidro Timón ha hecho es una obra propia, adaptada a unas circunstancias, que no debe ser considerada una versión del texto del siglo XVII. La honestidad del autor es manifiesta cuando firma y titula Juego de damas con citación de «A partir de La hija de Celestina, de Salas Barbadillo». Y, a partir de ahí, en efecto, la propuesta de Isidro Timón transita por caminos muy distintos al rescate de un texto del Siglo de Oro. (Que no desmerece, por cierto: «Sabed, señora, que en llegando una mujer a los treinta, cada año que pasa por ella la deja una arruga; los años no se entretienen en otra cosa sino en hacer a las personas mozas viejas, y a las viejas mucho más; que este es su ejercicio y mayor pasatiempo. Pues si por haber vivido una mujer mal, adquiriendo con torpes medios hacienda, cuando llega a la vejez, aunque la goza descansada, es triste vida por ser afrentosa, ¿cuánto peor estado será el de aquella que tuviese juntas la afrenta y la pobreza?»). Así que el marco se ha comido al lienzo o paño de la historia de la bella Elena hija de Pierres y Celestina —donde Méndez, el ama, es ahora Menda—, solo pespunteada en lo escrito por Isidro Timón por algunas alusiones y precisos referentes —el origen del personaje, la afición al alcohol de su padre, la prisión, Montúfar, etc.—, en beneficio de una dramaturgia centrada en el lucimiento de las dos actrices —Asun Mieres y Elizabeth Ruiz—, cuyo trabajo merece un reconocimiento, y en concesiones al público con cuadros como el homenaje al Quijote o el rap que dice Menda como un narrador épico que no aporta narración, aunque lo pretende, y sí comicidad a la escena. O —marca de Isidro Timón; recuérdese su Okupando clásicos— en la intención didáctica del juego metateatral que hace intervenir al Poeta en su voz —con la excelente locución del periodista radiofónico Vicente Pozas—, al que hablan sus personajes. Buena entrada en la Plaza de las Veletas —único escenario al raso ya de un festival que tenía el atractivo de sus espacios en el conjunto histórico—, con las butacas vendidas de la familia y los amigos —me incluyo— del director, de las actrices y los compañeros en la Universidad de Extremadura —también me incluyo— de Rafa Santana, responsable eficiente del sonido y las luces; o de un grupo de estudiantes y profesores universitarios de Nuevo Méjico. Bien. Buen ambiente. 26 grados. Y uno alto de satisfacción en todos los que han trabajado este espectáculo que ojalá pruebe suerte en las tablas de otros festivales y contextos.

miércoles, junio 03, 2015

Morerías


Marzo resultó un mes propicio para los lectores del extremeño de adopción Elías Moro (Madrid, 1959), que ha publicado un nuevo libro de poemas, Hay un rastro, como cierre de la colección «Luna de poniente» de la editorial De la luna libros, y un libro de aforismos, Algo que perder. Aforismos (o así), en Ediciones de la Isla de Siltolá, en una colección dedicada al género en la que están también el poeta y crítico José Luis Morante, el escritor cubano de Albacete León Molina y el extremeño de Hervás Manuel Neila. Cuando hojeé Hay un rastro eché en falta una coda o una sección de «deudas pendientes» como las que han cerrado obras anteriores del autor, signos de su carácter bondadoso, cariñoso y agradecido; pero cuando leí el libro y percibí su tono y su intención comprendí que no cabían más palabras en él que la dedicatoria que lo encabeza: «A la memoria de los olvidados». Elías Moro en tono adusto y grave, civil e históricamente grave, para recordar que «Hay un rastro de sufrimiento en la nieve» —el primer verso del libro— y que la poesía puede dar voz a los muertos —«Los muertos hablan» es la última sección— y a los perdidos. A pesar de la severidad y dureza de esta obra —«Tiro de gracia», «Derrota y hambre» o «Trilogía de los trenes tristes» son otros títulos de sus partes—, gusta —pura empatía— encontrarse con esta forma de denuncia de la destrucción, la guerra y «la muerte por la mano del hombre». Este aficionado a los bestiarios dijo la tarde electoral de la presentación de Hay un rastro en Cáceres que en sus libros siempre salen animales. Sí, en este, cuervos, moscardas y gusanos; todos teñidos de una coloración mortuoria que, sin embargo, no parece extraña en un poeta que ha tendido siempre al juego con las palabras y a la chispa de la ironía y el sarcasmo. Nadie traiciona a nadie aquí; al contrario, el poeta de El juego de la taba que se pregunta infantil si la brújula es una bruja esdrújula es el mismo que se pregunta qué gloria hay en matar a un hombre indefenso. El mismo. El mismo que ha escrito una nueva colección de aforismos con ese título de Algo que perder extraído de uno de ellos: «No te confundas: al final, siempre hay algo que perder». No hace mucho, y casi coincidiendo con la lectura del libro de Elías Moro, he leído otra especie de pecio: «La vida es demasiado corta para beber mal vino». Adivinen. Proviene, sí, de uno de los anuncios de la página web de una bodega zamorana: Elías Mora. Buen vino. Bueno para acompañar este surtido suculento, esta nueva colección de textos de Elías Moro, una más en un incorregible coleccionista de trozos de vida, ahora, de pensamiento en píldoras. Hay donde elegir, desde lo más cercano a la ocurrencia chistosa tan cara para Elías —«Hacía trampas jugando al solitario. Y siempre perdía»—, la pura paronomasia —«Acertó con el aserto»—, entre los textos breves —hay alguno más breve aún—; hasta la reflexión más sostenida —en la que me gusta más— en textos de cuatro o cinco líneas —los menos— sobre el tiempo por venir (pág. 57), la opinión intransigente (pág. 47), en fin, sobre la vida (pág. 22). Y esta es otra; el problema no resuelto de este género para sus lectores: que pierdes un aforismo y no hay manera de encontrarlo con facilidad, que no valen índices. Yo propongo uno del tipo mots-clefs en el que la palabra esencial del asunto quede representada. O algo así. 

martes, junio 02, 2015

I Premio de Poesía Joven 'Ángel Campos Pámpano'



La obra titulada Do soneto à prosa poética passando por Camões, oitava real e a minha frustração, de José Pedro Ribeiro-Rosa C., del Instituto Español «Giner de los Ríos» de Lisboa (Portugal), ha sido la ganadora del I Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven «Ángel Campos Pámpano», dotado con 500 euros, un diploma acreditativo y una obra original realizada para esta ocasión del pintor Javier Fernández de Molina. También, el jurado, ha concedido un accésit —diploma y lote de libros o material informático por valor de 100 euros— a Poema-Memória, de la alumna Joana Cortes, de la Escola Secundária Mouzinho da Silveira, de Portalegre (Portugal). Ha sido la primera edición de este premio hispano-portugués de poesía joven, dedicado a la memoria del poeta, profesor y traductor Ángel Campos Pámpano (1957-2008) y promovido por la Asociación Cultural Vicente Rollano de San Vicente de Alcántara, pueblo natal del escritor. Es un premio destinado a estudiantes, entre 14 y 18 años, de Educación Secundaria y Bachillerato de los centros de Extremadura y de Alentejo, y del Instituto Español «Giner de los Ríos», en el que Ángel Campos estuvo impartiendo clases entre 2002 y 2008. El jurado, presidido por Álvaro Valverde, y cuya composición puede verse pinchando —arriba— en las imágenes con el fallo del premio, comunicará próximamente lugar y fecha del acto de entrega de los galardones y, ojalá, la convocatoria de una nueva edición.

sábado, mayo 30, 2015

En memoria de Santiago Castelo


© Alonso Gil. HOY
Cuando concedieron la Medalla de Extremadura a José Miguel Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1948), que falleció ayer viernes 29 de mayo en Madrid, recordé aquí que el profesor y crítico Manuel Simón Viola, editor de su poesía reunida La huella del aire (Poesía 1976-2001) (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2004), había aplicado al escritor las palabras con las que Moreno Villa definió a otro extremeño como Enrique Díez-Canedo: «Fue jovial, animoso y poeta, jugó limpio, vivió en impecable lealtad y ponderación, no dejó un solo enemigo». Sí, José Miguel Santiago Castelo, fue jovial, poeta, animoso, ponderado, impecablemente leal, sin enemigos... Y escribí que Santiago Castelo tenía el don de los pintores venerados, a quienes piden sus pupilos trazos naturales e imposibles: —Maestro, pinte usted una tarde, pero un poquito solo. Y el maestro, entonces: «En esta tarde así, bajo la ropa / tendida en la azotea, yo quisiera / diluirme en los malvas y en los ocres / que bajan hacia el mar entre las huertas...» («Azotea», de Cuerpo cierto). Ahora, en este trance, se me ocurren otros calificativos. Como resistente o luchador. Porque desde el 16 de febrero de este año, cuando me llamó un buen amigo de Castelo para decirme que se nos iba, que estaba muriéndose, hasta ayer, cuando Carlos Medrano me telefoneó para comunicarme la noticia infausta, José Miguel ha estado resistiendo, como si nos dijese: —«¿Y quién os ha dicho que tengo que marcharme ya?». Así ha sido con el final que me anunció un abatido Javier Pizarro el miércoles 20 de este mes, como si le quedasen horas. Y Castelo resistiendo tenaz. Más días. Hasta ayer. Hoy leo en papel su periódico de toda la vida, su ABC, y las palabras cariñosas que le dedican escritores, compañeros y amigos; y rastreo su presencia en estas mis notas de bitácora en los últimos años. Sí, aquel comentario del verano de 2006 sobre la Medalla de Extremadura; pero también otro del verano siguiente por el Premio Luca de Tena a su actividad periodística; o aquel sobre su libro Quilombo (2008); o el del sentido La hermana muerta dedicado a su hermana Lola (1952-2009), y que leí por Todos los Santos; hasta su visita a la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, hace ahora tres años, en la que cautivó a todos los que le escuchamos. Descanse en paz. Su entierro será mañana domingo en Granja de Torrehermosa, que ha declarado tres días de luto por su muerte, a las 16:30 horas en la Iglesia parroquial de la Purísima Concepción.

jueves, mayo 28, 2015

Librerías


© Romeu
Me acordé ayer, al escuchar la entrevista con Juancho Pons (Librería Pons, de Zaragoza), presidente de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) en Esto me suena (RNE), de la fotocopia de este dibujo de Romeu que tenía prendida en la estantería de mi pasillo hasta no hace mucho. El otro ejemplar que conozco lo veía hacía tiempo en la Librería Marisol, de Cáceres, pegado muy cerca del mostrador. Y lo recuerdo coloreado, creo. Hay que reivindicar estos espacios que van desapareciendo. Si las grandes superficies son cada vez más grandes, imaginemos el barrio de siempre con su librería, su farmacia, su pescadería, la tienda de frutas, la ferretería y el bar con su terracita. Todo a la mano, y andando menos metros que en el menos ostentoso de los centros comerciales. Aquí, por el momento, uno puede sobrevivir. Como cliente, claro. No me atrevería a decir lo mismo si uno fuese pequeño empresario. El año pasado leí Librerías, de Jorge Carrión (Barcelona, Editorial Anagrama, 2013), que me pareció un atlas por los muchos mapas-librerías que contiene, o a los que alude. Una consecuencia de eso de que «Cada librería condensa el mundo», que es como arranca el capítulo 1 «Siempre el viaje». El libro de Carrión es un viaje que parte de Atenas y sigue en las librerías más antiguas del mundo, en las más fatalmente políticas, en las orientales, las americanas..., e incluso en las virtuales. Las librerías son lugares de encuentros; y esto no es de Jorge Carrión —me parece—, aunque realmente la lectura de su libro lo sugiere. Por ejemplo, cuando habla de las consecuencias de entrar en una de ellas para personas como James Joyce o Josep Pla, Julio Cortázar o Faulkner, Bolaño o Vila-Matas..., y para todos aquellos a quienes encontraron y todo aquello que encontraron. Librerías, lugares de encuentros.

lunes, mayo 25, 2015

Teatro


El pasado jueves, temprano, una conversación sobre teatro con un café mañanero bajo los plátanos del kiosco Colón de Cánovas. Con Olga Estecha y Fulgen Valares. Esas necesarias actividades paralelas del Festival de Teatro de Alcántara que este año celebrará su trigésima primera edición. Sobre el velador, mi ejemplar de El País, casi sin hojear, pues había cosas de las que hablar. Por ejemplo, qué perfil dar a la mesa redonda este año en torno al teatro del Siglo de Oro o de aquellos años que organizábamos en Cáceres unos cursos de verano vinculados al Festival de Teatro Clásico y de la intervención del escritor y crítico Marcos Ordóñez en una de sus ediciones. Y el periódico ahí, sobre la mesa. Así que ninguno de los tres sabía que tan cerca de nosotros estaba una definición del teatro que luego me pareció tan sugerente: «El teatro es algo que le pasa a alguien que está ahí». Es de Marcos Ordóñez, en su columna El hombre que fue jueves. Del jueves, claro. «Dietario de mayo», y si se lee lo que antecede a la frase la frase se ilumina. Y es que aquí, en este blog, al Maestro Ordóñez, se le venera. Promete este año la programación del Festival de Alcántara; y no tanto la del Festival de Teatro Clásico de Cáceres —que incluye cinco monólogos, un recital de la periodista Paloma Gómez Borrero con poemas de Santa Teresa y un off de traca con Franquete, en el Siglo de Oro. Así veintiún días. A este paso —le dije el otro día a un compañero— el de Alcántara supera al Festival de Cáceres. «Yo creo que ya lo ha superado» —añadió. Y hoy mismo me he encontrado el cuadernillo con la programación del Festival de Teatro Clásico de Cáceres abandonado en el alféizar de una ventana a pie de calle. ¿Será por algo? Espero que no sea para tanto.

miércoles, mayo 20, 2015

Experiencia de la poesía

Cuando G., una alumna, vio hace mes y pico sobre la mesa de mi despacho el rostro de José Luis Bernal en la cubierta de este volumen, vigésimo sexto —y letra Y— de la colección «Luna de Poniente», se sorprendió de que su profesor escribiese versos. (¡Ay, estos alumnos se sorprenden también cuando descubren que tras las listas de nombres que memorizaron en Bachillerato hay textos antológicos, cumbres de nuestra literatura!). «Sí —le dije—, es su tercer libro; pero ha estado veintitantos años sin publicar poesía, salvo poemas sueltos». En 1984 apareció Primavera invertida (Editora Regional de Extremadura), que fue premio «Constitución de Poesía» ex aequo con el Tú para tristes momentos tristes, de Antonio Pacheco; y en 1990 El alba de las rosas (Editora Regional de Extremadura), que obtuvo el «Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad». Leo sobre lo leído, pues tengo desde hace tiempo —cuatro años— este libro como casi finalmente ha resultado ser. Faltan algunos poemas que han debido quedarse en lecturas y relecturas. Sigue estando ese poema final, «Las palabras», para cerrar el libro: «Ellas saben de mí / algo más que yo de ellas, / conocen los olvidos y los dones, / la precisa razón que me empuja a vivir, / y a recordar que vivo / contra viento y marea». Son palabras, sin duda que dicen sobre la experiencia con la poesía —y la vida— de este poeta que también ha escrito otro texto del libro, «Sin palabras», en el que se queda sin ellas para expresar la pena. José Luis Bernal es un poeta muy cercano a la poesía; pero, a la vez, distanciado. Cercano más que por su escritura por su dedicación a la escritura de otros. Esto se puede inferir de su bibliografía poética. Esto es poesía de la experiencia. Quizá. Pero, más bien, es —lo dicho— experiencia de la poesía. De un lector, de un profesor, de un escritor. Tres lados convertibles en letras de un hombre cabal que se atisba en todas las páginas de este Tratado de ignorancia abierto con una declaración poética y Gracián por delante —«Breve tratado de ignorancia»— y cerrado con el Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza: «Dos Dioses hay, y son: Ignorancia y Olvido». Darío en ese poema se compadece de los que piden eurekas al placer o al dolor, de los que quieren respuestas; y Bernal, melancólico y elegíaco, como ya hizo notar su querido Álvaro Valverde, dice a sus amigos en los alejandrinos de «Otoño» otra lección de vida. Será la cercanía, pero si leo a José Luis me ocurre lo mismo que si escuchase su voz sin verle, que la reconozco. Reconozco sus gustos retóricos, sus guiños a los suyos —con Gerardo Diego siempre— del 27 (a Cernuda en el verso «como piedra entre ortigas», a Dámaso Alonso en el poema «Regreso al anochecer»), y sus superlativos («debilísimo», «bellísimo» y «bellísima,» «prestísimo», «sapientísimo», «recientísimas», «debilísimo» y «dulcísimas»). Como cuando él se refiere a su amigo Francisco Díaz de Castro (en el poema «P. D. de C.»), a José Luis Bernal lo tengo ya nuevamente acomodado, después de muchos años, en el estante a la altura de los ojos amigos. Este libro se presenta mañana en el Instituto «Profesor Hernández Pacheco» de Cáceres, a las 20:30 horas.  No me olvido, no, de que también se presenta en el mismo acto otro libro de la misma colección —la letra Z—, Hay un rastro, de Elías Moro, a quien me gustaría dedicar unas palabras en otro momento. También mañana, a las 19:00, en el salón de actos de la Biblioteca Pública «Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey» de Cáceres, la Asociación Cultural Norbanova organiza una lectura poética de Benjamín Prado. Esta asociación se despide, pues ha anunciado la suspensión indefinida de sus actividades —supongo  y lamento que por falta de apoyo económico—, con el gesto admirable de haber adelantado la hora del acto con Benjamín Prado para que quien quiera también pueda acudir al acto con José Luis Bernal y Elías Moro. Admirable.

sábado, mayo 16, 2015

Notas y días

P., 20 años.
Constato mis fallos de memoria si he apuntado en mi cuaderno algo sobre un libro y, pasado el tiempo, vuelvo sobre el mismo libro y me encuentro anotando igual comentario. Me ha ocurrido muchas veces al preparar las clases y releer un texto, y ahora, cuando escribo sobre el espléndido libro de Basilio Sánchez La creación del sentido (Valencia, Pre-Textos, 2015), recientemente publicado con una ayuda de la Institución Cultural «El Brocense» de la Diputación Provincial de Cáceres. En su día, apunté la afirmación de Basilio de estar convencido de que la naturaleza del escritor determina de alguna manera la naturaleza de su obra. Al volver a leer he vuelto a subrayar la misma idea para comentarla. ¿Memoria endeble o es que lo que uno es y siente se repite siempre? 

«Ahí te mando el papel con mis comentarios». No sé cuántas veces habré escrito esta frase al enviar un correo electrónico con un documento adjunto. Y siempre me arrepiento por pensar en papel, por traducir lo escrito al formato que podría tener si se imprimiese en un folio blanco. Con esas características. 

Albert Rivera, de Ciudadanos, dijo, y luego matizó, que la regeneración política solo la puede liderar gente nacida en democracia y «sin mochilas». El pobre no se ha dado cuenta de que los impulsores de esa hipotética regeneración aún no han nacido. Vendrán. Todos esperamos que nazcan. 

«Trabajamos con cuotas muy altas de realismo». Leí esto en una entrevista con el productor de una serie televisiva ambientada en una prisión de mujeres. Como si la ficción por sí sola no tuviese la fuerza de la realidad. 

En Cáceres, si sales de casa y caminas, en pocos minutos estás en el entorno de la foto. Hacia el sureste.

viernes, mayo 15, 2015

La lupa en C


«La lupa en C» es un anagrama de «Paul Celan» en el que la letra C representa el objeto observado en aumento y analizado ayer en la primera jornada de este Congreso Internacional «Paul Celan en España. Traducciones. Lecturas. Influencias». Todo empezó tarde, y cuando Jaime Siles comenzó a hacer sus «Lecturas de Celan» ya se veía venir el desajuste. No así en sus esclarecedores comentarios desde unas primeras traducciones de Felipe Boso, la labor de Reina Palazón en sus versiones, la lectura de Valente hasta la suya propia, la de Siles, que dijo algo tan atinado como que lo que el autor de Material memoria hizo con el de Amapola y memoria no fue, lingüísticamente hablando, traslación sino rotación. O algo así. Lo cierto es que con el desarreglo horario no hay quien se organice, y, entonces, lo que uno quiere escuchar a su hora, porque a otra tiene tarea, se le escapa, como se me escaparon las intervenciones por la tarde de mis exalumnos Mario Martín Gijón —organizador del congreso con un ausente de mañana César Nicolás— y Ángela Pérez Castañera. Disfruté, sí, de la intervención de Antonio Méndez Rubio, a quien finalmente he podido conocer en persona después de años de lecturas y de una comedida relación epistolar. Disfruté porque su «poética como autocrítica» a partir de la lectura de Paul Celan fue una ilustrativa vereda para mejor comprender su poesía, su intención. Llegó a decir —«sin énfasis», dijo— que Paul Celan le había salvado, citó a Francisco Pino y su Siempre y nunca como referente de su Siempre y cuando, habló de lenguaje poético y de trauma colectivo, y me gustó que relacionase la idea de rotura —«Viviendo la rotura. Poética como autocrítica a partir de Paul Celan» fue el título de su intervención— con el significado de roturar, que contiene el gesto de preparar la tierra para que algo germine. 


Además, me he comprado —hay que ayudar al incansable Chema Cumbreño— Nada y menos (Ediciones Liliputienses, 2015), que contiene cinco libros publicados por Méndez Rubio entre 2002 y 2008, y completa la anterior recopilación que fue Todo en el aire. Poesía (1995-2005) publicada por la Editora Regional de una Extremadura en la que, felizmente, están recalando todos sus ciclos poéticos. No pude estar en todo porque tenía que trabajar. Sin embargo, saludé en la conferencia de Siles a X, del personal de biblioteca, que debería estar trabajando en esos momentos; y no pude saludar a los que poco interesa lo que se cueza en un congreso sobre Celan que se celebre en su Facultad. Me reencontré también con Rafael Morales Barba, cansado del viaje pero exultante, resacoso, diría yo, por venir de la Feria Nacional del Vino (FENAVIN) de Ciudad Real, en la que coordinó mesas con profesores y poetas. Me regaló el número especial de Fragmenta, la revista de poesía que dirige, y que ha patrocinado FENAVIN, así que todo el mundo sabrá a qué saben sus doscientas páginas antológicas. Y estuve con Eduardo Moga, que habla ya hoy viernes, sobre la soledad del suicida Celan. Un placer. La lupa en C.

martes, mayo 12, 2015

Paul Celan en Letras


Este jueves, 14 de mayo, comienza en la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres el Congreso Internacional «Paul Celan en España. Traducciones. Lecturas. Influencias», organizado por la Universidad de Extremadura y coordinado por los profesores Mario Martín Gijón y César Nicolás (UEX). Serán dos jornadas completas, hasta la tarde del viernes 15, en las que van a participar destacadas figuras de la crítica, de la poesía y de la traducción en España y América con el objeto común de la escritura de Paul Celan (1920-1970). Entre esas figuras, José Luis Reina Palazón, el traductor de las Obras completas (Trotta Editorial, 1999) de Celan, Premio Nacional de Traducción, o el filólogo, poeta y también traductor celaniano Jaime Siles, que serán los dos conferenciantes de un primer día centrado en traducciones y lecturas —el nombre de José Ángel Valente es inevitable— y en la presencia de Celan en autores de Hispanoamérica. El profesor de la Universidad de Kansas Jonathan Mayhew, el poeta Eduardo Moga y el filósofo Francisco Jarauta, que clausurará el congreso, serán los conferenciantes de la jornada del viernes, en la que se abordarán las lecturas de Celan en los poetas españoles contemporáneos, algunos de los cuales participarán con comunicaciones y en una mesa redonda en torno a Celan y la joven poesía española actual. La presencia de autores como los ya citados, de Antonio Méndez Rubio, José Luis Gómez Toré, Cristian Gómez Olivares, Ana Gorría, Diego Doncel, Miguel Ángel Curiel, Esther Ramón, entre otros, añade interés a este importante encuentro en torno al autor de La rosa de nadie, que fue, sin el artículo, el título de un memorable número doble de la revista Rosa cúbica, de Alfonso Alegre Heitzmann y Victoria Pradilla, una de mis primeras puertas para el conocimiento de la escritura de Paul Celan. [Programa completo en las dos imágenes de abajo].


lunes, mayo 11, 2015

Nadal


© Juan Carlos Hidalgo, EFE.
Al leer las crónicas después del partido de ayer entre Rafa Nadal y Andy Murray se diría que estamos ante una catástrofe deportiva —otra más tras los últimos resultados de las selecciones españolas de fútbol, baloncesto o balonmano. El «balear cae al séptimo puesto del ránking», titula 20 Minutos; y Alejandro Ciriza de El País habla de «inclinación» del español ante el tenista escocés y de que «besó la lona», en una crónica ilustrada con esta fotografía de Juan Carlos Hidalgo que parece la imagen del fracaso. La imagen del mejor tenista español de todos los tiempos, con más títulos individuales, y de un jugador que ayer, en el Madrid Open, jugó la final después de ganar a otros como Bolelli, Dimitrov o Berdych. Este muchacho que cumplirá en junio veintinueve años ha sido el tenista más joven en conseguir los cuatro títulos más importantes del mundo y la medalla de oro de los Juegos Olímpicos en 2008, y el único que ha logrado nueve títulos de Roland Garros. Sin embargo, hoy todo eso parece que no vale nada. Somos especialistas en comentar desde el borde de la zanja cómo trabajan los demás y exigimos a los otros una excelencia que nosotros no podemos comprender por estar muy lejos de nuestra propia condición y de nuestra escasa capacidad. Ni es razonable ni es justo.